¿Se Extingue la Edafología?. 2. Sobre la Falta de Cultura de los Investigadores Experimentales

¿Se Extingue la Edafología? (2: La Falta de Cultura de los Investigadores sobre la Ciencia y el Método Científico)

 

Consideraciones Previas a esta Contribución

Aunque la definición es inapelablemente tautológica, y por tanto no defendible desde un punto de vista lógico formal, para algunos la ciencia es el acuerdo alcanzado entre científicos de prestigio. Como la definición de científico debe ineludiblemente apelar a su práctica (que yo sepa la ciencia, aunque para muchos no lo es en la práctica, dicho sea de paso), carece de toda racionalidad.  

Lo que ocurre es que frecuentemente el quehacer científico trabaja de esta manera: se reúne un «Grupo de Expertos» elegido por «alguien» y dictan lo que debe o no debe hacerse. Lo que ocurre es que en tales grupos,  una buena parte de sus integrantes no son electos por sus méritos científicos, sino por otros de naturaleza bien diferente (la dedocracia de los políticos, lobbies, las propias instituciones, etc.). Personalmente, mi experiencia me dicta que, en tales Grupos de Expertos o de Trabajo, abundan tanto los ignorantes, como aquellos que solo se apuntan o son elegidos para viajar gratis. Al final son unos pocos, los que toman las decisiones que mejor defienden sus intereses (no la lógica científica) ante la apatía o el conformismo de los demás. Así va la Ciencia.

 

Finalmente en Montpellier no se llegó al desastre total. Sin embargo, como hemos visto, los Ayatolás de la Calidad de Suelos y los edafometras, han cogido el relevo. Que a nadie le quede la menor duda. Tanto unos como otros no aportan ningún producto turístico, sino que tras parapetarse en argumentos demenciales, intentan descalificar a otros en busca de más financiación y poder. Este es el procedimiento mezquinamente darviniano de cómo funcionan a menudo las comunidades científicas.  Pero retornemos a las consideraciones sobre lo acaecido en Montpellier.    

 

Tercera consideración: En Montpellier nuestros ilustres colegas dieron los primeros, pero muy sólidos, pasos para dinamitar la edafología.

La reforma de los estatutos de la Sociedad Internacional de las Ciencias del Suelo fue otro tema que despertó un vívido interés entre unos pocos y honorables edafólogos, e incontrolables bostezos en el resto (¡que falta de educación!). Debo reconocer que no me interesan este tipo de cuestiones (ya que no alcanzo la venerable edad requerida para ello, si bien, tampoco soy un tenager), por lo que tampoco les presto mucha atención. El que tras prolongados y demoledores debates se lograra cambiar con éxito y sin escisiones «Sociedad Internacional» por «Unión internacional» (o algo parecido) casi me despista del primer intento realmente serio de algunos notables e insignes prohombres de la ya extinta (?) SICS por hacer algo innovador en nuestra disciplina. Ya que no sabemos que hacer la edafología (o mejor sería decir ella con nosotros), el objetivo de la susodicha propuesta parece ser es la aniquilación total, su demolición. Me explicaré.

 

Mientras sesteaba después de comer, en la barra del bar de «Le Corum«, es decir de la sede del Congreso, platicando, como dicen ustedes, con un entrañable colega español (con más rigor catalán), apareció, un conocido y «reputed» edafólogo, metido en los intrincados vericuetos del cambio de estatutos, etc. Rápidamente, iniciamos una charla, en la que comenzó a informarnos (instruirnos) con algunos jugosos detalles sobre diferentes propuestas para modificar las secciones de la sociedad.  Según nuestro común amigo, una de las propuestas más sólidas (?), o que más apoyo recibía, era la de reducir las secciones tradicionales a tan solo tres: física, química y biología del suelo. Atónito, le interpelé: ¿Y la sección de Génesis, morfología, clasificación y cartografía? Respuesta: (.) «Bueno, es otra de las alternativas (.)».  Sinceramente no me lo podía creer. Arnold, Simonson, Alfredo Zinck, por citar tan solo algunos conocidos edafólogos (entre los que humildemente me incluyo, no por lo primero, sino por lo segundo), piensan que, si existe algún indicio de teoría, y por tanto, de algo epistemológicamente parecido a una ciencia propia en las actividades profesionales que realizamos, es, justamente, el que el suelo sea un cuerpo natural con sus propias «leyes» de autoorganización. Estas últimas, lo diferenciarían de otros recursos naturales. En consecuencia, se me antoja insólita la supresión de la subdisciplina que da cuenta de ello. Al parecer, esta no es la opinión de algunos (o muchos) de nuestros sesudos paladines, que comienzan a confundir la velocidad con el tocino.

 

Si, realmente no consideramos que existan las susodichas leyes, «mutatus mutandi«, nos quedamos sin disciplina. Esto no es una interpretación suigeneris por mi parte, sino un flagrante desconocimiento de lo que es la ciencia y el método científico por la suya. Lo que proponen estos venerables nobles, es lo que se conoce en filosofía de la ciencia bajo el término de «reduccción«.

 

Continuara (.)

 

Juanjo Ibáñez

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