Participación y ciudadanía: ¿otros modelos, otras ágoras? Experiencias africanas para Occidente

Por Ester Massó Guijarro

Las formas clásicas de participación política en las sociedades complejas occidentales, que han pasado sobre todo por el ejercicio del voto y la militancia en partidos políticos, se han revelado insuficientes en el panorama actual. El adelgazamiento de la ciudadanía es un hecho señalado desde muchos frentes, y muchos autores y actores sociales claman por una ampliación y diversificación del concepto de ciudadanía y su ejercicio a través de prácticas políticas y ciudadanas diferentes. Boaventura de Sousa Santos, desde su propuesta de democracia radical, denuncia que la ciudadanía practicada en occidente es de baja intensidad, desarrollándose a menudo en un entorno que llama de “fascismo social” o, en palabras de Carretón, donde proliferan los “entornos autoritarios”; el fascismo social hace referencia a múltiples relaciones de poder –espacios hobbesianos donde impera la ley del más fuerte-, arbitrarias y autoritarias, entre sujetos teóricamente iguales y prácticamente desiguales, como precisa Aguiló Bonet. Capella habla de los ciudadanos-siervos o súbditos, en un aparente (que acaso no real) oxímoron discursivo.

La situación actual de fascismo social en las supuestas democracias representativas (que podría ser también denominada con terminología de Tucídides: “oligarquía isonómica”, al decir de Aguiló Bonet), habría de dar paso a una descolonización de la ciudadanía e incluso a la práctica de Estados experimentales, según Sousa Santos, en forma de experimentos de demodiversidad. Otros autores como Juan Carlos Velasco se plantean el alcance y las posibilidades de la noción republicana de ciudadanía (en sus múltiples versiones) en un contexto de diversidad cultural. La ciudadanía republicana es per se de alta intensidad.

¿Qué se propone, pues, para ciudadanizar la ciudadanía, empleando de nuevo terminología de Santos? El sociólogo portugués describe seis prácticas o necesidades primordiales, que aquí sólo podemos esbozar:

–         la profundización democrática,

–         la ciudadanización de la ciudadanía,

–         una nueva esfera pública no (sólo) estatal (o novísimo movimiento social),

–         la construcción de la ciudadanía desde abajo,

–         la descolonización de la ciudadanía y

–         la creación de formas de sociabilidad alternativas.

Pues bien, este tipo de propuestas, ¿cómo enlazan, se ligan o relacionan con el llamado fenómeno migratorio? Con él nos llegan, a través de las personas distintas que lo protagonizan, prácticas y experiencias culturales diferentes, también tradiciones y vivencias de lo político por supuesto, que podrían constituir un acervo que enriquecería la comprensión occidental de la participación ciudadana -que, como vemos, está haciendo aguas-. En un ejercicio de comprensión e intercambio cultural, desde una humildad a la que Occidente está poco acostumbrado, podríamos volver la mirada a prácticas de participación ciudadana habituales en muchas sociedades subsaharianas, donde la experiencia del Estado nacional y de la modernidad es tardía, y las formas de legitimidad y organización social se revelan profundamente distintas a las nuestras.

Mi breve experiencia en África austral me permitió conocer prácticas (donde se funde en un peculiar sincretismo la tradición y la globalización) como las del rol de las autoridades tradicionales (o consuetudinarias), que desempeñan una labor clave tanto en jurisprudencia local como en procesos de reconciliación posbélica, por ejemplo, otro campo en el que África tiene grandes lecciones que dar al Tribunal de la Haya (pensemos si no en el papel de la Gacaca en Ruanda). Distintas formas de asociación, de atribución del poder, de gestión de la autoridad, de búsqueda del consenso, de prácticas políticas en una palabra, bien trascendentes de la política de partidos y la democracia representativa, que la migración (subsahariana y otras) traen bajo en brazo y que podrían contribuir a sacar a Occidente de su sueño jacobino de la política, la participación o la ciudadanía.  Un sueño hoy convertido en pesadilla, visto el panorama internacional.

Nota del editor.- De la autora del post [Ester Massó] véase también este artículo:«De la doble legitimidad en África y sus lecciones para la ciudadanía: un estudio de caso y un perfil anfibio«.

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2 comentarios

  1. Tengo el placer de felicitar y agradecer la edición del presente artículo, pues me permite ir contrastando información para el trabajo de investigación de mi maestría.
    Al leer a detalle acerca del rol de las autoridades tradicionales (o consuetudinarias), que desempeñan una labor clave tanto en jurisprudencia local como en procesos de reconciliación posbélica, lo relaciono con la experiencia de las comunidades indígenas de mi pequeño pueblo. Los GUIONEROS personajes designados como guías de la comunidad, se constituyen en jueces de paz y con todas las atribuciones para aconsejar y castigar a los comuneros. Tienen más autoridad moral para corregir que los mismos dirigentes nombrados por procesos electorales. ¿No será esa la mejor forma de construcción de la ciudadanía que nos hace falta?
    Desearía recibir otros criterios y formar una red de discución con expertos.

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