A lo largo de esta semana, dedicada al año mundial de los desiertos y la desertificación, hemos intentado exponer los efectos colaterales de elaborar definiciones científicas en base a tragedias socioeconómicas. El concepto de «desertificación» fue elaborado tras duras polémicas y un fuerte trasfondo político. Se ha constado como tal definición adolece de solidez científica. Nos encontramos ahora con un Convenio Internacional auspiciado por la ONU, en base a tal definición. Digamos pues que se trata de una definición políticamente correcta, aunque habría que matizar mucho esta última aseveración. Sin embargo, científicamente es difícil de defender. ¿Qué hacer?

Si los Expertos implicados en los foros de la UNEP y la ONU reconocieran su error, deberían comenzar a reelaborar todas sus bases de datos, atlas, documentos, etc., enfrentándose con la reticencia de numerosos países (posiblemente España sería uno de ellos). Por su parte, un buen porcentaje de su staff podría correr riesgo de perder su posición de privilegio. Recordemos que tales Convenciones van asociadas, al menos, a la creación de Oficinas Internacionales, con unos funcionarios generosamente retribuidos. Más aún numerosos países poseen también otras de la misma índole. La Ciencia se convierte pues en empresa y negocio para muchos.

 

Sin embargo, la investigación científica no puede, ni debe, seguir el paso de problemas mal definidos y planteados. Ahora bien, los científicos parecemos, frecuentemente, mendigos de la financiación, por no decir sicarios. Se genera así una disfunción o dilema entre ciencia y política.

 

Una pregunta que frecuentemente me hago es cuanto dinero se «ha desviado» hacia los países desarrollados (principalmente en materia de investigación, sueldos de funcionarios y gestión de oficinas) de a donde realmente hubiera debido llegar: a los países del tercer mundo, que sufren un drama sin precedentes debido a algo «parecido» a lo que denominamos desertificación. Se trata de otra perversión neocolonialista que regatea (por no decir hurta) los fondos destinados en principio para el desarrollo de los países menos favorecidos. ¿Vosotros que pensáis?

 

Todos debiéramos reconsiderar muy seriamente si esta ciencia políticamente y tendenciosamente consensuada debería reorientarse hacia maneras más efectivas y honestas de «ayudar al tercer mundo«. Supongo que muchos de mis colegas no piensan lo mismo, por cuanto se «apuntan a un bombardeo» a la hora de obtener fondos y reconocimiento mediático. Ahora bien, «mal está lo que mal acaba«. Sinceramente, si no fuera por razones éticas de peso, yo diría que «allá cada cual con su conciencia». Empero es duro constatar como se corrompe todo (y no llamo a nadie corrupto) debido a la escasez de fondos para que los científicos desarrollen sus investigaciones por cauces más objetivos, rigurosos y decentes.

 

Se trata de un claro ejemplo de una iniciativa políticamente correcta y científicamente incorrecta. ¿Qué se hace? Una huída hacia delante. Muchos de los defensores de la desertificación ven en el presunto calentamiento climático su tabla de salvación. Sea lo que sea la desertificación, el cambio climático antrópicamente inducido, parece ser su tabla de salvación. ¿Es así?.

 

(Continuará)

 

Juan José Ibáñez

(Hurgando en su conciencia propia y otras ajenas)

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