¿Qué debe hacer la Unión Europea ante la crisis de los refugiados?

Por Cristina Santamarina

Es ésta, sin duda, una pregunta muy compleja porque implica el inevitable cruce de “miradas” cargadas de sospechas y reticencias entre dos instancias de carácter muy diferentes: una institución política de carácter supraestatal bajo la que late una amplia, diversa y compleja realidad de Estados en conflicto latente (la UE) y un movimiento de desplazados humanos de gran heterogeneidad en su composición, sus intereses, sus expectativas, y sobre todo, en algo que ninguno de los miles y miles que lo forman, conoce: su futuro.

A diferencia de los migrantes, de los exiliados, el concepto de refugiado que es el urgente denominador actual es un concepto flotante que ni siquiera construye identidad estratégica positiva. Y ese es hoy, el llamado problema de la migración en la UE. No se trata solo de movimientos en pro de una vida mejor, sino sobre todo, de una vida; no están pretendiendo estar mejor, simplemente seguir estando; no aspiran en lo inmediato a mejorar la vida de sus hijos, sino garantizar que respiren, coman, tengan salud y puedan ser educados. No es tanto lo que les atrae de Europa, como lo que los echa de sus lugares de pertenencia.

Ahora bien, este conflictivo encuentro implica para la UE reconocer/se en el umbral de las responsabilidades políticas que implica su propia pretensión de representar a uno de los continentes que más se enorgullece de su trayectoria institucional: desde la invención de la democracia hasta la ejemplaridad de las experiencias de Estados del Bienestar en diversos territorios nacionales y proyectivamente en el amplio territorio de Europa.

1º) La UE no debe olvidar que tanto su fortaleza institucional como la disponibilidad de riqueza (aunque desigualmente distribuida, claro) le implican una responsabilidad moral ante estos casos flagrantes de emergencia humanitaria.

2º) Debe ejercer la autoridad institucional que se le ha transferido democráticamente para gestionar el reparto de acogida de los refugiados de manera proporcional entre todos los Estados miembros de manera equitativa, para evitar que ningún Estado ostente protagonismo o que otro quede exento, dos situaciones que provocarían graves desgarros en la cohesión interna. La respuesta ante este reto ha de ser verdaderamente comunitaria, cada cual debe aceptar una parte alícuota de refugiados y asumir el desafío de su acogida e inserción.

3º) Debe promover el apoyo económico también en los países extracomunitarios, más cercanos geográfica y hasta culturalmente de muchos de los países de origen de los desplazados, lo que facilitaría tanto la superación de las circunstancias de emergencia inmediata, como la plausibilidad de mecanismos de inserción real o – en el extremo contrario -, de un retorno a los países de pertenencia.

4º) Debe desarrollar una estrategia de sensibilización social ante la situación de emergencia humanitaria que active a todos los agentes implicados en esta realidad: a las sociedades civiles receptoras y el conjunto de sus instituciones sociales, culturales, políticas, religiosas y económicas. Y también a los segmentos desplazados que son no solo muchos en número, sino muy variados y complejos en su composición. No se trata en ningún caso de prefigurar políticas de asimilación, ni repetir el error de los guetos. El desafío es, irrenunciablemente, apostar por la interculturalidad.

5º) Y en ningún caso, la llegada de refugiados puede ser excusa para el restablecimiento de los controles de las fronteras internas, ni para alentar el levantamiento de nuevos muros físicos o virtuales. La libre circulación (no carente de conflictos, es evidente) es un pilar de la construcción europea que no puede ser derogado, ni amenazado so pena de traicionar los mismos principios que inspiran la identidad de Europa.

6) Debe tener una verdadera voluntad de actuación en política exterior que dé cuenta de su papel (hoy muy debilitado) en el panorama internacional. Porque sin agentes con autoridad moral, capaces de ser interlocutores en medio de los problemas que las intolerancias de todo tipo están promoviendo, es posible que la desterritorialización de los conflictos acabe acampando en el viejo continente.

Como siempre que la historia se precipita hacia situaciones límites, lo que se pone en juego no es solo la necesidad de supervivencia del otro, de los otros, sino la de quienes se imaginan en el lugar de no incertidumbre, en el sitio de los salvados, en la idea de que es posible vivir en una comunidad cerrada como forma de garantizar la inmunidad ante el drama de lo insospechado que puede venir. Si la UE no cumple con la responsabilidad institucional a la que está llamada para construir los cimientos de una Europa responsable, no sólo fracasará como proyecto ante los comunitarios, lo hará fundamentalmente ante las sociedades que la han erigido y ante las que perderá cualquier argumento de legitimación.

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