Hace unos meses, Antonio La Fuente se (y me) preguntaba en una nota a un post mío, que nos movía a dedicar tanto tiempo a la actividad de “blogger”. Tengo una cierta idea en lo personal. Ahora bien, una cuestión es la razón (o razones conscientes) y otra la(s) inconsciente(s). Habría que sopesar ambas con vistas a responder adecuadamente a la pregunta de Antonio. Y digo esto, debido a que hace unas semanas, preparando otro post, tuve que reteclear fragmentos de un artículo que publiqué hace casi 20 años. Se trataba de un “paper” indexado, que como casi todo lo que publico, suele pasar por extrañísimos avatares antes de salir a la luz (lo cuento abajo). Al ir leyendo con cierta nostalgia, a la par que también con algo de desdén (ciertos pasajes se me antojan ya muy ingenuos), topé con un párrafo que me conmovió.  Durante todos estos años he creído ingenuamente que, mediante intuición y trabajo, estaba dando en la diana de ciertos asuntos concernientes a mis intereses científicos. Sin embargo, en las líneas mentadas constaté como inconscientemente había seguido una línea de investigación muy concreta que, paso a paso, fue corroborando una idea que subyacía en las catacumbas de mi memoria. Es decir, parece como si mi actividad investigadora hubiera estado «guiada», aunque conscientemente no estuviera al tanto de ello, por un  recóndito plan maestro. ¿Hará falta una psicología específica para entender la actividad personal de los científicos? Estoy completamente desconcertado. Veamos a que me refiero.

 

 

Un día, como aquél mismo,

Juanjo  (a la izda.) decidió ser edafólogo

Se que esta nota no interesará a muchos lectores. No obstante considero que atesora una sustancia un tanto etérea que puede ser de interés. Cuando nos dedicamos a la ciencia y vamos desarrollando nuestra línea de investigación, en el mejor de los casos, la mayoría solemos pensar que nuestros progresos van abriendo nuevas puertas o que labramos día a día nuestro propio camino profesional (recordemos el famoso poema de Antonio Machado, popularizado al extremo por Joan Manuel Serrat). Pensamos que abandonamos viejos anhelos como consecuencia de los propios avatares del quehacer científico, así como por los designios de nuestros políticos (financiación orientada por sus directrices). Algunos colegas opinan que la serendipidad (ni tan siquiera se encuentra el vocablo en Wikipedia) está en el origen de la mayor parte de los mayores descubrimientos científicos de la historia. Discrepo totalmente, salvo en los casos de los empiristas más recalcitrantes con paupérrima cultura científica.

 

Al parecer, un día tuve un sueño (¿iluminación?) y, aunque tal recuerdo se borró de mi conciencia, permaneció soterrado en mi inconsciente, si bien al parecer esculpido con sangre y fuego, Y hoy, tras leer aquellas líneas, no dejo de asombrarme, ya que es como si hubieran marcado toda mi carrera.

 

Siempre me gustaron la geología y la biología. La edafología se me quedó grabada cuando vi la imagen de un perfil de suelos por primera vez, en un libro de geología general, durante el primer curso universitario. Obtuve un expediente académico lo suficientemente bueno como para permitirme dedicarme a investigar en cualquier disciplina científica. Empero escogí el camino más tortuoso y difícil para labrarme un futuro personal. ¿Por qué esta disciplina? La edafología es una ciencia en donde el mundo vivo e inerte se fusiona de manera obscenamente íntima. La vida emerge del suelo a partir de la descomposición y reciclado de la propia materia viva que deviene muerta.

 

Siempre he pensado que la esencia de la materia viva, que tan difícil resulta averiguar a los biólogos, no se descubriría investigando sobre la propia vida, sino en la interfaz entre lo biótico y abiótico.

 

Cuando se caracterizan las propiedades del mundo inanimado, tenemos una especie de “muestra control” que nos permite cotejar tales resultados con los que provienen del mundo vivo y, de este modo, comprobar si son idiosincrásicas de este último o no. No se ha avanzado mucho en lo fundamental. No se trata del mecanismo, sino de la “esencia”. No basta con decir DNA ? RNA ? Proteína (…) ¡No!. Por tal razón, las características idiosincrásicas de la materia viva siguen siendo evanescentes: creemos que damos con ellas, empero, tarde o temprano detectamos que algún objeto o proceso del mundo inanimado también las atesora. Las ciencias hoy llamadas de la complejidad, están mostrando que el erróneamente denominado  mundo inanimado posee propiedades emergentes sorprendentes: diríamos “metafóricamente” que está mucho más “vivo” de lo que podríamos imaginar. Y aún queda mucho por investigar.

 

De pequeño, me aterrorizaba la muerte. Tuve dos depresiones a los ¡9 y 14! años por pensar que, ya que mi reloj biológico estaba en marcha, la muerte y el nacimiento eran las dos caras de un símbolo jánico: “la nada” (obviamente no lo expresaba así; era mera intuición). Curiosamente, un suelo, es un lugar en donde la muerte se torna en vida y viceversa: el eterno retorno. Quizás estos traumas infantiles también hicieron decantarme por una disciplina que adoro, para el asombro de propios y extraños. Pero esto es tan solo una motivación, no la vía a seguir para llegar hasta donde lo he hecho (sea lejos o cerca). Y aquí vienen las frases del artículo que os reproduzco.

 

Cabe preguntarse que repercusiones tienen a gran escala la dinámica y evolución de la litosfera sobre las biocenosis. En nuestra opinión, la riqueza o número de biocenosis de un espacio geográfico determinado, esta en relación a la riqueza en unidades edafo-geomorfológicas y climáticas.

 

En los segmentos de la litosfera alejados del equilibrio termodinámico, la variabilidad de mesoclimas y microclimas (climas de montaña, efecto de pantalla, efecto Venturi, etc.), así como la de los suelos, se ven magnificadas por las particularidades topográficas de la corteza terrestre. De todo ello se desprende que, cuanto mayor sea la heterogeneidad de las estructuras abióticas, tanto mayor debería ser la de sus biocenosis. Por tanto, parece lógico pensar que la evolución termodinámica de la litosfera, edafosfera y biosfera tiene bastantes rasgos comunes”.

              

Entre 1886 y principios de 1887, escribí los siguientes artículos:

 

Ibáñez,J.J., Jiménez-Ballesta,R. & García-Álvarez,A. 1990. Sistemología y termodinámica en edafogénesis. I. Los suelos y el estado de equilibrio termodinámico. Rev. Écol. Biol. Sol, 27(4): 371-382. (Since 1992, vol. 29, journal retitled European Journal of Soil Biology).

 

Ibáñez,J.J., Jiménez-Ballesta,R. & García-Álvarez,A. 1991. Sistemología y termodinámica en edafogénesis. II. Suelos, estructuras disipativas y teoría de catástrofes. Rev. Écol. Biol. Sol, 28(3): 237-254. (Since 1992, vol. 29, journal retitled European Journal of Soil Biology).

 

Ibáñez,J.J. & García-Álvarez,A. 1991. Los suelos y el cambio global. Un enfoque histórico-termodinámico. Rev. Écol. Biol. Sol, 28(4): 349-375. (Since 1992, vol. 29, journal retitled European Journal of Soil Biology).

 

Una vez traducidos al inglés, los envié a la Revista Geoderma. El por aquel entonces Editor, un tal Simonson, me respondió que eran los más bellos manuscritos de “ciencia ficción” que jamás habían caído en sus manos. Mutatis mutandis rechazó dos manuscritos. Dejaré para otro momento un aspecto de la mala praxis científica de uno de los referees que vinieron poco después. Se trataba del primer intento por introducir las teorías del caos en edafología. Años después lo que yo apuntaba fue constatado y publicado por otros autores. Pero, sigamos con la historia.

 

Visto el rechazo por Geoderma de aquellos manuscritos, intenté de nuevo publicarlos en la “Revue D’Écologie et Biologie du soil”. Tras un año de espera, es decir de no recibir respuesta alguna de la Editorial (a pesar de remitirles varias cartas preguntando por ellos), abandoné cualquier intención de publicar el mentado material. Para mi sorpresa, a principios de 1990, un editor de aquella revista me escribió una carta pidiendo disculpas. Según alegaba, su predecesor fue despachado de su cargo por alguna razón, dejando en el cajón de su mesa varios artículos sin pasar por revisión. Por casualidad, alguien al abrir tal cajón reparó en ellos. Resumiendo varios años después querían publicarlos (¿con o sin referees?; nunca tuve noticia de ellos). Y así salieron a la luz. Si los anglosajones no tuvieran tan solo en cuenta los escritos en inglés (la Revista estaba indexada en por el ISI, aunque su impacto es bajo) debieran ser considerados seminales de la aplicación de las CC. de la Complejidad en Edafología. No es así.

 

Lo que me ha intrigado de los párrafos mentados, resulta ser que las sentencias: “De todo ello se desprende que (…)” yPor tanto, parece lógico pensar que (…)han sido el núcleo central de mis investigaciones posteriores. ¡No lo recordaba!, Todos los trabajos publicados desde 1986 han consistido en ir, paso por paso, demostrando que los patrones de autoorganización espacial que se dan en la materia viva, aparecen también en el mundo inerte.  En mi caso, mundo inerte equivale a edafotaxa o tipos de suelos. ¿Se tratata de lo que el filósofo de la Ciencia Irme Lakatos “denominaría un programa de investigación científica”? Correcto, ¡pero  todo transcurrió de forma inconsciente!.

 

¿Es posible que tan solo fuera corroborando durante 20 años una hipótesis relacionada con mi infantil pavor a la vida-muerte? ¿Me fascinó tan críptica disciplina por aquella razón?  Si es cierto que creo haber descubierto algo más de lo que mostré en el Congreso Mundial de Filadelfia, así como en un par de artículos anteriores (ver los post incluidos en la categoría Taxonomía y Clasificaciones): que el hombre proyecta su manera de procesar la información en la naturaleza, por lo que no podemos discernir si los patrones observados son intrínsecos a ella o a la psiquis humana. Ya hablaré del tema. En Filadelfia causó sensación y asombró a muchos colegas. No hablo de una conjetura, presenté datos que, como mínimo mostraban que se trata de una hipótesis parcialmente corroborada, por lo que debiera intentar refutarse. Hoy por hoy, si mi programa de investigación científica ha devenido en un círculo vicioso o en una espiral virtuosa es una cuestión que deben juzgar otros. ¡A saber!. Cuando de los borradores actuales pase a la redacción final de los temas que expuse en Filadelfia, podré explicaros debidamente lo que denominé el “dilema cognitivo”. Al joven Juanjo tan solo decirle ¡adelante!, aunque no llegues a ninguna conclusión convincente; has mostrado que le tenacidad tiene un premio, aunque sea un dilema, y no una respuesta concreta.

 

¿Qué nos mueve a escoger un camino concreto de investigación dentro de nuestra especialidad? Quizás la respuesta se encuentre en nuestros propios anhelos y frustraciones infantiles, a la postre sepultados por el transcurso del tiempo, en el baúl de nuestra mente.

 

“Hay razones que la razón no entiende”

 

Juan José Ibáñez

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4 comentarios

  1. Dr. ¿podría facilitarme las 3 publicaciones que hace referencia en este post? Muchas Gracias. Saludos
    A Degioanni

  2. Américo,

    Lamentablemente no los tengo escaneados y en la propia revista tampoco, por cuanto son muy antiguos (cuando los enviamos todo era en formato papel). Por favor si me lo recuerdas dentro de un par de meses intentaré escanearlos. Ahora me estoy trasladando de una institución a otra y tengo los archivos y biblioteca «patas arriba».

    Un cordial saludo

    Juan José Ibáñez

  3. La serendipia está en la base de muchos descubrimientos, seamos consciente de ella o inconsciente, lo que la encubre es nuestra preparación y capacidad intuitiva que no deja de ser otra cosa que nuestro bagaje científico-personal en lo más profundo de nuestra mente que la razón no puede alcanzar hasta que no aflora al mundo limitado de la razón.

    The Three Princes of Serendip, whose heroes «were always making discoveries, by accidents and sagacity, of things they were not in quest of».

    En wikipedia bajo el nombre en español de serendipia puedes encontrar la definición auqnue la versión en inglés es más completa. He puesto una frase en inglés, en mi opinión, la sagacidad está en la base de esa parte no racional de nuestro pensamiento y que incorpora el cuento persa.

    The name stems either from Serendip, an old name for Ceylon (modern Sri Lanka), or from Arabic Sarandib, or from Sanskrit Simhaladvipa which literally translates to «Dwelling-Place-of-Lions Island».
    (Ref: ^ «Serendipity». Etymonline.com. Retrieved 1 November 2010. or from Swarna Dvipa which literally means Island of Gold. Also in Hungarian, one of the oldest written language in the World, the word «szerncse» (sèrènchè) means luck.

    Un saludo,

    Hipatia

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