Como comentamos en la nota anterior, muchos profesionales honestos son castigados por el sistema frente a otros que son premiados por praxis científicas más que dudosas. Los intentos de elaborar códigos deontológico, por desgracia,  no suelen tenerlos en cuenta. Voy ha hablar de dos casos de amigos míos que han dedicado buena parte de su carrera a la gestión científica y han sido castigados por su “decencia”. Obviamente debo narrar esta nota de modo figurado (autocensura) y me da mucha tristeza. Son dos casos parecidos. Obedecen a un patrón claramente definido. Compararé estos con las prácticas sospechosas que finalmente premia el sistema de “excelencia” de nuestro venerado país. ¡Así nos va!

Ambos son edafólogos y amigos. Por diversas circunstancias, siendo aún bastante jóvenes (en ciencia una persona de entre los 30 y los 40 años puede considerarse joven), ocuparan cargos de gestión es sus respectivas universidades. Primero como Decano y Vicedecano, posteriormente como Vicerrectores de dos de las universidades con mayor número de alumnos de España.

 

Un inciso, la edafología nunca ha sido considerada una ciencia de excelencia por lo que raramente sus practicantes son recompensados, con independencia de la calidad de sus publicaciones y su reputación internacional. Ahora bien, el número de Rectores, Vicerrectores, Decanos y etc. que ha dado la edafología a la Universidad española es desorbitante, a pesar de su escasa masa crítica ¿Curioso no? Pero continuemos con nuestro tema.

 

En tales cargos y, por muchos años, desarrollaron una actividad frenética, soy testigo de ello. Han sido considerados buenos gestores en el mundillo que les rodea (y no me refiero a sus amigos). Cuando eres joven aun no has armado un equipo científico, por lo que su retaguardia no estaba bien armada y estratégicamente preparada. Uno de estos amigos, de hecho llegó muy joven y armó una cátedra nueva en su universidad durante su mandato. Y es aquí en donde aparece el problema. Como eran honestos, no firmaban las publicaciones científicas realizadas, o por sus equipos o por sus colegas de cátedra. Ellos no los habían hecho. Cuando dejaron cansados sus respectivos cargos,  ya había comenzado a imperar el sistema de valoración de la actividad científica del “publica o perece”, por lo que las han pasado “canutas” a la hora de ser valorados positivamente para obtener los famosos “gallifantes”. De hecho fueron masacrados en la primera convocatoria. Su decepción, lógicamente, fue enorme y justificada.

 

Por el contrario, conozco casos en los que los gestores de este tipo, ya fueran de la Universidad, Directores de Centros del CSIC, etc., aprovecharon sus cargos para, “literalmente”, obligar a que les incluyeran como coautores en las publicaciones de sus cátedras, departamentos o Institutos. Cuando abandonaron la gestión tenían decenas de papers ISI, muchas de las cuales, con toda seguridad, ni se los habían leído. Obviamente, no tuvieron problemas para que les concedieran los gallifantes, continuando su carrera exitosa con toda tranquilidad. Lamentable. El abuso de poder es premiado, la honestidad castigada inmisericordemente.

 

Se me alegará que si no habían realizado una actividad científica, como defendí en la anterior comunicación, no debían otorgarles méritos que no les correspondían. En efecto, tal argumentación es lógica. Pero hay soluciones mucho más justas.

 

Siempre he defendido que los ISI papers no deben ser los únicos argumentos para juzgar un CV. Existen grandes y afamados científicos que sortean estas publicaciones y a pesar de ellos dejan una gran contribución científica, así como una huella indeleble en los científicos de su especialidad y generación. Ya hablaremos de ellos. Sin embargo también defendí que la gestión científica es una tarea imprescindible, y que los buenos gestores son necesarios. Por tanto un sistema de I + D + i mal trabado, sino obliga, al menos si induce a una cierta deshonestidad. Los que tienen menos escrúpulos caen en ella y los que no van a la “hoguera”.  ¿Qué se puede hacer? Resulta que la solución es harto sencilla: Del mismo modo que se otorgan gallifantes de investigación, podrían otorgarse otros de gestión. ¿Por qué no?

 

Lo que no puede ocurrir es que el esfuerzo realizado para una comunidad se castigue frente al ego personal. Obviamente no todos los gestores son así. Muchos aceptan el cargo al objeto de extraer los mayores beneficios personales posibles. Sin embargo tal actividad es fácilmente detectable. De hecho, debería haber más tipos de gallifantes (o compensaciones semejantes). Algunos científicos se dedican a realizar investigaciones que son imprescindibles para la infraestructura científica de un país, pero que son difíciles de publicar en revistas indexadas, dada su naturaleza local. Este es el caso, por ejemplo, de los inventarios y monitorizaciones de ciertos recursos naturales. Por ejemplo, un buen (reitero un “buen” producto, no uno deficiente) mapa de suelos puede ser  utilizado para muchos propósitos, al contrario que un ISI paper que no a citado ni por la madre del autor. Sin embargo, los primeros, por definición, no son considerados por los criterios de evaluación, más que como mero adorno.

 

Muchos jóvenes que vienen de estancias en el extranjero, no son conscientes de estas circunstancias y hechos, bramando como pavos en celo sus CV. Sin embargo un país que no adolece de inventarios precisos de sus recursos naturales es un país torpe, e inculto. Las casas se construyen con buenos cimientos, aunque estos no se vean.

 

Por tanto, el sistema español de I + D + i resulta bastante miope. La calidad es la calidad, con independencia del tipo de producto. Como exrepresentante del Área de Recursos Naturales en el Comité Científico Asesor de la Presidencia del CSIC, mis representados me han narrado agravios indecentes. Pongamos un ejemplo. Al exdirector de un Instituto del CSIC se le denegó en primera instancia un sexenio por presentar 4 ISI papers y ser editor de un libro de la NATO (se suelen requerir cinco papers y que la revista tenga un impacto decente en su área de conocimiento) y a otro de sus colegas, al mismo tiempo, se le denegó con más de 15 ISI papers. ¿Qué había pasado? En el primer caso, que los libros no contaban ese año, mientras que el tribunal “soberano” decidió tener en cuenta las revistas españolas. Dicho de otra manera, se le denegó por algo que se suele premiar. Una persona que no publica ISI papers raramente puede ser editor de un libro de esa naturaleza. En el segundo caso, el implicado se había presentado área de químicas con publicaciones de tipo medioambiental (química ambiental). Por su parte, el tribunal correspondiente (muy soberano él) tan solo decidió premiar los artículos publicados en revistas de química que estuvieran en la parte media-alta del Ranking ISI. Como los “Journals” relacionados con el medio ambiente” poseen menor impacto que los de química pura, química física, etc., pues le arrojaron a la hoguera. Finalmente, mediante mi intervención (era mi trabajo, no me echo flores) ante los presidentes de sendos tribunales se logró solventar el problema. Así funciona nuestro sistema.

 

Comentario para la reflexión:   En una de las reuniones del Comité Científico Asesor de la Presidencia del CSIC, el Presidente de turno comentó que él había firmado o sido coautor de más de 40 publicaciones ese mismo año. Un presidente será bueno o malo pero, con independencia de este hecho, trabajan a destajo. ¿Un artículo a la semana, siendo presidente de un ente tan complejo? Juzguen ustedes como pudo ocurrir, aunque fuera buena persona (que lo era, o al menos me lo parecía). Seguiremos desgranado poco a poco lindezas y “in”coherencias de nuestro sistema de I + D + i

 

Juan José Ibáñez

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