El retorno de las fronteras
La suerte de las fronteras en nuestros días resulta ambivalente. Los vientos proteccionistas y la intensidad de los movimientos migratorios parecen volver a reivindicar su función de barrera, pero al tiempo que asistimos a fenómenos de creciente fronterización, de endurecimiento del control fronterizo e incluso de cierre selectivo para el tráfico de personas, ciertas fronteras se están difuminando en el contexto de la última hornada globalizadora. En la época de la globalización, del triunfo de Internet y de las redes sociales, no son pocos quienes las contemplan como reliquias de tiempos pretéritos.Sin embargo, es demasiado pronto para redactar su necrológica. En las últimas décadas se observa un notable resurgimiento del interés por «lo fronterizo», un interés que puede parecer, en principio, que va en contracorriente de los impulsos globalizadores que marcan el espíritu de la época. Es posible que detrás de esta aparente contraposición haya un error de concepto, pues de manera precipitada se supone que la transnacionalización de la economía y las comunicaciones equivale por sí misma a la emergencia de un mundo sin fronteras. La intensificación de los flujos comerciales, financieros y digitales no invalida el papel de las fronteras, incluso en aquellos casos en que se eliminan las trabas o formalidades proteccionistas. En realidad, especialmente a partir del 11-S, ha ido aumentando la importancia del control de las fronteras como una de las grandes funciones privativas de los Estados soberanos.
En la práctica se registran, y de manera simultánea, procesos de desfronterización en el ámbito del comercio, las inversiones y las comunicaciones junto con procesos de refronterización cuando se trata de migración irregular y cuestiones de seguridad nacional. En lo concerniente a estos dos últimos asuntos, la globalización no ha hecho sino acentuar el peso de las fronteras territoriales en la vida de los países.
Las fronteras —donde se condensan las relaciones de poder como en apenas otros lugares— están sometidas a un proceso de cambio no exento de paradojas. En los últimos años están transformándose y reconfigurándose, pero no en un sentido unidireccional: al mismo tiempo que unas fronteras se desvanecen o debilitan, otras emergen o se refuerzan. Además, han ido adquiriendo nuevos contornos, que resultan particularmente perceptibles en tres fenómenos que se han generalizado últimamente: la extraterritorialización del control migratorio, la proliferación de zonas fronterizas y la aparición de las llamadas smart borders.
Más allá de que algunas fronteras se hayan vuelto más porosas y flexibles, mientras que otras se fortifican y se endurece su control, su progresiva selectividad sería la nota común que muy probablemente caracteriza todas estas mutaciones. No sólo se abren más fácilmente para mercancías y capitales que para personas, sino que con las personas se cierran o se abren dependiendo de la nacionalidad, el color de piel o el monto de la cuenta corriente. Las fronteras contemporáneas son lugares en donde cristalizan las desigualdades según la etnia, la clase o el género y se materializan los procesos de segregación a escala global.
Las fronteras ejercen un papel decisivo en el plano socioeconómico: no sólo fragmentan la superficie de la Tierra en territorios políticamente separados, sino que desempeñan funciones estructurales para la producción y reproducción de los graves desequilibrios sociales que el sistema global capitalista comporta y que condicionan de manera significativa las oportunidades vitales de los individuos. Entre otros asuntos, al fijar y correlativamente impedir la movilidad de la fuerza de trabajo, determinan los distintos niveles salariales o el desigual acceso al bienestar material.
Múltiples escenarios y paisajes a lo largo del planeta se han visto modificados radicalmente por la erección de muros y vallas. Estas construcciones se han multiplicado en el siglo XXI y en la actualidad unas 70 fronteras están cerradas completa o parcialmente por un muro o una barrera reforzada. Con independencia de que tales barreras cumplan realmente la misión que se les encomienda, lo que en cualquier caso se ha visto incrementado es el peso asignado a la función discriminatoria de las fronteras, que se convierten en líneas del territorio donde, a través de dispositivos físicos y/o administrativos se ordenan los distintos tipos de flujos.
Las fronteras se han convertido en «máquinas clasificadoras», filtros que utilizan un conjunto tecnológicamente cada vez más sofisticado de instrumentos de control. Esta taxonomía dista mucho de ser una operación neutral, pues no se aplica a todas las personas que cruzan cada día las fronteras internacionales, sino solo a determinados colectivos cuya movilidad se considera un riesgo: los poco cualificados, los socialmente débiles, los amenazados por las guerras, los damnificados por desastres medioambientales o los posibles infectados por una pandemia.
Al margen de la valoración que puedan merecer, las fronteras no son ninguna reliquia del pasado. No han perdido notoriedad, incluso cabe decir que nunca habían disfrutado de una posición más central en la agenda política. Las fronteras son dispositivos tan cruciales que han de objeto de una sopesada reflexión. Se ha de revisar conceptual y normativamente su sentido en el entorno generado por la emergencia de un mundo cada vez más hiperconectado e interdependiente. Entre otros retos inaplazables, el de hacer frente al cambio climático desde principios como el de todos los afectados —y, por ende, en clave democrática y global— también debería conducir a un profundo replanteamiento de la actual división del planeta mediante fronteras.
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NOTA.- Un desarrollo más completo del contenido de este post – con las correspondientes referencias bibliográficas – se encuentra en el artículo titulado “Prolegómenos a una filosofía política de las fronteras” (Daimon, nº 87, 2022, pp. 11-27). Este artículo forma parte a su vez del número monográfico sobre “Fronteras, democracia y justicia global” publicado por dicha revista.