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Historia de la Ciencia del Suelo 13ª Parte. España y la Ciencia del Suelo (Salvador González Carcedo)
La Edafología como tal se instituye en España oficialmente en 1923, a raíz de la creación de la Asociación Internacional de Ciencia del Suelo. Su objetivo “el estudio del suelo en sus aspectos físico, químico, biológico y geográfico”.
Como en el resto del mundo, medió largo tiempo entre la aparición del interés por el suelo y el desarrollo de la Ciencia ocupada de él,. En España se produjo un proceso evolutivo en el que la Fisiología Vegetal, la Química, la Geología Agrícola, la Geografía, la Agronomía, la Dasonomía, fueron aportando ideas de la propia tradición de cada disciplina, hipótesis, métodos de investigación y análisis, que poco a poco crearon lo que hoy conocemos como la “Ciencia del Suelo”. Sus límites, poco precisos, le convirtieron en un objeto singular que ha estado patente en la obra de Naturalistas, Geólogos, Geógrafos, Ingenieros de Montes, de Minas, Agrónomos y de Farmacéuticos. Hoy hay que incluir también a los Químicos, Biólogos y Ecólogos. Veamos algo de los acontecimientos que mediaron en su gestación.
Emile Ramann (1902) publicó el primero de una serie de artículos dedicado a los suelos de Europa occidental. En el primero, esboza un mapa de carácter esquemático de la Península Ibérica, que incluye los tipos de suelos, aplicando los principios de zonalidad marcados por la escuela rusa. Siguiendo la secuencia latitudinal de norte a sur de las zonas climáticas del globo, se hallarían: suelos cenicientos (podzol), suelos pardos (introducidos en la secuencia por E. Ramann), suelos negros (chernozem) y suelos rojos. Los suelos salinos (solonchak o solonetz) que incluye Ramann en el mapa, correspondían a los intrazonales (afectados por condiciones locales). Era la primera clasificación de tipos de suelos de valor universal con sentido moderno del concepto de suelo.
Supuso un gran avance frente a otros estudios, que analizaban física y químicamente los suelos, pero no los entendían bajo la unidad del “tipo”. Basado en meros exámenes fenológicos se realizó desde una consideración geográfica de la Península, alejado de una utilidad productiva, agrícola o forestal, que no dejaba de tener cierta dificultad en su aplicación, pues las características del relieve de Rusia y de gran parte de Europa Oriental son distantes de las condiciones orográficas de la Península Ibérica. Por ello, el concepto de zonalidad aplicado a la Península debía de revisarse, adecuándolo a los factores locales.
Este artículo tuvo gran influencia en el desarrollo posterior de la Edafología Española a pesar de que quien da a conocer su mapa, el geólogo Salvador Calderón, en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, redujera su contribución a la mera influencia del suelo –considerado como formación geológica– sobre la distribución de las plantas, añadiendo de su pecunio, que no aportaba gran cosa a lo ya explicado en los trabajos del geobotánico Moritz Willkomm. Las guerras entre grupos que defienden una visión limitada del conocimiento, se reflejan de nuevo Este es un mal que todavía se encuentra hoy por doquier en los Libros Blancos de las nuevas Titilaciones, lo que justifica claramente la regresión de los estudios de Edafología en España.
Otros autores, próximos a las Ciencias Naturales,. profundizaron en el conocimiento de los suelos con la ayuda del concepto de “región natural”, incorporado a España por el francés Paul Vidal de la Blache. Valoraban el suelo como resultante de la acción del clima, del relieve y de los factores bióticos -incluida la acción antrópica- sobre el substrato geológico, en un sentido plenamente moderno. El estudio de los terrenos desde el punto de vista de la Geología Agrícola, “antecesor de la Edafología”, ya había servido a Eugène Risler en su Géologie Agricole (1883) para caracterizar las diversas regiones francesas, y nombres como La Mancha, Tierra de Campos o el Bierzo, la hacen referencia. Hay que añadir la importancia que se concedía en los estudios de Geografía Botánica, iniciados en España a principios del siglo XIX. El clima y el suelo eran factores determinantes de la distribución de las plantas sobre la superficie terrestre, aunque se entendía que actuaban de modo diferente, pues mientras que el clima influía de forma general, el suelo lo hacía en el ámbito local. ¿Se dan cuanta que las autoridades políticas todavía nos hablan con ese lenguaje?.
El concepto de región natural permitió a ciertos autores españoles, abordar el estudio de los suelos, como el elemento integrador y diferenciador de las regiones. Entre ellos destacan, el agrónomo, naturalista, y antropólogo Luis de Hoyos Sainz (1868-1951), y el también naturalista Juan Dantín Cereceda (1881-1944).
Para Luis de Hoyos Sainz delimitar las diferentes “regiones naturales” , el “país” o “zona agrícola” era uno de los pasos necesarios de la Agrología española. Había que fijar los “tipos geológicos” que junto con otros factores como el clima, los configuraban. Se debían definir los “tipos de suelos” existentes, y no ejemplares aislados y clasificados a partir de ciertos componentes, como se tenía costumbre hacer, para descubrir la utilidad agrícola de las tierras, pues considera que la aproximación física y geológica al establecimiento de una tipología de suelos podía ser más efectiva que la química. Con base en la experiencia de EEUU, y las guías alemanas de trabajo del Laboratorio para el análisis de suelos, redactó un cuestionario de Geología y Meteorología agrícolas que fue distribuido por el Consejo Provincial de Agricultura y Ganadería de Toledo y a partir del cual se podían establecer ciertas unidades iniciales de estudio.
Hoyos Sainz, , en sus estudios sobre la riqueza agrícola de España trabaja con las denominadas “regiones agronómicas” diseñadas por el Servicio Agronómico (1926) para las que poseía ya información estadística. Eran entidades administrativas agrupadas bajo tres criterios: geológico, climático y humano. Así creó las denominas “unidades analíticas o fundamentales” y las “unidades sintéticas o extensivas”.
Juan Dantín Cereceda (1922) sigue la doble faceta del vínculo entre el concepto de región natural y el de suelo, desde la continuidad de la línea establecida por Ramann. La definición de región natural y su aplicación a la península Ibérica lo aborda en su artículo “Concepto de la región natural en Geografía”. Concreta la región natural tomando como base la unidad terrestre que dan, a un mismo tiempo, la geología y morfología del territorio. El relieve, el clima, la flora y la fauna intervienen en su caracterización, aunque en un grado diferente cada uno de ellos. Existe una jerarquía en cuya base se hallan las condiciones geológicas del substrato, del que se derivan los rasgos potenciales del relieve. El clima condiciona el tipo de actuación sobre el substrato, modelándolo. A su vez, éste, incidirá en los trazos locales del clima. Esta reciprocidad en su acción le permite afirmar que la alteración de uno de ellos conlleva “no ya la de todo el sistema en que interviene, sino la de cada uno de los restantes individualmente”. Los seres vivos también responden, a estos principios, sin embargo su acción se supedita a estos dos:
“Todo ser vivo (planta o animal) no es, en el momento presente, más que la forma circunstancial en que se concreta, durante un tiempo dado, la especie viva como resultado de la tensión de esfuerzos en su relación con el medio”.
Por esta razón, los seres vivos reflejan, más que cualquier otro elemento, la fisionomía de la propia región natural, siendo fiel expresión del estadio evolutivo en que ésta se encuentra. Pero no de forma individualizada, sino en su relación con los otros seres, en sus asociaciones florística y faunística. De ahí el sentido que tiene disciplinas como la geografía botánica y agrícola en los estudios de suelos:
“Cuando se asocian las plantas para cubrir o poblar un país, aún siendo distintos sistemáticamente y reconociendo su diversidad de origen, adquieren una tonalidad general (…) y en consonancia con el medio se organizan en una fisiología común, ya para resistir la sequía (…), ya para soportar o sobreponerse a cualquier otra influencia”.
Publicó un único mapa de suelos de la península Ibérica que responde a la concepción zonal rusa, tanto en su obra “Dry-farming. Cultivo de las tierras de secano en las comarcas áridas de España ” (1916) como en la colección de manuales dirigida por Hoyos Sainz “Catálogos del Agricultor y del Ganadero”, y en el título “Formación de la tierra laborable” (1921). Es un mapa esquemático, con algo más de detalle que el elaborado por Ramann, donde dedica su atención a la llamada Iberia seca y al estudio de las tierras negras del sur peninsular y del entonces Protectorado Español de Marruecos, que incluyen estudios relativos a la formación de costras calizas y ferruginosas en climas áridos.
Para Dantín, el clima es el principal factor diferenciador de los suelos. Su mapa edafológico está precedido de un mapa en el que divide la Península en una
zona lluviosa, con pluviometría anual superior a los 600 mm -tipos de tierras húmedas y humíferas, al norte y noroeste peninsular- y una
zona seca, inferior a 600 mm y situada en torno a los 400 mm -tierras rojas mediterráneas entre las que se incluye las tierras negras del sur-.
Con la precipitación y la temperatura explica los procesos de formación de unos y otros suelos. Así, la abundancia de precipitación determina la presencia de suelos arcillosos y los humíferos, distinguidos por su color oscuro, su riqueza en arcillas y humus carbonoso y todo ello condicionaba, entre otras cosas, la diferenciación entre lo que todavía llama suelo y subsuelo, lo cual no sucedía en la Iberia seca.
Entre los suelos rojos – dominantes de las regiones áridas-, señala tres variedades:
· los rojos arenosos, producto de la descomposición, “más mecánica que química”, de las rocas cristalinas que componen gran parte de los sistemas montañosos que atraviesan las mesetas y que incluyen grandes extensiones de la meseta septentrional;
· los suelos rojos arcillosos, procedentes de la descalcificación de las rocas y la posterior rubefacción de los compuestos férricos, entre los que se encuentran los aluviones antiguos de las terrazas cuaternarias y
· los limos rojos diluviales del cuaternario;
Finalmente, incluye los suelos esteparios salinos, cuya salinidad se justifica por la aridez del clima y por procesos de nitrificación que convirtieron los primitivos carbonatos en nitro, salitre u otras sales nitrogenadas.
En los suelos de la España seca, “la homogeneidad del suelo y del subsuelo permite la infiltración de las aguas superficiales y la aparición de fenómenos de capilaridad”.
Dantín Cereceda introdujo la noción de “tipos de suelos”, distribuidos en función de las condiciones climáticas de cada región. Incorporó una visión dinámica de la formación de los suelos: «éstos tienen un pasado, un presente y un futuro; se forman y transforman continuamente«. Sin embargo, fue la utilidad agrícola del uso de las tierras, el hilo conductor que le permitía entender los tipos de suelos y sus procesos. Por otro lado el empleo de ciertos términos como “suelo” y “subsuelo”, su explicación de la formación de costras calizas y ferruginosas y su estudio a partir de cortes estratigráficos de gran profundidad nos muestra el fuerte antecedente geológico de su formación.
El Ing. Fernando Baró continúa la labor Martín Cereceda. Basándose en la idea de zonalidad presentó en el I Congreso Internacional de Silvicultura (Roma, 1926) el primer mapa de suelos de la península Ibérica, “sensu estricto” en color (escala 1:5.000.000), precedida de un mapa termopluviométrico a la misma escala. Aquí se alcanza el punto culminante del enfoque iniciado por Ramann y recoge el tradicional interés de los ingenieros de montes, por el estudio de los suelos.
El geobotánico Emilio Huguet del Villar (1871-1951), llega a la Edafología gracias a una invitación para participar en la IV Conferencia Internacional de Pedología de Roma (1924), debido a su conocimiento de las plantas. La comunicación titulada “Nomenclatura de los suelos desde el punto de vista de la presión osmótica ”, fue incluida en la VI Comisión “Estudio de la fisiología vegetal en relación con la Edafología”. En aquella reunión, Huguet del Villar introduce el nombre de Edafología, vocablo propuesto por el rumano Stchussien (“edafos” asentamiento de las raíces de las plantas) en contraposición al de Pedología (“pedios” terreno o suelo sobre el que se pisa). A su regreso, crea la Comisión de Edafología y Geobotánica (formada por ingenieros agrónomos y de montes), primer intento fracasado por instituir la Edafología en España, que sin embargo tiene éxito en 1932, al crear el Instituto Mediterráneo de Suelos, organismo internacional dependiente de la AISS, con el apoyo de la Junta de Ciències Naturals de Barcelona, y en particular del presidente Francesc Macià. Su objetivo era el estudio de los suelos de la región mediterránea. Su segundo director Antonio Oriol continúa sus ideas y publica ¿Qué es la Ciencia del Suelo? de una forma atractiva y divulgadora. Motivos políticos, ocasionaron la desaparición del Instituto en 1939 generando un trágico paréntesis para el desarrollo de nuestra Ciencia.
La dedicación de Huguet al estudio de los suelos de la Península y del norte de África buscaba desarrollar una nomenclatura y una sistemática de suelos que permitiesen ubicar los tipos mediterráneos resultantes y elaborar una cartografía de sus suelos. Para Huguet “factor geográfico”, recogía las características naturales de una región, definidas principalmente por el clima y el suelo. Al entender el estudio de los suelos, como una entidad natural, debía de reflejar fielmente no sólo las características del clima, sino también del substrato geológico y de la vegetación, lo que le aproximarían con mayor precisión a este “factor geográfico”. Así concebido, la Península Ibérica representaba un vasto campo de interés por la variedad de sus condiciones naturales.
La división de la Península en húmeda y seca, con las características pluviométricas y térmicas que les son propias, unido a un profundo conocimiento de la vegetación de ambas partes, le permiten afirmar que en el tercio superior aproximadamente, la Iberia húmeda, el tipo de vegetación es mesofita, mientras que en los dos tercios restantes corresponden a lo que el geobotánico alemán Schimper denominó “prototipo de clima de monte”, vegetación xerófita, principalmente leñosa y cuyas especies dominantes suelen ser Pinus ssp., Quercus ssp. y Juniperus ssp.. Todo lo que escapaba a estas tres especies dominantes eran degeneraciones de la vegetación natural del país, excepción hecha de aquellos “enclaves edáficos especialmente húmedos” que albergaban lo que hoy se conoce como “vegetación de ribera”.
Además, su “factor geográfico” le permite entender las técnicas agrícolas desarrolladas en un clima tan árido y tan criticadas en la época como el barbecho o el secano con barbecho, afirmar la relevancia que tienen los cultivos leñosos frente al presunto valor cerealícola de las tierras españolas y valorar positivamente el esfuerzo realizado por el Servicio Agronómico del Estado desde su creación, por tratar de aumentar, consiguiéndolo, la producción agrícola del campo español, sobre todo del cereal, logro que en países más propios para este cultivo como las estepas rusas, las praderas norteamericanas o las tierras negras argentinas, no se había llevado a cabo.
La oferta de colaboración de Hermann Stremme a Huguet del Villar en 1926 en los estudios de la V Comisión de la Asociación Internacional de Ciencia del Suelo, encaminados a la formación del mapa de suelos de Europa, condujo a nuestro naturalista a evaluar qué conocimientos se tenían en el ámbito internacional, sobre los suelos españoles.
“La Península Ibérica tenía una gran importancia estratégica para los edafólogos, pues por su situación geográfica y por sus características morfológicas, asemejable a un pequeño continente, era considerada como una zona de tránsito entre múltiples variedades climáticas, principalmente entre las regiones mesófitas propias de la Europa media y nórdica, a la xerófita de climas euromediterráneos y norteafricanos. Por otro lado, los suelos peninsulares, tanto agrícolas como forestales, estaban mucho mejor conservados que los de otros países europeos, por lo que podían estudiarse ya en su estado original, ya en su evolución con el cultivo o la deforestación«.
Huguet del Villar se da cuenta del desconocimiento generalizado de los suelos del sur frente a los del norte de Europa, propiciado por una falta de detenimiento en el estudio de la realidad natural mediterránea. De su análisis se deriva una crítica general a las clasificaciones y nomenclatura de suelos hasta el momento empleadas. Los agentes que influían en la formación de los suelos, los que definían su posición geográfica, aquellos determinados por sus características geobotánicas, color y otros factores, no eran criterios válidos para establecer una sistemática de suelos objetiva y universal; por otro lado, las clasificaciones en vigor no estaban preparadas para incorporar los suelos mediterráneos. ¿No es éste punto una pequeña parte del problema que enfrenta actualmente a los edafólogos del Norte y Sur de la Unión Europea?
Huguet decidió abordar directamente toda esta cuestión, pues previamente había realizado intentos de hacer una clasificación de suelos, con parámetros como la presión osmótica de los jugos capilares o el concepto de “reacción del suelo” y su medición a través de la concentración de iones de hidrógeno, o pH, que entendía como «claves de clasificación».
En su opinión “Una clasificación había de cumplir con cuatro principios: ser objetiva, de valor universal, sencilla y asequible, y detenerse en un cierto tipo de división”. Objetiva, pues se había de basar en los caracteres del suelo revelados por los análisis químicos del método internacional, de cada uno de los horizontes que componen el perfil; universal, pues habían de recogerse todos los procesos que podían darse en los suelos y tener cabida en ellos una enorme variedad de suelos; sencilla, tanto sistemáticamente, como por la definición de sus grupos; asequible para todos, incluidos los agricultores, y finalmente debía detenerse en un cierto grado de división, permitiendo que el avance de las investigaciones sobre suelos permitiese ampliar sus grupos. Huguet trató de cumplir con estos cuatro puntos en todas sus propuestas de clasificación mediante dos normas: basarse en las características analíticas del perfil obtenidas por análisis químicos y físicos reconocidos internacionalmente y en la selección de datos que tuviesen valor tipológico.
Pietr Treitz, (pionero de la Edafología húngara) guió a Huguet en el empleo de los métodos internacionales de análisis. Viajó por la Península estudiando y recogiendo muestras de suelos y de vegetación. Primero, trató de hacer una clasificación de suelos para la Península basándose en la idea de suelo como entidad viva, que evoluciona. Para ello adoptó de Vilenski el término de “serie”, en vez del de “tipo” para referirse a un suelo determinado. Segundo, incorporó en su clasificación la distinción de la sistemática de Marbut “pedalfers” y “pedocals” y tercero, se basó en los caracteres de los propios suelos, a partir de los métodos aceptados por la ISSS, para clasificarlos. En este sentido, cada suelo habría de seguir en condiciones óptimas, una evolución determinada -“series evolutivas”- y a partir de ellas se había de distinguir cada suelo.
De este modo Huget del Villar establece seis divisiones: serie turbosa, sialítica, alítica, caliza, alcalina, y aluvial. E incorpora datos acerca de la situación del perfil, estado evolutivo (prematuro, maduro, póstumo) y etapa en que se encuentra (esquelética -en las fases prematura o póstuma de los suelos-, oropédica -en suelos de montaña- agropédica -en suelos cultivados-, etc.). Publica una primera serie de estudios (1929, 1930, 1931) entre ellos el “Suelos de España”, “Les sols mediterranées étudiés en Espagne ” y “El suelo”, donde incluyó su clasificación inicial de suelos.
Con el tiempo, evolucionó sus criterios de clasificación, ya que “tenían que ser una herramienta abierta a las tendencias de la investigación, en pos de una mayor objetividad”. Diez años de estudio se plasmaron en “Los suelos de la Península Luso-ibérica ” (1937) que incorporó, entre otras cosas, una cartografía, según su propia clasificación junto con los métodos analíticos establecidos por la ISSS. La última modificación se publicaría en un artículo de las Memoires de la Société des Sciences Naturelles du Maroc, y en su libro póstumo Geo-edafología (Huget del Villar, 1952).
La Geo-edafología fue un tratado completo de Edafología, complemento teórico de su obra. Para Huguet el término “Geo-edafología” designaba aquella parte de la ciencia del suelo ocupada de lo que él creía la esencia de esta disciplina, la clasificación y geografía de los suelos. En ella alertaba contra los que, amparándose en la aplicación práctica de estos estudios, (agrólogos, físicos y químicos), desfiguraban la realidad natural del suelo (los primeros al seguir considerando el suelo dividido en suelo y subsuelo; los segundos, al tratar de considerar el suelo desde el único punto de vista del dato, otorgándole valor de tipo generalizándolo a todo el perfil y a toda una región). Las tendencias que en los años cuarenta estaba adquiriendo la Edafología en España pueden considerarse como la réplica de este naturalista, liderada en el Instituto Español de Edafología (1942) por el farmacéutico y químico José María Albareda, en un intento (póstumo) por recuperar lo que consideraba la esencia de esta ciencia:“el estudio del suelo como entidad natural y miembro del complejo geográfico”. Decepcionado ante el rumbo que estaban adquiriendo los estudios de los suelos, detenidos en investigaciones sobre el quimismo de los suelos y el estudio de los coloides, en lo que podría calificarse más como Química de Suelos que como Edafología.
Desde el lado de Albareda se justificaban los estudios desarrollados en “su” Instituto como la orientación “científica pura” de la Edafología, diferente del sentido aplicado por agrónomos e ingenieros de montes. La obra de Huguet del Villar se incluía dentro de esta vertiente “aplicada” de la Ciencia del Suelo y no con el amplio sentido que hoy llamaríamos “ecológico e integral” y que pretendía este autor: el suelo en su relación con los demás objetos de la naturaleza.
Por su lado, Huguet del Villar valoraba los trabajos del Instituto por su importancia en el avance de la química coloidal, la físico-química, la química biológica etc., pero no por su relevancia en la Edafología. Criticó los estudios de geografía de suelos realizados dentro del Instituto por el grupo “granadino” conformado por José M. Albareda, Angel Hoyos, Lorenzo Vilas y Tomás Alvira, por su parcialidad tanto en el empleo de datos de supuesto valor tipológico, como en el reducido número de muestras tomadas y analizadas, que además eran interpretadas de un modo generalizado para toda una región administrativa, y consecuentemente, sin el menor sentido de lo geográfico.
Desearía que otras personas, mejor conocedoras que yo de la Edafología Contemporánea aportaran datos, como los grupos gallego, catalán, granadino, extremeño, valenciano etc, etc.
Esperando su participación, les envío unos saludos cordiales, hoy que en esta Bitácora me siento partícipe, en la parte que nos corresponde, del premio IRE otorgado por la Comisión Europea para identificar y dar a conocer a las regiones (235) que han puesto en marcha las medidas mas eficaces para la promoción de sus sistemas regionales de Ciencia, Tecnología y Empresa. Pero para esto está mi jefe, verdadero impulsor de este trabajo. Enhorabuena, Juanjo Ibañez, hoy menos impresentable que nunca.
quisiera leer nuevamente la clasificacion de los suelos
Muy bueno el articulo sobre la historia de la ciencia del suelo en España. Me gusta la forma de abordar las diferencias y las contradiciones de los estudiosos hasta los años actuales.
Yo soy brasileño y vivo en España hace un año e investigo sobre suelos, pero aún no tengo mucha información sobre los suelos de españa. Me gustaria saber más.
es un blog muy bueno me ayudo mucho para realizar un trabajo sobre la ciencia del suelo