¿“Integrar con”?: la paella valenciana y el mafe senegalés
Según el Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración 2007-2010, aprobado por el gobierno español, lo que se busca en las diferentes comunidades autónomas españolas con respecto a las personas migrantes es la integración “con”, no la integración “de”. Es decir, a buen entendedor, que las personas migrantes y las personas “nacionales” o ciudadanas españolas se co-integren, y no tanto la procura de una integración de las y los migrantes, ya que en ello se podría incurrir de nuevo en un acto de dominación o sumisión cultural más o menos subrepticias, en una anulación de las culturas de origen, etc.
Para lograr la integración “con”, esa formulación tan amable que yo entiendo como una co-integración, una de las estrategias desarrolladas por las comunidades autónomas son los cursos de cultura, civismo y lengua, inspirados en parte en los llamados contratos de integración que vienen desarrollando países como Austria u Holanda (no tanto contratos per se, lo que serían si se pudiera elegir, como imposiciones disfrazadas – vergonzosas cláusulas de adhesión – para poder aspirar al arraigo, siguiendo a Ángeles Solanes).
Así, para certificar su integración, o mejor dicho su esfuerzo de integración, que será medido al finalizar la correspondiente etapa (suele ser dos años), las personas migrantes tendrán que, por ejemplo en la Comunidad Valenciana, saber hablar valenciano y hacer una paella, entre otras cosas.
Me pregunto cuántas de nosotras y nosotros sabemos cocinar un mafe senegalés, hablar quechua o bailar una danza tradicional húngara. Me pregunto…
Más aún, me pregunto cuántos de nosotros y nosotras sabemos cocinar una paella o hablar valenciano, incluso en la Comunidad Valencia (yo soy alicantina de raíces manchegas, hablo tentativamente un valenciano “académico” y la paella no la cocino muy bien, lo poco que sé ha sido viendo precisamente a mi padre o a mi madre cocinar; por cierto, mi padre hace una paella estupenda a la leña pero no habla valenciano… ¿habríamos de considerar su deportación a la Mancha…? Es importante tener en cuenta estos factores, no vaya a ser que nos invadan los manchegos a estas alturas…).
Ahora yo, por cierto, vivo en Madrid. Soy migrante en Madrid. No sé bailar el chotis ni hablo con acento madrileño. Es que ni siquiera sé tocar el organillo. Por no saber, no me oriento excesivamente bien en la maraña urbana madrileña… Creo, sinceramente, que mi esfuerzo de integración es francamente parcial y sospechoso, ya que me gusta más comer en restaurantes africanos de Lavapiés que en los castizos de cocido madrileño.
Basta de hablar de mí y de mi familia. Cuando cualquier persona migra adonde sea (cualquiera que ha viajado lo sabe), por el hecho mismo de viajar ya tiene que realizar ímprobos esfuerzos cotidianos de micro o macro negociaciones culturales que pueden llegar a resultar sumamente agotadoras. Los idiomas, los códigos tácitos o explícitos de comunicación de diversa índole, los espacios, los habitus… todo es distinto, tanto que, cuando encuentras cualquier ligera vecindad con lo tuyo, saltas de alegría aferrándote a ella según un puro “instinto” (con perdón de la filosofía) de supervivencia. (Supervivencia e instintos sociales, si se quiere.)
Simplemente, estar en el lugar ya es adaptarte, integrarte en cierto modo. Solo por su mera cotidianidad aquí, las personas migrantes ya se socializan y endoculturan a diario con tales micro y macro negociaciones consuetudinarias, con esa asunción que implica de la “visión simbólica” del mundo. Por eso cansa tanto. ¿Y cómo se contabilizan los cansancios, las ausencias, los duelos, las lágrimas en ese proceso de integración, en ese esfuerzo de integración? ¿No es ya su mera presencia un deseo tácito, patente, personal de estar aquí, cada cual a su manera y según sus posibilidades y capacidades? Claro que estar, habitar simplemente no siempre implica la integración, mucho menos la co-integración, ya que a menudo es la población nacional la que necesita ver ese esfuerzo tangible de ser más parecido, menos diferente… ¿que al menos se esfuercen con eso, acaso?
La cuestión es que ya se esfuerzan de muchos modos, y habitualmente mucho más de lo que se esfuerza el españolito de a pie. Así que lo de “integrar con” es una falacia, sencillamente. Una genuina co-integración, a mi entender, vendría más de la mano de espacios comunes de comunicación (participación, considerada por José Antonio Zamora una mejora categorial de la integración, y yo lo suscribo) que de la imposición de cursos sobre cultura que, por otro lado, se acercan peligrosamente a una suerte de naturalización u objetivación de las culturas muy sospechosa en lo epistemológico y político.
Porque, seamos francos… ¿cuántos de nosotros y nosotras sabemos cocinar un mafe senegalés? O, puestos, un ajoblanco.