Los edafólogos, estudiamos los procesos relacionados con la génesis, estructura, dinámica y evolución (desarrollo) de los suelos. Generalmente, se considera materia de nuestra incumbencia todo aquello que es idiosincrásico de la edafosfera, como debe ser. Pero para ello, debemos conocer cuales son tales características, propiedades, morfologías, etc. tan solo ocurren “realmente” en el medio edáfico. A partir de tales indagaciones podemos identificar que diferencia a un suelo de lo que no lo es. Siguiendo tales premisas solemos identificar y clasificar el objeto de nuestro estudio, dando lugar a las taxonomías de suelos. En consecuencia, concretar cual es el objeto que debemos indagar, requiere reconocer los rasgos y propiedades que distinguen a un suelo de otros cuerpos naturales, lo cual no es tan trivial, como pudiera parecer a primera vista. Hablamos pues de la definición de suelo. La noción más ampliamente aceptada de suelo deviene de los procesos biogeoquímicos que ocurren en la capa superior de la litosfera en donde hidrosfera, atmósfera, litosfera, biosfera, toposfera y a veces criosfera se imbrican (no he encontrado, en cualquier caso, una definición satisfactoria de esta última que nos permita precisar o discernir rigurosamente que debemos entender por suelo en algunas zonas polares del planeta Tierra). A estas, últimamente se ha unido la tecnosfera, entendida como el conjunto de influencias de las actividades humanas y de los productos derivados de ella sobre lo que debiera ser un suelo natural, en ese momento. Seguimos enseñando a los estudiantes que lo que diferencia a un suelo de una roca o un sedimento deviene de la presencia de la actividad biológica y las reacciones y propiedades ligadas a la presencia de materia orgánica en su interacción con la matriz mineral. En otras palabras, un sedimento se transforma en suelo conforme las reacciones geoquímicas se transforman en biogeoquímicas por intermediación de la vida en la epidermis de la tierra emergida. También solíamos soslayar a los sedimentos acuáticos, a pesar que cumplen estas últimas condiciones. Se me escapa una razón lógica que de cuenta de tal modo de proceder, en el último caso. No obstante cada vez son más las clasificaciones nacionales de suelos, como también la WRB, que comienzan a incluir como objeto de estudio estos últimos objetos naturales, siempre y cuando se encuentren a no mucha distancia en la vertical de la atmósfera. Sin embargo, la exploración del regolito marciano me ha hecho reflexionar sobre ciertas decisiones del pasado, que hoy me parecen cuestionables. Veamos porqué.

 

 

Permafrost y estructuras poligonales en Marte y La Tierra.

Fuente: Aarth Observatory News, NASA

 

Denominamos suelos poligonales en sentido amplio a aquellos que poseen una macro-estructura que atesora este tipo de geometrías, que generalmente en superficie también se manifiestan en bellas formas geométricas. Se presentan en tipos de suelos como los Solonetz (suelos fuertemente alcalinos y sódicos), Vertisoles (muy ricos en determinado tipos de arcillas) y Criosoles (que contienen el agua helada en superficie gran parte del año), sin pretender ser exhaustivos. No obstante, una laguna seca, al generar grietas de retracción da lugar a las mismas geometrías. Podría alegarse que tienen materia orgánica, etc. Cuando deben o no ser considerados como suelos sería materia de debate. ¿Ahora bien y los regolitos marcianos?

 

Recientes imágenes llegadas del Planeta Rojo muestran la presencia de suelos poligonales ligadas, ya sea a fluorescencias salinas y/o a la presencia del agua en el regolito y/o saprolita, es decir con permafrost en sentido amplio. Ya os comenté en otro post que, en mi opinión, los edafólogos debíamos ampliar el objeto de estudio con vistas a incluir los regolitos. Ahora bien en los terrestres hay tanto materia orgánica, aunque sea en escasas cantidades, como actividad microbiana. Investigaciones recientes apuntan a que los procesos que acaecen en su seno son marcadamente biogeoquímicos, que no geoquímicos, lo cual refuerza mi tesis. Pero: ¿y los regolitos marcianos?

 

En la superficie de Marte no se han encontrado vestigios de materia orgánica, al menos los suficientes para dar señales de reacciones biogeoquímicas. Por tanto, bajo la definición actual más aceptada de suelo no deberían ser considerados como tales. Sin embargo en partes del desierto de Atacama (el más árido del mundo) parece ocurrir lo mismo. ¿Aparecen en los mapas de suelos? Consultarlo vosotros. La cuestión estriba por tanto en discernir que rasgos, propiedades, morfologías, procesos son propiamente edáficos (es decir ligados a la materia orgánica y la vida) y cuales no.

 

En otro post, ya os comentamos como el Profesor Admundson analizaba los suelos de Atacama y extraía paralelismos con lo que podría o no ocurrir en los “sedimentos o regolitos marcianos”. Nos informaba sobre horizonaciones (formación de horizontes -¿edáficos?-, aunque fueran por el lavado diferencial de sales), estructuras poligonales, etc. Más aún, resulta pertinente aquí retrotraernos aquí a la definición de Criosoles y horizontes críicos de la WRB 2006-2007, en su versión castellana gracias a la labor de Mabel Susana Pazos.

 

Principios Básicos

La clasificación de suelos se basa en propiedades del suelo definidas en términos de horizontes, propiedades y materiales de diagnóstico, las que hasta el máximo posible deberían ser medibles y observables en el campo

 

Criosoles

Los Criosoles comprenden suelos minerales formados en un ambiente de permafrost. Cuando hay agua presente, ésta ocurre principalmente en forma de hielo. Los procesos criogénicos son los procesos formadores de suelos dominantes. Los Criosoles se conocen ampliamente como suelos con permafrost. Otros nombres comunes para muchos Criosoles son: Gelisoles (Estados Unidos de Norteamérica), Cryozems (Federación Rusa), Suelos Criomórficos y suelos Polares de desierto.

 

Horizonte críico

El horizonte críico (del griego kryos, frío, hielo) es un horizonte del suelo permanentemente congelado en materiales minerales u orgánicos.

 

Pues bien, yo no leo por ningún lado mención específica a los susodichos procesos criogénicos requieran necesariamente de la presencia de actividad biológica y materia orgánica. En Marte, los expertos nos informan de la presencia de permafrost y estructuras poligonales. ¿Son entonces suelos o no? Y si no lo son: ¿Por qué?

 

¿A que viene toda esta desiderata?, os preguntaréis algunos de vosotros. Pues por la sencilla razón de que si pretendemos clasificar los suelos por sus propiedades intrínsecas había que diferenciar que estructuras, rasgos y propiedades son producto de reacciones biogeoquímicas y cuales de otras meramente geoquímicas. Dicho de otro modo, debemos diferenciar unas de otras con vistas a determinar que es idiosincrásico del suelo, tal como lo entendemos hoy. Que yo sepa, no existe ningún catálogo en la bibliografía que discierna unas de otras. Como corolario, se genera una laguna conceptual y posiblemente física entre el concepto “orgánico” de “suelo” y las clasificaciones que elaboramos de los mismos. Surge así un problema teórico que debería resolverse. La identificación de los rasgos, procesos y estructuras que no demandan de la presencia de materia orgánica y vida podrían resultar relevantes para clasificar los suelos, regolitos, o lo que sea de otros cuerpos planetarios.

 

Pero la nueva WRB (2006-2007), redefine lo que es un suelo de forma radicalmente diferente a la WRB de 1998, que requería la presencia de material orgánico e inorgánico. Concretamente nos dice que:      

 

(..) la WRB ha tomado la aproximación más abarcativa de nombrar cualquier objeto que forme parte de la epidermis de la tierra (Nachtergaele, 2005). Esta aproximación tiene numerosas ventajas, notablemente permite afrontar problemas ambientales en una manera holística y sistemática y evita discusiones estériles acerca de una definición de suelo universalmente aceptada y su espesor y estabilidad requeridos. En consecuencia, el objeto clasificado en la WRB es: cualquier material dentro de los 2 m de la superficie de la Tierra que esté en contacto con la atmósfera, con la exclusión de organismos vivos, áreas con hielo continuo que no estén cubiertas por otro material, y cuerpos de agua más profundos que 2 m.

 

Pues bien, ¿son los denominados regolitos marcianos suelos no?. Uno podría passer que sí, hasta cae en la cuenta de que todo se refiere “a La Tierra”. En mi pueblo, me enseñaron que como sinónimo de Planeta (nombre propio) debe escribirse con “Mayúsculas”, al contrario que para referirse al terreno. Pero aquí……… De referirse a La Tierra, cabría decir que, como Marte es otro planeta, no concierne a la edafología (la forma más estúpida y acientífica de apartarse del camino, para que nuestro hueco lo ocupen otros especialistas con menos conocimiento de causa). Sin embargo, si hablamos de “la tierra” podríamos pensar que muy posiblemente parte de la superficie del Planeta Rojo podría fácilmente ser considerado suelo.  Sinceramente, considero un disparate la sentencia de la WRB señalada en verde.

 

El Método Científicos nos dicta que para clasificar un recurso natural debemos partir de un concepto adecuado y preciso. Los arquitectos de la WRB nos dicen que se trata de “una discusión estéril”. Yo, lo que personalmente encuentro en todo este debate no es más que una falta de rigor manifiesta. Y no es un ataque a los compañeros a cargo de la WRB, sino de nuestra propia comunidad científica en su conjunto, a la que le cuesta a digerir que los debates teóricos bien planeados jamás son estériles sino fructíferos. Y para terminar, retorno a la proposición inicial. No estaría demás realizar un catálogo de los procesos biogeoquímicos idiosincrásicos al suelo de los puramente geoquímicas, lo cual podría depararnos algunas sorpresas muy interesantes.

 

Juan José Ibáñez

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