El efecto de inercia y el empleo

Después de la huelga del 29-S hemos escuchado críticas contra la reforma laboral hechas, supuestamente, con perspectiva. En concreto, se ha argumentado que, vista la evolución del empleo durante el último mes, la reforma está consiguiendo lo contrario de lo que se proponía. En esta entrada voy a explicar por qué este argumento se basa en una falacia.

Supuestamente se argumenta de forma sólida, a partir de hechos y de datos. Es verdad que la mayor parte de los contratos celebrados fueron temporales. Es verdad que se destruyeron más de 40.000 empleos. Y es verdad que la reforma laboral tenía como objetivos principales frenar la temporalidad y reducir el paro.

Sin embargo, me atrevería a decir que la forma misma del argumento lo invalida. Quiero decir que su estructura lógica y explicativa está viciada, y lo estaría en cualquier caso.

Esto es muy diferente a decir que la conclusión es falsa. De hecho, perfectamente podría la conclusión ser verdadera, pero lo sería «por casualidad», y no por rigor científico; del mismo modo, la reforma perfectamente podría no valer un pimiento. Pero esto no quiere decir que la crítica dé en el clavo.

¿Por qué digo que el argumento es inválido? Porque no tiene en cuenta las condiciones del sistema donde están ocurriendo los cambios. Cuando se dice que la reforma laboral está produciendo los efectos contrarios a los previstos se está suponiendo que el mercado laboral es un mecanismo sencillísimo donde cada estímulo obtiene una respuesta inmediata. Evidentemente, esto es falso.

En sistemas complejos y abiertos, como una economía de libre mercado o el clima terráqueo, existe lo que se ha dado en llamar un «efecto de inercia». Podéis consultar este artículo para conocer los detalles sobre el efecto de inercia en el el cambio climático.

En el caso de la atmósfera terrestre, básicamente ocurre lo siguiente: no conoceremos el efecto de la cantidad de CO2 que hay en este momento en la atmósfera hasta que se haya integrado en los ciclos climáticos plenamente. Para ello hacen falta unas cuantas décadas.

La cuestión de la inercia es aún más grave cuando se quiere poner remedio a un proceso que está en marcha (y que, por tanto, tiene un momento de inercia bastante elevado). Esto está claro: si dejáramos de producir CO2 hoy, el efecto invernadero seguiría aumentando durante cerca de medio siglo. Disminuir el efecto invernadero es, por lo tanto, una tarea imposible. Lo único que se puede hacer es aliviarlo, paliarlo.

Pasemos ahora a la reforma laboral.  Para que una reforma legislativa afecte al mercado de trabajo en el transcurso de dos meses tendría que tener un importe dramático, tajante y bastante brutal. Sin embargo, es una reforma bastante moderada, que no cambia las reglas del juego, sino el volumen de ciertas condiciones (los abonos por despido, que tanto han dado que hablar, son la modificación más aparente). Si hubiera sido una reforma radical seguramente se hubiera eliminado la validez de la ley anterior.

Así pues, hay dos preguntas: ¿Cuándo tendría que haberse reformado el mercado de trabajo para que los efectos se notaran ahora? ¿Y cuándo se apreciarán los efectos de la actual reforma?

Yo tengo una opinión bastante formada en respuesta a la primera pregunta. Una reforma para reducir la temporalidad tendría que haberse aprobado cuando se estabilizó un paro muy reducido COMO MUY TARDE. Es decir, entre 2000 y 2005 nuestra clase política ya estaba cometiendo una enorme negligencia al no abordar el problema. Los sindicatos lo avisaban entonces, y tenían razón: el ciclo no iba a durar para siempre.

No tengo respuesta a la segunda pregunta, porque la reforma llega tan tarde que es posible que, sencillamente, no tenga efectos perceptibles.

Por Jaime Capitel

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