Como ya comentamos el presentar el Atlas de los Suelos de Europa, su contenido deja mucho que desear, en espacial por lo oneroso del producto y el esfuerzo “bruto” que ha conllevado su redacción y publicación. Se trata de una publicación políticamente correcta y oportunista, pero científicamente pobre, que no satisfará a nadie que sea amante del mundo de los suelos. No es lo que el ciudadano necesita ni merece. Como miembro de su comité editorial y autor del mismo, quiero y puedo narrar la historia. No tiene desperdicio. Veamos como se trabaja para las instituciones Europeas. Luego volverán a entender porqué la UE no levanta cabeza, más que para firmar protocolos y convenios que no cumplen la mayoría de sus países miembros.

La historia comienza años atrás, en una conversación que mantuve personalmente con el Secretario General del Buró Europeo de Suelos (ESB). Durante aquella charla le comenté que, en mi opinión, la mejor manera de que los ciudadanos entendieran la vital importancia de conservar este recurso natural, consistía en elaborar publicaciones y tomar iniciativas de divulgación para acercar los contenidos de nuestra disciplina aquellos. Personalmente hice hincapié, en la elaboración de un libro o manual en donde se describieran los paisajes de suelos de Europa por regiones biogeográficas, visto el éxito que había alcanzado uno semejante en el mundo de la vegetación con decenas de reediciones. El Secretario escuchó y calló.

 

Empero llegó la hora de Redactar la Futura Directiva de Protección de Suelos. En una reunión del comité ejecutivo (SC = Steering Committee), del European Soil buro, el propio Secretario sacó mi propuesta a la palestra y, guiñándome un ojo dijo que había interés y dinero para que redactáramos y publicáramos un Atlas sobre Suelos. Se decidió proponer al plenario tal iniciativa. Meses después, este último lo aprobó. Se consulto quien quería participar y o ser miembro del comité editorial. Prácticamente todos se apuntaron al festín. Algunas decenas (53 autores y editores a la par). Mal asunto. El caos estaba garantizado.  

 

Y así comenzamos a reunirnos periódicamente, lo cual significaba que todos nosotros debíamos viajar a la sede del ESBen Ispra (Italia, VA). Otros tantos viajes varios días, varias veces, un dineral. Al final el contenido se decidió entre los que más hablaban (ya habéis escuchado todos lo que es la “mayoría silenciosa”). Finalmente me responsabilicé de dos capítulos (biodiversidad y erosión del suelo), siendo a la par corresponsable del de los suelos de Europa en el contexto de la edafosfera global, junto con Freddy Nachtergaele de la FAO. El otro experto español en el ESB, se encargó de redactar y armonizar el contenido que debería explicar la lámina en donde aparecía el mapa de suelos de España, Portugal y sur de Francia. Tras trabajar como un poseso en unos cuatro meses había entregado más de 150 páginas de documentación, incluida una regionalización (elaborada mediante procedimientos numéricos) de los suelos del mundo y otra de Europa.

 

Sin embargo, las cosas de palacio van despacio, y en cuanto a los príncipes europeos se refiere digamos que a paso de cangrejo: ni para atrás ni para adelante. Una tras otra reunión se discutía “casi lo mismo”, pero todo iba cambiando poco a poco. Hábilmente los funcionarios de la UE iban introduciendo contenido político y secuestrando el científico. Finalmente, a parte de que casi ninguno de los autores dio ni chapa (sabían que iban a salir en la foto; para qué molestarse), se introducción temas como “los suelos en el jardín”, como se hizo la base de datos georeferenciada de los suelos de Europa, que eran el ESB, y el JRC, espacio reservada para poner las fotos de las autoridades y de algún otro advenedizo, introducciones varias por autoridades de la UE, etc. etc. Finalmente había que incorporar las láminas de los suelos de toda Europa a una determinada escala. Cuando hubo que escribir y describir los paisajes de suelos de Europa no quedaba espacio. Para mi asombro e indignación tal información quedo reducida a unas pocas líneas, en un margen de cada una de las láminas. En otras palabras medio Atlas dedicado a unas mapas que no fueron explicados, por lo que los lectores podían leer de todo, menos de lo más sustancioso. Sin embargo no es un Atlas geográfico desde ningún punto de vista.  Es de suponer que allí opinó todo el mundo: desde comisarios hasta directores generales de la UE.

 

Finalmente, me di cuenta de la catástrofe. El Atlas no estaba hecho para el ciudadano, sino para que gustara a los políticos de turno, que estos estamparan sus firmas y fotos y así, que el ESB saliera más favorecido con vistas a coordinar e implementar técnicamente toda la directiva frente a otras instituciones que pretendían sacar tajada (aunque no habían trabajado menos aun en la materia; mero oportunismo). Políticamente correcto sí, pero científicamente paupérrimo también.  ¿Qué tenía aquel engendro que ver con la idea que había propuesto originalmente? Nada de nada.

 

Debe tenerse en cuenta que, al elaborar un Atlas de esa guisa, se le quita su razón de ser. Habría bastado un libro. Describir los suelos de Europa en su contexto geográfico hubiera significado rellenar una enorme laguna existente y acercar a los especialistas de otras disciplinas al conocimiento de los suelos. No hay un producto así en el marcado. Por el contrario escribir (para más gloria) sobre las actividades que realizaban las instituciones implicadas, genera una fecha de caducidad muy breve al producto. Este se convierte en algo excesivamente perecedero. Un Atlas, por su precio y esfuerzo, requiere que al menos tenga una vigencia de un decenio y a ser posible más.  El engendro publicado (en eso sí se puso mucho esmero) dejara de tener interés en muy pocos años, sino al tiempo. Del mismo modo unos mapas, sin una memoria explicativa, no albergan utilidad alguna. No solo yo me enojé, sino otros muchos de los presentes amantes de los suelos, más aun cuando los mapas adolecían de bastantes deficiencias.      

 

Algunas de las actividades paralelas de divulgación llevadas a cabo por el ESB, si podían haber tenido éxito, de no contar, como siempre, con la nefasta publicitación y distribución que acompaña a los productos de la UE. Así por ejemplo, se editó un puzzle de un mapa simplificado de los suelos de Europa que podría haber tenido un gran interés docente para la gente menuda, e incluso para universitarios. No obstante se hicieron unos pocos miles de ejemplares, solo en lengua inglesa, se distribuyeron gratuitamente y se acabó (agotado en pocos meses sin reedición posterior que yo sepa). Así no se va a ningún lado ¿verdad? Esto es, en mi opinión, despilfarrar el dinero y perder una oportunidad única. En cualquier caso, se produjeron algunas curiosidades que no me resisto a contar:

 

A vueltas con Macarronesia y la cómica confrontación hispano británica: Tanto Jaume Boixadera (el otro representante del Estado Español) como yo, insistimos en que España no podía soslayar a las Islas Canarias. La mayoría del Comité Editorial no lo consideraba oportuno. Insistimos, y los demás cedieron, a excepción, como no, de la “Pérfida Albión”. Los representantes de UK alegaron que no formaban parte del “Continente” Europeo y que estaban muy alejadas (no sabían de otros motivos; yo hubiera sido mucho más hábil). Repliqué que las “Islas” Británicas tampoco formaban parte del “Continente” a la par de que secularmente sus moradores habían vivido de espaldas a él y que tan solo se habían incorporado recientemente, por lo que también habría que soslayarlas del Atlas. La carcajada fue unánime. Finalmente optaron por callarse y con el esfuerzo de Antonio Rodrígues Rodríguez (Catedrático de Edafología de la Universidad de la Laguna) logramos que aparecieran.

 

 ¿Qué país aporta más autores?: Los Británicos son extremadamente hábiles para colocar a varios de sus delegados en todo lo que se hace en los grupos de expertos de esta guisa. Adicionalmente, gracias a que tenemos que relacionarnos con la lengua del imperio, deben revisar los manuscritos de todos los demás. Siempre logran jugar con ventaja. Como ya les conozco de sobra, ya en la primera reunión del Comité Editorial pregunté, sibilinamente, que si redactara mis contribuciones con otros coautores no pertenecientes al ESB ellos también podrían también como autores. La respuesta fue afirmativa (les pillé desprevenidos). Finalmente en lugar de dos españoles (Jaume y yo) teníamos que figurar cinco. Sin embargo en las primeras, segundas y terceras pruebas de imprenta no habían sido incorporados, como supuse previamente. Tras protestar, todo el mundo (de los que llevan la voz cantante) se hicieron los “suecos”. Pensé y me callé. Cuando ya estaba a punto de terminarse el producto, en otra reunión entré a degüello.  Denuncié mi enojo por no cumplir su palabra, me remití a las actas de la primera reunión, y finalmente alegué que ya que ellos no cumplían su compromiso, España retiraba todos sus productos. Era demasiado tarde para que me hicieran caso omiso (dejar fuera a España) y tuvieron que tragar. Finalmente, para disgusto de los británicos (y algunos otros) todos se apuntaron al carro y hasta Turquía aportó más autores que los británicos.

 

Así funciona la UE.

 

Juan José Ibáñez

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