perdida-del-agro-y-su-gente

Fuente Colaje Imágenes Google

En España y otros países del Norte Global, el éxodo de los agricultores a las ciudades sigue inexorablemente su camino. De hecho, ya existe hasta un partido político que se ha presentado a las elecciones bajo la denominación de la “España vaciada”. Y lo que es peor, por mucho que algunos deseen quedarse o retornar, la decisión puede ser hasta suicida, dado que las mayorías de las pequeñas poblaciones disponen de unos servicios sociales y unas conexiones viarias deplorables. Los ancianos, que están enfermos y requieren una atención médica, más o menos, continuada deben emigrar a lugares más “conectados con el mundo exterior”.  Los escasos niños que permanecen allí deben en su mayoría esperar a autobuses que los van recogiendo, localidad tras localidad, hasta alcanzar un pueblo que tenga colegios e institutos. Al retornar a sus hogares, a menudo no tienen con quien jugar. Actualmente, comienza a aceptarse e incluso se promociona el teletrabajo (en diversas profesiones) con vistas a que familias jóvenes puedan criar a sus hijos en el campo y todos vivan de un modo más saludable en conjunción con la naturaleza.   Empero los problemas arriba esbozados no animan a tales aventuras. Supongo que esta circunstancia afecta en mayor o menor medida a otros muchos países del norte global. Pero, ¿que ocurre en el Sur Global? ¿Qué acaece a escala mundial?

El artículo que analizamos hoy y reproducimos en parte abajo, publicado en la revista “Nature” da constancia de un paisaje aterrador, a pesar de que también muestra el imprescindible papel de los pequeños agricultores del mundo en la economía mundial. Se trata de un estudio cuyas cifras no deben dejar de pasarse por alto ya que son escalofriantes.  Merece la pena que lo leáis entero y más aun en su versión original, pinchando el hipervínculo del título de la noticia/ensayo/artículo que abajo os dejo. 

No obstante, antes de que comience su lectura convienen matizar algunos aspectos.  En primer lugar, alabo y avalo gran parte de las medidas que los autores proponen. Sin embargo, bajo el imperio de una economía global gobernada por multinacionales, presiones geopolíticas, conflictos bélicos, confrontaciones étnicas, y ahora los efectos devastadores del cambio climático, etc., se me antoja una quimera bajo la gelatinosa y manoseada gobernanza mundial de las diferentes entidades que forman parte de la ONU (incluyendo la FAO). Recordemos que estas últimas son un reflejo de la sociedad que padecemos en donde el dinero y el poder predominan, mientras la mayor parte de los ciudadanos somos sufridores/consumidores/esclavos del capitalismo salvaje neoliberal.  Y llegado a este punto el refrán: “Obras son amores, que no buenas razones” debe recordarse siempre con vistas a impedir que se siga cumpliendo la “Ley de San mateo”, que es la que realmente impera. 

Del mismo modo, si los autores han hecho encuestas en ciertos países y cuyos resultados muestran, yo he visitado otros y puedo alegar que en diferentes lares existen elementos comunes junto a otros muy idiosincrásicos o diferenciales. Hice mi tesis doctoral en una España que comenzaba a salir de la pobreza, y en donde el éxodo rural, había dejado atrás hasta pueblos enteros y con todo tipo de servicios “modernos”, e incluso cines, peluquerías, etc. Desolado, andaba por ellos, sin persona alguna, sintiéndome extraño. Poca gente retornó al pasar del Sur Nacional al Norte Nacional, con la llegada del progreso económico y social. 

He viajado por otros países del Sur Global, en donde la gente emigraba de un agro, en el que podía alimentarse, para nutrir la mirada de emigrantes que viven en insalubres cuidades-chabola, y se ven obligados a mendigar o delinquir para sobrevivir. Pregunté a algunos colegas agrónomos de esos países y me explicaron que todos desean una vida mejor, a menudo condicionados por lo que visionan en la televisión (como telenovelas basura), es decir se refieren a una vida urbanita con todos los bienes servicios, como si estuvieran a disposición de todos. Luego al llegar a la ciudad se deban cuenta de la cruda realidad, pero aun así ¡la mayoría no deseaban retornar al campo, con la dudosa esperanza de tener un golpe de fortuna.   

En otros países del sur global, gobiernos corruptos, golpes de estado militares, conflicto étnicos y religiosos, confrontación entre bandas y cárteles, etc., hacen que vivir en el agro se convierta en un heroico acto de supervivencia en manos de un incierto destino, poco prometedor.

Los autores tampoco advierten que gran parte de las sumas acordadas por esas Instituciones Internacionales, no son finalmente liberadas en una buena parte y/o donadas a esos Estados corruptos que las utilizan para el lucro de unos pocos, comprar armamento, etc.   

Cifras terroríficas, que calculamos los académicos la mayor parte del norte global, cuyos gobiernos, también alimentan conflictos tras los cuales subyacen el acaparamiento de tierras, arramplar con recursos naturales escasos y valiosos de gobiernos débiles, corruptos e incluso alimentando conflictos tribales que esconden otras realidades)¡Piratería!.

Respecto a la importancia, respeto y saberes los pueblos indígenas, completamente. Empero la realidad es recalcitrante y los “Bolsonaros” medran, saltándose a la torera, cualquier legalidad internacional.   

Reitero que el estudio es completo y esboza claramente la dimensión global del problema palmariamente. Sus recomendaciones son tan hermosas como tristemente utópicas. La realidad se impone y resulta que al final,  con vistas a evitar la hegemonía del capitalismo neoliberal y su lema oculto laLey de San mateo, tan solo podemos exclamar “Obras son amores, que no buenas razones”. Y esto me incumbe también a mí, que escribo contortamente sentado y bien nutrido.

Estudio muy interesante por cuanto  dimensiona el problema a escala global.

Juan José Ibáñez

Continúa……….

Millones de empleos en la producción de alimentos están desapareciendo: un cambio de mentalidad ayudaría a mantenerlos (Millions of jobs in food production are disappearing — a change in mindset would help to keep them). Nature 31 July 2023

Detener la pérdida de empleos y conocimientos de los pequeños productores requiere invertir en sostenibilidad rural, abordar la pobreza y la inequidad y garantizar que las ganancias económicas permanezcan en manos locales. Los beneficios se compartirían a nivel mundial.

Eduardo S. Brondizio, et al.

Avanzar en los objetivos acordados internacionalmente para el desarrollo sostenible, el cambio climático y la biodiversidad requerirá cambios importantes en la forma en que se producen y distribuyen los alimentos del mundo. En 2021, el Banco Mundial estimó que los sistemas alimentarios actuales representan 12 billones de dólares en costos sociales, económicos y ambientales ocultos.

En las últimas décadas, han surgido iniciativas globales para comenzar a hacer esos cambios. Y están surgiendo oportunidades para abordar la pobreza, la inequidad y otros problemas sociales junto con la crisis climática y la de biodiversidad, en parte gracias al creciente interés en hacer que la producción de alimentos sea menos destructiva para el medio ambiente y más sostenible. Los avances tecnológicos también podrían mejorar las condiciones de trabajo e impulsar la producción y el acceso al mercado para los pequeños y medianos productores de alimentos.

Sin embargo, hacer que tales iniciativas funcionen a escala significa revertir una tendencia que muchas personas ven como una consecuencia inevitable de la modernidad y el progreso: el movimiento de millones de personas de las regiones rurales a las ciudades o sus bordes.

Los datos de empleo de la Organización Internacional del Trabajo, una agencia de las Naciones Unidas, muestran que, en los últimos 30 años, se han perdido alrededor de 200 millones de empleos en la producción de alimentos en todo el mundo (ver «La disminución de los empleos de producción de alimentos»). Según nuestro análisis, el ritmo actual podría acelerarse, lo que resultaría en la pérdida de al menos 120 millones de empleos más para 2030, principalmente en países de ingresos bajos y medianos (PIBM; véase Información complementaria). Esta disminución global masiva del empleo ha contribuido a la ruptura de las familias y las comunidades en todos los PIBM a medida que millones de personas se trasladan a las zonas urbanas, un proceso que se está intensificando por el cambio climático. Después de la migración dentro y entre países, muchas personas que terminan en entornos urbanos o periurbanos viven de manera más precaria que antes, careciendo de empleo y de servicios básicos como la vivienda. Y el conocimiento intergeneracional está desapareciendo: sobre la biodiversidad utilizada por agricultores, pescadores, pastores, gestores forestales y de especies silvestres; de las tecnologías para la producción de alimentos; y sobre cómo gestionar el entorno.

Detener esta tendencia requiere tres cambios importantes. En primer lugar, los gobiernos y las organizaciones no gubernamentales deben invertir en infraestructura básica y servicios públicos (escuelas, transporte, tecnologías digitales, etc.) en las zonas rurales e indígenas. También deberían ayudar a replantear las narrativas ampliamente aceptadas que consideran que los productores de alimentos de pequeña y mediana escala tienen un valor limitado. En segundo lugar, más de las iniciativas internacionales y nacionales para hacer que la producción de alimentos sea más resistente y biodiversa deben abordar los problemas sociales junto con los ambientales. En tercer lugar, los beneficios económicos de producir alimentos deben acercarse al lugar donde se cultivan esos alimentos.

Para ser eficaces, las iniciativas deben tener en cuenta los derechos inherentes de las diversas comunidades indígenas y rurales, respetar y aprovechar los conocimientos y tecnologías indígenas y locales, y ser dirigidas por estas comunidades. También deben reconocer el papel y las aspiraciones de los jóvenes como agentes activos en la promoción de oportunidades de empleo atractivas en la economía alimentaria. Quizás lo más importante es que las suposiciones arraigadas derivadas de las teorías académicas desarrolladas en los siglos XIX y XX y mantenidas en todo el mundo deben ser desafiadas. Estos incluyen las ideas de que la producción de alimentos a pequeña escala e indígena y los sistemas de gestión de recursos no son importantes para alimentar a la gente del mundo, y que la pérdida de empleos en las zonas rurales e indígenas es una consecuencia inevitable y necesaria de que los países se vuelvan modernos y eficientes.

Pequeño pero poderoso

Aunque la mayoría de los académicos, los formuladores de políticas y los gobiernos centran su atención casi por completo en las operaciones que producen productos básicos para la exportación, las contribuciones de los sistemas de producción de alimentos indígenas, de pequeños agricultores y familiares son considerables. Más de 866 millones de personas apoyan a familias y comunidades trabajando en la agricultura, la pesca, el pastoreo, la gestión forestal y otros sistemas de producción de alimentos de pequeña a mediana escala. Eso es el 26 % de la fuerza laboral a nivel mundial, y más del 80 % en algunos países, como Burundi. Alrededor del 89% de estas personas viven en áreas rurales y territorios indígenas, y casi 500 millones de indígenas manejan más de una cuarta parte de la superficie terrestre mundial.

Las pequeñas explotaciones agrícolas (menores de 2 hectáreas) por sí mismas proporcionan alrededor del 35 % del suministro mundial de alimentos y una proporción mucho mayor en América Latina, el África subsahariana y el sur y el este de Asia. Mientras tanto, la pesca artesanal genera hasta 110 millones de puestos de trabajo, según algunas estimaciones (ver go.nature.com/478xt9g). Esto es más que el total combinado de los de la pesca industrial, la producción de petróleo y gas, el transporte marítimo y el turismo.

A pesar de su importancia, millones de pequeños y medianos productores de alimentos de todo el mundo se enfrentan a inmensos desafíos. Las dificultades para obtener préstamos bancarios o acceder a los mercados crean importantes obstáculos financieros, y a menudo carecen de asistencia técnica y acceso a maquinaria básica, tecnología e infraestructura logística. Sus conocimientos, prácticas y técnicas a menudo son ignorados y estigmatizados en las políticas y los programas de desarrollo. Cuando las personas intentan producir alimentos junto con vastas granjas de productos básicos, incluso el acceso a recursos básicos como agua limpia y aire puede ser poco confiable.

Los pequeños y medianos productores de alimentos se encuentran entre los más vulnerables a los efectos del cambio climático; Además, este grupo incluye al 65% de las personas del mundo que viven en la pobreza extrema. Los pequeños agricultores y los grupos indígenas en particular a menudo son presionados por las industrias de productos básicos para vender sus tierras, y pueden estar expuestos a la violencia en sus esfuerzos por proteger sus territorios y recursos del acaparamiento de tierras y agua, la tala ilegal, la minería, la pesca o la caza. Son vulnerables a que los precios de los alimentos sean dictados por actores poderosos en cadenas de suministro altamente consolidadas. También carecen de la protección de la legislación laboral y de los derechos sociales, como las prestaciones de la seguridad social y el seguro médico.

En muchas regiones, el trabajo de los productores rurales e indígenas y la propiedad de la tierra o las aguas que utilizan no están formalmente reconocidos. Incluso a nivel local, el trabajo de producir alimentos no es respetado ni valorado, especialmente para las mujeres y las niñas. Esa invisibilidad se refleja en muchas estadísticas nacionales, aunque están empezando a surgir evaluaciones más inclusivas. En Brasil, por ejemplo, los censos agrícolas que representan la contribución de la producción agrícola familiar de alimentos comenzaron en 2006.

Cambiar de mentalidad y discurso

Desde finales del siglo XIX, las teorías académicas sobre la evolución social y las transformaciones estructurales económicas han predicho la desaparición inexorable de los pequeños propietarios, los trabajadores agrícolas y los pueblos indígenas del mundo, y su eventual incorporación a las sociedades urbanas. Estas ideas continúan informando las políticas y las actitudes sociales negativas hacia las zonas rurales e indígenas. Sin embargo, la narrativa dominante -que las personas abandonan las áreas rurales para adoptar la vida moderna de la ciudad, y que la producción de alimentos a pequeña escala e indígena inevitablemente se extinguirá a medida que los empleados se trasladen a trabajos industriales- no resiste el escrutinio.

El conocimiento indígena es clave para los sistemas alimentarios sostenibles

Como era de esperar, los desafíos que describimos desalientan a muchos de participar en la producción de alimentos en las zonas rurales, en particular los jóvenes. Pero en numerosos lugares, la mayoría de los empleos que se pierden en la producción de alimentos no están siendo reemplazados por empleos en la industria o los servicios. El empleo en la industria se ha mantenido constante durante las últimas tres décadas, y las oportunidades en los servicios varían significativamente según la región, dejando a cientos de miles de jóvenes desempleados y dependiendo del trabajo informal, particularmente en los PIBM.

Sin embargo, las opiniones de los productores de alimentos de pequeña y mediana escala cuentan una historia diferente.

Cuatro de nosotros (E.S.B., S.A.G, J.C.D.V. y J.B.) hemos trabajado con pequeños productores de alimentos en Brasil, Estados Unidos, Zambia, Kenia e Italia, y con comunidades rurales y organizaciones indígenas en la Amazonía e internacionalmente. Nuestro trabajo, junto con las revisiones de otros, nos ha convencido de que lo que expulsa a las personas de las regiones rurales no es el atractivo de la vida urbana per se, sino la falta de oportunidades para mejorar su situación donde viven. Muchas personas quieren regresar a sus tierras rurales e indígenas o no quieren irse. A menudo, tienen que mudarse, porque no pueden acceder a la tecnología, la infraestructura, la educación y los servicios básicos que les permitirían producir alimentos de manera más creativa y rentable, hacerlo con menos trabajo duro y tener una mejor calidad de vida.

En un estudio de 2019 de casi 600 personas en zonas rurales de Sudáfrica de 15 a 35 años, el 64% de las respuestas recopiladas fueron negativas hacia la agricultura. La gente lo veía como un medio de supervivencia o un trampolín hacia algo mejor. A pesar de una tasa de desempleo del 60%, no se sintieron atraídos por los empleos disponibles de baja calificación y bajos salarios en la agricultura, percibiendo un estigma social hacia dicho trabajo. Sin embargo, el 36% vio la agricultura como un camino potencial y pensó que la agricultura revitalizada a pequeña escala podría ayudar a su comunidad a florecer.

Un estudio de 2021 de más de 100 comunidades ribereñas rurales en el oeste de la Amazonia es quizás aún más revelador. Mostró que solo el 5% de las personas dedicadas a la pesca y la gestión forestal basadas en la comunidad rentables y socialmente valoradas (en reservas de uso sostenible) querían mudarse a la ciudad. Por el contrario, en las comunidades vecinas que no participaron en sistemas de cogestión en tales reservas, el 58% expresó este deseo. Aunque los pescadores luchan con las presiones de los mercados ilegales y los precios injustos pagados por los intermediarios, los sistemas comunitarios de gestión pesquera han rescatado a la pesquería regional más grande, compuesta por especies de Arapaima, del borde de la extinción. Según el Ministerio de Medio Ambiente de Brasil, estos sistemas de gestión actualmente involucran y apoyan a más de 5.500 pescadores individuales en comunidades ribereñas e indígenas.

Poder para el pueblo

No estamos proponiendo que la producción de alimentos a pequeña escala por sí sola sea una solución a los males sociales y ambientales de la agricultura y la pesca a gran escala. Pero muchos de estos problemas y sus interconexiones podrían abordarse empoderando a las personas que ya están produciendo una parte significativa de los alimentos del mundo para producir esos alimentos de manera más sostenible, rentable y creativa.

En las últimas dos décadas, las campañas de comunicación han tratado de cambiar las narrativas en torno a la producción de alimentos al calificar los empleos en la agricultura y la pesca como justos, atractivos y gratificantes. Los ejemplos incluyen la campaña mediática de Francia de 2009, «Agricultura: trabajo de moda», y la campaña «Compre a la juventud» de Ruanda en 2023. Pero para detener o revertir la migración global de personas de las zonas rurales, tales campañas deben ir acompañadas de inversiones gubernamentales y no gubernamentales. Estos necesitan aumentar el acceso de las personas al crédito, la tecnología y los mercados, y mejorar los servicios básicos como las escuelas, la atención médica, el transporte y el acceso al agua potable. Quizás lo más importante es que es necesario un cambio de mentalidad, de modo que priorizar las necesidades de las comunidades productoras de alimentos, y reconocer y valorar sus contribuciones, se normalice en la planificación nacional y mundial para el desarrollo económico.

Asimismo, un número creciente de mecanismos y compromisos financieros —de fuentes intergubernamentales, gubernamentales y privadas— se están orientando hacia el cambio de las prácticas agrícolas, forestales y pesqueras. Su objetivo es hacer que la producción de alimentos sea más respetuosa con el clima, resiliente y biodiversa, y promover nuevas oportunidades económicas. Estos mecanismos se suman a cientos de esquemas existentes para la conservación, restauración, adaptación y mitigación del clima. Pero hasta ahora, se ha prestado poca atención al empleo en sistemas alimentarios ricos en biodiversidad y resistentes al clima, o a la importancia de abordar también los problemas sociales en las zonas indígenas y rurales.

En principio, muchos subsidios existentes en la agricultura y la pesca, estimados en $ 540 mil millones y $ 35 mil millones por año, respectivamente, podrían reconfigurarse para alentar una producción de alimentos más sostenible y ayudar a revitalizar las comunidades rurales e indígenas. Tomemos como ejemplo la Amazonia. Décadas de subsidios a la ganadería en Brasil para impulsar las exportaciones de carne de res continúan impulsando la degradación ambiental, la desigualdad y la explotación de los trabajadores. En cambio, los subsidios podrían dirigirse a impulsar el empleo y apoyar a las comunidades rurales, con el crédito para agricultores, pescadores y administradores forestales vinculados a las transiciones a prácticas sostenibles de producción de alimentos, por ejemplo.

Por último, los beneficios de la producción de alimentos deben acercarse a los lugares donde se producen esos alimentos. Esto puede lograrse a través de acuerdos de comercio justo que garanticen que los alimentos se compren a un precio justo, permitiendo a los productores vender directamente a los consumidores o proporcionando apoyo crediticio para que la pequeña y mediana industria de propiedad local pueda procesar alimentos localmente. (véase Información complementaria). Todas estas intervenciones ayudan a llevar más de los beneficios económicos de la producción de alimentos a las comunidades, incluidos los ingresos fiscales municipales y diversas oportunidades de empleo en la fabricación y venta minorista de alimentos.

Acabar con el hambre: La ciencia debe dejar de descuidar a los pequeños agricultores

Muchos ejemplos muestran los posibles beneficios de este enfoque. Por ejemplo, durante la década de 1950, la Cooperativa Agrícola Mixta de Tomé-Açu (CAMTA) ayudó a Brasil a convertirse en uno de los mayores exportadores mundiales de pimienta negra (ver www.camta.com.br). Pero después de que las enfermedades fúngicas diezmaron los monocultivos de pimiento en las décadas de 1970 y 1980, la cooperativa amplió su gama de productos adoptando y adaptando sistemas agroforestales ricos en biodiversidad utilizados por los agricultores indígenas y ribereños amazónicos, y creando una industria de procesamiento a nivel local.

CAMTA se asoció con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales y la industria privada para desarrollar productos que incluyen pulpas y aceites de frutas, que se venden a clientes que van desde escuelas locales hasta compradores corporativos internacionales. Hoy en día, la industria de procesamiento de alimentos de CAMTA emplea a 172 personas y produce 5.000 toneladas de productos de frutas tropicales cada año, cultivados por alrededor de 2.000 pequeños y medianos agricultores. CAMTA estima que su agroindustria genera alrededor de 10.000 empleos directos e indirectos.

Los consumidores de todo el mundo quieren saber cada vez más sobre sus alimentos y las personas que los producen: si los productos son orgánicos o de comercio justo, de dónde provienen, si están vinculados a la deforestación y la violación de los derechos indígenas, y si implican prácticas laborales injustas. Permitir la certificación de los productos alimenticios y las cadenas de suministro de alimentos puede ayudar a aumentar y diversificar el empleo al hacer que los productores sean más visibles para los consumidores y al fomentar la producción, el procesamiento, la fabricación y la venta al por menor locales. Mientras tanto, las nuevas tecnologías que reducen el trabajo duro o proporcionan comunicaciones digitales están facilitando que los pequeños y medianos productores acerquen los beneficios de sus esfuerzos a casa.

Detener la marea de pérdidas de empleos en la producción de alimentos y apoyar sistemas alimentarios diversos e inclusivos no es solo una cuestión económica. Con 1.2 millones de personas que llegarán a la edad laboral esta década, principalmente en los PIBM, la falta de oportunidades de empleo amenaza los objetivos sociales y ambientales acordados internacionalmente (véase la información complementaria). Esto incluye los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) acordados internacionalmente por las Naciones Unidas y la meta «30×30» del Convenio sobre la Diversidad Biológica para proteger el 30% de las tierras y océanos de la Tierra para 2030.

Abordar el problema de la pérdida de puestos de trabajo en la producción de alimentos lograría múltiples objetivos. Pero hacerlo requiere mejorar los medios de vida de las poblaciones rurales e indígenas y reconocer sus bases de conocimiento y diversas necesidades. Significa limitar la consolidación corporativa y la homogeneización de los sistemas alimentarios, revitalizar las economías regionales y avanzar en el clima, la biodiversidad y los ODS. Quizás lo más importante es que significa garantizar que las personas tengan un trabajo digno y esperanza para el futuro, y que esto se convierta en una prioridad para todos.

Naturaleza 620, 33-36 (2023). doi: https://doi.org/10.1038/d41586-023-02447-2

Compartir:

Deja un comentario