La mutante reputación de las fronteras
En la época de la globalización, del triunfo de Internet y de las redes sociales, las fronteras se presentan como reliquias de tiempos pretéritos que habría que arrojar por el sumidero de la historia. A veces, en cambio, emergen más inhiestas que nunca sobre la corteza terrestre. Estas dos percepciones conviven simultáneamente, aunque con vigor mutante: a veces sus atributos aparecen como obsoletos y al poco dan muestra de un esplendor inusitado. El espíritu de los tiempos se ha vuelto ambivalente y sopla en direcciones decididamente contrapuestas en lo concerniente a las fronteras territoriales.
Ciertos eventos históricos sirven para enmarcar las mencionadas oscilaciones reputacionales de las que son objeto las fronteras: el estado de opinión que acompañó a la caída del muro de Berlín en 1989 nada tiene que ver con el que espoleó la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 o el referéndum sobre el Brexit en 2016. Estamos siendo testigos entretanto de un «retorno de las fronteras» (Foucher 2016), si es que alguna vez llegaron realmente a irse.
El trepidante avance de la globalización y, en particular, de las tecnologías de la información, la comunicación y el transporte durante las últimas décadas nos ha hecho caer en el espejismo de que el marco espacial es secundario en el desenvolvimiento de la vida social y política. La geografía, sin embargo, no ha perdido relevancia y puede que ahora esté tomándose su venganza. En el panorama geopolítico mundial, los Estados siguen conformando el telón de fondo en el que se desarrolla la trama de la historia humana. En la medida en que vivimos en un escenario de 193 Estados reconocidos internacionalmente, nuestro mundo es un mundo de contenedores territoriales. Aunque no siempre fue así, no hay hoy superficie habitada del globo terráqueo que no forme parte del territorio soberano de algún Estado.
La división territorial del planeta parece incluso haber vuelto a la orden del día con renovado vigor. Desde 1989 se han delimitado casi 30.000 km de nuevas fronteras, especialmente en Europa y en Asia. Muchas de ellas se acordaron de manera más bien pacífica, pero no todas. Recientemente, como en el caso de la invasión rusa de Ucrania, se está intentando redibujarlas utilizando las antiguas herramientas de los enfrentamientos entre países, esto es, mediante agresiones bélicas que contravienen las regulaciones civilizatorias del derecho internacional.
Las fronteras se han tornado en una cuestión crucial para entender el presente, de modo que aún es demasiado pronto para redactar su necrológica. El afianzamiento de los discursos de la seguridad y del interés nacional ha hecho que los procesos de globalización colapsaran o entraran en cortocircuito. Signo de ello es que lo que antaño no eran más que líneas imaginarias trazadas sobre los mapas está ahora visiblemente señalado en no pocos casos por hormigón y alambres de púas. Si al final de la Guerra Fría sólo había quince fronteras amuralladas en todo el mundo, ahora hay al menos setenta. Lejos de considerarse algo anacrónico, inventos arcaicos o interferencias al curso de la historia, los muros fronterizos están experimentando un notable auge: en realidad, nunca se han erigido tantos como en la actualidad (Frye 2019). En medio de lo que parecía ser la plena vorágine de la globalización y en paralelo al crecimiento de la movilidad internacional, hemos visto que nuestras vidas transcurren paradójicamente en tiempos amurallados.
El objetivo de los nuevos muros ya no es mantener separados dos mundos con ideologías enfrentadas, como sucedía por aquel entonces, sino fundamentalmente impedir el desplazamiento pacífico de miles de refugiados o el acceso de personas corrientes que buscan mejorar sus condiciones de vida. Lejos de ser dispositivos inocuos, las consecuencias de los nuevos muros pueden llegar a ser aterradoras por letales. Sólo en la linde entre México y Estados Unidos murieron más de 6.000 migrantes en los 14 años comprendidos entre 1998 y 2012, un número que multiplica por veintidós los fallecidos en el muro de Berlín en sus 28 años de historia, que, como es sabido, constituía todo un sistema de obstáculos dotado de un alto grado de sofisticación tecnológica y en donde regía la orden de disparar a matar sobre todo aquel que pretendiera saltarlo. En el período comprendido entre los años 2000 y 2014 perdieron la vida más de 40.000 personas al intentar acceder a otros países. De esas muertes, más de 22.000 se registraron en el Mediterráneo. El crecimiento de estas trágicas cifras no ha hecho sino acelerarse: en sólo siete años, entre 2015 y 2021, otras 40.000 personas fallecieron o desaparecieron en las distintas rutas migratorias alrededor del mundo (IOM 2021). Los muros y otras barreras a la movilidad se han convertido en dispositivos con un grado de letalidad que rivaliza con la provocada por las guerras o los desastres naturales.
Propio de la condición humana es la capacidad de demarcar física y mentalmente los diferentes ámbitos sociales. Como resultado de su puesta en práctica, nuestro mundo está entrecruzado por divisorias que designan diversas jurisdicciones de autoridad, propiedad y oportunidad. En apenas una generación, ha mutado el fundamento de nuestro alfabeto espacial —los puntos, las líneas, los perímetros trazados por geógrafos y cartógrafos— sin que hayamos tomado conciencia de todas las implicaciones inducidas por esta perturbación no menor.
Mapamundi de Hereford (hacia 1300 d.C.)
Los profundos cambios experimentados por las formas y funciones de los límites territoriales ya han comenzado a remover nuestras vidas, nuestra manera de anclarnos en los territorios, nuestras capacidades de viajar y también, y no en último lugar, la definición de nuestras relaciones políticas. Son ya numerosas las investigaciones recientes que desafían la tradicional percepción de las fronteras como líneas pasivas en un mapa y que, en cambio, las representan como vectores activos en los procesos sociopolíticos más decisivos del presente. Es más, las fronteras inciden no sólo en las vidas de los sujetos particulares, sino también en elementos básicos de la vida en común, tales como los principios de justicia, los hábitos de ciudadanía, la cultura y las prácticas políticas y, sobre todo, en los imaginarios colectivos. Entender la naturaleza cambiante de las lógicas y las prácticas fronterizas, esto es, entender cómo se están reconsiderando y reformulando las fronteras en las prácticas económicas, ambientales, culturales y geopolíticas contemporáneas es condición imprescindible para mejorar nuestras capacidades individuales y colectivas de acción en medio de las múltiples dinámicas que la globalización ha desencadenado.
*****
Este extracto es un adelanto del libro de Juan Carlos Velasco Anatomía de la frontera. Una perspectiva filosófico-política, publicado por la editorial Tecnos, que se pondrá a la venta el próximo 27 de febrero de 2025.