España y los rankings universitarios: un problema de tamaño

El último ranking del Times Higher Education Magazine ha cambiado sus criterios de medida y se ha separado de QS, que pasa de socio a competidor principal. Así, los rankings mundiales reconocidos, que incluyen también al de Shanghai, pasan de dos a tres. Todos ellos arrojan resultados distintos. El seguimiento de la evolución de las universidades a partir de los resultados de los rankings depende hasta tal punto de márgenes de error y de ponderaciones  sobre las variables que se toman en consideración. Este seguimiento es algo tan abstracto que, en el mejor de los casos,  no significa nada.

En un artículo publicado esta mañana de 21 de septiembre en The Guardian se cuestiona el valor de estos ránkings. El título (los ránkings universitarios no tienen sentido) le saca punta a la convicción más seria: se trata de una herramienta que se ha extralimitado y a la que se concede demasiada importancia. Precisamente porque ordena en una escala única a instituciones muy variadas, negando su diversidad. El artículo cuestiona la noción misma de universidad perfecta, empezando por su tamaño y siguiendo con los métodos, los contenidos y las fórmulas de financiación.

Es cierto que hay ciertos elementos constantes a los que se puede hacer caso: Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en educación universitaria e investigación, le sigue el Reino Unido como el actor europeo más serio, y varios países asiáticos (Corea del Sur y China, fundamentalmente) suben como la espuma. Francia es el primer país latino, y España el segundo, rotundamente por encima de Italia y Portugal. Se me ocurre, por cierto, un divertido paralelismo con la industria cinematográfica de cada uno de estos países que aguanta, por lo menos a primera vista, bastante bien. Pero no es este el lugar donde desarrollarlo.

Volviendo al problema de la tipología de las universidades, parece bastante claro que el problema español tiene que ver con las poblaciones y con el tamaño de las instituciones. No hay en España universidades que se puedan considerar de élite, ni públicas, ni mucho menos privadas. De hecho, en ningún ranking de los arriba citados figuran universidades españolas privadas, NO HAY excepción a la regla.

Al contrario, las universidades españolas son por regla generalistas. Ofrecen docenas y docenas de titulaciones para permitir que la afluencia de alumnado sea la máxima. Es esa la expresión de su gloria institucional, que sanciona la titulitis de los jóvenes. Un departamento boyante suele ser aquel que, debido al enorme número de matriculados, se ve obligado a aumentar el cuerpo docente (o a no disminuirlo). Poco más.

En esta situación general es normal que el perfil mensurable de nuestras universidades sea del montón. Según el nuevo índice THE, España ocupa el puesto 19 en calidad de las instituciones de educación superior (inmediatamente por debajo de Bélgica y por encima de Turquía).  Sin embargo, estos perfiles generales dicen verdaderamente poco sobre la excelencia que sí existe en nuestras universidades, y nos describe un monstruo administrativo incapaz de escapar de su propia anatomía.

Por suerte, estos índices suelen entrar en un mayor nivel de detalle. Sirvan como ejemplo los siguientes datos, que corresponden al ranking de Shanghai (hay que registrarse para verlos, pero yo ya lo he hecho por vosotros):

Se encuentran entre las primeras cien universidades del mundo en el terreno de la Química:

  • La Universidad Politécnica de Valencia
  • La Universidad de Zaragoza (51-75)
  • La Universidad de Barcelona (2009)
  • La Universidad Pompeu Fabra (2009)

La Universidad de Barcelona también está entre las 100 primeras en el ámbito de la Medicina y la Farmacia. Se encuentra entre las 76 primeras en Matemáticas la Universidad Autónoma de Madrid; Y en Física, está entre las 100 primeras la Universidad de Valencia.

Todas estas universidades están por debajo de las 200 primeras en el ránking general. Pero esto es normal.

Hay que tener en muy en cuenta un par de cosas más. En primer lugar, que estas mediciones suelen tener en cuenta el impacto científico por encima de la formación de profesionales, por lo que nuestros médicos no quedan representados por esas escalas.

En segundo lugar, que la investigación no está siempre bien medida. En Arquitectura, por ejemplo, la comisión de evaluación de investigación correspondiente consideró que debía considerarse como actividad investigadora la aparición de obra construida o incluso sólo proyectada en revistas especializadas.

Es decir, que esta casita gallega tan impresionante en Paderne de Courel cuenta como investigación desde el momento mismo en que la publica la revista de arquitectura del COAM. ¿No es, acaso, una investigación aplicada sobre la integración de la vivienda moderna en un entorno silvestre?

Se trata, creo, del equivalente a una cita en una revista de impacto. Pero los rankings esto no lo tienen en cuenta, y para ellos sólo cuenta como investigador el autor que publica un artículo con «formato científico».

En definitiva, no es tan mala la situación como la pintan. La universidad española tiene investigadores brillantes, y una organización general bastante mala. Pero para realizar un diagnóstico adecuado haría falta, entre otras cosas, diseñar un ránking nacional que atendiera a nuestras particularidades.

Por Jaime Capitel

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