Historia de la Ciencia del Suelo 14ª Parte. La Química Agrícola en España. Luis de Justo un avanzado de la época. (Salvador González Carcedo).

Insertados en la corriente intelectual que crean von Liebig y Boussignault, a comienzos del siglo XIX, científicos y políticos españoles sienten la preocupación por mejorar del campo agrario de nuestro País.

 

Así, la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (1846) constituyó una sección dedicada a la agricultura y el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro (1850). Poco después, la Junta de Comercio de Barcelona creó la cátedra de Botánica y Agricultura, cuyo rastro puede seguirse hasta 1913, dentro de la Escuela Superior de Agricultura. En Madrid, el ministro de Fomento Manuel Alonso Martínez inaugura en 1855 la Escuela Central de Agricultura en la finca la “Filomena” de la Real Heredad de Aranjuez, trasladada en 1868 a la Moncloa (finca de la Florida). El edificio recibe inicialmente el nombre de Instituto Agrícola de Alfonso XII, luego Instituto Agronómico Nacional y hoy Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos.

 

 En la Facultad de Ciencias de Madrid (1878) se inicia la enseñanza de Química Agrícola, auxiliada por el llamado Análisis Agrícola (con contenidos en Química y Fertilidad de Suelos) la cual se imparte a los denominados Peritos e Ingenieros Agrónomos, siguiendo la tradición francesa de aquél tiempo.  Sus contenidos abarcan desde los suelos a las aguas, desde los abonos a los fitosanitarios y demás agroquímicos y un espectro más amplio aún, como es el conjunto de los productos agrarios, tal y como los definió Primo Yúfera.

Las Facultades de Ciencias, con su bagaje científico y técnico pudieron abordar desde una posición distinta a la de los Ing. Agrónomos, todo este entramado y complejo ámbito de conocimiento, con anterioridad a 1936, habida cuenta que en su seno estaban presentes alumnos que recibían una amplia formación naturalista (geológica y biológica). Con la creación de las secciones de Ciencias Naturales, Químicas y Geológicas, los conocimientos en Química Agrícola quedaron retenidos por Ciencias Químicas gracias al insigne químico y farmacéutico Enrique Moles desde su presidencia en la Real Academia de Física y Química, cuya influencia alemana le permite ver la importancia de aquellas materias.  Sin embargo, su adscripción política y sus actividades primero en el Instituto Libre de Enseñanza y luego en el gobierno de Negrín, hacen que toda su obra, incluidas estas iniciativas, quedasen aparcadas. 

 

Solo en 1957, Octavio Carpena, a la sazón profesor de Biología en la Universidad de Murcia, retoma aquellas ideas y crea la primera cátedra de Química Agrícola de la postguerra española. Su traslado en 1970 a la Universidad Autónoma de Madrid, le permite desarrollar el primer Departamento y con él, la Especialidad de Química Agrícola de las Facultades de Ciencias Químicas de España. A partir de este momento, su paciencia y fe en el trabajo que tenía por delante, significó, al igual que lo hizo Hersey un siglo antes, la implantación de esta parte del conocimiento del Área en el que estamos, no sólo en la Universidad, sino en todas las actividades agrícolas que de forma industrial entienden de la producción agraria en el Sur y Levante español.  Pero ciertamente tuvo sus predecesores en el siglo anterior.

 

Desde finales del siglo XVIII y casi hasta hoy, la periferia peninsular mantuvo una agricultura orientada hacia la especialización, en los cultivos más lucrativos, cuyos productos eran destinados, por su valor y calidad, a la exportación (vino, frutos secos y aceite). Aquella coexistía con una dinámica de intercambios interregionales entre la periferia y el interior donde predominaban los cultivos cerealisticos. En el aumento de la productividad agrícola, tuvieron un papel muy destacado durante este siglo los ingenieros encuadrados en un conjunto de Cuerpos de Técnicos al Servicio del Estado cuya tarea principal era la de situar al país en la vía de la “modernidad”.  Hoy esta mapa, de distribución de producciones, ha cambiado radicalmente, gracias al desarrollo generalizado de una nueva especialidad: la Tecnología de los Alimentos, si bien, los conceptos de producción, aún mantienen claras sus diferencias. Y nuevos campos emergentes como la agroenergética y la estrategia para la defensa del suelo de la Comunidad Europea, cambiarán aún mas aquel mapa regionalizado de producciones.

 

De entre aquellos ingenieros destacó, con personalidad propia Luis Justo y Villanueva, ing. industrial y químico madrileño, que al ser contratado por el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro entre 1861 y 1876 para cubrir una cátedra de Agricultura, recién dotada, que imparte contenidos tales como Viticultura, Fisiografía Agrícola, Química Orgánica, Análisis Químico. Lo completa con la instalación de un laboratorio agrícola, con asesoramiento y excursiones agrarias.

 

Luis Justo fue un ejemplo de preocupación social por divulgar los conocimientos científicos entre los agricultores. Un buen ejemplo que intento seguir al escribir en esta Bitácora. Crea un semanario “La Química  destinado a artesanos y agricultores, en donde trataba de nociones elementales de Química y dedicaba un apartado a los abonos y la mejora del cava. Esta gaceta fue el medio para difundir sus teorías y trabajo investigador junto con el químico y farmacéutico Ramón Torres Muñoz y Luna (paladín de los fosfatos en la agricultura), el químico Manuel Díaz y el ing. industrial Ramón de Manjarrés.

 

Disciplinas como la Economía Rural, la Agrología, o la elaboración del Catastro, encontraron en los principios mineralistas una herramienta para sus trabajos agronómicos, de productividad y fiscales. Son estos fundamentos económicos una de las razones que diferencian a las estructuras económicas de producción y distribución de los agricultores de aquellas zonas mediterráneas, de las del resto de España.  En aquella cátedra se valoraba, de una forma científica, la fertilidad de la tierra, es decir, su riqueza y su potencia, según el lenguaje de la época. La riqueza venía dada por la disponibilidad de substancias nutricias para las plantas; la potencia lo era por las características físicas de la tierra: permeabilidad, higroscopicidad y otras más.

 

«Con un sencillo análisis químico y físico«, decía Luis Justo, «el agricultor podía calibrar sus cualidades físicas y las carencias de la tierra en los elementos principales«. Conocida la situación, podría corregir los suelos con fertilizantes según conviniera, en función del cultivo elegido y de la conservación de la productividad de los suelos, bases sobre las que von Liebig había cimentado el éxito de la agricultura alemana y sobre los cuales los químicos agrícolas españoles, pretendían fundamentar una nueva era de progreso en la agricultura, base del desarrollo económico del Estado ”.

Luis Justo se introdujo en el debate sobre el N, que dividía a los químicos de toda Europa en “azoístas” y “no azoístas”. Entre los primeros figuraban von Liebig y George Ville (1824-1897), y en el otro, y Boussingault, John B. Lawes (1814-1900) y Joseph H. Gilbert (1810-1901). Pero la disputa se resolvería gracias a la aportación procedente de los estudios realizados sobre la materia viva. Esta solución condujo a Luis Justo, «al abandono de las tesis mineralistas«. Adoptó la teoría de los abonos completos, que contuvieran N, P, K y Ca en su composición y que fueran asimilables por las plantas.

La aportación de los Ing. Industriales se centró en los aspectos productivos de la agricultura, la fabricación de abonos, las aplicaciones de los productos agrícolas, las industrias agrícolas y la maquinaria del campo.  Luis Justo, en su doble condición por formación (técnica y universitaria) y por actividad (profesor universitario y fabricante de abonos) pudo integrar el conocimiento y evitar conflictos de intereses, tan frecuentes entre profesionales

 

Aumentar los rendimientos agrícolas era el primer objetivo de una actividad que, a excepción de determinados cultivos, ya había superado su capacidad de extensificación y había de reparar en la intensificación, pero las evidencias del estado de pérdida de fertilidad de la tierra a que se llegó con la aplicación de guanos, letrinas, salitres hizo que Luis Justo abandonase las tesis difundidas por Liebig y aceptase la crítica que le dedicaron químicos, como Boussignault, y otros agrónomos franceses, defensores de los abonos completos.  Habló así del terrible desengaño  que he sufrido del químico para mi, más sabio de nuestro siglo, von Liebig, al querer poner en planta sus teorías sobre los abonos, las cuales son diametralmente opuestas a las que yo profeso”.

El adjetivo de “completo aplicado a los abonos (utilizado por George Ville y Jean B. Boussingault hacia 1857) lo usó Justo para aquellos que contienen “todos los elementos que necesita la planta para su nutrición y desarrollo y en las condiciones convenientes para que puedan ser absorbidos por los vegetales” y por lo tanto, el más provechoso para el agricultor.

Los principios teóricos se basaban en la importancia de suministrar a los terrenos «un tipo de abono no esquilmante, de una composición similar al estiércol producido en los establos, pero más rico en materias azoadas y fosfatadas y al mismo tiempo, capaz de suministrar a los terrenos los minerales, que con las cosechas se extraían«. Se trataba de crear un tipo de fertilizante aplicable a las necesidades de cada cultivo y de cada terreno y en unas condiciones que permitieran su rápida absorción por las plantas, de manera que se pudieran añadir substancias diversas en función del interés del propio agricultor y del destino que se le quisiera dar al producto obtenido.  Sin embargo, y como todavía ocurre en mu

 

Y éstas eran las grandes diferencias que le separaban de otros abonos corrientes utilizados entre los agricultores catalanes y valencianos, como el guano del Perú, las aguas residuales y otros abonos azoados comercializados en la época. Su efecto, consideraba Justo, era esterilizador, por cuanto eran capaces de aumentar la producción durante unos cuantos años, pero a causa de la proporción desequilibrada de sus componentes, no suministraba todos los minerales indispensables para la tierra y acababan dejándola improductiva.  Aplíquense este criterio aquellos agricultores y técnicos, autoridades y administrados, que todavía están anclados en el tiempo.

El profesor Justo, en la preparación de su abono, que puso en práctica el año 1863, inconscientemente, realizaba una acción destinada a cerrar los ciclos de la materia, una labor plenamente vigente hoy en día en relación con la gestión de los residuos industriales, esto es, el reciclado de los subproductos procedentes de las fabricas que había entonces.

 

La idea, difundida entre sus discípulos del Instituto Agrícola, sobre el aprovechamiento de ingentes cantidades de substancias útiles para el campo y que se perdían, sobre todo en las grandes poblaciones, hizo que un grupo de socios pensara en la posibilidad de juntar el capital necesario para erigir una fábrica similar a las que ya existían en el extranjero, la cual fue fundada en el año 1863, bajo la dirección de Luis Justo, siendo la primera fábrica de abonos artificiales de España. Su producto “abonos completos de la Agricultura Catalana” para la producción de plantas, partía de los siguientes ingredientes:

 

·         aguas aciduladas de fábricas de gelatina de huesos;

·         residuos sólidos procedentes de las tinajas;

·         restos de animales muertos, huesos calcinados y pulverizados, restos de matadero,

·         carne seca, sangre seca, cuernos; residuos de la lana, pelos;

·         residuos sólidos de fábricas de cola;

·         “roldor” (Coriaria myrtifolia) “utilizado antiguamente en las operaciones de blanqueo”, hierbas y restos vegetales, así como los residuos de la uva,

·         y entre las sales encontramos cloruro de calcio, lejías de jabones y huesos tratados con ácido para hacer superfosfato, “caparrosa”, yeso y calcio.

 

Todas estas materias se fermentaban y homogeneizaban hasta convertirlos en abonos:

 

Se disponían en capas de forma que alternasen los abonos cálidos y los fríos, teniendo en cuenta que estos últimos no predominaran. Si convenía, se practicaba un reguero para humedecerlos, y se esperaba que hubiese una primera fermentación, lo cual duraba aproximadamente un mes, en la que se llegaban a unas temperaturas de más de 100ºC. Después se deshacía, se removía y se traspasaba a otra sala donde maduraba hasta su venta”.

 

Los aspectos sanitarios estaban resueltos por la “forma de compostación” que se le daba. Se trataba de impedir que se fueran las substancias volátiles resultantes del “desprendimiento de hidrógenos carbonatados y por sales amoniacales”. A todo esto dice: “en el interior se nota algún olor, pero en el exterior no se percibe lo más mínimo, efecto de los siguientes procedimientos de desinfección ”. En este sentido, la práctica de este químico se ajusta a las investigaciones que años posteriores realizaban destacados agrónomos (Déhérain y Gasparin) y químicos franceses con relación a los procesos de nitrificación y los medios a emplear para reducir las pérdidas de nitrógeno. Fíjense en los objetivos iniciales del proceso de compostación (sanitarización encubierta), pero ya llegará el momento de hablar de esto, respetando al suelo…

El  abono obtenido era más rico en nitrógeno y fosfato de calcio, “soluble e insoluble”, que los estiércoles obtenidos de la propia granja. La composición expuesta en el prospecto de propaganda era la siguiente:

 

Composición del abono de la Agricultura Catalana Hoja de propaganda final L. Justo, 1874

 

agua (42,21%)

substancias orgánicas y sales amoniacales (16,60%)

arena o sílice (14,63%)

sales alcalinas (1,70 %)

fosfato de calcio soluble (1,70 %)

fosfato de calcio insoluble (6,20 %)

sulfato de calcio (3,05 %)

otros (carbonatos de calcio) (15,61%)”

Y los resultados que se obtenían eran alentadores. Sin embargo la empresa fracasó porque era imposible conseguir aumentar el volumen de ventas para reducir los precios, que entonces estaban en 5 reales/quintal, pero para bajar únicamente un real este importe era necesario llegar a la inalcanzable cifra de 50.000 quintales de venta.

Los productos que en el año 1874 fabricaba la Agricultura Catalana de Luis Justo eran abonos completos para viñas, abono completo concentrado, y abono biconcentrado para cereales, legumbres y hortalizas.

 

Hubo otras fábricas en el resto España. De Estruch, ubicada en Barcelona, tenía una gran gama: guano del Perú-amoníaco fijo, abono complementario de “letrina y estiércol” para la mejora, abonos especiales para toda clase de cultivos y substancias químicas para la preparación de abonos. Otra, radicada en Madrid, y dirigida por los ingenieros Luis María Utor Suárez y Constantino Sáez de Montoya, coetáneos de Justo, contaban entre sus productos, muchos relacionados con los fosfatos, superfosfato de calcio, abono amoniacal, abono potásico de Stassfurthl, abono fosfoamónico potásico y abono especial para el arroz. Posteriormente esta empresa se trasladó a Haro (Logroño), donde actuó bajo el nombre de Serrano, Marcelino y Cía.

 

Se adivina en el ejemplo de Luis Justo, otras inquietudes científicas y objetos de estudio que pocos años después fueron ganando mayor atención. Las hipótesis de Liebig respecto a la alimentación de las plantas empezaba a presentar fisuras y la polémica nueva se centraba sobre la bondad de los abonos químicos para la conservación de la tierra: ¿los abonos químicos, esquilman las tierras?. Más allá de este incipiente debate, se trataba de entender el funcionamiento no sólo de las plantas, sino del papel que ejercían los terrenos en sus características físicas, químicas y biológicas y en la nutrición de las plantas. Otros temas fueron el papel del clima en la distribución de las plantas y la necesidad de realizar mapas de suelos.

 

Al final de su vida activa se vuelve a Madrid, para trabajar en un problema muy actual, la posibilidad de transformar los lodos cloacales del Ayuntamiento de Madrid.  ¿No les suena el problema como muy actual después de casi un siglo de intervalo?

 

Saludos cordiales,

 

Salvador González Carcedo

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