Las fronteras, allí donde los derechos humanos se ponen en entredicho – Una entrevista
Con motivo del Congreso «Biopolítica y Fronteras», celebrado los días 14 y 15 del pasado mes de noviembre en la facultad de Humanidades de la Universidad Castilla-La Mancha, el investigador del CSIC Juan Carlos Velasco ha acudido a la ciudad de Cuenca, en donde intervino con una ponencia titulada “En torno a la reconfiguración de las fronteras territoriales en un mundo globalizado”. En un rincón apartado de la facultad, encontramos un lugar idóneo donde mantener una intensa conversación sobre derechos humanos en zonas fronterizas y, en especial, sobre las diversas y complejas formas que tienen las fronteras de incidir en las vidas de quienes tratan de atravesarlas.
En primer lugar ¿cuáles son las principales preocupaciones de las personas que viven en las distintas zonas fronterizas?
Bueno, eso no es una cuestión fácil de determinar porque depende mucho de cada región. Las regiones fronterizas son muy disímiles a lo largo del planeta. Hay zonas de fronteras donde no vive nadie y zonas densamente pobladas y donde el tránsito es algo normal. Cuando las diferencias en la economía, ingresos, o diferencias sociales son muy fuertes entre un lado y otro de las fronteras, es cuando con mayor frecuencia se suele optar por instalar muros, vallas o elementos de obstrucción al movimiento. En tales condiciones, las relaciones transfronterizas se complican enormemente. Las preocupaciones se atenúan, por el contrario, en sociedades donde hay un tránsito habitual que facilita los vínculos personales y las relaciones laborales resultan muy fluidas. En estos casos, lo que piden los vecinos es que los trámites para pasar sean los más sencillos posibles.
Veamos un par de casos. Entre Polonia y Alemania hay un intenso tránsito diario, por ejemplo, de mujeres que trabajan en el servicio doméstico o de varones ocupados en la construcción desde Polonia a Alemania y van y vienen todos los días en autobuses.
Entre el Sur de Francia y el Norte de España, o entre Portugal y España, también pueden observarse desplazamientos similares. Todos estos casos se dan en el seno de la Unión Europea, donde los escasos controles fronterizos hacen que el tránsito es muy fácil.
Aunque con mayores dificultades, en México también hay un trasiego continuo, por ejemplo, en la frontera de Tijuana. Ahí lo que pide la gente en general es que se relajen controles y que no se les haga perder tanto el tiempo.
¿De qué manera podemos relacionar entonces las fronteras con los derechos humanos?
En el actual panorama geopolítico, una frontera es un sitio delicado, un sitio clave, un sitio conflictivo. El mismo hecho de cómo gestionar las fronteras se convierte en un tema controvertido y divisivo. Aunque no debería ser así. De facto, las fronteras se han convertido en un sitio donde los derechos humanos se ponen gravemente en entredicho. Tales derechos, como se deduce del propio sentido de la palabra, son atribuibles a todos los seres humanos sin diferencias, pero en la práctica no es así. A ello no es ajeno la creciente securitización de las fronteras, entendida como la tendencia a ver la realidad desde el prisma de la seguridad, una perspectiva que se impone sobre cualquier otra consideración.
Cuando uno pretende pasar una frontera poco vale la condición de ser humano. Lo primero que te piden es que muestres tu nacionalidad y que enseñes un pasaporte. No vale igual un pasaporte que otro y te ponen barreras dependiendo del documento que portes. Todo ese tipo de cosas no son sino cortapisas, actuaciones que atentan en no pocas ocasiones contra los derechos humanos, pues no es sino dar un trato discriminatorio a las personas. En la frontera se selecciona y excluye; las fronteras funcionan como máquinas discriminatorias.
En definitiva, la globalización no ha hecho que haya menos fronteras, sino que se vuelvan mucho más selectivas y que, en consecuencia, los derechos humanos estén en juego.
¿Y cómo se podría mejorar la situación en las zonas fronterizas?
Pues tendría que haber, por lo menos, acuerdos entre los Estados para facilitar el tránsito, acuerdos de vecindad. En algunos sitios se establece y se ofrece unos papeles especiales para los vecinos inmediatos de las zonas fronterizas.
Eso en el ámbito europeo funciona. En América Latina funcionaba bastante bien hasta mediados del siglo pasado. Pero en las últimas décadas se han endurecido los controles fronterizos en todos los sentidos, menos en Europa hacia dentro. Desde la Unión Europea hacia afuera se ha construido lo que se llama la Fortaleza Europa. Algo que es mucho más que simbólico, para muchas personas es un auténtico horror. Se han endurecido los controles, la vigilancia y es muy difícil entrar en Europa desde fuera. Se han liberalizado los movimientos dentro, pero el continente se ha blindado frente a los desplazamientos provenientes del exterior.
En la ponencia que presentó en el Congreso, titulada “En torno a la reconfiguración de las fronteras territoriales en un mundo globalizado”, dijo, cito textualmente, “Las fronteras cambiantes pueden afectar a la población de manera inesperada y perversa”. ¿A qué hacía referencia concretamente esta afirmación?
A lo largo de la historia ha habido, sobre todo en Europa, distintos cambios de fronteras que han hecho que vecinos de un lugar, sin llegar a desplazarse un metro, hayan pertenecido a distintos estados. Cambiar de estado y de nacionalidad no es una cosa simple. Es perverso que uno haya nacido en un pueblo, por ejemplo, que hoy es Ucrania, y que a lo largo de una vida haya pasado a ser sucesivamente parte del Imperio Austro Húngaro, Checoslovaquia y Hungría, con el correspondiente cambio de nacionalidad que figura en el pasaporte. Además de que el trato que reciben esas personas es distinto, su identidad se ve enteramente alterada.
¿Y qué haría falta para que se creara un mundo en el que las fronteras dejaran de tener utilidad y sentido?
El sistema mundial está establecido como un sistema de Estados. Las fronteras dejarían de tener sentido si el mundo no se organizara así, es decir, si desaparecieran los Estados. Pienso que no se dan las condiciones para pensar en esa opción. Hay razones para pensar que las fronteras dejen de existir, pero sí hay razones para pensarlas de otra manera.
No tienen siempre que concebirse las fronteras como barreras, como obstáculos al movimiento de las personas. Al igual que se han suprimido en gran medida las fronteras para el movimiento de capitales a través del ciberespacio, de las transacciones digitales, también se puede cambiar esa función de control para que personas crucen de un país a otro físicamente sin mayores trámites.
Pero lo que no creo que pueda cambiar es la función jurisdiccional de las fronteras. Es decir, señalar el ámbito de validez de un ordenamiento jurídico. Si cometes un delito, se aplicarán las leyes penales de ese país y los impuestos los tendrás que pagar ahí. La frontera señala la jurisdicción de cada Estado. Esa es una función esencial que va unida a la pervivencia de la noción de Estado.
Es preciso pensar las fronteras de otro modo y sólo es posible desagregando las distintas funciones que actualmente desempeñan las fronteras, manteniendo unas y prescindiendo de otras. Algunas tienen que permanecer, pero otras no tienen por qué. Pero la distinción entre un Estado y otro, y eso se marca por fronteras, es una función que no es prescindible, a no ser que pensemos que se conforme un Estado mundial, pero eso podría dar lugar a una forma global de tiranía sin contrapesos externos. Más que imaginar un Estado mundial, es preciso pensar en formas de cooperación internacional cada vez más estrechas y solidarias.
En la sociedad y en los medios de comunicación hay conflictos que se tienen más presentes que otros. ¿Qué estrategia habría que seguir para que los ciudadanos protesten y se movilicen por estos igual que lo hacen, por ejemplo, por Palestina o por Ucrania?
No nos movilizamos igual por todas las causas, por muy buenas que sean, entre otras motivos, porque no tenemos la suficiente empatía como para ponernos en el lugar de todos los que sufren y padecen calamidades. Creo que es normal que los seres humanos, sientan afecto más fuerte por el entorno familiar, por el pueblo donde vive y que le afecte más esas cosas; pero tendríamos que aprender. Tendríamos que transmitir también, desde los medios de comunicación, las noticias de otra manera. Los medios de comunicación conforman no sólo la opinión, sino también la sensibilidad.
Se está echando en falta que esa misma empatía que espontáneamente brotó ante los ucranianos también se muestre ante otros colectivos. Fue realmente extraordinario que, sobre todo al inicio de la guerra, cuando se desplazaron entre ocho y diez millones de ucranianos – especialmente mujeres y niños – hacia Europa Occidental, fueran acogidos de manera realmente solidaria. Aquí, en España, se acogieron a más de 150.000 personas como refugiados.
Y, sin embargo, en esa misma zona europea, unos meses antes, en noviembre de 2021, se registró una crisis migratoria muy fuerte en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. A las puertas de Europa, se pusieron barreras, y se echó atrás en pleno invierno a gente proveniente de Irak y de Siria, expoliados por la violencia bélica. Apenas se registraron movilizaciones de solidaridad. Además de la obvia proximidad geográfica, para justificar ahora el trato desigual en favor de los ucranianos, se adujeron motivos culturales: que éstos son europeos, blancos y cristianos, mientras que los otros son musulmanes, árabes o tienen otro color de piel. Eso es completamente inaceptable, todos somos parte de la misma humanidad.
¿Cree que es utópico establecer como meta una concienciación y una movilización global sobre todos los conflictos por igual?
En primer lugar, no todos los conflictos son iguales, empezando por el nivel de barbarie e inhumanidad. Cada uno tiene además sus propias causas endógenas. Pocos son los conflictos realmente inevitables, aunque en algunos caben identificar causas que justificarían el recurso a la violencia, por ejemplo, en las luchas contra la colonización, o los causados por los efectos del postcolonialismo o las luchas sociales bien para conquistar o bien para garantizar derechos en riesgo. Estos casos difieren de las invasiones externas motivadas por la rapiña. Si cabe distinguir entre conflictos, también habría motivos para no solidarizarse de igual manera en todos los casos.
Ya para terminar ¿qué obra recomendaría a alguien que quisiera comenzar a saber acerca de las fronteras?
Pues recomendaría un libro de Wendy Brown que se llama Estados amurallados, soberanía en declive. Otro que también me gusta es Frontera y ley. Migración global, capitalismo y el auge del nacionalismo racista, de Harsha Walia.
En español, en realidad no hay tantas cosas sobre fronteras desde una perspectiva filosófica; hay más sobre migraciones. Entre los estudios traducidos mencionaría Extranjeros y residentes. Una filosofía de la migración, de la filósofa italiana Donatella Di Cesare. Recomiendo también al filósofo y sociólogo alemán, Jürgen Habermas y su libro recientemente editado en castellano Refugiados, migrantes e integración.
Por último, me atrevo también a recomendar un libro mío. Se llama El azar de las fronteras (México: FCE). En el trato de una manera sistemática los efectos que las fronteras tienen sobre los movimientos migratorios y de las políticas migratorias.
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Una primera versión de esta entrevista realizada por Paz García Blanes se publicó en la plataforma digital «La Circular». La versión actual introduce matices nuevos, cambios en la redacción y enlaces a diversas páginas web.