Valoración económica de flujos biofísicos de servicios de ecosistemas hídricos – ¿cuál es la contribución de ese capital natural al bienestar?

Hace no demasiado tiempo se consideraba que la valoración de los servicios que prestan los ecosistemas era motivo de anatema. Quienes reprochaban el intento de ofrecer una estimación monetaria de las variaciones (positivas o negativas) en el bienestar de la sociedad como resultado de alteraciones en esos sistemas naturales y sus servicios, empleaban a menudo argumentos tan irracionales como los de aquellos que defendían la valoración de modo más o menos irreflexivo, como si todo fuese susceptible (y deseable) de ser valorado.

[Gonzalo Delacámara, Marta Rodríguez y Estefanía Ibáñez. IMDEA Agua]

 ¿Valorar o no valorar?

Parece un dilema hamletiano pero, en realidad, pese al atractivo aparente de esa disyuntiva, esa no es la cuestión. Incluso cuando pudiera pensarse que la valoración económica de flujos biofísicos de los servicios de los ecosistemas es una opción (una elección), lo cierto es que, en ausencia de ella – es decir, sin que la misma sea explícita, los individuos y la sociedad que conforman en conjunto, toman decisiones continuamente, éstas afectan al estado de los ecosistemas y, en ellas, la valoración de los servicios y funciones de los mismos permanece en muchas ocasiones implícita, oculta.

La aproximación del análisis económico a la valoración de estos servicios responde, por un lado, a una decisión consciente: dado que se valora, mejor conocer qué valores entran en juego en los procesos individuales o colectivos de toma de decisiones que afectan a los ecosistemas. En segundo lugar, en realidad, nace de una constatación: los servicios de los ecosistemas están vinculados de manera directa o indirecta al bienestar individual o colectivo. La valoración económica, por lo tanto, pretende medir variaciones en el bienestar social como resultado de modificaciones en el estado con que la Biosfera (o un ecosistema concreto), presta esos servicios.

¿Por qué valorar?

Se valora, fundamentalmente, porque es necesario elegir. Si no fuese imprescindible decidir entre conservar o no un humedal, por ejemplo, porque el mismo no estuviese en peligro, la valoración carecería de sentido o perdería buena parte del que tiene. La estimación del valor económico de los servicios de los ecosistemas cobra sentido e importancia, además, porque los recursos empleados (no necesariamente monetarios) en sostener o ampliar unas determinadas funciones de la Biosfera, tienen un coste de oportunidad en la medida en que podrían haberse empleado en otras cuestiones también determinantes para el bienestar humano, como pueden ser las mejoras en sanidad, investigación y desarrollo o infraestructuras, con las que compiten en la asignación de tales recursos económicos, mucho más en un contexto de restricción del crédito y profundos procesos de consolidación fiscal.

Existen, sin embargo, reticencias a la aplicación de los métodos de valoración económica como forma de estimar, tomando como numerario de referencia el bienestar expresado en unidades monetarias, la importancia de los cambios en la calidad y cantidad de las funciones prestadas por los ecosistemas. Algunas de estas críticas proceden de ámbitos ajenos al análisis económico, como sería el caso del comentario de McCauley (2006) en la revista Nature, para quien, independientemente del uso que puedan tener los servicios de los ecosistemas, la naturaleza tiene en sí misma un valor intrínseco que es primordial. Otros autores prefieren buscar el valor en la medida de elementos o recursos como la energía, tal como sucede con la denominada “teoría energética del valor”, que toma la energía solar como unidad de referencia (Farber et al., 2002). Otras posturas igualmente contrarias a la valoración por medidas de bienestar individual argumentan, basándose en los principios microeconómicos de la valoración, que la noción de satisfacción de preferencias individuales, sobre la que se basa la economía del bienestar y otras disciplinas derivadas, debe ser revisada por la incapacidad de la teoría económica para trazar con precisión la relación entre preferencias y elecciones y, por tanto, para describir el comportamiento de los individuos (Sagoff, 2003; 2005).

Sin perder de vista estas observaciones críticas, existe un cierto consenso en torno a la idea de que disponer de información sobre el valor económico de los servicios de los ecosistemas puede ayudar a frenar en alguna medida los procesos de destrucción de capital natural, y ser aplicada en la gestión de recursos. Eso probablemente explica la repercusión del ampliamente difundido y comentado artículo de Costanza et al. (1997), un trabajo de referencia en el campo de la valoración económica de servicios de ecosistemas pero, en ningún caso, ya la referencia más importante. El artículo intentaba estimar la contribución al bienestar del capital natural por medio de una matriz de 17 servicios de los ecosistemas que, potencialmente, podrían estar siendo producidos por 16 biomas diferentes. El valor unitario de aquellos servicios para los que existía información se obtuvo por medio de un meta-análisis que recogía una extensa revisión bibliográfica y algunos cálculos propios, de manera que el valor agregado de la Biosfera, en el momento de realización del estudio, estaba comprendido en un rango de entre 16 y 54 (con una media de 33) billones (1012) de dólares de 1994 al año (cifra contrastada con la de 18 billones de dólares del Producto Nacional Bruto mundial entonces), si bien los propios autores advierten que su objetivo, además de ofrecer una aproximación de primer orden a esa magnitud era “plantear un marco de análisis para investigaciones futuras, señalar vacíos de información y estimular el debate y la investigación” (Costanza et al. 1997, p. 253).

Fuente. Costanza et al. (1997)

La valoración de servicios de ecosistemas hídricos

Pese a la atención reciente que ha recibido la valoración económica de los servicios de los ecosistemas, desde la publicación de ese trabajo, se han desarrollado hasta el momento pocos análisis a escala regional o local, de modo que los servicios de ecosistemas han tenido un efecto limitado en el diseño de la política de agua (en el marco de la ejecución de la Directiva Marco del Agua), y en la toma de decisiones.

Hay una serie de retos conceptuales y aplicados que dificultan la integración de los flujos biofísicos de servicios de ecosistemas y su valor en las políticas de agua. Un desafío generalizado tiene que ver con la comprensión limitada de los fundamentos ecológicos de esos servicios de ecosistemas y su cohesión espacial, así como del papel de la biodiversidad como propiedad macroscópica de los ecosistemas, que es tanto un servicio final en sí (sujeto a valoración) desde una perspectiva de conservación y que, por otro lado, contribuye a sostener la capacidad de los ecosistemas hídricos para proporcionar una amplia gama de servicios y funciones.

Más allá de las dificultades propias de la valoración económica o las asimetrías entre escalas espaciales relevantes para la provisión de estos servicios, otro desafío está asociado a las relaciones complejas entre diferentes servicios de ecosistemas (ej. la fijación de carbono, siquiera modesta, en histosoles; la depuración natural de corrientes residuales siempre que la masa de agua de referencia tenga cierta capacidad de asimilación natural no gravemente alterada; la provisión de agua dulce para diferentes usos; los servicios recreativos asociados a estos ecosistemas; la provisión de hábitat para especies de flora y fauna; etc.).

Por otro lado, el estado de las masas de agua se estima sobre la base de estructuras (incluyendo la estructura de la comunidad biológica), mientras que la estructura de los sistemas acuáticos en realidad no informa de modo claro sobre su capacidad para proporcionar servicios de ecosistemas o sobre las amenazas que estos sufren. Eso determina la necesidad de que el análisis económico también tenga presentes procesos y funciones ecológicas percibidas a nivel de llanuras aluviales o sistemas de captación, incorporando de ese modo las interacciones entre ecosistemas acuáticos y terrestres.

La valoración económica de estos servicios y funciones ecológicas constituye en sí una línea de investigación estimulante y que, en última instancia, permite disponer de una idea precisa del peso que estos servicios de los ecosistemas hídricos tienen en términos de su contribución al bienestar económico y social.

A fin de cuentas: ¿una vaca es capital o renta? Si es una vaca lechera, será capital (por su capacidad para generar flujos de renta, por la venta de la leche), hasta que se decida sacrificarla. En ese momento, su carne generará renta, pero el capital habrá desaparecido. La gestión de los ecosistemas hídricos guarda cierta analogía con este ejemplo trivial: si no se protege el stock de capital, su capacidad para seguir contribuyendo al bienestar, puede que se generen hoy flujos de renta pero, ¿y mañana?.

Referencias

 –      Costanza, R., D’Arge, R., De Groot, R., Farber, S., Grasso, M., Hannon, B., Limburg, K., Naeem, S., O’Neill, R.V., Paruelo, J., Raskin, R.G., Sutton, P., Van Den Belt, M., 1997. The value of the world’s ecosystem services and natural capital. Nature 387(6630): 253–260.

–     Farber, S. C., Costanza, R. R., Wilson, M. A. 2002. Economic and ecological concepts for valuing ecosystem services. Ecological Economics 41(3): 375–392.

–      McCauley, D.J., 2006. Selling out on nature. Nature 443(7107): 27–28.

–      Sagoff, M., 2003. On the relation between preference and choice. Journal of Socio-Economics 31(6): 587–598.

–      Sagoff, M., 2005. An aggregate measure of what? A reply to Zerbe, Bauman, and Finkle. Ecological Economics 60(1): 9–13.

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