Aunque como seres vivos la reificamos continuamente, desde un punto de vista científico, podemos analizar la vida desde diversas perspectivas. De existir en este Planeta un modo de vida inteligente distinto al que conocemos, es decir basado en el carbono, no me extrañaría que “pensara” que el mundo del DNA se comporta como un cáncer que ataca a casi todo, invadiendo los lugares más inhóspitos del planeta. Yo os hemos narrado en diferentes post (ver categoría “biología y ecología del suelo”) que hasta no hace muchos años se pensó, por mera ignorancia, que los fondos abisales eran unos desiertos casi carentes de vida, salvo en enclaves muy concretos, como las fumarolas de las dorsales meso-oceánicas. Al ir disponiendo de nuevos instrumentales tal hipótesis ha sido  radicalmente refutada. Varios estudios constatan que un metro cuadrado de suelo o piso oceánico, alberga (de promedio) más cantidad y quizás variedad de vida que la que habita en toda la columna de agua oceánica sobre tal espacio. Más aun, en la propia litosfera (marina y terrestre), se han descubierto organismos vivos hasta varios kilómetros de profundidad (ya sea en las rocas emergidas, ya bajo los propios fondos oceánicos). Algunos científicos alegan que existe más biomasa bajo los fondos abisales que en su propio suelo (a la par que una enorme biodiversidad que prácticamente desconocemos en su totalidad). La noticia que os exponemos hoy habla de la presencia de una enorme actividad biológica en el piso oceánico, por lo que cabe sospechar que a mayor profundidad bajo el mismo aún podría albergar mucho más. En otro post ya os explicamos cómo incluso organismos pluricelulares llovidos del suelo penetran por los resquicios de las rocas hasta varios kilómetros de ese mundo telúrico de la corteza terrestre (ver post: “La Vida en las Profundidades de la Tierra: Organismos llovidos del Suelo”). Se trata de una conexión prácticamente inexplorada. Por tanto, podríamos señalar que el suelo ayuda a fertilizar con vida las capas profundas de la Tierra. Lo mismo parece ocurrir pues con los ¿suelos, pisos, regolito? oceánicos.  Desde la estratosfera hasta los lugares más inhóspitos e incluso profundos de la corteza litosférica se encuentran extensos hábitats poblados de organismos vivos. Hasta en el agua que baña los reactores nucleares pueden detectarse microorganismos. En consecuencia podríamos postular como la vida basada en el carbono (es decir la única que conocemos) ha ido invadiendo todo lo colonizable. Como corolario, a diferencia de lo que podía haber ocurrido en los albores de su presencia en el Planeta, si hoy un impacto meteorítico de gran tamaño asolara la biosfera, la preservación de la vida podría estar, si alcanza  el manto terrestre.

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Vida en la Fosa de las Marianas: Sam Daily Times

 Finalmente cabe recordar que los científicos sospechan que la diversidad del suelo emergido debe parece ser superior al que detectamos sobre su superficie. Y ahora se nos dice lo mismo de los fondos oceánicos. Empero la ecología actual los ignora, por lo cual atesoramos una visión miope de todo tipo de ecosistemas. Estos Universos invisibles de vida han transformado la faz del Planeta Tierra, hundiendo sus raíces en los abismos de la primera, modificando la atmósfera, ciclos biogeoquímicos, etc., etc.  De existir otro modo de vida en la Tierra o de ser analizados por virtuales entes inteligentes de otros planetas, estos podrían alegar (según su bagaje científico) que la vida es un cáncer que ha ido invadiendo paulatinamente el Planeta hasta transformarlo casi por completo, en su desesperado intento de que la mayor parte de 0perturbaciones y catástrofes potenciales de casi todos los tipos no pongan en riesgo su existencia. Obviamente de ocurrir un cataclismo, todas o casi todas las formas de vida más compleja desaparecerían, empero no los organismos eucariotas y pluricelulares simples, por lo cual la consiguiente radiación de especies tras ese evento, sería mucho más veloz que la que acaeció en sus orígenes. La vida pudre las rocas superficiales, hasta transformarla en otras estructuras capaces de albergar más vida aun. Estas últimas no son sino más que el suelo en el sentido más amplio de este concepto, ya sean emergidos, ya sumergidos hasta los abismos más profundos detectados por el hombre, es decir, la Fosa de las Marianas.

 Entiendo que esta perspectiva no gusta a algunos, ya que tenemos un pánico atroz a oír algo relacionado con el cáncer, como es normal.  Ahora bien, considero que este tipo de metáforas abren nuevas perspectivas para entender el surgimiento, estructura y evolución de la biosfera terrestre. Os dejo ya con la noticia.

Juan José Ibáñez

La vida bulle en la sima del mundo

How deep is the ocean?, preguntaba la canción del gran Irving Berlin tal vez sin esperar respuesta. ¿Cuán profundo es el océano? Depende de donde mires. El promedio son 3.700 metros, y hay cotas mucho más profundas como las zonas abisales que alcanzan los 6.000 metros, donde apenas llega la luz del sol y los peces son ciegos y horribles.

FUENTE | El País Digital 20/03/2013

Pero nada hay más profundo que el abismo Challenger, una sima que daría vértigo de estar en tierra firme, situada en la fosa oceánica de las Marianas a medio camino entre Australia y Japón, y que ostenta la marca mundial con 11 kilómetros de profundidad. Esa es seguramente la respuesta que esperaba Berlin. Y ni siquiera allí podría el deprimido compositor haber escapado de la ebullición de la vida, según acaban de revelar las últimas investigaciones sobre esos bajísimos fondos.

El geólogo Ronnie Glud y sus colegas de la Universidad del Sur de Dinamarca, el Instituto Marino Escocés, el Centro de Investigación Climática de Groenlandia, el Instituto Max Planck de Microbiología Marina y la Agencia Japonesa de Ciencia y Tecnología Marina y Terrestre han medido por primera vez la actividad biológica del abismo Challenger, y han descubierto un hecho inesperado. Tal y como muestran en Nature Geoscience, la vida microbiana exhibe allí el doble de dinamismo que 5.000 metros más arriba. Algo bulle en la sima del mundo.

La vida en una columna de océano -desde la superficie hasta el fondo- depende casi por entero de los microorganismos que flotan en su superficie (el plancton). Las bacterias y algas microscópicas que viven allí son las que más eficazmente pueden alimentarse de la luz solar, y esa energía es la que, en último término, acaba nutriendo a todos los de más abajo, empezando por los peces y crustáceos que directamente se los comen.

Los excrementos resultantes emprenden una odisea descendente en la que cada paso de digestión microbiana va alimentando al microbio de más abajo, como en la fábula del sabio que comía hierba. Lo que llega al fondo del mar después de todo ese expolio es poco más que nada, y así parecían confirmarlo los resultados obtenidos hasta ahora. Pero apenas había datos sobre las simas del mundo, y en particular sobre el abismo Challenger.

Glud y sus colegas han utilizado un innovador batiscafo, o instrumento científico sumergible (lander) diseñado para resistir las altas presiones que reinan a 11 kilómetros de profundidad. El aparato va equipado con unos microsensores que han medido el consumo de oxígeno en el fondo marino.

Esta es una medida esencial del metabolismo microbiano, y por tanto ofrece una medida fiable del grado de actividad biológica en ese entorno. Como control, han medido lo mismo 5.000 metros más arriba (es decir, a solo 6.000 metros de profundidad). El resultado, por completo inesperado, fue que la actividad biológica en el abismo Challenger duplicaba la del control, pese a que este estaba cinco kilómetros más arriba. Parece violar el principio de la odisea descendente: que cuanto más abajo más degradada está la energía original que obtuvo de la luz solar el plancton de la superficie.

Como todo descubrimiento, el de Glud plantea más preguntas que respuestas. ¿Por qué rayos tiene que haber más actividad biológica en el fondo del mundo que a profundidades meramente abisales? Los autores conjeturan que la fosa de las Marianas, a la que pertenece el abismo Challenger, actúa como una “trampa natural de sedimentos”.

Eric Epping, del Instituto Real Holandés de Investigación Marina, no ha podido evitar meterle el dedo en el ojo al director de cine James Cameron. «La ventana de su submarino debió haberse empañado por la excitación cuando Cameron dijo en su documental que la fosa de las Marianas era un lugar estéril similar a un desierto». Tiene mala uva, pero lo dice en Nature Geoscience.

Autor: Javier Sampedro

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