Nos creímos ingenua y pretenciosamente diferentes, miembros de un grupo elegido, tocados por una inmunidad superior. Todos caían a nuestro alrededor, una, dos, hasta tres veces. Nos acercábamos al tercer verano de pandemia y hacíamos planes como si no existiera.

Habían pasado 828 días desde que entramos a la unidad de cuidados intensivos (UCI) dedicada, ya entonces,  en exclusiva a pacientes con Covid-19. Pero hace unos días, inopinadamente, nos llegó el contagio. Desde hace meses la relajación colectiva e individual en busca de la normalización ha hecho que muchos bajen la guardia en la medidas de protección contra la propagación del virus. Seguro que eso ha tenido que ver en que los resistentes estén sucumbiendo.

La enfermedad rebrota coincidiendo con este episodio personal. Se habla de la séptima ola en nuestro país. No tiene la magnitud de las anteriores, pero nos suscita alguna reflexión en tanto que profesional sanitario.

Hemos escrito varias veces aquí sobre la pandemia desde aquellos primeros días. Nos postulamos voluntariamente para acudir a la UCI en los aciagos inicios, hemos evolucionado profesionalmente, ha habido preocupaciones, temores recurrentes al contagio. Nada diferente a miles de compañeros del sistema sanitario. Nos emocionamos, nos enorgullecimos, vivimos intensamente momentos de miedos, tristezas, compañerismo, aplausos y satisfacciones. Pero, con el tiempo, con el cansancio o las esperanzas del fin de la pandemia, nuestro interés e implicación personal fueron decayendo,  derivando hacia desgana, desapego, hastío.

Tal vez el lector se pregunte qué tiene que ver eso con este foro, dedicado a la ciencia. En realidad, esta plataforma también es un instrumento de divulgación y difusión de valoraciones, opiniones e impresiones en distintos ámbitos y disciplinas. La situación personal de los autores no es lo importante. Sin embargo, la irrupción de un acontecimiento compartido por millones de conciudadanos, y que nos ha afectado en mayor o menor medida a todos, sí es digna de ser abordada y expuesta desde diferentes enfoques.

Que los profesionales sanitarios se vean invadidos por fatiga, desilusión,  apatía, abatimiento o hasta cierto hartazgo, además de merecer atención por las autoridades, instituciones, sindicatos o estudiosos de la psicología del trabajo, debe preocuparnos a todos. Cuando se trata de algo individual puede ocasionar desasosiego, cierta inseguridad, incluso se puede evitar compartir sensaciones que pudieran generar suspicacias sobre la dedicación y la capacidad.  Sin embargo, espoleados por la enfermedad, en la soledad del aislamiento, pensamos en clave social que la oportunidad que nos brindó esta pertinaz enfermedad para valorar la salud personal y colectiva se ha desechado. Se dijo que saldríamos mejores. Era un deseo, claro.

Nos da la impresión de que como sociedad, en cuanto al sistema sanitario, no lo estamos haciendo bien. Las infraestructuras, las dotaciones materiales son imprescindibles para la asistencia. Y, quizá más, unos profesionales con un mínimo de motivación. Nuestra sensación es la de muchos, salimos tocados, heridos. Lo siento, lo teníamos que  decir, nos empuja el fastidio por no haber resistido al bicho. Pero más la percepción de que no estamos haciendo lo suficiente para mantener un sistema sanitario del que decíamos, quizá ilusos, que era el mejor. Depende de todos, del uso responsable, de la gestión eficiente, del compromiso. Esperemos que el nuestro no haya sido muy perjudicado por el virus.

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