El número de sitios de Internet en lengua española que hablan sobre el «fin de la ciencia» alcanza la nada despreciable cifra de los 10.500.000. El otro día nuestro amigo y blogger de la excelente bitácora sobre “Sistemas Inteligentes”, José Carlos Cortizo, nos preguntaba también cual era nuestra opinión sobre este tema. Le dedicamos pues el post. “El Fin de la Ciencia: Los Límites del Conocimiento en el Declive de la Era Científica”. Así rezaba el título del libro de John Horgan que levantó una buena polvareda hace ya más de una década. Del mismo modo, el Premio Nóbel Steven Weinberg publicó oro libro relacionado con el tema: “Sueños de una teoría final” (mucho menos citado en el ciberespacio), aunque desde otra perspectiva. En cualquier caso, ambos autores defendían que nos encontrábamos al final de la “Era de la Indagación Científica”. No debe extrañar pues el revuelo que han montado ambos autores ante la segura indignación de buena parte de sus colegas. En primera instancia, bien pudiera antojarse como una polémica espuria por no decir estúpida. Sin embargo, bajo tales tipos de provocaciones, afloran aspectos de sumo interés que no convendría olvidar. En este post y acompañado de las reflexiones realizadas por otros autores, repasaremos los retos  e incertidumbres a los que se enfrentará la ciencia en el futuro. ¿Nos acercamos al fin de la ciencia?

 

Y ahora la lamentable, una vez más, la insidiosa “coletilla final”. Ya sabéis que últimamente a este sistema de bitácoras parece ser que se niega a enlazar los post que escribimos, pero no ocurre lo mismo con cualquier otro material que circule por el ciberespacio. Si cuando lee este estamos en tal trance, debe copiar el título de nuestros post previos y añadirlo a su buscador favorito. Rápidamente encontrará el post, al teclear también “Universo Invisible”. ¡Llevamos así tres meses!. ¡El Sistema no funciona!. Eso está claro.

 

 

 

Paisajes de Ciencia “Ficción». Al borde del precipicio.  Fuente: Taringa

 

Tengo en mis manos el libro de Horgan. Lo leí en 1998 y me produjo una grata impresión. Sinceramente, me divertí mucho. Considero que el autor derrocha una buena dosis de ironía que no ha sido bien entendida por mis sesudos y serios colegas. Desde luego, quien quiera leer acerca de los delirios de grandeza de algunos de nuestros héroes se van a entretener mucho. En su momento, me sorprendió que el debate se calentara tanto. Ya no pienso lo mismo.

 

A finales de la década de los 90 del siglo pasado, se calculaba que existían más científicos en activo que los que trabajaron con anterioridad a lo largo de toda su historia. Hace unos días, en el post titulado “El Valor de la Ciencia Básica: Una Mirada Retrospectiva”, exponía una foto en la que aparecían juntos gran parte de los fundadores de las ciencias físicas, tal como las conocemos en el siglo XX. José Carlos Cortizo me interpeló con una pregunta más que razonable: ¿Cómo es posible que en estos momentos no se pueda hacer una fotografía que reúna a tantos mitos? Y tenía razón. Desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX la creatividad científica fue explosiva. Teoría darviniana de la evolución, fundación de la genética y el descubrimiento de su código genético, sentaron los pilares de la biología moderna. Descubrimiento de la radioactividad, mecánica cuántica y teoría de la relatividad, resultan ser las piedras angulares de la física contemporánea. Se trata de meros ejemplos, ya que podríamos exponer muchos más. ¿Cómo es posible que con la desaforada investigación científica que se lleva a cabo actualmente por millones de expertos no se pueda realizar una foto semejante? Debemos entender, en primer lugar, que hablamos de mitos, y las leyendas tardan en forjarse. Posiblemente tan solo una mirada retrospectiva, dentro de unos 50 años nos clarifique si tal dilema es causado por un espejismo o si atesora una preocupación  razonable.  Sin embargo, yo también me planteo la cuestión. Pero comencemos por examinar la reseña del libro de Horgan, que aparece en su contraportada (obviamente escrita para alcanzar las mayores ventas posibles). Tal lectura nos clarificará “en parte” los postulados que defiende el autor.      

 

 

 

Paisajes de Ciencia. Fuente: Mundo de recetas.com

 

Reseña en la Contraportada del Libro de Horgan

El Fin de la Ciencia; Autor: HORGAN, JOHN: Editorial: Paidos Iberica; Isbn:84-493-0484-9

 ¿Hemos contestado ya a todas las grandes preguntas? ¿Se ha alcanzado toda la sabiduría merecedora de retenerse? ¿Se llegará algún día a una teoría completamente definitiva, que suponga el fin de nuestras investigaciones? ¿Hemos dejado ya atrás la era de los descubrimientos? ¿Es la ciencia actual un mero rompecabezas que se limita a aportar nuevos detalles a teorías ya existentes? En este libro, John Horgan da unas respuestas sorprendentemente cándidas a estas y otras delicadas preguntas sobre temas como Dios, Star Trek, los quarks, la conciencia, el darwinismo, la concepción marxista del progreso, los robots, Noam Chomsky, Clifford Geertz y otros muchos Y el resultado, a la vez revolucionario y riguroso, constituye toda una argumentación en favor del «finalismo», una visión global divertida, reflexiva e incluso profunda de la empresa científica en su conjunto. Pues bien, por un lado la conclusión es que, como deja bien claro Horgan, tal vez la mayor amenaza con que se enfrenta la ciencia actualmente sea la posibilidad de perder su lugar de honor en la jerarquía de las distintas disciplinas y quedar reducida a algo parecido a la crítica literaria, lo que el autor denomina la «ciencia irónica». Pero, por otra parte, quizás a esta crítica radical, basada en la opinión de los principales investigadores del planeta, deba añadirse igualmente un sincero homenaje, pues si la ciencia está tocando a su fin será porque ya ha realizado con éxito el trabajo que le había sido encomendado. Entretanto, la idea misma de racionalidad científica es objeto de ataques por parte de los defensores de los animales, los fundamentalistas religiosos y los new agers. ¿Qué hacer? No es tan fácil decirlo, pero algunas de las respuestas seguro que están en las páginas de este libro.

 Si se me preguntara si se vislumbran los límites de la investigación científica me reiría. La respuesta sería contundente si consideramos lo que sabemos y lo que resta por aprender: ¡No!. Es una majadería. Ahora bien, si como he venido defendiendo en otros post incluidos en nuestra Categoría: «Curso Básico sobre Filosofía y Sociología de la ciencia», tal actividad puede ser entendida como un constructo social, la respuesta ya no sería tan contundente. Más aún, incluso albergo ciertas dudas. Pero pasemos a un texto más serio y sustancioso, como el escrito por el físico Antonio Fernández-Rañada, el mismo año en el que personalmente leí la obra de Horgan.

  

Crítica de Antonio Fernández Rañada

Rumores del fin de la ciencia ¿Cuánto nos queda por saber?

Antonio Fernández-Rañada

(Diario La Razón, Suplemento Cultural, 14 marzo 1999)

 

La ciencia nos tiene acostumbrados a su incesante ritmo de nuevas ideas. Sin embargo, dos libros recientes de gran éxito proclaman que la ciencia se termina. Que la humanidad dejará de indagar las grandes cuestiones sobre la materia, la vida, el hombre o el universo. Esto no significa que los científicos y tecnólogos se queden sin trabajo, tendrán que seguir afinando los detalles y desarrollando aplicaciones tecnológicas, pero se habrá acabado la emoción del descubrimiento. Si así fuese, a la naturaleza le quedarían ya pocos ases bajo la manga. Hablo de Sueños de una teoría final”, escrito por el muy brillante premio Nobel de física Steven Weinberg y de “El fin de la ciencia.

 Los límites del conocimiento en el ocaso de la era científica” del crítico literario cambiado en periodista científico John Horgan. Que se anuncie el fin de algo no debe sorprender, se ha pronunciado el fin de casi todo: del arte, de la novela, de la historia, de la filosofía o de la ética. Quizás sea el turno de la ciencia. Los dos tienen razones bien distintas, opuestas incluso. Para Weinberg, la ciencia se termina porque ya estamos a punto de saberlo todo, porque en pocas décadas llegaremos a la teoría final y definitiva de las leyes de la naturaleza, que sería la física de partículas elementales, o sea, de los quarks y los electrones. Se deja seducir por esta forma moderna del mito del Árbol del Edén; la teoría final sería para nosotros como el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal para Adán. En ella estaría encerrado todo el conocimiento posible. Extraerlo, sería sólo una cuestión técnica. No es cosa nueva, muchos científicos han sentido la misma tentación, la ciencia en su modo más intenso tiene mucho de fáustico.

 Horgan, en cambio, sostiene que llega el fin porque lo poco que nos queda por entender es tan difícil y los experimentos que hay que hacer tan costosos que la sociedad no aportarán los medios necesarios para descubrirlo. Como consecuencia se frenará el proceso científico de indagación sobre el mundo. Ha influido mucho en esta opinión el observar cómo el fin de la Guerra Fría ha frenado muchos proyectos de ciencia básica. De modo paradójico, la derrota de la Unión Soviética ha hecho que la verdad pierda terreno frente a la utilidad; ya no merece la pena gastar tanto dinero en buscar el prestigio que da el conocimiento.

 O sea que si Weinberg cree que la ciencia, como búsqueda de sabiduría, será pronto innecesaria, Horgan opina que será imposible. Weinberg es un reduccionista radical que quiere llevar hasta sus últimas consecuencias el famoso “Discurso del método” de Descartes: dividir las dificultades en tantas partes como se pueda, analizarlas por separado, resolverlas una a una. En ello se basa para creer que todas las ciencias podrán deducirse un día de la teoría de los constituyentes más básicos de la materia, los quarks y los electrones. De ella se podrá deducir el resto de la física, después la química, luego la biología de la química, y así sucesivamente llegaríamos hasta las neurociencias y la sociología. Otros se oponen frontalmente, como Philip Anderson, también premio Nobel de física, quien es tajante: ese reduccionismo “ignora las propiedades emergentes, que pueden referirse a entidades más simples pero no deducirse de ellas”, pues cada nivel de complejidad tiene leyes propias que no son deducibles de su nivel inferior.

 Tenemos aquí otro episodio de la famosa crisis de la Modernidad. Weinberg es hipermoderno y tiene una confianza ilimitada en el poder de la ciencia para conocer el mundo. Tanto que ni repara en posibles límites de tipo social o humano, ni le preocupan las consideraciones que no sean científicas. No duda que el conocimiento de los constituyentes más íntimos garantice el de todos los niveles de organización de la materia. En cambio, Horgan es posmoderno. Su postura se basa en su convencimiento de que parte al menos de la ciencia más avanzada es irónica, o sea que admite múltiples y hasta contrarias interpretaciones, como una obra literaria. Lo cree así porque en muchos casos de ciencia de frontera, cosmología o partículas elementales por ejemplo, no se podrá llegar nunca a hacer los experimentos necesarios. O sea que, según él, la carrera de la ciencia hacia la objetividad quedaría truncada.

 Importa mucho esta cuestión. Si alguno de los dos estuviese en lo cierto, las consecuencias para el futuro del pensamiento y la cultura serían profundas. Una de las bases de nuestra civilización es el espíritu de aventura en lo desconocido, impulsado por la evidencia de que no lo sabemos todo. Si la ciencia se terminase al modo de Horgan, quedaría mucho menos espacio para ejercer ese espíritu y sentir la emoción intelectual de adentrarse en lo desconocido. Si al de Weinberg, no quedaría ninguno. Pero un tercer libro muy reciente demuestra que no es el caso. En “Lo que queda por descubrir”, John Maddox que fue editor de la revista Nature durante 23 años, tras pasar revista a muchas grandes cuestiones de cuya solución estamos aún muy lejos, concluye que tenemos ciencia para mucho tiempo. Lo que sí se termina es una época de la ciencia, la iniciada en la Segunda Guerra Mundial, pero esa es otra historia.

 

 

En el segundo párrafo Fdez-Rañana escribeque s

e anuncie el fin de algo no debe sorprender, se ha pronunciado el fin de casi todo: del arte, de la novela, de la historia…..”. Efectivamente lleva toda la razón. El problema estriba en que muchos afamados físicos, a lo largo de la historia, son los primeros voceros de tales profecías. Luego que no se acuse a otros mortales de odiar a la ciencia cuando espetan algo similar. Eso si, todas las propuestas que he leído lo hacen siguiendo los postulados de Weinberg, diametralmente opuestos a las elucubraciones de Horgan. Ahora los físicos andan a la búsqueda de su nuevo Santo Grial: “La Teoría del Todo”. Me encantan este tipo de búsquedas, por cuanto siguen uno de mis lemas favoritos; aquél de “mayo del 68” que rezaba: “se realista, pide lo imposible”. Y al hacerlo, nunca se alcanza la meta, pero afloran nuevos descubrimientos de gran envergadura. Eso pienso. No obstante, una cosa es investigar sobre la Teoría del Todo, y otro bien distinto obtener una que explique “todo” (en el sentido de la física, se sobreentiende). Si hubiera atesorado talento para ser un buen físico no duden que estaría justamente allí, trabajando sobre el tema. Sin embargo jamás creería que el ser humano tenga a su alcance el Santo Grial. 

 

Pero pasameo a analizar el tema desde otra perspectiva. Al abordar la postura de Horgan, Fdez-Rañada nos informa de una verdad palmaria: “Ha influido mucho en esta opinión el observar cómo el fin de la Guerra Fría ha frenado muchos proyectos de ciencia básica. De modo paradójico, la derrota de la Unión Soviética ha hecho que la verdad pierda terreno frente a la utilidad; ya no merece la pena gastar tanto dinero en buscar el prestigio que da el conocimiento. Y realmente se trata de un hecho constatado, que se me antoja más que preocupante. Que la ciencia “básica” contemporánea se sustente en pilares tan discutibles como la guerra y el poder ofrecen mucho alimento para una reflexión más profunda. A mediados de los años 90, muchos físicos del CSIC rechazaron la iniciativa de integrar a sus institutos (propuesta ministerial) a los expertos en mecánica cuántica. La investigación de estos últimos se encontraba frenada, por cuanto para avanzar necesitaban nuevos instrumentos sumamente caros. Ni siquiera la EE.UU. tuvo a bien atender sus súplicas. Como ya comentamos en otra ocasión, tuvo que generarse una gran coalición de países para subvencionar lo que aquellos investigadores demandaban. Hablamos del LHC o Gran Colisionador de Hadrones”, del que todos tendréis noticias de una forma u otra, aunque no os suenen estas “palabrotas”. ¿Y Cuanto costaría el siguiente?. Mejor no pensarlo. Ya vemos que la economía mundial no ha tenido el sentido común como para adoptar medidas serias con vistas a paliar las terribles repercusiones que hoy sufrimos a consecuencia del cambio climático, a pesar de que esta tema lleva casi 20 años en el candelero de los mass media. ¿Y la pobreza, hambre y enfermedades que azotan a una buena parte de la humanidad?

 Aquellos locos genios de finales del siglo XIX y principios del XX, atesoraban gran talento, eran libre pensadores, no requerían instrumental tan oneroso como el actual. Tampoco padecían llevar sobre sus espaldas, ni a los militares, ni a los mentecatos que sostienen que solo debe subvencionarse lo que sea útil y rentable. ¡Que poco conocen la ciencia! Del mismo modo constatamos, que bajo la crisis actual casi todos los gobiernos han recortado draconianamente los presupuestos en materia de investigación y desarrollo tecnológico. Y de aquí quizás emerja la primera respuesta que se le puede ofrecer al amigo José Carlos. Por término general, la actividad científica actual difiere tanto de la de aquellos años dorados, que impide una comparación rigurosa partiendo de los fríos datos.   Decimos en España que “las prisas son malas consejeras”. Podríamos reparafrasear tal sentencia señalando que “en materia de investigación científica las inmediateces de todo tipo son sus principales enemigas. ¿Y Esto para que sirve? Tan estúpida pregunta fue ya contestada en nuestro post  “El Valor de la Ciencia Básica: Una Mirada retrospectiva”. Otra apreciación de la indagación científica que hunde a los talentos más creativos en la más absoluta miseria.  Todo necesita ser ponderado y decantado con tranquilidad y objetividad.

 Finalmente Fernández Rañada ofrece otra perspectiva preocupante al escribir: “John Maddox que fue editor de la revista Nature durante 23 años, tras pasar revista a muchas grandes cuestiones de cuya solución estamos aún muy lejos, concluye que tenemos ciencia para mucho tiempo. Lo que sí se termina es una época de la ciencia, la iniciada en la Segunda Guerra Mundial, pero esa es otra historia.”. Coincido con Maddox en que hay ciencia para rato. Sin embargo, de su opinión vislumbro tres periodos científicos diferentes desde finales del siglo XIX (i) la de los locos talentosos generadores de hipótesis audaces que cambiaron el mundo, (ii) la de los de la segunda mitad del siglo XX que exprimieron, operacionalizaron y perfeccionaron la ciencia precedente  (y la que queda por venir), aunque atesorando menos oroginalidad y (iii) la que el futuro nos depara. Pues bien, la pregunta del millón resulta ser: ¿Cómo será esta última?. Quizás porque sea viejo, quizás por que no me gusta el ambiente competitivo y mezquino al que la comunidad científica se ha subyugado en las dos últimas décadas (publica o pereza, busca pasta desesperadamente, notoriedad a toda costa, haz todo lo posible por aparecer en los mass media alegando que tu último trabajo es el “no va más”, etc., etc.,), comienzo a preguntarme si ya estamos en el umbral de  lo que Horgan llamaba la “ciencia irónica”.

 El meollo de la cuestión estriba  en que la respuesta acerca del futuro de la ciencia no se encuentra pues en manos de sus verdaderos actores, gran parte de los cuales se encuentran, lo quieran o no, en su “torre de marfil” (más aun, algunos de ellos les gusten que les apoden “los sacerdotes de la ciencia”), sino en los oscuros deseos de los poderes fácticos. Hablamos del capitalismo bobalizante y la industria militar.  Por su puesto que la ciencia sobrevivirá, pero de que modo y a que precio: ¿la mediocridad? No obstante, tampoco vendría de más preguntarnos a nosotros mismos lo que se plantea en el siguiente texto y enlace”:

 En El Fin de la Ciencia, una de las ideas más atractivas que presenta John Horgan está tomada de un biólogo, George Stent, para quien «según la teoría darwiniana, la ciencia no surge de nuestro deseo de conocer la verdad como tal, sino de nuestra compulsión a controlar nuestro entorno para aumentar las posibilidades de propagación de nuestros genes«. Para Stent, en el momento en los rendimientos de la búsqueda de conocimiento comiencen a ser decrecientes el abandono paulatino de la Ciencia será explicable. En el caso de la información pública, entendida como información sobre los temas públicos, en el momento en que el cuadro del «Mundo» parece completo, y el acceso a información sobre los países, las teorías y los temas ya no es un gran avance, y tampoco un privilegio, es muy plausible esperar que decaiga el interés por tener esta información. Validar estas teorías requerirá como mínimo de encuestas de valores y procedimientos de investigación sicológica, pero son otra fuente de preguntas y respuestas interesantes al problema de por qué la lógica de la información pública –la de el avance hacia informaciones cada vez más ricas sobre los temas de la cosa pública- no se está manifestando en el producto de los medios, y tampoco en su uso de las posibilidades de investigación que permiten desarrollar ese ideal de la información.

 ¿Será sí Carlos? ¿Somos así como entidad social?. Vivimos malos tiempos para la lírica y el libre pensamiento: crisis económica, alimentaria, energética, de valores y ambiental. Sumadas todas, cabe preguntarse si corre peligro la cultura actual y quizás también nuestra propia supervivencia. El destino de la ciencia no puede ser revelado por los investigadores (meros actores), sino por el devenir de los acontecimientos sociopolíticos. Lo más preocupante a nivel personal, ya sea por los hechos aludidos, ya por mi rebelión contra la sciencebussines, es que no soy muy optimista, al menos a corto y medio plazo. La ciencia es parte de la cultura, por lo que será el devenir de la última la que condicione su futuro, y no al revés, como se nos quiere hacer pensar. Eso sí, la ciencia irónica seguramente ya se encuentre entre nosotros o, como mínimo podríamos estar en sus albores, si la humanidad no cambia de actitud, “de modelo de negocio”. Terminemos pues el post con una cierta dosis de humor agrio. Ignacio Bayo, en su columna de opinión, comentaba esta misma semana: Vidas útiles

 ¿Cómo caracterizar la vida útil de un científico? Dicen que los años más creativos y valiosos de un investigador son sus años mozos, recién terminada su carrera, donde se aúnan entusiasmo, mente abierta a posibilidades nuevas, pocos prejuicios, capacidad creativa… lástima que se malgasten estos, sus años más útiles, en buscarse la vida mediante becas, ayudas, etc. No deja de ser curioso que alcancen su estabilidad laboral-funcionarial justo cuando empieza a languidecer esa creatividad innovadora. Es cierto que muchos continúan realizando aportaciones valiosas, pero sin duda menos transgresoras, menos revolucionarias. En compensación por lo tarde que consiguen un puesto estable, su vida útil se puede estirar hasta los 70, o más si consiguen ser eméritos.

 Totalmente cierto, aquí y en general también fuera de España (aunque en estos temas siempre vamos a la vanguardia, de la edad, se sobre entiende). Quizás debamos hablar también de “ciencia anciana”, ya que desde el punto de la racionalidad científica tal hecho resulta incomprensible.

 Juan José Ibáñez

 

Sobre el Darwinismo y la ley de los rendimientos decrecientes ver este enlace Muy bueno sobre la tautología subyacente en la denominada teoría Darvinista. Resulta recomendable también la lectura de José Antonio Gómez Di Vincenzo en su blog “Contra el Método

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3 comentarios

  1. Hola, Juanjo:

    Ante todo gracias por la extensa respuesta y perdona por no comentar el post antes, lo llevo teniendo pendiente de leer con calma estas dos últimas semanas.

    Además del tema de que los mitos tardan en forjarse, está claro que en los comienzos de una rama de la ciencia, los descubrimientos son más "grandes" y tienen un mayor impacto. Aún así, también faltan temas de principios y valores éticos, que parecen haberse perdido un poco.

    Leyendo tu post me han venido miles de ideas a la cabeza, así que si no te parece mal, escribiré un post al respecto, una especie de contestación al tuyo 🙂 Así me fuerzo a escribir algo, que en las últimas semanas entre unas cosas y otras tengo el blog cogiendo polvo 😛

  2. Esta imagen es vacan fuera bueno que crearan uno con mas creativo como un hombre en los planetas.

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