Las fronteras se mueven, pero no siempre para bien
La concepción de la soberanía estatal basada en distinciones binarias rígidas entre el exterior y el interior es la que ha prevalecido hasta finales del siglo XX. Esa noción ha empezado a saltar por los aires con la proliferación de las fronteras «portátiles» o «móviles» (shifting borders), que hacen difícil determinar cuándo una persona está dentro y cuándo está fuera del ámbito de soberanía de un Estado.
Últimamente se observa en muchos casos, y en especial en los países más prósperos del planeta, que las fronteras se han vuelto cambiantes con respecto a la geografía en la que se ubican las lindes reconocidas internacionalmente. Dicho de otro modo, se están creando muros legales «móviles», muros que se encogen y que se expanden, que desaparecen y que reaparecen de forma variable en el espacio y en el tiempo al servicio de regímenes selectivos de migración y movilidad. Estos cambios no significan que las fronteras se relajen, sino que se adaptan para cumplir mejor su cometido: han de ser entendidas, en realidad, como un entramado de prácticas que permiten filtrar, separar los elementos deseables de los indeseados. La semipermeabilidad es unas de las notas características de estos controles, que seleccionan y jerarquizan las personas que cruzan las fronteras.
En un ejercicio de geografía elástica, las fronteras se deslocalizan y ya no se encuentran sólo en el «borde» del territorio, tal como hasta hace poco nos transmitía “la representación cartográfica incorporada en el imaginario nacional”, de manera que ya no se sabe tampoco dónde empiezan y dónde terminan. De algún modo, más que en el terreno, la frontera acaba inscribiéndose “en los cuerpos de los migrantes y llevando aún más lejos la desterritorialización de las fronteras”. La ubicuidad se torna en el rasgo característico de las fronteras actuales.
En un contexto obsesivamente securitario, las rutas migratorias son objeto de vigilancia en todo su recorrido, no sólo en el punto en el que tales rutas cruzan las fronteras. Proliferan nuevos emplazamientos en los que se llevan a cabo los controles. Se lleva a cabo una vigilancia nada pasiva ni estática, sino cada vez más expansiva y dinámica, que ya no tiene lugar exclusivamente en la línea fronteriza, sino también en los espacios previos, en zonas prefronterizas cada vez más dúctiles. Zonas además que resultan cada vez más opacas y alejadas de cualquier tipo de escrutinio público por parte de los ciudadanos.
Es preciso observar, no obstante, que aunque las infraestructuras de control de las fronteras ya no se atienen a su tradicional morfología lineal, persisten lugares fronterizos obstinadamente territoriales. Así, al tiempo que el control se desplaza de la línea fronteriza se incrementa también su fortificación. Alrededor de un 10 % de los 260.000 kilómetros de fronteras que atraviesan actualmente la superficie del globo terrestre están fortificados con muros u otras soluciones arquitectónicas erigidas con voluntad obstructiva, una tendencia que va en aumento. Aunque siguen representando una pequeña proporción, los muros se han convertido para muchos en el arquetipo de las fronteras.
Lo novedoso, con todo, estriba en que los dispositivos de vigilancia fronteriza no se mantienen anclados necesariamente al territorio. Las fronteras adquirieren nuevos contornos, que resultan particularmente perceptibles en tres fenómenos que se han ido generalizando en las últimas décadas: la extraterritorialización del control migratorio, la proliferación de zonas fronterizas difusas y la aplicación sistemática de nuevas tecnologías para el control migratorio. Mediante estas técnicas queda sobrepasado el ámbito jurisdiccional de cada Estado y se generan espacios complejos en los que resultan difíciles de reconocer las coordenadas del viejo modelo westfaliano. En la medida en que con la globalización las relaciones sociales y económicas se han ido desterritorializando, las fronteras se vuelven aún más complejas y ya no se dejan encasillar en la noción tradicional de dispositivo homogéneo y fijo.
Los países de destino más poderosos emplean la noción de migración en tránsito —en referencia a la situación de las personas migrantes que se hallan en ruta hacia su meta— para tratar de responsabilizar precisamente a los países de tránsito de la contención de los flujos migratorios. Un caso paradigmático de ese uso espurio nos lo ofrece la Unión Europea con sus acuerdos con diversos países africanos. El sistema fronterizo de tipo reticular e itinerante que se ha ido imponiendo hace que en la práctica el control territorial de la Unión Europea por su extremo sudoccidental no termine (o no acabe) en las lindes meridionales de España, sino en Marruecos e incluso en Senegal. Este desplazamiento precisa de un tipo de operativos policiales y administrativos que se realizan bajo la cobertura de acuerdos que se asientan con frecuencia sobre flagrantes asimetrías de poder entre las partes, acuerdos que a veces tienen innegables tintes neocoloniales.
Se emplea la táctica del palo y la zanahoria, las presiones y los pagos se suceden. Se premia la cooperación de terceros países, presuntamente «seguros», pero a veces se sobrepasa el límite y se penaliza con sanciones comerciales a los gobiernos que se niegan a vigilar los movimientos migratorios que transitan por su territorio, así como a quienes se niegan a recibir a sus inmigrantes deportados.
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Esta entrada es un extracto del artículo “Fronteras, nacionalidad y privilegios: piezas de un mismo engranaje“, publicado en la revista Bajo Palabra 36: 333–356. El lector podrá encontrar una exposición más extensa y completa de estas ideas en la sección 2.6. del libro Anatomía de la frontera, que la editorial Tecnos publicará en febrero de 2025.