¿POR QUÉ HACEMOS CURSOS LOS FISIOTERAPEUTAS?
La respuesta a la pregunta que plantea el título de esta entrada parece, por obvia, innecesaria. Al menos a primera vista. Responda usted con otra pregunta, ¿por qué va a ser? Tal vez si alargamos un poco el título haya matices a la respuesta. ¿Por qué hacemos tantos cursos los fisioterapeutas?
Quizá sea útil, con alguna modestia y rubor, autorreferenciarnos y sugerir la lectura de dos entradas ya viejas pero vigentes. En 2011 y en 2013 hablamos de la formación posgrado y su modalidad en formación a distancia, asíncrona o síncrona. Si aún quiere conocer nuestras propuestas, acertadas o no, puede leer otras entradas etiquetadas como «formación posgrado«.
Asumimos el riesgo de la redundancia pero abundaremos un poco más en este asunto. Y es que en el ámbito de la formación la aún presente pandemia de la Covid-19 ha supuesto un hito, un impulso a maneras de hacer cursos que ya estaban antes presentes. Se ha convertido en natural y habitual hacer cursos por distintas plataformas de internet que facilitan la congregación de docentes y muchos discentes, incluso los congresos y jornadas se han celebrado en línea.
No vamos a repetir las virtudes de la formación no presencial en sus distintas formas. Ni tampoco sus servidumbres e inconvenientes. Pero la pandemia ha propiciado su profusión por doquier. Y hemos visto como hacer un curso ha consistido, para muchos, en conectarse a una clase y atender concienzudamente al ponente, y para otros muchos en establecer la conexión para retirarse a ratos o todo el rato a otros quehaceres. Así, la formación a distancia, real o virtual (también en su acepción de «aparente»), es ahora más fácil. Muchas veces basta con «conectarse», en sesión multitarea a la vez que atendemos otras obligaciones laborales, familiares o sociales.
También presenciamos como en empresas públicas y privadas se financian cursos para completar un cupo de horas o créditos de formación, porque es lo que se espera, para mejora efectiva del servicio o del producto, o de cara a la galería, porque la formación continua se presupone y siempre sirve para presumir en el balance de fin de año.
Luego, acumular horas de formación es necesario para aspirar a entrar en bolsas de trabajo o como criterio para optar a puestos o procesos colectivos de selección, como oposiciones en el sector público, y también en la empresa privada. Entonces los cursos se convierten en una necesidad independiente de la voluntad de adquirir conocimientos y competencias.
Con este panorama, las empresas de formación hacen su agosto con ofertas y paquetes de todo tipo. Así, de una tacada, por un módico precio, podemos acumular en una tarde una o dos decenas de créditos con el aval de una comisión de formación continuada de las profesiones sanitarias. Porque, por si no lo sabe el lector, hay sitios en internet en los que se ofrecen las respuestas a los dificilísimos exámenes.
Total, hacemos y hacemos cursos, a distancia o presenciales. En «algunas» ocasiones no precisamente para formarnos. Y los fisioterapeutas somos campeones. Presumimos y nos quejamos de que estamos hiperformados en cursos, posgrados, másteres o maestrías, para mayor inri en fines de semana. Unas veces nos cuestan un riñón, otras lo paga la empresa o el precio es una ganga; unas veces lo hacemos con ansia de conocimiento, otras por compromiso, otras por obligación; algunas porque nos dan horas para ello y hay que emplearlas, otras porque nos da puntos para una bolsa u oposición. Todas son realidades presentes en muchas profesiones, mucho en las sanitarias.
Ante este tótum revolútum se difumina lo que la formación continua del fisioterapeuta debiera ser. Habría de actualizar conocimientos, destrezas, habilidades y también actitudes; ampliar e innovar incorporando nuevos saberes y experiencias; dirigirse hacia unos objetivos precisos, con una relevancia reconocible en el propio entorno laboral; ser específica en los casos que se requiera hacia los profesionales implicados en el proceso o procedimiento en cuestión, no un “café para todos”. También debería someterse a una evaluación en el caso de financiación externa, sobre todo si es pública, como medida de control que la eficiencia de la formación. Alguien dirá que esa evaluación y lo anterior se hace. Sospechamos que el lector o lectora dirá que sí, en teoría.
En cualquier caso, a pesar del tono de queja y de denuncia que hemos expuesto, creemos que todos tenemos claro que la formación es una necesidad en un campo de saber dinámico, en expansión y con carencias formativas palpables por un Grado en Fisioterapia infraexplotado. Sería aconsejable que el utilitarismo dominante dejara paso, en donde y en quien sea posible, a una formación de calidad, aplicable, adaptada a la realidad y a las necesidades de cada contexto laboral, que promueva cambios y mejoras en la asistencia y redunde en beneficio del paciente, del profesional, de la empresa y del sistema.