Las fronteras ante la inmigración: ¿inútiles por incontrolables?
El viaje que emprenden los emigrantes africanos hacia las costas europeas, especialmente hacia España e Italia, se parece en lo fundamental al que realizan los latinoamericanos hacia el norte del río Bravo: en ambos casos se intenta salir de las privaciones y penurias en búsqueda de una vida más digna. Aunque con algunas diferencias reseñables, el nivel de riesgo asumido también resulta equiparable. España está a las puertas del continente más pobre y desheredado del planeta. Como el río Bravo, el Mediterráneo marca una zona de fractura en donde se concentran todas las contradicciones entre países ricos y pobres, o, como prefieren decir aquellos que combinan la habilidad semántica y el tacto diplomático, entre el Norte y el Sur.
Las características de este éxodo masivo en el continente americano, concentrado desde hace décadas en la frontera entre México y Estados Unidos, justo también en la línea geopolítica que separa a ricos y pobres, deberían ser estudiadas con mucha atención desde
Aunque con los procesos de globalización la soberanía de los Estados ha perdido intensidad, las fronteras estatales siguen estando dotadas en la práctica de una enorme relevancia jurídico-política, pues con ellas se designan a qué derecho está sometida una población, indican qué personas e instituciones ejercen autoridad sobre un determinado territorio y, en definitiva, definen el cuerpo de ciudadanos que integran la comunidad política.
Si las fronteras delimitan el territorio sobre el que un Estado puede ejercer legítimamente su jurisdicción, su soberanía o suprema potestad, la ciudadanía constituye el mecanismo legal del que se vale Estado para distinguir entre los miembros de su asociación política y los que no pertenecen a ella. Fronteras y ciudadanía desempeña de consuno un cometido constitutivo en relación con el Estado y la comunidad política. No se acaban ahí sus funciones: juegan también una función policial, que se pone de manifiesto en el control de los flujos migratorios, pues las fronteras se erigen como muros reales para intentar contener a quienes desean inmigrar y no poseen los papeles adecuados de ciudadanía que les autorizaría a hacerlo.
Fronteras y ciudadanía se dan de la mano también para poner trabas a la libertad de tránsito y residencia (reconocida, por ejemplo, por el art. 12 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos adoptado en 1966). Reforzadas las fronteras con la justificación de controlar nuevas formas de delincuencia, apenas pueden ocultar su función de barreras frente a quienes huyen de la miseria y de la guerra. Su mantenimiento implica apostar por la persistencia de modelos de exclusión y contención que se han demostrado tan ineficaces como injustos.
APOSTILLA (incluida el 06-10-2006):
El miedo a la “desnaturalización” de un país por el incremento del número de inmigrantes no es más que el pánico ideológico de perder hegemonía y control social, pavor a la pérdida de homogeneidad grupal que nunca, o casi nunca, ha existido. Toda sociedad es el resultado de siglos de relaciones, de presencias y de historia, pero una sociedad es, por encima de todo, el conjunto de las personas que la componen en un momento determinado.