¡Si, Si, ya lo sé, faltan el lobo y las ovejas, aunque aparecerán a lo largo de este cuento. Paciencia pequeños. Como estamos viendo en las notas sobre etnoedafología, y más concretamente en la que llevaba por título: Las Plantas como Indicadoras de los Tipos de Suelos (Reflexiones Extraídas de la Etnobotánica y Etnoedafología), la estrecha relación entre suelos y vegetación permite utilizar a la primera como un excelente indicador de los suelos y de lo que para mi congoja e histeria se denomina su calidad. Pues bien, érase una vez un botánico (en ciernes) que se dedicó al estudio de los suelos (imprudente y estúpida elección, al caer en una disciplina en crisis). Comenzó trabajando en fitopatología, luego en bioquímica del medio edáfico, y con tal de alejarse del mundanal ruido y de las angustias de la “vida” cotidiana, terminó sepultándose en el suelo. Como era estúpido de remate, escogió como zona de estudio el Macizo de Ayllón, sierra perteneciente al Sistema Central, al norte de Madrid, pero que por aquel entonces apenas disponía de vías de acceso rápidas desde la capital. Decíamos que era estúpido, y a lo que vamos, escogió tal área porque no tenía vehículo, ni carné de conducir, ni nada de nada. En consecuencia se daba largas caminatas por aquellas remotas montañas cargando kilos y kilos de peso a su espalda para el asombro de los lugareños, que le comenzaron a considerar (…) estúpido. Y así un buen día (…)

 

 

 

Fuente: Trébago

 

nuestro entupido héroe fue a recalar a los maravillosos sabinares de Tamajón, en donde encontró a un pastor con su rebaño de ovejas. Este último se apiadó de él, al verle cavar y cavar y meter aquella tierra en bolsas de plástico y colgársela de su sucia mochila. El pastor pensó que era (…) estúpido y entrabó una amistad piadosa con aquel joven tan extraño de la capital, canijo, barbudo, con coleta. ¡Hay gente pa tó!, como dijo el Gallo tras conocer a Ortega y Gasset. El estúpido joven terminó por apreciar y aprender la sabiduría de aquel pastor piadoso, siguiendo los pasos de su mentor, Antonio Bello, que era de los pocos que prestaban atención al conocimiento campesino, en contraste con la mayoría de los investigadores.

 

El joven, apelado “Cholo”, comenzó a realizar un trabajo exhaustivo que le llevó tres años, recogiendo muestras de suelo y algunas plantas. También, tiempo después, se puso a cavar zanjas y analizar cortes  de “tierras” al borde de la carretera de las que volvía a extraer y guardar muestras de suelo en la susodicha mochila. Los lugareños pensaron: ¡cada día esta peor: pobre chaval!. Un día cuando el pastor con su rebaño regresaba por la tarde observó al Cholo manoseándose la barba preocupado. Había encontrado una planta de aulaga o aliaga  (Genista scorpio) en una ladera de pizarras silúricas cuyos suelos eran en su mayoría poco evolucionados (Leptsoles; o Cambisoles húmicos: los antiguos Rankers) y de pH ácidos, que oscilaban entre 5,3 y 6. Sin embargo, la genista era una planta fuertemente calicícola (amante de los suelos con carbonatos) y no venía a cuento encontrarla sobre suelos tan pobres y sin carbonatos. Cuando se acercó el pastor y le interpeló, el Cholo le narró su desconcierto. Obviamente el campesino hizo caso omiso de las tribulaciones de aquél extravagante y estúpido joven. Un día, en uno de sus casuales encuentros, mientras charlaban algo sucedió. De pronto el cholo le preguntó: ¿su rebaño sigue siempre el mismo trayecto? ¡Hombre! depende de las estaciones, etc., pero mi padre y antes que mi padre, mi abuelo, más o menos hacíamos la misma ruta con el “ganao”. Otra vez a bocajarro y cada vez más excitado, Cholo le espetó otra de sus ridículas preguntas: ¿se queda mucha tierra en la pezuña de sus ovejas?. Estupefacto el pastor contestó, ¡hombre! pues (…) siempre llevan algo al redil y a veces (…). Súbitamente el Cholo abrió su mochila, sacó sus sempiternas bolsas de plástico, metió una muestra de tierra en una de ellas, la etiquetó y se la volvió a cargar en sus espaldas.

 

Cholo, aterrizó dos días después en el laboratorio de su Instituto capitalino y midió rápidamente el pH: 7,2. ¿Cómo era posible, si debía ser un suelo ácido? Seguidamente sometió la muestra a un tes con vistas a conocer si tenía carbonato cálcico activo.  ¡Efectivamente aquel suelo lo tenía! ¿Cómo era posible? Después, y tras darle muchas vueltas, pidió a sus ya muy adultas colegas, “Ascen” y “Trini” si podían analizar la mineralogía de arenas y limos de aquella muestra. Ellas, que no miraban con buenos ojos al melenudo,  andrajoso y canijo hippie, asintieron de mala gana. Meses después (las cosas de palacio van despacio) le entregaron los resultados. Cholo saltó de júbilo: entre los minerales que cabía esperar aparecían esporádicos granos de dolomía (carbonato cálcico-margésico), que no lo atesoraban las rocas subyacentes a aquél suelo 

 

El ganado llevado por el pastor amigo de Cholo, pasaba previamente por las formaciones de un sabinar sobre calizas y dolomías (cretácicas), antes de adentrase en la colina de pizarras silúricas. De haber encontrado plantas de aulaga dispersas por toda la colina hubiera sido lógico pensar en que la acción del viento y la deposición de las denominadas “arenas volanderas” transportaban granos de caliza al suelo ácido de aquella colina. Pero no era así. Las aulagas, en la última, se dispersaban en los bordes de un arroyuelo efímero, pero en el que se concentraba un mayor contenido de humedad y, como corolario, daba lugar a una importante producción de pasto. ¡Era el ganado el que transportaba la caliza año tras año, década tras década y siglo tras siglo!. Los suelos que bordeaban aquel arroyuelo encajaban malamente en la clasificación de la FAO: Debían ser Rankers y encontraba Feozems. Pero la genista había mostrado al estúpido de Cholo tal anomalía, y como el trayecto cotidiano de un rebaño puede inducir este tipo de aberraciones (o maravillas) edafotaxonómicas. Cholo un día se lo explicó al pastor que rápidamente cambió de tercio (¡ya empieza otra vez el Cholo con sus locuras).  

 

El tránsito de un simple rebaño puede trasformar unos tipos de suelos en otros que no cabría esperar que acaeciesen en un lugar dado: «Un corredor de Feozems entre una mar de Rankers»

 

Un día, al inicio del atardecer mientras el joven cholo hablaba ante la curtida y cuajada cara del pastor, una joven de la capital se acercó por la carretera y le llamó a voces por su nombre. Cholo se despidió afablemente de su amigo, subió al coche y el pastor jamás volvió a saber de él. El “lobo” de la arrogancia , el frenesí de la capital y el trabajo enfermizo lo devoró. Años después retornó a la aldea y preguntó por el pastor. La faz previamente alegre de la paisana que por tantos años le había dado de comer (feliz al ver a Cholo de nuevo), se torno abruptamente  en otra triste y compungida. Ella le anunció que había fallecido un año atrás.

 

Cholo, de vez en cuando, aun recuerda con nostalgia, ternura y un triste arrepentimiento, aquellos maravillosos días, en sus años mozos, en los que charlaba con su amigo el pastor rodeado de ovejas y algún perro. Su corazón se encoge más aun al sentirse impotente para recodar su nombre. 

 

 

Cholo a su amigo “el pastor” y a la cultura campesina que olvidamos a pasos agigantados como consecuencia de nuestra urbanita arrogancia.

 

Juan José Ibáñez

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2 comentarios

  1. Bonita anécdota. Ovejas, no habiamos quedado en que estos animalitos junto con las cabras erosionaban el terreno? un ejemplo muy bonito de la investigacion cientifica. Y el cholo de tonto nada 😉

  2. Gracias Amarindo.

    Los topicazos infectan la ciencia como la vida cotidiana. Las cabras y ovejas no generan erosión. Es la mala gestion ganadera la que la produce. Cada área tiene una capacidad de carga concreta (tamaño de los rebaños), y si las superas dejas el terreno desprovisto de vejetación y así sí que se produce erosión).

    Tópico además ya que se está demostrando que la revegetación natural de nuestros montes está disminuyendo la biodiversidad en lugar de aumentarla, ya que milenariamente el hombre y su ganado conformaron un paisaje de muy elevada biodiversidad. El ejemplo más hermoso que me viene a la mente son las dehesas cuya diversidad pasa ser la mayor del mundo en plantas vasculares tras los bosques tropicales. Cuando desaparece el pastor y su ganado el bosque se cierra y (…) perdemos biodiversidad. Otro tema que ha dado lugar a muchos tópicazos que se consideran verdades científicas.

    Juanjo Ibáñez

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