Resulta habitual que el apasionamiento de los investigadores por nuestro objeto de estudio nos arrastre a llevar a cabo investigaciones de las que extraemos conclusiones apresuradas, sesgadas y a menudo engañosas.  Ya hemos comentado en este blog que conforme a la taxonomía de suelos de la USDA, los sedimentos de las praderas de Posidonia deben considerarse suelos. También hemos mostrado nuestras críticas respecto a las estimaciones llevadas a cabo en estos ecosistemas con vistas al almacenar carbono, como también lo hicimos respecto a los suelos terrestres (ver post previos abajo, entre otros muchos escritos sobre el tema).   Un reciente estudio «dice» que haber descubierto “que las praderas submarinas pueden almacenar el doble de carbono que los bosques templados y tropicales del planeta”. Francamente, cuando lo leía no daba crédito. Eso sí, al continuar, mi incredulidad devino en consternación. Los científicos no podemos ofrecer este tipo de cálculos a la ligera. Si las estimaciones del secuestro de carbono en los suelos terrestres se encuentran muy minusvaloradas, da la impresión que los autores de este trabajo, por mucho en que se empecinen en demostrar lo contrario, no atesoran de los datos suficientes como para demostrar nada de nada a este respecto de las mencionadas praderas. Más aun, al comparar los datos de los ecosistemas marinos con los de la superficie terrestre emergida, se asen a unos argumentos casi infantiles. No defiendo aquí, que las praderas submarinas, con independencia de su indudable valor ecológico, almacenen cuantiosas cantidades de carbono. Ahora bien, los comentarios redactados en la nota de prensa, carecen de base científica sólida como para hacerlos creíbles. Veamos de qué hablo.
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En primer lugar, las praderas de fanerógamas marinas ocupan muy estrechas franjas de distribución (corredores, como se denominan en ecología del paisaje) alrededor de las superficies costeras de determinados ambientes del planeta. Debido a que necesitan luz, sus sustratos o suelos deben encontrarse próximos a la superficie de las aguas y tierras emergidas, conviniéndose en edafotaxa terrestres cuando desciende el nivel de mar. Del mismo modo, “3.640 estimaciones de carbono almacenado en el suelo y biomasa de 946 praderas submarinas distribuidas por todo el planeta” resulta ser una base de datos irrisoriamente insuficientes como para llevar a cabo tales aventurados cálculos globales a nivel espacial.  Los autores también narran que “Las praderas pueden acumular depósitos de carbono orgánico en sus suelos de más de un metro de espesor. En algunas como las de la especie Posidonia oceánica en el Mediterráneo, el espesor (…)». Empero lo mismo ocurre en los ecosistemas emergidos. Incluso en los ecosistemas ricos en turberas y permafrost de las latitudes altas, tal profundidad puede ser sobrepasada hasta algunas decenas de metros. Pero el diablo también se encuentra en los detalles. ¿Existen praderas cuyo perfil orgánico no alcance el metro de espesor?. Seguro que sí. También cabría preguntarse, ¿qué porcentaje de su distribución global alcanzan respectivamente uno, dos, tres, cuatro o más metros? ¿Han sido tomadas todas las muestras a las mismas profundidades? ¿Cuál es la superficie real en la que se despliegan estos ecosistemas? ¿Con que datos de los suelos terrestres han comparado los autores del estudio los suyos? ¿Existe un verdadero inventario espacialmente georeferenciado de los suelos de las praderas de Posidonia a una escala mínimamente aceptable como para ofrecer cálculos que garanticen un cierto rigor científico?. ¿Existen cartografías de cada una de los diferentes tipos de praderas marítimas? Del ser el caso: ¿atesoran los espacios muéstrales de cada una de ellas la variabilidad suficiente como para considerarse representativos?. Y así podríamos continuar “ad nausean”. Permítanme aclarar que, personalmente, considero que el trabajo es interesante, muy interesante. Ahora bien, los autores se precipitan al soslayar que son necesarios inventarios mucho más detallados y minuciosos a la hora de valorar “aproximadamente” el secuestro de carbono de las praderas marinas. En el caso de los suelos terrestres emergidos atesoramos decenas de miles de datos. Sin embargo, por soslayar los contenidos de materia orgánica más allá de los 20 o 40 cm superficiales, resulta que las cifras que se publican resultan ser subestimaciones que minusvaloran palmariamente el almacenamiento real y potencial de le edafosfera emergida. En otras palabras, disponemos de muchos datos aunque la inmensa mayoría no dan cuenta de almacenamientos reales, debido a la escasa profundidad a la que se limitaron.
Seguimos socavando los cánones sobre los que debe sustentarse la esencia de la buena ciencia. Primero deben llevarse a cabo los inventarios adecuados. Estos deben ser acompañados de los estudios pertinentes para mejorar la comprensión de la estructura y dinámica de cada tipo de ecosistemas de praderas marítimas. Seguidamente deben monitorizarse temporalmente, en áreas representativas, sus respectivas tasas de almacenamiento, y tan solo después hacer uso de modelos numéricos, con vistas a calcular las tasas de almacenamiento y predecir su evolución. etc.
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Las prisas son malas consejeras, el fin no justifica los medios y finalmente, más vale acertar aproximadamente que errar con precisión. ¿Qué le aconsejaría al lector? Fijarse y valorar la gran capacidad de absorber carbono que atesoran las praderas marinas (aspecto que conjeturamos hace ya varios años, en otros post), soslayando después las cifras y comparaciones que los autores llevan a cabo sobre el estudio de los ecosistemas analizados. Recordemos que estamos hablando tan solo de un 0,2% de la superficie oceánica. Del mismo modo, comparar su contenido de carbono con el de los suelos tropicales (¿Qué tipos de edafotaxa?, porque hay muchos) resulta un tanto extraño, por cuanto se trata de los tipos de suelos que menos materia orgánica contienen. ¿Por qué no han realizado tal comparativa con los edafotaxa de los ambientes templados, con los que se asocian estas praderas con mayor asiduidad?. Demasiadas dudas, demasiadas lagunas (…)
Terminemos señalando que, por su disposición litoral y necesidad de luz,  estos suelos han sido sometidos cíclicamente a una exposición aérea/acuosa, conforme a las subidas y bajadas del nivel del mar. Incluso cabe la posibilidad de que parte de la materia orgánica de las capas profundas de tales suelos/regolitos/sedimentos sea relicta de antiguos ecosistemas terrestres.
Juan José Ibáñez
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Algunos Post Previos Escritos sobre el Tema

Las praderas submarinas almacenan el doble de carbono que los bosques

Un equipo internacional con participación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha descubierto que las praderas submarinas pueden almacenar el doble de carbono que los bosques templados y tropicales del planeta. El trabajo, publicado en el último número de la revista Nature Geoscience, confirma el relevante papel que estos ecosistemas cumplen en la mitigación de los efectos del cambio climático.
FUENTE | CSIC; 29/05/2012
El estudio recoge el primer análisis global del almacenamiento de carbono en estas praderas tras compilarse 3.640 estimaciones de carbono almacenado en el suelo y biomasa de 946 praderas submarinas distribuidas por todo el planeta.El trabajo demuestra que las plantas que rodean las costas pueden enterrar hasta 830 toneladas de carbono por hectárea en el suelo que albergan debajo. Un bosque tropical, en cambio, tiene la capacidad de almacenar, de media, cerca de 300 toneladas por hectárea.
Las praderas submarinas son uno de los ecosistemas del planeta más amenazados. Según los científicos, se calcula que más de una cuarta parte de su extensión global se ha destruido, principalmente, por la eutrofización de la costa y los dragados del fondo, que están provocando que la tasa de pérdida global se acelere. «Las praderas pueden acumular depósitos de carbono orgánico en sus suelos de más de un metro de espesor. En algunas como las de la especie Posidonia oceánica en el Mediterráneo, el espesor de estos depósitos puede ser de hasta más de cuatro metros«, indica el investigador del CSIC en el Centro de Estudios Avanzados de Blanes Óscar Serrano.
Los investigadores también han calculado que, aunque las praderas ocupan menos del 0,2% de la superficie oceánica, se encargan de enterrar más del 10% de todo el carbono anual que absorben los océanos. Según el trabajo, estos ecosistemas acumulan el 90% del carbono que tienen en el suelo sobre el que crecen y, a diferencia de los bosques, continúan haciéndolo indefinidamente mientras sube el nivel del mar. Según el investigador del CSIC Carlos Duarte: «La gran capacidad de las praderas como sumideros se debe a que este ecosistema fija más carbono que el que consume o respira, a que parte de la producción neta del ecosistema se entierra y a que atrapan y entierran partículas de la columna de agua. A diferencia de los suelos de los bosques, el sedimento en las praderas submarinas se acumula verticalmente mientras el nivel del mar sube y, por tanto, pueden aumentar su volumen a lo largo de siglos y milenios. La ausencia de fuegos en el mar contribuye también a que estos sumideros de carbono persistan», puntualiza Duarte.
«Estos depósitos de carbono orgánico son el resultado de la acumulación durante siglos y milenios«, indica Miguel Ángel Mateo, investigador del CSIC en el Centro de Estudios Avanzados de Blanes.En concreto, es en las praderas de Posidonia del Mediterráneo donde se ha encontrado la mayor concentración de carbono durante la realización de este trabajo.

 

Para los científicos, los resultados demuestran que «es fundamental conservar y restaurar las praderas submarinas para conservar su capacidad como sumidero de CO2». Su conservación, junto a la de los manglares y marismas, contribuiría a mitigar los impactos del cambio climático, además de preservar los beneficios que aportan a la sociedad.

Seagrass ecosystems as a globally significant carbon stock

James W. Fourqurean et al. 2012,
Nature Geoscience; Year published: (2012); DOI: doi:10.1038/ngeo1477; Published online 20 May 2012
Abstract
The protection of organic carbon stored in forests is considered as an important method for mitigating climate change. Like terrestrial ecosystems, coastal ecosystems store large amounts of carbon, and there are initiatives to protect these ‘blue carbon’ stores. Organic carbon stocks in tidal salt marshes and mangroves have been estimated, but uncertainties in the stores of seagrass meadows—some of the most productive ecosystems on Earth—hinder the application of marine carbon conservation schemes. Here, we compile published and unpublished measurements of the organic carbon content of living seagrass biomass and underlying soils in 946 distinct seagrass meadows across the globe. Using only data from sites for which full inventories exist, we estimate that, globally, seagrass ecosystems could store as much as 19.9 Pg organic carbon; according to a more conservative approach, in which we incorporate more data from surface soils and depth-dependent declines in soil carbon stocks, we estimate that the seagrass carbon pool lies between 4.2 and 8.4 Pg carbon. We estimate that present rates of seagrass loss could result in the release of up to 299 Tg carbon per year, assuming that all of the organic carbon in seagrass biomass and the top metre of soils is remineralized
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