Antonio-Lopez-Lafuente

Antonio López Lafuente es uno de los fundadores de esta bitácora. Ya os comenté hace años que de aquellos cuatro magníficos, me he quedado solo al abandonarme el desodorante. Antonio es como uno de esos cometas que, cuando menos te lo esperas resurge de nuevo en el horizonte. O como uno de esos bulbos, que inesperadamente brota del del suelo para que vislumbremos la belleza de sus flores. Os dejo con uno de sus breves ensayos. Sras. y Sres., con Ustedes ¡Antonio López Lafuente!   

 Históricamente, la especie humana ha supuesto un problema para el desarrollo natural de la vida en el planeta, la participación en su degradación ha ido aumentando a medida que el nivel de bienestar es mayor, y los países más desarrollados no se ponen de acuerdo para intentar paliar alguno de los deterioros más evidentes. La contaminación del aire, agua y suelo afecta a todas las formas de vida en la Tierra y las consecuencias se analizan en los diferentes programas y proyectos científicos que se publican en todo el mundo. Un caso de alteración que cada vez afecta a un mayor número de territorios es la degradación de los suelos.

La calidad del suelo es cada vez menor, sus propiedades se deterioran y luchar contra ello es una obligación de organismos internacionales y gobiernos de los países afectados. Son muchas las denuncias que diferentes organizaciones hacen en relación con este hecho, por ejemplo, la Agenda 2030, en su ODS 15 “Vida de ecosistemas terrestres”, se puede leer “2.600 millones de personas dependen directamente de la agricultura, pero el 52% de la tierra utilizada para la agricultura se ve moderada o severamente afectada por la degradación del suelo”. Esta alteración de las propiedades tiene graves consecuencia para la sostenibilidad de los suelos, lo que se traduce en una pérdida de los servicios ecosistémicos. Otro ejemplo de la preocupación general por la mala utilización del suelo lo encontramos en el programa de la Unión Europea “De la granja a la mesa” donde se recoge la necesidad de que para 2030 en el 25% de los suelos con uso agrícola de la UE se realice una agricultura ecológica, con una reducción en la utilización de fertilizantes del 20% y de un 50% de pesticidas. El objetivo es hacer un mejor uso de los suelos, evitar su alteración y conseguir aproximar la producción agrícola a los lugares de consumo.

Son alguno de los programas que tienen como protagonista el suelo, la preocupación por su perdida cada vez es mayor. El suelo es un sistema natural que se deteriora con cierta facilidad y su recuperación, en general, es difícil y costosa. La génesis del suelo es un proceso dinámico, donde intervienen múltiples factores, unos externos relacionados con las condiciones del medio, y otros internos, relacionados con los componentes de la fase sólida, liquidan y gaseosa. Es, por tanto, un sistema natural, complejo, no renovable a corto plazo, que evoluciona hacia su desarrollo o, hacia su degradación.  En cualquier caso, y producto de esta evolución, el suelo cumple una serie de funciones en la naturaleza que le identifica y le hace ser imprescindible para el desarrollo del planeta.

Las funciones ecosistémicas del suelo son múltiples, y se van conociendo mejor a medida que aumentan la investigación en Edafología (Ciencia del suelo). La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), desde el año 2015, las va poniendo de manifiesto en las diferentes campañas de concienciación que anualmente publica en la conmemoración del día internacional del suelo (5 de diciembre). Sabemos que los suelos permiten la vida en la Tierra, ya que interviene en la regulación del clima, en el ciclo de los nutrientes, es hábitat para millones de organismos, o es el mayor reservorio de carbono después de los océanos y, tienen una incidencia determinante, tanto en la sostenibilidad de los bosques como en la calidad del aire y del agua.

Pero, además, el suelo es algo más que sus funciones dentro del ecosistema natural, hoy también se entiende que el suelo interviene en la vida de las personas que ocupan un territorio. En torno a él la humanidad ha construido su desarrollo, no podemos olvidar que desde el neolítico se le puede considerar como el gran estabilizador de los pueblos, es alrededor del suelo como se crean las primeras sociedades cuando el homo sapiens aprende a utilizar sus beneficios a partir de cultivar especies de plantas que luego se pueden comer. Por esto, el suelo no solo tiene las funciones ecosistémicas que se le atribuye, hay otras que no están recogidas explícitamente entre las citadas, pero que tienen una importancia capital, porque han formado parte de la identidad del lugar, me refiero a su dimensión social y económica, es decir, al valor que la tierra representa para las sociedades, para su historia, sus recuerdos y también para su progreso.

Es este un aspecto difícil de cuantificar, históricamente las distintas civilizaciones han utilizado el suelo como soporte y proveedor de nutrientes para las plantas, función básica para el desarrollo de las especies, pero su importancia, como hoy la entendemos, transciende ese concepto utilitarista para adentrarse en el ámbito de los sentimientos y del desarrollo territorial.

La importancia de los suelos, desde el punto de vista de las emociones, está ligada al sentimiento de pertenencia, del afán que tienen los seres humanos de sentirse unido a un lugar donde reconocer las huellas que han dejado sus raíces. Esto les hace convivir de forma respetuosa y en sintonía con su medio natural, los suelos ponen de manifiesto la identidad de un territorio, donde, además de sus formas, colores y olores, es decir, de la estética que define el paisaje, los suelos, que en él se integran, forman parte del acervo cultural de sus habitantes.

Pero además del valor social hay que añadir el valor económico, y al hablar de valor económico, no nos referimos solo al precio del suelo, es decir, el que se obtiene de cuantificar la calidad de las materias primas que de ellos se extrae, o de su ubicación urbanística, o del uso al que se destina, que si bien es bueno conocer, no debe ser la única forma de medir, porque entonces nos olvidamos de saber cuál es el valor de las especies animales y vegetales que en él viven, o cuánto vale la materia orgánica almacenada, o cual es el valor genético encerrado, parámetros todos ellos imprescindibles para estudiar el cambio climático, el secuestro de carbono o la pérdida de biodiversidad, entre otras cuestiones.

Decíamos al principio que la Agenda 2030 habla del porcentaje de tierras con grave peligro de degradación y esto no es un hecho fortuito o producto de una evolución natural, esto es producto del permanente maltrato a que están sometidos los suelo en todo el mundo. Cuando se talan bosques para ganar tierras cultivables, cuando se utilizan abusivamente fertilizantes inorgánicos, cuando se margina la agricultura tradicional en favor de una agricultura intensiva, o cuando se abandonan miles de hectáreas fértiles para construir urbanizaciones, se está contribuyendo a cambiar el paisaje de nuestros pueblos y el sentimiento de sus habitantes. Pero además este maltrato no es un hecho localizado, está afectando al equilibrio ecológico del planeta, ya que como consecuencia de él se están perdiendo especies animales que viven en su interior, se están alterando los ciclos naturales del carbono, nitrógeno y fosforo, o se está incrementando de forma exponencial la contaminación del agua y del aire. ¿Hasta cuándo lo podemos permitir?; es otra pregunta que surge, y la respuesta no puede estar en los versos de Bob Dylan: The answer, my friend, is blowin’ in the wind

                                       

Dr. Antonio López Lafuente

Académico correspondiente

 RANF y ACAFARMUR

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