Trump, el Brexit y los límites de la civilización occidental

Por Francisco Blanco Brotons
Instituto de Filosofía, CSIC

Hay una pregunta clásica en filosofía política, basada en prejuicios sistemáticos, en ensueños nacionalistas, que los hechos empiezan a iluminar.

La “civilización occidental” se vanagloria de su civismo, de sus valores democráticos, de su tolerancia. Frente a ellos se representa otras “culturas”, otras “civilizaciones”, como cavernas tenebrosas llenas de sombras irracionales, dogmas arcaicos y valores intolerantes. Desde este mapa mental muchos “filósofos” políticos se han planteado la dichosa pregunta, el supuesto problema radical de las sociedades liberales: ¿hasta qué punto nuestras sociedades occidentales, caracterizadas en sí mismas por valores democráticos, ilustrados y tolerantes, pueden soportar la inclusión de migrantes cargados con esas otras culturas? ¿cuál es el límite de diversidad que nuestra “civilización” puede tolerar sin verse superada por las supuestas derivas antidemocráticas e incívicas que emanan de esos elementos de otredad insertados fatalmente en nuestras sociedades hoy ya multiculturales?

Esos migrantes peligrosos, por lo tanto, cargados con su mochila cultural de intolerancia, tendrían que ser inoculados, si quisieran vivir entre nosotros, de nuestros valores democráticos, de ciertos compromisos políticos, de los que vienen sin duda vacíos proviniendo de donde provienen… El corolario sería que cuanto más multiculturales sean nuestras ciudades, más difuminados quedan estos puros valores occidentales, acelerando por lo tanto la deriva intolerante. Este es el problema pronosticado por estos “filósofos” políticos que toman la citada pregunta como insignia. La solución sería prestar más atención a los pocos reductos que aún quedan en nuestro mundo con pedigrí occidental, que aún no han sido contaminados por esa insidiosa multiculturalidad.

Las victorias de Trump y del Brexit, acontecidas en los dos estados que han sido considerados durante siglos los paladines de la democracia y el liberalismo occidentales, suponen una irónica refutación del marco de pensamiento que hizo posible que esa pregunta fuese planteada. “¿Las minorías estadounidenses conseguirán salvar a Clinton?” oímos preguntarse durante la reciente campaña en Estados Unidos. “¿Londres conseguirá contrarrestar la Inglaterra rural?” oímos durante la campaña del Brexit. Y es que no han sido las comunidades de inmaculado pedigrí estadounidense o inglés las que han trabajado a favor de la tolerancia y la democracia liberal, sino esas impuras ciudades multiculturales que los pregoneros de la “lucha de las civilizaciones” miraban con tanto desprecio, y parecen ser esas personas venidas de otras culturas las que mejor entienden el valor del respeto y los derechos para la convivencia dentro de nuestras comunidades políticas.

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