Si se define una determinada imagen de la realidad, esa imagen tiene efectos reales
(Teorema de Thomas)
Cuando se saca a relucir el tema de la inmigración, ya sea en una conversación privada o en un debate público, aparecen una y otra vez los mismos clichés y lugares comunes. Parecen inmunes a cualquier reflexión y da igual que concienzudos trabajos de investigación los desmientan con datos. A pesar de lo arduo de la tarea, resulta crucial combatirlos con información, pues se encuentran en la base (o son manifestación) de actitudes racistas. A continuación se reproduce una interesante reflexión enviada por Antonio Álvarez del Cuvillo (28/10/2006) sobre esta cuestión:
A mí, desde luego, me parece muy bien que los españoles expresemos nuestros miedos, nuestras dudas y nuestras inseguridades respecto a las migraciones. Para combatir el racismo, la primera condición es no demonizarlo, no convertirlo en una etiqueta que siempre colgamos a otros, sino entender que es una actitud humana, en la que caemos todos los seres humanos, y que tenemos que comprender para poder controlar y eliminar si podemos.
Las raíces del racismo están en nuestra obsesión por razonar conforme a etiquetas estereotipadas que imponemos a las personas. Está bastante estudiado cómo las etiquetas suponen “sesgos cognitivos” es decir, condicionan lo que percibimos de nuestro entorno y lo que percibimos de manera generalizada. Yo tampoco quiero ofender a nadie, pero creo que gran parte de los razonamientos y aseveraciones que aparecen en los comentarios de este blog y que exageran la conducta antisocial de los migrantes (por contraposición a una supuesta conducta social de los autóctonos) o que exageran la ayuda social que los migrantes reciben, o que toman la parte por el todo o generalizan sobre agravios particulares, son tributarios de todos estos “sesgos cognitivos” estudiados por la psicología social.
Una de estas descripciones deformadas es la percepción idealizada de la inmigración española. Hubo inmigración española ilegal Y MUCHA y te lo cuentan los propios que la hiceron. Mucha gente también vino con sus contratos de trabajo, pero esto se produjo porque había condiciones estructurales diferentes a las de ahora en las que no me puedo extender. En los países receptores hacían discursos básicamente iguales a los que hacemos nosotros, como cumpliendo implacablemente una ley social, y también acusaban a los españoles de no adaptarse a la lengua (cuántos siquiera aprendieron alemán), a la cultura y a las costumbres, o decían que eran unos guarros por freír tortillas de patatas. Cumplían el rol que les tocaba.
Obviamente, si los extranjeros no vienen hoy con contratos de trabajo no es porque no quieran (¡ya quisieran ellos!) sino porque el sistema de gestión de las migraciones es totalmente ineficaz (y presenta problemas para serlo totalmente aunque se mejorara).
Que los extranjeros van a seguir aquí está claro. Que van a venir más también está claro. Eso traerá cosas buenas y malas y regulares. Es el mundo que nos ha tocado vivir, los “tiempos interesantes” que nos tocan. Ese es nuestro contexto y a eso tendremos que adaptarnos. La adaptación no puede venir de posiciones ingenuas, que creen que no va a haber problemas, pero tampoco de lanzarse a ellos y avivar el fuego de los futuros conflictos étnicos. La adaptación es alejarse de los fatalismos, de los pesimismos y del miedo irracional sin sentido; mantener un optimismo moderado, que nos proporcione esperanza para trabajar. Tener el corazón abierto, pero la cabeza fría para pensar estrategias a nivel grande, pero también a nivel de nuestras pequeñas convivencias caseras, para que unos y otros vivamos lo mejor posible. Tener sentido práctico para definir problemas y buscar soluciones. Es cosa de los políticos, pero también de los internautas y de los que convivimos todos los días con estos problemas.
Yo me apunto a eso y os animo a ello. Si alguien quiere quedarse en el muro de las lamentaciones y quejas en lugar de pensar en cosas concretas y trabajar por ellas con ánimo de solucionar algo, está en su derecho. Pero está condenado a seguir lamentándose toda su vida.