El otro día, un familiar me remitió un  e-mail con un enlace al Blog “Revista Despierta” en el que se muestra un video (comentario que fue ofrecido por el canal televisivo CNN+) del prestigioso comentarista y director de informativos “Iñaki Gabilondo”, que llevaba por título: “El régimen en el que vivimos es una dictadura”. Según el hermano de nuestro vigente Ministro de Educación, la sociedad actual sufre una dictadura oscurantista que dirigen las grandes multinacionales y cuyos responsables nos son desconocidos. Los gobiernos podrían ser pues, meros instrumentos de estas ¿fuerzas del mal?. Son muchos los ciudadanos que comenzamos a sospechar algo parecido. Y de ser cierto cabría preguntarse ¿Qué ciencia hacemos? ¿Para qué? ¿Para quién?

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¿Existen las meigas?. Fuente: El Puchero de la Meigas

Cierto es que vivimos en una sociedad a la que gustan “las teorías de las conspiraciones”. Para mi, el extraño caso del “Club Bildelberg”, no hace más que alimentar este tipo elucubraciones que, quizás, no lo sean tanto. En cualquier caso, como apunta Iñaki, la crisis económica mundial comienza a mostrar la debilidad de los gobiernos ante los desmanes del gran capital, al que solo le importamos como consumidores. El hecho de que el precio a pagar por la mencionada crisis recaiga sobre los ciudadanos, mientras la mayor parte de los que la indujeron sean más ricos que antes de la misma, resulta indignante. Y aquí estamos de acuerdo casi todos, menos los beneficiados, claro está.

Sin embargo, ante los continuos llamamientos de los gobiernos, con vistas a que la ciencia se convierta casi en un mero instrumento para el desarrollo e innovación tecnológica (léase empresarial), cabe preguntarse: ¿Ciencia para qué y para quién? Si hablamos de exprimir los esfuerzos investigadores de los entes públicos (pagados con nuestros impuestos), al objeto de que esos oscuros dictadores nos expriman más y más, en detrimento de  todo lo relacionado con los gastos sociales y privatizar lo indecible, estaríamos colaborando como le gustaba decir al Sr. Bush, con las “fuerzas del mal”.

Se trata de un tema muy delicado que nos atañe a todos. Empero no soy yo, por ejemplo, quien ha acusado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de generar una pseudo pandemia porcina para alimentar la insaciable codicia de la farmaindustria, de nuevo con los erarios que proporcionamos a los Estados con nuestro trabajo. Y bajo la sospecha de muchos analistas también se encuentran numerosos organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), por citar tan solo otros dos ejemplos entre otros muchos.

Los comentarios de Iñaki Gabilondo, que tan solo ha expuesto ante las cámaras televisoras lo que muchos pensamos, son dignos de ser escuchados, aunque personalmente me resulten triviales. Pero de ser así, cabría preguntarse de que lado debieran decantarse los científicos. Supongo que, como en cualquier colectivo, encontraremos personajes para todos los gustos, aunque nadie puede dudar ya de que numerosos fraudes científicos han sido descubiertos en los contratos entre científicos que trabajan para los Estados y las susodichas compañías.

Desde esta perspectiva, no debiera extrañarnos que muchos ciudadanos comiencen a considerar seriamente si somos parte del problema o de la solución. ¿Y que hacemos? ¿Hablamos de ello? ¡No! ¿Qué ocurriría si parte de la comunidad científica se negara a participar, y más aun comenzara a denunciar este tipo de “modelo de negocio científico”. ¿Se nos tacharía de insumisos? Muchas preguntas, sospechas lógicas y pocas respuestas convincentes.

Lo que realmente me preocupa hoy y aquí, que es lo que deseo manifestar, deviene de mi extrañeza ante la falta de participación de los investigadores en este tipo de debates. Tan solo nos quejamos de la falta de recursos económicos y otras lindezas. Empero no es lo mismo investigar con vistas a comprender el mundo y mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía, que hacerlo para los intereses de sus explotadores ¿O sí?

Ahí queda la pregunta. Comienzo o sopesar hacer mio aquel dicho popular gallego sobre la existencia de las brujas (meigas): “Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas» («Yo no creo en las meigas, pero haberlas, haylas»)”. No me pregunto por las conspiraciones, aunque sí acerca de quien realmente manda, sea de forma coordinada o bajo un estilo de hacer negocios y política.

Os dejo pues con la duda que hace tiempo me tortura un día si y otro también (y que ya es título de un artículo que recientemente he publicado, página 32?.

¿Ciencia para quien y para qué?

Juan José Ibáñez

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