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Fuente: Smithsonian Museum of Natural History

 En tiempos de crisis económica, cuando escasean los recursos económicos con vistas a abordar nuevos temas, existen varias estrategias/estratagemas para sortear este acuciante problema y no verse obligado a fracasar ante la estúpida política del “pública o perece”. Muchos investigadores echan mano de datos que no publicaron en su momento, debido principalmente a que en esta frenética carrera por colar un artículo detrás de otro, a menudo no hay tiempo material para publicar/revisar todos los resultados de investigaciones precedentes Otros colegas se inclinan por recocinar antiguas investigaciones, no publicadas en revistas de impacto y en el idioma del imperio, por cuanto atesoraban y siguen haciéndolo un gran valor. Para ello, someten las muestras previamente almacenadas, a algunos nuevos análisis haciendo uso de procedimientos y técnicas instrumentales más recientes, que finalmente combinaban con los datos previamente publicados en las ahora ya “recónditas revisas”, fuera del alcance de casi todo el mundo y así… surgen, levantan la cabeza como investigaciones nuevas. No podemos reprochar que aquel conocimiento que pasó al limbo de los justos/injustos sea rescatado (véase por ejemplo nuestro post:  Ciencia Olvidada: “El Efecto Internet”). Debemos diferenciar las insidiosas publicaciones que redescubren la dinamita de aquellas que nos devuelven el conocimiento perdido o simplemente no “construido” en su momento, por causas ajenas a los intereses de los científicos y los propios ciudadanos. Incluso yo personalmente no descarto hacer uso de alguno de estos protocolos silenciosos, ya que varios papers que publiqué en revistas nacionales no digitalizadas, en español, hoy desaparecidas, pueden considerarse de candente actualidad. El único inconveniente de tales estratagemas estriba en dar argumentos a los responsables de nuestras políticas científicas para que maliciosamente aleguen que “ahora se utiliza mejor el dinero” ¿¿??, justificándose ante las legítimas acusaciones de sus rácanas e indecentes reducciones presupuestarias en materia de investigación. Y sí podemos hablar de “reciclado del conocimiento científico”, sin necesidad de echarnos las, manos a la cabeza en numerosas ocasiones. Al fin y al cabo también debemos recordar las denominadas “bellas durmientes”.

 Pero la mayoría de los lectores desconocemos esta información y realmente pensamos que se trata de vino nuevo cuando en realidad no lo es en el sentido estricto del término. Tampoco debemos olvidar que bajo  cientos vocablos de moda, como lo son: “big data, data mining y meta-analysis” se cuelan viejo vino en nuevas botellas.

 En lo concerniente a la  nota de prensa que os vamos a ofrecer hoy no se me ocurre ningún calificativo, a falta de leer el artículo entero con detenimiento. Ahora bien, su contenido divulgado en los rotativos generales, a pesar de que frecuentemente sean elaboradas por los Gabinetes de Prensa Institucionales, que día a día se asemejan más a empresas de publicidad y que por lo tanto se me antojan más acordes con la venta de un detergente o una crema facial, terminan por obnubilarme. El profano que la lea pensará que efectivamente se trata de un hallazgo tremendamente novedoso, cuando no lo es. Eso sí, en el “paper original”, seguramente los autores del artículo científico propiamente dicho, mostraran contenidos tan valiosos como novedosos. ¡A saber!.

 Pues bien. Hablamos de la noticia que lleva por contundente título “Humanos de la pradera”. Pues no, ¡no nos informa de los ciudadanos de las praderas, pampas o estemas!, sino de un estudio a cerca de los orígenes de los seres humanos en África. Todo lo vertido en la esta nota de prensa es conocido desde hace decenios, al margen de confundir pradera o pampa (que generalmente no atesoran arbolado” con las sabanas, en las que las especies arbóreas salpican el paisaje con  mayor o menor densidad. Pero como el “plumillas” del rotativo ha elaborado un texto paupérrimo y su cultura en estas materias brilla por su ausencia, el resultado es el que es: ¡lamentable!.  La comunidad científica no discute desde hace más de treinta años que el la transformación de bosques tropicales en sabanas, hace millones de años, transmutó el hábitat en el que habitaban los simios de los que procedemos. Y al hacerlo forzó a aquellos ancestros a llevar a cabo unos drásticos cambios de hábitos que afectaron, no solo en lo que concernía a su conducta, sino también a su genética y anatomía.

 En consecuencia, la noticia podía haber sido redactada en 2016, 2001 (Odisea en la Sabana) o en 1984 (George Orwell).  Me acosan las dudas, por cuanto parece que  que muchos de estos plumillas que se atreven a autodenominarse periodistas científicos, hacen mano de sus vetustos archivos cuando no tienen nada que llevarse a la boca. Y así encontramos otra vía para reciclar el conocimiento científico que pretende divulgarse a los ciudadanos, reiterando una y otra vez lo que ya sabemos. Cabe pues concluir que, a base de insistir e insistir,  como se hacía antaño a la hora de defender una educación brutal: la letra con sangre entra!. Maestros a la antigua usanza, y nosotros, lectores, los desaventurados alumnos.

 Hace más de 25 años leí un libro, creo que escrito por el catedrático de ecología de la UAM Francisco González Bernáldez, en el que se relataban estudios sobre la percepción de los ciudadanos de paisajes variopintos. Pues bien, resultaba que los paisajes sabanoides o adehesados (forest park en suajili)  eran los que generaban la mayor sensación de bienestar y tranquilidad en las personas que se sometieron a aquellos experimentos, en contra de los espacios desarbolados y los bosques densos. De aquellas experiencias el catedrático mentado comentaba que, posiblemente, la causa fuera el archiconocido origen de los humanos modernos en la sabana africana. No lo duden, de seguir así lo repetirán una y otra vez en la prensa, a falta de mejores noticias o simplemente porque en los rotativos hubo un cambio generacional de plumillas.

 Lean pues la nota de prensa y el resumen del artículo original, para comprobar que se parecen tanto como un huevo a una “sardina.

 Resumiendo yo propongo que para no equivocarse, estos denominados periodistas científicos podían apelar a la frase que Platón puso en boca de Sócrates: “Solo sé que no se nada”, y que la hagan suya “for ever”, aunque otros llegáramos a la misma conclusión viajando a lo largo de un genuino sendero científico durante decenios.

 “Solo sé que no se nada” y especialmente tras leer las notas de prensa de números periódicos.

 Juan José Ibáñez

Humanos de la pradera

 El género Homo surgió al adaptarse a los cambios de vegetación que hubo en África, cuando el bosque denso se transformó en sabana.

FUENTE | La Razón digit@l08/06/2016

 Los genes cuentan la historia de la humanidad con cierta exactitud. Según ellos, hace seis o siete millones de años se produjo la separación definitiva entre los ancestros de los ancestros de Homo sapiens y los ancestros de los chimpancés: entre monos y hombres, si se quiere simplificar. Durante décadas, muchos científicos han tratado de justificar esta divergencia en los cambios adaptativos al entorno. Nuestros abuelos comenzaron a hacerse algo más ‘humanos’ cuando la vegetación de su hogar natal (lo que hoy conocemos como África oriental) empezó a variar desde el bosque denso y arbolado a la sabana. Es decir, cuando los árboles masivos y de tronco poderoso cedieron paso a praderas anchas y despejadas, de vegetación baja, adornadas con arbustos y ríos.

Esto debió de forzar a nuestros ancestros a cambiar de hábitos, descender de los árboles, aprender a desplazarse rápido por espacios abiertos, otear el horizonte erguidos y desarrollar algunas habilidades de grupo para protegerse. Quizás las cosas no fueran tan sencillas, recientemente los paleontólogos propusieron que fue la diversidad de espacios naturales lo que condujo a la adaptación de los que se mostraron más flexibles ante el mundo cambiante.

a respuesta a cómo sucedió aquel proceso puede estar enterrada en restos fósiles muy anteriores a la llegada de los primeros ancestros del homo. En concreto, ahora se ha analizado vegetación africana de hace más de 24 millones de años. Los resultados del análisis se publicaron en Proceedings of the National Academy of Sciences. Estos datos son, sin duda, la visión más completa obtenida hasta la fecha de la vida vegetal en Etiopía y Kenia (la cuna de la Humanidad) de hace millones de años y sugieren que hace 24 y 10 millones de años había muy pocas praderas y presumiblemente el paisaje estaba dominado por arboledas. Un aparente cambio climático relativamente largo favoreció el cambio de vegetación hacia espacios de matorral bajo más compatibles con lo que entendemos hoy como sabana. La tendencia continuó así durante todo el periodo de evolución de los ancestros del homo hasta que hace pocos millones de años, coincidiendo con la separación de chimpancés y homínidos, la sabana se volvió absolutamente dominante.

Como el tránsito no fue repentino, durante mucho tiempo los ancestros de hombres y monos debieron convivir con ambos tipos de vegetación. Eso obligó a algunas especies a ser muy flexibles. Probablemente, los abuelos de la humanidad fueron los que mejor se adaptaron a este entorno, generando estrategias grupales para desenvolverse en tierras abiertas, sin el cobijo de los árboles y para cazar o carroñear en estas grandes extensiones. ¿Fue ésa la piedra de toque de nuestra inteligencia?

Los estudios ahora presentados complementan otros anteriores basados en el análisis de pólenes o de las trazas en la dentadura de animales y homininos que demuestran el tipo de dieta que llevaban. Algunos expertos consideran que ahora tenemos el mejor dibujo jamás logrado de cómo era la vegetación antes y después de la llegada de nuestros ancestros y de cómo pudieron surgir el bipedalismo, la caza colaborativa, la vida en grupo, el ansia de expansión geográfica, el uso de herramientas… lo que nos hace humanos, en suma.

Autor:   Jorge Alcalde

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 The Pliocene hominin diversity conundrum: Do more fossils mean less clarity?

 Abstract del artículo original

Recent discoveries of multiple middle Pliocene hominins have raised the possibility that early hominins were as speciose as later hominins. However, debates continue to arise around the validity of most of these new taxa, largely based on poor preservation of holotype specimens, small sample size, or the lack of evidence for ecological diversity. A closer look at the currently available fossil evidence from Ethiopia, Kenya, and Chad indicate that Australopithecus afarensis was not the only hominin species during the middle Pliocene, and that there were other species clearly distinguishable from it by their locomotor adaptation and diet. Although there is no doubt that the presence of multiple species during the middle Pliocene opens new windows into our evolutionary past, it also complicates our understanding of early hominin taxonomy and phylogenetic relationships.

 Palabras Clave: hominin diversity Australopithecus Kenyanthropus Pliocene ecological diversity

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