Migraciones, desigualdad y movilidad social

En un mundo desigual en el que las enormes diferencias de renta entre países son bien conocidas, el fenómeno de la emigración no es una casualidad, ni un accidente, una anomalía o una curiosidad. Es sencillamente una respuesta racional a las grandes diferencias en el nivel de vida (Milanovic, 2012, 144).

 

Migrar de un país a otro posibilita que los individuos puedan saltar las categorías nacionales que constituyen la clave de la desigualdad en el mundo. El lugar de nacimiento representa a este respecto un factor realmente decisivo: “El accidente de haber nacido en un país pobre y no en uno rico es un determinante tan arbitrario del propio destino como el accidente de haber nacido en una familia pobre antes que en una familia rica del mismo país” (Nagel 2008, 174).

Esta intuitiva comparación, que en principio puede resultar muy ilustrativa, es, sin embargo, inexacta, pues en ciertos casos, en muchos en realidad, se queda corta con respecto a los hechos. Las diferencias de renta dentro de cada país, siendo en muchos casos relevantes, palidecen ante la desmesura de las diferencias de renta entre los países, de modo que “hoy en día posee mucha mayor importancia, globalmente hablando, haber tenido la buena suerte de nacer en un país rico que el hecho de pertenecer a la clase alta, media o baja de ese país rico” (Milanovic 2012, 132). O dicho de una manera aún más gráfica: “Todas las personas nacidas en un país rico reciben una «bonificación» o una «renta de situación»; los nacidos en un país pobre reciben una «multa de situación»” (Milanovic 2012, 140).

Son así muchos los habitantes del planeta que no tienen la más mínima oportunidad de llegar a ser algún día tan adinerados como la gente más pobre de Estados Unidos, Japón o de Europa Occidental. En este escenario social globalizado, el esfuerzo migratorio es muy probablemente el que más réditos ofrece a los individuos en la aventura de la movilidad social, muy por encima de los procesos de movilidad social ascendente a través de la educación, el trabajo y los cambios en el modelo redistributivo y de acceso a los bienes.

Teniendo en cuenta lo recién señalado, parece poco razonable pedirles a los potenciales migrantes que se queden a esperar los resultados de una convergencia de los niveles de bienestar a nivel global, una convergencia posible, pero de resultado incierto. Cualquier medio que, sin lesionar derechos vitales de terceros, sirva para atenuar los severos niveles de pobreza en el mundo ha de ser aplaudido e incluso apoyado en base a razones morales. O dicho de otro modo: si mediante una serie de medidas podemos evitar que suceda algo moralmente malo sin sacrificar nada comparable, estamos obligados a tomar tales medidas.

No cabe mostrarse ciego ante la evidencia de que las políticas migratorias restrictivas sirven fundamentalmente para proteger privilegios y preservar la prosperidad de un país. Nacer en un país o en otro es cuestión de buena suerte, pero este hecho fortuito no constituye el fundamento de ningún derecho. Muchas personas comienzan la vida con desventajas sociales y materiales inmerecidas por el simple hecho de nacer en un determinado país. Un infortunio que no es casual y por el que deben ser compensadas. En el interior de un Estado, esto podría ser prevenido por un sistema contributivo de fiscalidad redistributiva y con programas de bienestar social. Pero en un mundo interdependiente y compuesto de países muy desiguales en riqueza y recursos, eso no basta. El actual sistema de Estados soberanos separados es un obstáculo desafortunado para lograr implementar una justicia global. Pero siendo ello realmente grave, cabría buscar fórmulas que fomenten la cooperación interestatal en esta materia. Pero mientras se da con ellas y se ponen en marcha, tareas nada minúsculas, ¿qué hacemos entretanto con las migraciones?

 

Nota.- A lo largo de este post se han empleado dos referencias bibliográficas básicas. La primera: un libro del economista Branko Milanovic, Los que tienen y los que no tienen, Madrid: Alianza Editorial, 2012. La segunda: un artículo del filósofo Thomas Nagel, “El problema de la justicia global”, en Revista Jurídica de la Universidad de Palermo, año 9 (2008), nº 1, 169-196.

Compartir:

2 comentarios

  1. Las migraciones son desplazamientos de individuos o de grupos humanos que los alejan de sus residencias hasta entonces habituales. Las migraciones existen desde que existimos los seres humanos. Estos movimientos o interacciones entre comunidades han sido y son perennes, y no, como se cree, la excepción en la historia de la humanidad. Todos estamos donde estamos como resultado de actuales o de anteriores movimientos migratorios. Nadie puede sustraerse de esa cadena. Y nadie puede arrogarse la propiedad exclusiva de un territorio y ponerle vallas.

  2. […] que se registran en el interior de los países y, sobre todo, entre los países de nuestro planeta. Las migraciones son así reflejo de esas desigualdades y del legítimo afán que algunos individuos …. Los migrantes no pueden ser por ello ni crimininalizados ni ignorados. Ni ahora ni antes. Y lo […]

Deja un comentario