Migraciones y diversidad cultural (2): algunos retos

 

La idea de la separación de grupos, núcleo del sombrío panorama que nos pintan ciertos autores declaradamente anti-multiculturalistas, o la algo más elaborada de «sociedades paralelas», carecen del necesario fuste como para tomárselas en serio. Con todo, el sentido dual de la pertenencia que poseen muchos migrantes transnacionales contemporáneos suponen un firme desafío tanto para el nacionalismo como para el multiculturalismo. El multiculturalismo mantiene sin cuestionar la noción de pertenencia primaria, esto es, la idea de que los individuos están vinculados fundamentalmente a una comunidad cultural determinada, a la que prestarían la lealtad básica. Y es ese presupuesto el que se ve cuestionado por el fenómeno del transnacionalismo migratorio. Muchos migrantes viven hoy simultáneamente en dos culturas y en dos sociedades. Mantienen un conjunto de prácticas, relatos, valores y lealtades tanto con su familia y su lugar de origen como con su nuevo país. Expresan identidades compartidas y movilizan representaciones colectivas híbridas.

 

La diversificación cultural e identitaria de las sociedades de inmigración introduce, en cualquier caso, un elemento de ruptura en la concepción heredada de Estado-nación y en los mitos identitarios que lo sustentan. Las redes transfronterizas en donde se insertan muchos migrantes, las identidades múltiples que cultivan o las lealtades transnacionales que mantienen cuestionan la noción de un demos sometido en exclusiva a un Estado, además de contrarrestar la posible eficacia de las políticas asimilacionistas. Pero una cosa es advertir la presencia de nuevos retos y otra bien diferente es conceptualizarlos en términos de disolvente amenaza, tal como con frecuencia se hace desde mentalidades eminentemente conservadoras: “En el mundo contemporáneo, la mayor amenaza a la seguridad societal de las naciones proviene de la inmigración” (Huntington 2004, 215). Esta percepción social de amenaza se nutre de una confusión y de una sospecha. De la confusión consistente en identificar homogeneidad cultural con cohesión social. Y de la sospecha, no siempre confirmada empíricamente, de que los inmigrantes tienden a mantener relaciones más fuertes de lealtad e identificación con sus naciones de origen que con el país en el que residen. El multiculturalismo, al potenciar el mantenimiento de las diferencias culturales, estaría alentando supuestamente ese inquietante fantasma.

Con todo, cabe preguntarse por el resultado de las mencionadas transacciones culturales, esto es, qué sucede cuando entran en contacto diversas culturas ajenas entre sí. El abanico de posibilidades que se abre es amplio: resistencia purista, segregación, aculturación, asimilación forzada, préstamo oportunista, emulación interesada, hibridación, por citar sólo algunas. Si bien no todas las opciones señaladas son igual de aceptables, ante el escenario emergente se abre la posibilidad de asentar sobre nuevas bases la configuración de una sociedad pluricultural y discutir cómo articular la convivencia entre las distintas formas de vida e imágenes del mundo que compiten en su seno.

La presencia masiva y permanente de extranjeros portadores de bagajes culturales dispares dentro de las lindes de un Estado representa un reto para las sociedades liberales, tanto en lo que concierne al respeto integral de los derechos humanos como en lo que respecta al funcionamien­to de las instituciones de la democracia representativa. Sobre estos pilares se articula una arquitectura cuyos elementos esenciales son la preeminencia del individuo, la igualdad ante la ley, el gobierno de la mayoría, el respeto de las minorías y la limitación del poder. Aunque la diversidad cultural de las sociedades contemporáneas no supone en sí misma un peligro para esos valores políticos que fueron concebidos desde (y para) el horizonte de una cierta homogeneidad social, la modificación de esas condiciones iniciales exige que sean revalidados y que su sentido sea adaptado a las nuevas circunstancias.

El pluralismo de voces, creencias y opiniones ya era un postulado básico del modelo demócrata-liberal, mas ese pluralismo era entendido como una diversidad social limitada por un consenso explícito – el texto constitucional – o implícito – las tradiciones culturales compartidas del mundo de la vida –. Ante la emergencia de una realidad mucho más polifónica, y no siempre armónica, el ángulo de la mirada debe ampliarse para permitir que los añejos presupuestos normativos se adapten a la nueva situación social. Entra dentro del juego político normal que en esas circunstancias los distintos grupos busquen renegociar la distribución de poder resultante. El reto, en todo caso, está en aprender a convivir con ese nuevo pluralismo, construir un nuevo marco narrativo donde acomodarlo y realizar los necesarios ajustes políticos y psicológicos. No es pequeña la tarea.

 

[Este post forma parte de un artículo más amplio titulado Migraciones y diversidad cultural, una cuestión de derechos, publicado en Javier Peña Echeverría (ed.): «Inmigración y derechos humanos», Lex Nova, Valladolid, 2012, págs. 61-87]

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Un comentario

  1. Enhorabuena Juan Carlos, una explicación amena y clara de la interpretación de los procesos migratorios de una manera genérica. Por esta característica comparto tus hipótesis y tu posicionamiento, si bien es verdad que hay fenómenos concretos en que, sin posicionarnos desde una óptica anti-multiculturalista, ni categorizar de positiva o negativa una realidad, algunos profesionales hemos llegado a la conclusión de que hay casos en que, aparte de la convivencia y mestizaje inevitables, encontramos circunstancias en que ya sea por la fugacidad o propósito de la estancia, por la renovación de su población, etc.. la relación con el lugar de acogida se realiza a través de vínculos con personas conterráneas y/o en la misma situación (por ejemplo entre los funcionarios que van a Bruselas a trabajar en el Parlamento Europeo) incluso más allá de un primer momento, estableciendo relaciones duraderas. Lógicamente se trata de casos muy puntuales, que generalmente participan en la sociedad de destino a través de esa misma vinculación pero, aunque entiendo que queda lejos de los propósitos divulgativos del presente artículo, creo que es necesario matizar las circunstancias concretas a las que nos referimos cuando queramos profundizar más. Enhorabuena, feliz año y un abrazo

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