Inmigración y cambios de los nombres de las personas
Que la inmigración está cambiando profundamente las formas de vida y que transmuta muchos hábitos que hasta hacen poco resultaban cotidianos es algo ya bien conocido. Esos cambios afectan a muchas facetas de la vida social y llegan a incidir también en algo tan personal como es el nombre que portan los individuos. Lo cierto es que con la inmigración (y añadimos aquí también el turismo residencial cada vez más frecuente en las zonas de costa) está experimentado cambios significativos el modo de construcción de los nombres, alterándose el repertorio tradicional.
Los nombres de las personas mudan con los cambios generacionales y con las modas. Las migraciones no representan, pues, sino otro factor de cambio más. Y tiene su lógica que esto suceda, pues no se puede exigir a las personas que traen un nombre construido según las reglas legales y estéticas de su país que lo españolicen completamente. No sería, sin embargo, pedir demasiado un cierto grado de aclimatación: el mínimo para que resulte pronunciable desde nuestra propia fonética y para que, en lo posible, adquiera un cierto sentido reconocible para todos. Y de otro lado, tampoco es mucho pedir que todos nos vayamos adaptando a otras fonéticas.
La "aclimatación" a la que se alude el autor tiene que referirse, sobre todo a los intentos de integración de los extranjeros a la vida, a su vida en España. Integrarse, aprender el idioma, trabajar desde el respeto y los valores educativos. Como lo hacen la mayoría. Con humildad.
No obstante, el nombre de una persona de una cierta edad que vive en este país, no puede cambiarse como un girasol que va camino del atardecer en un día de estío. Que mira el sol.
Recurro a esta metafora, ya que me parece totalmente descabellada la idea, de que una persona tenga que cambiar su nombre, por el hecho de vivir en este país, porque su nombre es "impronunciable". No, señores, hay que aceptar la mezcla y aprender. Convivir, esto es, aprender a hacerlo incluido los nombres de los que llegan aquí.
Es doloroso de por sí, que personas de países que no tengan firmado un convenio con España, al adquirir la nacionalidad española pierdan a la suya… Después de más de 10-15 años de colas y esperas, de humillaciones y, muchas veces de ataques xenófobos, sería el colmo que se les exijiera cambiar de nombre, tal como se especifica, incluso, en las cartas de acetación de nacionalidad española, cartas enviadas por el Ministerio de Justicia, que proponen tal cambio a los solicitantes cuya solicitud fue aceptada.
Vamos a mantener un límite de respeto y de decencia frente a estas personas, a sus recuerdos, a sus vidas anteriores, a sus vidas actuales.
Muchas gracias.
Silvia Marcu
Desde la posición básica que siempre se ha defendido en este blog, creo que de una manera coherente, y que no es otra que la consolidación y ampliación de los derechos de los inmigrantes y la construcción de una sociedad integrada, existen razones para entender benévolamente el contenido de este último post. En él se trataba de destacar un cambio, quizás anecdótico, de los muchos que se suceden a partir de la conversión de España en un país de inmigración: el cambio de los nombres usuales que portan las personas.
La sugerencia de un cierto grado de acomodación de los nombres se hace en un marco de convivencia libre de todo tipo de imposición. Posiblemente esa sea una tarea que lleva tiempo y que se producirá más fácilmente con las segundas generaciones de inmigrantes. Todos, por supuesto, y no sólo los inmigrantes, tendremos que adaptar nuestro ‘oído’.