Crisis capitalistas y mujeres altruistas: para (re)pensar las migraciones

Por Ester Massó Guijarro

Según un estudio realizado en la Universidad de las Islas Baleares (coordinado por Lucrecia Burges), en los presentes tiempos de crisis resulta curioso reparar en que las remesas enviadas por mujeres se mantienen más constantes y elevadas que las remitidas por hombres a sus familias en sus lugares de origen. Además, la marcada perspectiva de género de dicha investigación iluminó la cuestión sobre qué tipo de motivaciones y destinaciones auspiciaban las remesas enviadas por uno u otro género (en el caso que nos ocupa, mujeres y hombres). Según el enfoque filosófico-moral empleado por la mencionada investigadora, las remesas “femeninas”, por así decir, estaban impulsadas en una mayor medida por motivaciones de tipo puramente altruista y no tanto por el cumplimiento de obligaciones contractualistas o por un puro interés personal. Dicho de otro modo: las mujeres mandan más dinero a sus países de origen en tiempos de crisis y lo hacen de un modo más altruista que sus contrapartes masculinas.

Vayamos un poco más al fondo. En general, las remesas económicas enviadas por mujeres migrantes norte-sur suelen destinarse, básicamente, a la (re) producción de la vida cotidiana, a paliar la pobreza inmediata, al consumo… en esencia, a cubrir las necesidades diarias y supervivenciales de las personas de su grupo, a lo que hemos venido considerando durante siglos todo lo referente al “hogar”. Esto es, a esa esfera reproductiva, privada y de cuidado, tan ferozmente segregada, sobre todo desde la generalización del capitalismo, de la esfera productiva y pública.

Aquí, sin embargo, con este afortunado ejemplo, contemplamos cómo tales barreras se desdibujan como tinta dudosa mojada por una lluvia de realidad. Las mujeres continúan ejerciendo su rol de cuidadoras pero en la distancia, en un espacio transnacional, de modo que salen abruptamente del supuesto hogar, del supuesto “privado”, ejerciendo una intensa y novísima (¿o no tan novísima?) agencia de poder, a veces incluso a través del trabajo sexual por ejemplo (bien vale recordar las investigaciones al respecto de Carmen Gregorio sobre migrantes dominicanas trabajadoras del sexo en Madrid, y cómo revolucionaban asunciones clásicas sobre la dominación de género, la emancipación, lo público o la libertad de la mujer y el control social).

Así, estas remesas “femeninas” en tiempos de crisis nos permiten desdibujar las fronteras entre esferas productivas y reproductivas, entre lo público y lo privado, o entre los bienes considerados monetarios y de consumo o intangibles e inmateriales, tales como el cuidado diario de las criaturas: lavar a tu bebé, alimentarlo, etc., ¿es un trabajo productivo? ¿Lo es mantenerlo, de alguna manera? ¿Y si lo mantienes a miles de kilómetros de distancia, enviando un objeto –dinero– de intercambio? ¿Qué es y qué no es re-producir, generar riqueza?  ¿Continúa la mujer ejerciendo un rol “tradicional” de cuidadora cuando lo hace a través de la distancia transnacional, cuando envía dinero –un bien monetario, un bien tradicionalmente productivo, masculino, etc.- destinado  principalmente al cuidado de lo inmediato, de lo inaplazable en la vida cotidiana de su prole, por ejemplo?

Una vez más, los hábitats transnacionales por donde transita la migración suponen un privilegiado escenario para repensar los qués y cómos de la vida social, y para desafiar asunciones bien arraigadas en nuestro sistema occidental de pensamiento.

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