Quien viaje por muchos paisajes no montanos del centro de España y analice la vegetación, observará como los bosques de “Quercineas”, ya sean encinares, quejigales, o alguna otra, dominan las mayores extensiones del paisaje. Pero cuando las rocas afloran, alternando con suelos de escasos centímetros de espesor, especialmente los Leptosoles que se desarrollan sobre calizas y dolomías (pero también en materiales ácidos), las comunidades vegetales cambian abruptamente. En estos enclaves con muy escasa retención de agua por el suelo, los bosques mencionados son reemplazados por otros en base a especies del género “Juniperus” (sabinas y enebros). Todos los naturalistas saben que estos últimos árboles no son competitivos con las “Quercíneas” a poco que el suelo retenga agua y el clima no sea extremadamente continental. Sin embargo, allí donde ya no pueden desarrollarse las primeras, las sobrias sabinas acompañadas de enebros, las reemplazan en bosques por lo común muy aclarados, abiertos. Hace unos días, la revista electrónica Science Daily publicaba un artículo que llevaba el título de “Why Juniper Trees Can Live On Less Water” (Porqué los enebros y sabinas requieren menos agua para sobrevivir). Al leerlo me di cuenta que la vegetación de la Península Ibérica está preparada para adaptarse al calentamiento climático si este llega a producirse. En aquellos suelos someros bajo clima continental, sabinares, enebrales y bosques mixtos de ambas especies arbóreas, reemplazarían a nuestros encinares y quejigales gracias a que han permanecido acantonados en paisajes de suelos erosionados (leptosolización). No había oído a nadie en este país percatarse de este tema (aunque no puedo aseverar que sea una idea original). Por su trascendencia merece analizar el tema: Los suelos esqueléticos como refugios de vegetación generan una resiliencia paisajística digna de ser considerada. La cuestión es que lo mismo ocurre en el suroeste de EE.UU. norte de México e incluso en el Caribe. De hecho allí,  tal proceso de sustitución parece haber comenzado.

 

 

 

Sabinar (Hoces del Duratón, Segovia, España)

 

Investigadores de la Universidad de Duke han llevado a cabo un estudio sumamente interesante. Investigaron el comportamiento de 14 especies de este taxón vegetal que incluye a los Cedros, incluso en enclaves del Caribe en donde las precipitaciones son mucho más abundantes. Si bien existían diferencias entre unas y otras especies, todas ellas eran extremadamente resistentes a la aridez y las sequías. Los autores narran los mecanismos fisiológicos implicados. Sin embargo, los omitiré aquí, ya que esta es una bitácora de suelos y no de fisiología vegetal. Tan solo indicar que su bajo índice de área foliar resulta ser uno de los mecanismos implicados. De cualquier modo, los que sepan suahili pueden consultar los argumentos que esgrimen en el enlace mencionado. El articulo científico completo apareció el 27 de febrero en la edición “on-line” del American Journal of Botany’s. Al parecer, las últimas sequías que sufre el SW americano han diezmado las poblaciones de su pino piñonero (también muy resistente a la escasez del agua en el suelo) que allí habita (como en algunos enclaves de España también) con sabinas y/o enebros y cedros (estos  últimos ausentes en la Península Ibérica). Por tanto, la vegetación se encuentra cambiando su composición y adaptándose espontáneamente a las condiciones climáticas que hoy padece la región. 

 

 

 

Encinar a los pies de una sierra

Fuente: Universidad de Granada)

 

Los autores del artículo señalan que, como en España, las especies caribeñas bajo el clima más húmedo del Caribe, se acantonan en los suelos someros y grietas de los afloramientos rocosos. Dicho de otro modo, generan unos parches o pequeños paisajes leptosolizados en una matriz extensa con condiciones habitables para especies más exigentes en humedad edáfica. Así pues, la erosión de ciertas partes de un paisaje parece albergar una función nada despreciable que potencia la resiliencia de todo el conjunto. 

 

 

 

Quejigal (semicaducifolio) rodeado de coníferas, pero no sabinas

 

Así pues, los sabinares españoles (y enebros) tan solo aparecen esencialmente sobre paisajes de suelos en donde dominan los edafotaxa esqueléticos sobre rocas consolidadas con escasísima capacidad de retención de humedad. Así mismo una buena parte de sus enclaves sufren climas continentales muy extremos, de inviernos muy fríos y veranos muy calurosos. 

 

 

 

Sabinar-enebral en “Oces del Duratón”

Fuente: Portal Fuenterebollo

 

En consecuencia, los suelos someros pueden interpretarse como refugios de biodiversidad en donde se cobijan especies aptas para expandir su área de distribución cuando un cambio climático nos conduce a climas más extremos. El que desde las zonas áridas de Norteamérica hasta el Caribe (más húmedo) ocurra lo mismo, implica que los paisajes de suelos someros (generados por una intensa erosión), ricos en Leptosoles, constituyen puntos de gran interés ecológico. Desconozco si se han realizado estudios similares en España, aunque lo dudo. La razón estriba en su lentísimo crecimiento y escaso interés como árboles forrajeros. El efecto de estos taxa sobre la biología del suelo suelen ser parecidos a los de la mayor parte de las coníferas: su materia orgánica empobrece la ecología de las biocenosis edáficas. A parte de que las raíces de enebros sirvan para la elaboración de pipas de fumar y su fruto se use en la elaboración de la ginebra (de ahí su nombre), poca atención se le ha prestado en otros aspectos relacionados con su uso. Sin embargo, los resultados obtenidos ponen de manifiesto que, de ir hacia un calentamiento climático y mayor xericidad, tales bosques y especies vegetales podrán desempeñar un papel fundamental con vistas a una repoblación natural o asistida de los territorios en donde otras especies forestales más exigentes, como las actuales, no podrán sobrevivir.

 

 

 

Enebral

 

Se ha hablado mucho en la literatura científica sobre las migraciones de las comunidades vegetales hacia sitios más habitables si el cambio climático genera la desertificación de ciertos espacios geográficos. Más aun, varios expertos con escasos (por no decir nulos) conocimientos en botánica de campo sugerían que si el calentamiento fuera rápido algunas áreas quedarían vacías de vegetación. Como no, ante tal estrafalario argumento se hablaba de acudir a la repoblación introduciendo especies exóticas de otros países. Pues bien, lo que nos muestran estos estudios es que la estrecha imbricación entre vegetación y suelos de estos ecosistemas está preparada para responder a un cambio ambiental de tal magnitud. El problema de países como España consiste en que el paisaje se encuentra tan humanizado que tal expansión o sustitución espontánea podría requerir de una “ayudita” por nuestra parte. Del mismo modo, cabe concluir que la erosión histórica (leptosolización) también atesora unos efectos positivos sobre la resiliencia de los paisajes vegetales frente a las perturbaciones ambientales. Y hablamos de suelos cuya capacidad de uso es muy limitada, soportando sólo un pastoreo extensivo caracterizado “generalmente” por una escasa carga ganadera. En otras palabras, se trata de  emplazamientos marginales de escaso valor económico que deberían adquirir ahora una atención y protección especial. Como siempre, intentamos recurrir a “matar bombas a cañonazos, cuando la respuesta está muy cerca, al alcance de la mano. Pero Claro está, esta no es una ciencia sexy, aquí en España, que no en EE.UU.   

 

 

Juan José Ibáñez

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