La ciudadanía plural. ¿Adónde mirar hoy? La pregunta del «Tercer Mundo»

Por Ester Massó Guijarro

«Que el mundo habla haciéndolo en muchas lenguas, y que constantemente hay que aprenderlas»

(Kapuscinski, Ebano, 2007: 219)

Parece un hecho incontestable hoy que no existen sociedades «puras» ni, por tanto, sistemas puros de organización social (política, económica). Probablemente nunca hubo sociedades puras, incontaminadas, sin mezclas ni relatos de viajeros avezados que transformaran lentamente las percepciones colectivas de la realidad, y por tanto su construcción; sin embargo, esa impureza hoy ha alcanzado lo que se considera hasta la fecha su cota máxima. El clima peculiar de la globalización convierte toda sociedad en intrínsecamente híbrida; los lenguajes, el relato colectivamente pergeñado en torno a la realidad, las costumbres, los valores y, en todo ello, por supuesto, los modos de vivir esa cosa que llamamos «ciudadanía», no existen en un solo paradigma, en un universo único.

Los desafíos, por tanto, para los analistas y sobre todo para los actores sociales en sí mismos, son tan notables como atractivos.

Los desafíos, por tanto, para los analistas y sobre todo para los actores sociales en sí mismos, son tan notables como atractivos.

Uno de los fenómenos que, sin duda, viene transformado en mayor medida nuestro paisaje social hoy es el de las migraciones transnacionales, y cómo están modificando los contenidos de los mapas económicos e incluso políticos del mundo. La llegada de tantas personas de otros lugares, otras culturas, otras lenguas y otras sensibilidades constituye un aporte de riqueza neto, por supuesto económico pero también, en lo referente a la mencionada hibridación, de mestizaje cultural (acaso la vía más genuina que nos quede para resolver los problemas de incomprensión y distancia interculturales).

Parece, sin embargo, que el advenimiento a nuestras «culturas occidentales» (con toda la heterogeneidad que tal aserción deba contener) de estos colectivos ingentes de personas «otras», de otros «mundos de comprensión», son percibidos con frecuencia como peligro más que como riqueza, como problema más que como solución, como rompimiento de un (dudoso a mi juicio) statu quo previo y como, desde luego, portadores de una carga de transformación no siempre sencilla o comprensible.

Todas las sociedades han evolucionado siempre durante la historia a fuerza de encuentros y desencuentros, dificultades y constantes trocamientos de statu quo que iban sucesiva y sistemáticamente escandalizando al establishment de cada tiempo. Tal vez la única «regla» histórica verdadera sea la de que nada hay constante; es decir, la del cambio. Las cosas cambian, y el corazón de las personas (donde suceden las verdaderas revoluciones, las capaces de realizar aquellas externas), y con ellas las sociedades, los valores.

Es de considerar, pues, históricamente «natural» y propio de la evolución social de los colectivos humanos este encuentro, a veces teñido de desencuentro, que está sucediendo en los países ricos del norte entre los que vienen «de fuera» y sus actores sociales autóctonos, imbuidos en mayor o menor medida de la cultura político-democrática occidental, cultivadora de una cierta noción de ciudadanía y desde un paradigma generalmente asumido de los derechos (y, por supuesto, de los derechos humanos). Los Estados (pluri) nacionales de cierta antigüedad, con democracias parlamentarias (indirectas) de variante antigüedad, y con una indefectiblemente trasformadora experiencia de la Modernidad ilustrada (la revolución francesa, la caída del Antiguo Régimen, el rechazo del derecho de sangre) a sus espaldas.

Finalmente, seamos francos: las «ciudadanías» otras que nos resultan «difíciles» de asumir o encajar, las que nos «dan problemas» o nos hacen sentir incómodos, no son precisamente las de los «inmigrantes vip» (ni siquiera les llamamos inmigrantes), por supuesto no si vienen de Europa –porque, además, si son europeos ya traen ese bagaje tranquilizador y familiar que mencionaba-, pero tampoco si son blancos ricos que vienen de, pongamos, Australia (aunque todo su bagaje democratizador sea el que se concentra en un sombrero de piel de cocodrilo y un látigo con dudosos fines). Los que nos escaman son los que vienen de los países del llamado Tercer Mundo, y la cuestión que subyace es, de nuevo y en última instancia, bendito sea Marx, económica.

«Tercer Mundo» suele considerarse hoy, desde ciertos ámbitos, un término cuestionable, que incluso infravalora los países a los que se asigna, ya que se interpreta en un sentido de grado: terceros, porque hay primeros, y por ende los válidos, y éstos son los ricos.

Nada más traer a colación ese otro sentido de «tercero», más ajustado y genuino en realidad, para reivindicar en un solo movimiento tanto el término en sí «Tercer Mundo» cuanto esas procedencias de ciudadanos y ciudadanas otros que son los que incomodan, y llamar a la necesidad de conocer –y reconocer- su modo de vivencia de lo político (pertenencia a una comunidad política, modo de ser ciudadano, valores involucrados, etc) para alcanzar la posibilidad real de una convivencia desde la paz (la paz positiva, la pro-positiva, la que se construye).

Traer a colación, decía, aquel sentido crítico y reivindicativo original que le otorgó el geógrafo francés Alfred Sauvy cuando lo usó por primera vez en 1955: Tercer Mundo como fue tercero el «Tercer Estado» de la revolución francesa, que clamó y triunfó por su dignidad, tan largamente negada. Ese «Tercer Mundo» que es el «Tercer Estado» que mencionaba el Abate Sieyès cuando preguntaba, en su proverbial texto de 1789 «¿Qué es el Tercer Estado?»: «¿Qué ha sido el Tercer Estado hasta ahora? Nada. ¿Qué queremos que haga? Llegar a ser algo. ¿Qué queremos que sea a partir de ahora? Todo».

Son estas palabras tan proverbiales que están grabadas a fuego en el imaginario crítico occidental. Seamos honestos, pues, con ese tercer mundo-tercer estado que toca a nuestras lujosas puertas, con todo el derecho que otorgan siglos de explotación a sus espaldas, y el hecho simple de pertenecer a la especie homo sapiens sapiens.

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3 comentarios

  1. Lo natural es la sociedad homogéneamente heterogénea, algo favorecido por la migración de los grupos siguiendo a la caza. La historia produjo grupos más homogéneos cuando se iniciaron los asentamientos y debido a la dificultad de las comunicaciones. Pero siempre hubo migraciones que produjeron la adecuada mezcla, que es lo natural. Europa, que hoy se siente "invadidad" por inmigrantes, lo fue siempre por movimientos procedentes del Este y por otros procedentes del Sur. Hemos sido lugar de encuentro.

    A España vinieron los celtas, antes los iberos, luego los fenicios y cartagineses, má tarde los romanos, los suevos los vándalos los alanos los godos, los árabes y los mauritanos. Luego tuvimos nosotros la oportunidad de ir a América, desde tierra de Fuego hasta Alaska; desde Florida hasta California. Los Ausburgo sustituyeron a los reyes aborígenes; luego los Borbones, aunque portugueses, ingleses, holandeses y austríacos se opusieron. Nos invadieron los franceses, y perdimos la guerra al ganar, en 1812, echando a José I para traer al desalmado de Fernanado VII por cuyo regreso se perdió América y la libertad.

    Los americanos que ahora nos visitan son una devolución demorada de la que les hicimos hace cinco siglos ¡que ya era hora de recibir su cortesía!.

    Por tanto, más valdría que dejáramos de reaccionar con sentimientos nacionalistas, todos ellos de corte fascista, y recuperáramos el único sentimiento decente: considerar que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos al margen de donde hayamos nacido, que era el que existía cuando todos éramos emigrantes y no había asentamientos permanentes que produjeron la "apropiación de la tierra".

    Si ahora está naciendo un sentimeinto global de la tierra, los Estados, no digamos las "naciones étnicas", deben de desaparecer y con ellas las fronteras: Pero para ello será necesario que desaparezcan antes las fronteras mentales. Todo nacionalismo es un atentado a las leyes de la naturaleza que exigen que la concentración de distintos elementos en una disolución sea uniforme. Las naciones étnicas, que están empezando a florecer animadas por el mal ejemplo de Kosovo. Las fronteras son como las paredes de los vasos que contienen los líquidos o, en los casos más favorables, las membranas que seleccionan las moléculas que se dejan pasar a su través por su tamaño. Mutatis mutandis, en las fronteras se selecciona a la gente por su raza, por su color, por su cultura. Y así no se consigue la ciudadanía global.

  2. Las fronteras suelen operar también, aparte de como tú expresas (y visión que, desde luego, comparto) como vías, como lugares precisamente de "transpiración" cultural, económica, comercial y toda índole; dicho de otro modo, como posibilidades de intercambio, y en torno a ellas se han establecido esos flujos y traslaciones de todo tipo. Hay estudios, como los de Nugent y Asiwaju para África, que las presentan más como lugares de posibilidad y apertura que de clausura, aunque, claro, la situación de las fronteras en África no es la misma que la de Europa, precisamente, cuando son poblaciones africanas las que tratan de "subir" allí…

    Las fronteras, si lo pensamos bien, y acaso salvo contadísimas excepciones, son siempre -casi siempre-, artificiales, no sólo en África, donde tan proverbial es reconocer que el pastel colonial se repartió con escuadra y cartabón en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. No, no sólo en África… ¿en qué lugar no son artificiales las fronteras? Más que cuestionar su existencia, o mejor dicho la convenciencia de, tal vez sería una estrategia mejor tratar de aumentar su porosidad cada vez más…

  3. Este artículo está realmente muy trabajado. Sigan publicando estas cosas tan interesantes…

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