Viviendo en Madrid. Observaciones de una ciudadanía diversa y desigual

Enrique Sepúlveda
University of Saint Joseph
Connecticut, EE.UU

 

La migración es un fenómeno que no se puede separar de la globalización. Mientras las empresas multinacionales europeas cruzan fronteras del sur sin problemas, no se puede decir lo mismo de inmigrantes cruzando las fronteras de Europa y Norteamérica. En países europeos, cuando no están explotando el miedo al Otro, se preguntan: ¿cómo vamos a integrarlos? Para España y muchos países del norte “la integración” de los inmigrantes significa la discriminación del Otro, el silenciamiento de los inmigrantes y la construcción de una sociedad desigual. Después de siete meses viviendo el año pasado en Madrid en una estancia de investigación, pudimos observar cómo España (y Madrid, en particular) construye una ciudadanía diversificada y desigual a través de la cual los inmigrantes son incorporados y tratados como ciudadanos de segunda clase. Aquí el relato de algunas de nuestras experiencias en primera persona.

 

En diciembre recibimos a toda la familia de mi esposa, que llegó de diferentes partes de los Estados Unidos para celebrar y gozar la navidad y el año nuevo con nosotros en España. Después de un día de shopping por Callao y la Puerta de Sol mi cuñado y su pareja regresaron a casa con caras consternadas y con un mal sabor de boca diciendo que la policía les había detenido para cuestionar y revisar el contenido de sus compras. Al oír esto les dije que aunque no lo esperaba no me sorprendía en nada. Este ha sido un patrón consistente en la vida cotidiana de Madrid desde que llegamos. La gran mayoría de inmigrantes con quienes hemos hablado o trabajado han compartido experiencias -propias o de un familiar- de ser sospechoso, detenido y cuestionado por los cuerpos de seguridad de Madrid, por el solo hecho de ser diferente al español. Según ellos, este tratamiento desigual se basa en las diferencias culturales y los rasgos físicos de los migrantes como color de piel, altura, vestuario, etc. Es una práctica policial que utiliza el perfil racial y cultural para marcar a los que son diferentes, tratándolos de manera desigual y discriminatoria.

La gran mayoría de los miembros privilegiados de la cultura dominante no sienten y no ven (o no quieren ver) el peso de la presencia policial y sus actividades contra el otro. Para los miembros de culturas diversas de Madrid, especialmente los de piel oscura, ser detenido, cuestionado y revisado al salir de sus casas para cumplir con los deberes de la vida rutinaria, es algo diario que pesa en la psicología y vida social del inmigrante. Mi cuñado, ciudadano de Estados Unidos de origen filipino con sus rasgos físicos particulares y de piel oscura, intentaba disfrutar de las riquezas que ofrece la capital española cuando fue detenido. Lamentablemente, también le tocó vivir un poco de lo que ofrece a los que son diferentes.

También pudimos observar cómo la escuela pública de mi hija (un colegio con una muy buena reputación en el centro de Madrid) maneja las diferencias culturales y raciales y la manera que contribuye a la construcción social de la diferencia. Un día en noviembre mi hija llegó a casa con una nota de su maestra. La nota nos informaba de que en el último día escolar antes de las vacaciones navideñas todos los cursos del cole presentarían una obra musical para los padres/madres de los alumnos y que las dos clases de tercer ciclo infantil interpretarían la canción “Chino, capuchino, mandarín”. La nota explicaba que todos los niños/as se tenían que pintar la cara como chino y vestirse de chinos usando una bolsa de basura para simular una casaca china. Al leer la nota y sin dirigirnos ni una palabra, mi esposa y yo nos miramos uno al otro con preocupación por la manera estereotipada en que presentarían a un grupo diverso y complejo como es la gente que proviene de China. Nuestra reacción fue instantánea. En los días siguientes esta preocupación se volvería más intensa cuando mi hija llegaba a casa practicando la canción del Chino capuchino y estirando los ojos a los lados con los dedos, simulando, según ella, los auténticos ojos chinos. Cuando le pregunté por qué hacía ese gesto ella contestó que la canción venía acompañada por varios movimientos expresivos. En ese momento decidimos escribir una carta a las maestras y la directora detallando nuestra preocupación por la actividad y las razones educativas y filosóficas de nuestra protesta, y pedir una reunión para hablar.

La tutora no quiso dialogar con nosotros sobre el asunto. Nos informó de que teníamos que hablar con el jefe de estudios o con la directora pero no con ella. La dirección tardó varios días sin contestar la carta y no fue hasta que fui al cole para hablar con alguien cuando nos reunimos. Ese día me reuní con la directora y el jefe de estudios. Los tres tuvimos una discusión muy respetuosa y civilizada. El jefe de estudio empezó diciendo que ellos estaban comprometidos con la multiculturalidad y el respeto a la diversidad cultural y que el programa navideño escolar estaba dedicado al multiculturalismo. La directora, por su parte, explicó que no quería que yo tuviera una mala imagen de ellos y que esta actividad no representaba el pensamiento total del colegio hacía la diversidad. Compartió que las maestras estaban dolidas por la carta que habíamos escrito aunque también dijo que la carta estaba escrita de una manera mesurada, respetuosa y filosófica. Los dos intentaron explicar que la actividad no era racista, que las maestras no tenían intenciones malas, que la canción era común y corriente y que la han conocido toda su vida sin pensar cosas negativas de la gente de China.

Lo primero que quería establecer con ellos en la reunión era el origen y la historia cultural de la canción “Chino, capuchino, mandarín”. Me dijeron que la canción era una invención de unos payasos cómicos españoles de los años 80. Ellos no veían nada negativo en representar a la cultura china con una canción cómica y popular española, construida en España por españoles. No les importaba que no tuviera nada que ver con China o la cultura china y no entendían que su representación del personaje chino era una distorsión cultural donde el personaje chino no entendía el castellano. Para ellos el solo hecho de tener un tema de un chino cómico e inventado en el programa navideño, sin cuestionar prejuicios, estereotipos, sin reflexión ni discusión sobre qué significa proveer una educación multicultural, era suficiente.

En la reunión reiteré lo que había escrito en la carta: que la escuela es un espacio importante para enseñar a los estudiantes cómo pensar sobre la diversidad cultural., y que la socialización de la escuela que reciben los estudiantes transmite ideas y conceptos, valores, sentimientos y actitudes para convivir con los demás y proporciona esquemas para cómo pensar de nuestros conciudadanos que son diferente culturalmente, racialmente y lingüísticamente. Por lo tanto les dije que la actividad escolar “Chino, capuchino, mandarín” no era apropiada.

Después de ese día hablé con padres españoles e inmigrantes para ver qué pensaban de la actividad. A ningún padre español le parecía extraño. Ni lo habían pensado dos veces. Las respuestas eran: “Ni lo había pensado”, dijo una mamá; “¿Qué tiene que ver?”, dijo otra sorprendida por mi pregunta; “Pues, los chinos tienen los ojos jalados, ¿qué quieres que hagamos? No hay que esconder las diferencias”, dijo otra madre sin pensar que las diferencias culturales y físicas siempre son las que tienen los otros y no ellos; “Los maestros de esta escuela son muy tolerantes y los padres son muy abiertos. No tienen ningún pensamiento negativo”. La implicación de este punto era que si no hay intención negativa y como somos gente buena no hay consecuencias negativas. Otra mamá dijo: “ustedes tienen un problema en decidir qué hacer”, refiriéndose a nosotros y dejando claro que ella no tenía problema. Un papá dijo: “No hay que ser tan políticamente correcto. Debemos actuar natural”. Lo natural para éste papá es la falta de crítica y reflexión sobre la distorsión que viene de la mirada occidental hacía el otro.

Las respuestas de los padres españoles coincidían con las respuestas de los maestros españoles y señalaban respuestas clásicas de sociedades dominantes: una autoimagen positiva; una falta de pensamiento crítico hacía su posición privilegiada; una falta de autorreflexión de qué significa tener una mirada occidental hacía el otro; la normalización y naturalidad de su perspectiva etnocéntrica y distorsionada; pensar que la diferencia cultural es algo que tienen otros, los diferentes, y no ellos los normales; y finalmente, y esto es clave, que el hecho de no tener malas intenciones significa que la actividad no es problemática, y por lo tanto que el problema éramos nosotros o que era de nosotros, los de afuera.

Cuando hablé con algunos papás/mamás migrantes de Latinoamérica y China, las respuestas eran distintas. Una mamá latinoamericana dijo: “Hay muchas cosas que hacen aquí que no estoy de acuerdo, pero quiero que mi hija se sienta que pertenece y, pues, no me quejo”. Un papá y otra mamá de origen chino coincidieron y respondieron con un aire de resignación completa: “Así son las cosas aquí, ¿qué podemos hacer?”. Desde su punto de vista era inútil decir o hacer algo y quedarse silencio era lo mejor. Los científicos sociales especializados en la migración suelen decir con regularidad que los hombres y mujeres migrantes son silenciosos e invisibles. Esto fue confirmado cuando vi niños asiáticos vestirse con disfraces estereotipando a los chinos en la actividad escolar. Las niñas/os migrantes solo quieren pertenecer y sus padres optan por no cuestionar las prácticas sociales de la sociedad dominante por miedo de sufrir repercusiones.

Después de un tiempo dialogando y viendo que todavía no estaba de acuerdo con ellos, la directora y el jefe de estudios, en un intento final para demostrar que ellos no eran racistas o intolerantes, me enseñaron fotos de una actividad del año pasado dónde toda la escuela se había dedicado a estudiar y celebrar el año nuevo chino. En las actividades diferentes que las fotos demostraban había cosas positivas pero también se veía el mismo patrón de ver y representar la cultura china desde una mirada occidental limitada y en ocasiones racista. El peor de estos era un maestro de la facultad vestido de Fu Manchú, un personaje del siglo XX ficticio y literario, inglés, y utilizado en películas de Hollywood (otra construcción occidental). Este personaje es considerado universalmente racista, utilizado por sociedades occidentales para alarmar a sus ciudadanos del “peligro amarillo” durante el siglo XX (the yellow peril). Terminé diciéndoles que me gustaría que ellos aprovecharan este momento como equipo para reflexionar sobre qué significa representar al otro. Me fui de allí más decepcionado, pero dándoles las gracias por su tiempo y por escuchar.

El caso de la escuela pública de mi hija nos enseña que la celebración de las diferencias no es suficiente para preparar a la futura ciudadanía. Porque celebrar sin pensamiento crítico sobre nuestros prejuicios occidentales y cómo todos participamos en la construcción social de la diferencia es peligroso para una sociedad donde el futuro está destinado a ser mas diverso. Tampoco nos ayuda a entender que las diferencias culturales no son fijas y que cambian. Y, más importante, no nos ayuda a entender cómo las diferencias culturales están situadas en un campo de desigualdad histórico y discriminatorio. Por lo tanto la escuela no ayuda a la sociedad si no prepara a la futura ciudadanía en saber cómo resolver problemas profundos y pequeños que surgen de la diversidad y la desigualdad.

La relación entre ambos espacios y prácticas sociales -por un lado las calles de Madrid con sus cuerpos de seguridad y por el otro los colegios con sus celebraciones y estudios de un diversidad cultural estereotipada- forman dos espacios y dos instituciones públicas claves que contribuyen a una construcción social de la diferencia desigual y discriminatoria. Los dos, en combinación con otros, participan en la construcción de una ciudadanía de primera y segunda clase basada en los que son “normales” y los que son marcados, “los diferentes”.

Antes de irnos de Madrid y despedirnos de nuestros amigos madrileños aparecieron imágenes en las paredes de mi barrio de un hombre asiático de color amarillo con gafas y sombrero. Debajo de la imagen decía “Yellow Nerd”. La imagen tiene una historia racista larga en el mundo occidental. Para Madrid y España la construcción social de la diferencia y ciudadanía sigue y yo me marcho con estas preguntas para vosotros: ¿cuál es el impacto y las consecuencias de esta integración social desigual y discriminatoria para una sociedad que se considera plural y democrática?; ¿qué tipo de ciudadanía quieren y cómo quieren integrar a los inmigrantes de manera justa bajo la ley?; ¿qué clase de sociedad democrática quieren construir en un contexto diverso y global? Y finalmente: ¿de qué modo pueden desempeñar un papel responsable y reflexivo el sistema educativo, la policía, los servicios sociales, la clase gobernante, etc., en la construcción de la sociedad y de las generaciones futuras?

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Un comentario

  1. La imagen claramente nos muestra cómo hacer de la ciudadanía algo que nos beneficia a todos

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