¿Es necesaria la vocación para ejercer una profesión sanitaria? Esta es la pregunta que nos hemos hecho en muchas ocasiones, en rumiaciones o en conversaciones con otras personas. Hace unos días la repetimos en alto y, como en otras reuniones grupales, parece que se daba por hecho que la respuesta es un sí categórico.

En aquella conversación surgió el tema de la elección que los jóvenes bachilleres tiene que hacer en estos días, tras superar las pruebas de evaluación que les dan acceso a la universidad. Muchos de ellos lo tendrán claro por una inclinación gestada desde hace años o nacida por el contacto con alguna profesión a través de otras personas o en los multiples canales de información que conviven hoy día. Otros, sin embargo, elegirán por descarte o preferencias menos evidentes, presiones o inercias familiares, creencias sobre las salidas profesionales o sobre expectativas económicas. En todo caso, todos elegirán por algún motivo más o menos manifiesto ante los demás o ante ellos mismos.

En aquel debate amistoso se presupuso por alguien que los sanitarios eligieron en su día por vocación. Y también se apostilló que esa vocación debiera permanecer en el tiempo en este grupo de profesionales. Surgió además la cuestión de si esta situación se daba en otras profesiones con marcado cariz de servicio, como pueden ser los policías. Habiendo en el grupo parlante representantes de ambos colectivos las respuestas no obedecían a opiniones o creencias distantes de la realidad parcial de cada uno de ellos.

En el caso del policía admitió sin ningún sonrojo por sus colegas que la vocación no estaba presente en muchos de los mismos. Estamos seguros que si hubiera habido bomberos o miembros de la UME habría pasado lo mismo. Y es que, además, NO pasa nada porque sea así. Integrar el funcionariado estatal, autonómico o municipal es un privilegio, al menos así lo ve mucha parte de nuestra sociedad. Y sería inocente pensar que un bombero lo es sólo porque quiere exponerse a peligros por afán de servicio o desencarcelar accidentados. Probablemente un sueldo muy digno, la disponibilidad de jornadas laborales compaginables con otras actividades, prestigio social, etc. sean motivos suficientes.

En el caso de las profesiones sanitarias pueden darse condiciones que las hagan atractivas sin requerimiento de una vocación en el sentido un tanto romántico de sentimiento de llamada, de inclinación incontenible, de tendencia impetuosa, de generosa solidaridad. Si nos fijamos en la profesión sanitaria de más consideración social, la Medicina, podría pensarse que años de sacrificado estudio, seguido de más años de formación especializada, no pueden sobrellevarse sin un ánimo impulsado desde la vocación. No lo podemos asegurar ni refutar. Pero sí tenemos experiencias que nos indican que la vocación, si la hubo, se puede esfumar y transformarse en reclamo de mejores condiciones económicas sin las cuáles aquella no se mantendría. Ídem se puede decir de la Enfermería que a base de jornadas intempestivas, menores retribuciones y consideración que la Medicina, acaba socavada y desmotivada. Entonces, concluímos que la vocación filantrópica no es imprescindible para mantenerse en estas profesiones, las más representativas entre las sanitarias.

¿Y qué decir de la Fisioterapia, nuestra profesión? Pues algo parecido. Nos atrevemos a afirmar, ahora sí, que esa vocación a la que aludimos al principio del párrafo anterior NO es la que ha seducido a muchos de esos bachilleres que desean estudiarla ni a muchos de los que la estudiaron. Cierto prestigio social percibido, ciertos prejuicios y creencias sobre la empleabilidad y la remuneración, atraen a unos jóvenes naturalmente ingenuos y sorprendentemente desinformados. Y, como en todas las profesiones, sanitarias o no, las condiciones laborales, el contexto, las ambiciones, la frustración o el descubrimiento de que hay otras cosas pueden aminorar o directamente acabar con cualquier atisbo de vocación.

Repuesta a la pregunta de inicio: NO. El día a día como compañero y usuario de la sanidad, pública y privada, nos hace ver que se puede ejercer sin vocación. ¿Significa eso que se haga mal? Taxativamente NO. Obligación y responsabilidad no son incompatibles con falta de devoción y entusiasmo. Se puede ser un fisioterapeuta muy competente sin sentir ese anhelo de ayuda desinteresada ni una llamada interior hacia la profesión. Otra cosa es si eso es lo que más enriquece, reconforta o colma la vida profesional y, por qué no, la personal. Nosotros, hasta ahora, todavía vemos la Fisioterapia como una presencia que sirve para mucho más que para darnos de comer. ¿Y vos?

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Un comentario

  1. Personalmente creo que la vocación posiblemente esté muy presente a la hora de elegir una profesión, pero luego la realidad, año tras año, puede destruirnos esa vocación en muchos casos. En el mío, informático/programador, desde muy pequeño fue mi pasión y mi vocación, pero el mercado laboral por el que he pasado (principalmente consultoras, empresas «picadoras de carne») se ha ido encargando de destruir cualquier atisbo de pasión y vocación que tuviera, y actualmente, si me saliera algo que no tuviera nada que ver con la informática, creo que no me lo pensaría dos veces antes de dejarla, posiblemente para siempre.

    Si uno consigue mantener la vocación a la hora de desempeñar su trabajo, creo que vivirá mucho más feliz. No es imprescindible para desempeñarlo, pero actúa como vaselina que hace que todo fluya mucho mejor.

    Scherzo

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