De qué hablamos cuando hablamos de refugiados

Por Teresa Beltran Brotons

La fotografía de un niño pequeño muerto en una playa de Turquía, sin llegar a mecerse en la cuna de nuestra civilización me dio la imagen de mis nenas, una morena, la otra rubia, en la misma posición, de su misma edad. Sus cabecitas en el agua, sus pies en la arena: al borde entre la tierra y el mar. NO.

Yo, en el momento que las vi en ese niño, hubiera ido con un cuchillo de rabia a acuchillar a todos los que han planeado esto. Hubiera sido como la madre que hiere y mata al violador de su hija, sin importarle los años de encierro que cayeran encima de su vida, o de la mía.

Los del borde. Planear.

En griego clásico “planao” significa yo ando errante, sin rumbo fijo, de un lado al otro, expuesto a todos los bordes de cualquier sitio, a todos los peligros e incertidumbres. Y por eso me equivoco… Planeta errante.

Mientras que “plan” deriva de planta del pie (mírese por dónde vamos a caminar de aquí para allá también);  más tarde pasó a significar algo liso y llano donde se plasma algo: porque esto, dicho lisa y llanamente, es un plan planeado. De planificar: poner un plano bien alisado sobre la mesa e ir pinchando con algo punzante unos tramos y unas etapas ya previstos. NO.

Sin planear, espontáneamente, han surgido los griegos actuales, que junto a otros europeos “al margen” de cualquier cosa, están allí: A rescatar a una nueva fugitiva, la  Helena de las mil barcazas, de los mil naufragios, con mil rostros, miles de años en su piel… NO.

La palabra “refugiado” implica una acción ya realizada. Alguien que ha huido y ya ha encontrado cobijo. Sugiere también que se ha hallado un refugio. Y, además de la idea de huida, se introduce una sílaba, “re”: acción repetida, hacia atrás o que se volverá a hacer. NO.

Es como torcer y retorcer. Si pudiera les torcería el cuello y después lo volvería a torcer con más y más vueltas -retorcer- a los que han planeado y permitido esto. Sería, pues, más apropiado hablar de refugiantes, los que aspiran al refugio (solicitantes de asilo, se llaman en el lenguaje jurídico), una acción en desarrollo no acabada, implorantes, porque lloran… pues, ¿cuándo o dónde, y sobre todo, cómo acabará esto?

Jordi Colomer hizo pasear por toda Europa una obra suya en 2006. Era un vehículo con  trazos luminosos encima que se veían desde cualquier parte. Solo mostraba dos palabras esenciales:

¿NO? ¡FUTURO!

Diez años después deberíamos cambiar las palabras y los signos y clamar: ¡ NO! ¿FUTURO?

Re, retro, retroceder: ir de nuevo a casa, a una casa como la de antes, a tu calle, a tu barrio, a tu pueblo, a tu lengua.  ¿ Es posible el regreso a la propia casa? La casa: el centro de tu mundo, intimidad, reposo y paz protegidos.

Todo perdido. NO.

¿Huir hacia la distante Europa del norte?

Hay barreras. Previstas con pinchos en el plan planeado. En rojo de dolor, sangre, rabia; de negra  desesperación.

Un joven alemán, estudiante de filosofía, al que conozco bien, reflexionaba así ante su padre:

“Alemania debería acoger a todos los refugiados de todos los países a los que ha vendido armas”.

El padre, del sector bancario, contestaba así:

“No puede ser, no cabrían todos… lógicamente. Imagina que la India y China están en guerra. No podríamos contener a todos los que huyen, es un problema de logística… ¿lo entiendes?…

¡Es lógico!”

El joven alemán está dando clase de lengua a los hombres refugiados que han conseguido llegar antes del cierre de fronteras. Sin alemán no hay trabajo. Lógico. NO.

Y puestos a inventar palabras que no existen hasta ahora, decidámonos.

Las palabras nacen con las necesidades, pero los diccionarios y academias tardan y retardan su aceptación, su inclusión. Es como si las tuvieran a prueba, errando por nuestras bocas, expuestas al oído altivo de las autoridades.

Pero la gente del pueblo siempre lo ha hecho, ha hecho avanzar las lenguas, y, como las organizaciones espontáneas, singulares, anónimas, que surgen y se meten en el centro de la refriega a ayudar como pueden a esos seres errantes, asilantes, implorantes, hombro con hombro, de corazón  a corazón,  cargan bultos, venden pomelos, recogen pañales, regalan zapatos, encuentran a un niño perdido en el denigrante corral al que llaman “campo”, hacen fotos, envían dinero, se juegan sus vacaciones a una ruleta rusa, arriesgan sus propias integridades… vayamos a la búsqueda de expresiones nuevas para este viejo, nuevo, vergonzoso, insultante desastre.

Hay varias opciones:

“Des-”. Como hecho-deshecho.  Amor-desamor. Mente- demente. Alojo-desalojo. Protegido-desprotegido. Armado-desarmado… Refugiado: Entonces ¿desrefugiado?

“In-”. Moral-inmoral. Defendido- indefenso. Legal-ilegal.  Voluntario-involuntario. Seguro-inseguro. Refugiado -¿inrefugiado?

“A-” . Normal- anormal. Con nombre- anónimo. Gota-agotado. Conducido-abducido. Sitio-asedio.

Nada-aniquilar. Refugiado -¿“arrefugiado” ?

Esto es lo que la Norma nos ofrece. Si no nos gusta, no suena bien, hay que inventar.

Porque la lengua inglesa es muy rápida, práctica y colonial: ahora mismo los “brexit” nos ponen en circulación el  “wanderholic” -me imagino-, es decir, los aficionados a andar errantes, los adictos a ser nómadas. Y un nómada es un ser que anda de un sitio a otro por costumbre, necesidad de alimento o por placer, pero que en cierta medida es algo decidido o asumido, algo consciente y aceptado. Una forma de vida. “Nómada” no nos sirve. NO.

Porque estos seres humanos al que otros seres -que yo llamo “máscaras”, NO personas- han puesto obligatoriamente al borde de la muerte, en la misma muerte, no son seres desertores: “Quien va al desierto no es un desertor” (Esquirol, 2015: 9), aunque se hallen en un  vacío espacial, legal, continental, líquido y mortal. Un vacío que otras manos intentan llenar: apoyo, cariño, casa,  consuelo, comida, recursos, compañía.

De campaña NO.

Paseaba yo por la playa  entre la tierra y el mar, a este borde del Mediterráneo tranquilo y vacacional. Un niño pequeño del norte de Europa jugaba con su abuelo en la orilla del agua, muy protegido por la crema solar, las gafas de sol, la gorra con visera por delante y por detrás, el traje de baño hasta las rodillas, con su familia tumbada atrás, reunidos y acogidos. Orondos y satisfechos. Sonrientes, NO refugiantes. Decidientes, NO escapantes. Pagantes, NO suplicantes. Como yo.

¿Dónde pondré el próximo pie? ¿A qué borde del Mediterráneo voy a dar el siguiente paso?

 

Nota del editor (JCV): ¿cabría decir, como hace Paco Gómez Nadal, que «perdida la capacidad moral de imaginar las consecuencias de nuestros actos, aceptemos que el Mediterráneo es el foso medieval que nos protege de nuestra propia indolencia»?

Compartir:

3 comentarios

  1. Muy interesante entrada. Gracias, Teresa.
    Me remito a las palabras. En alemán la palabra Flüchtling (refugiado), la más empleada en los medios de comunicación no parece para nada inocente a tenor del estudio que ha llevado a cabo la linguista Elisabeth Wehling, al que remito en el link de abajo. En primer lugar, Flüchtling resulta peyorativo: el sujifo -ling resta valor y empequeñece a la persona que se le asigna, como en Schreiberling (escritorzuelo) o Schönling (guaperas). En segundo lugar, se trata de una palabra masculina: «der» Flüchtling (en la entrevista que les recomiendo resulta muy revelador el estudio que ha hecho de los marcos de referencia que activan las palabras en nuestro cerebro) que activa marcos de referencia asociados a las características masculinas: fuerte y agresivo, en lugar de necesitado y afable. En cambio, hablar von den Flüchtenden, dem flüchtenden Mann, der flüchtenden Frau o dem flüchtenden Kind, el niño o la niña refugiantes, (Kind es neutro en alemán), sería mucho más neutral, claro y acertado.
    Aquí les dejo esta magnífica entrevista sobre cómo nos manipulan con las palabras “los que han orquestado todo esto” (para los que se atrevan con el alemán):
    http://www.zeit.de/2016/10/sprache-manipulation-elisabeth-wehling

  2. Ha pasado ahora un año desde que fuera publicada la imagen del pequeño sirio Aylan Kurdi, muerto en la playa turca de Bodrum, en la orilla oriental del Mediterráneo. Desde entonces esa imagen se ha convertido no sólo en icono mediático, que apela a una reacción emocional de la audiencia, sino en alegoría del sino de los refugiados de guerra: un crudo compendio del horror que experimentan quienes salen de un país asolado y buscan arribar a un país seguro. Esta imagen, con toda su conmovedora energía, ha de hacernos recordar la guerra de Siria y sus devastadores efectos sobre la población civil, verdaderos inductores del caso Aylan y de tantas otras miles de víctimas perecidas en circunstancias similares. Para que la reacción no se desvanezca en una mera conmoción momentánea, ha de elaborarse una interpretación política de los hechos de los que parten y convertirse finalmente en una respuesta activa que transforme el estado de cosas.

  3. Todos nosotros somos en una considerable medida ‘homo videns’, de modo que por mucho que uno intente transmitir con palabras lo que sucede en la inagotable geografía del horror y de la ignominia, si no aporta también imágenes se quedará siempre corto. Donde no hay foto que mostrar, no hay reacción. Si no enseñas, no conmueves; y además, la gente cree que el drama no va con ella.

Deja un comentario