Últimamente,  los medios de comunicación suelen hacerse eco de los descubrimientos de la gran biodiversidad de los sedimentos en los fondos oceánicos. Hasta no hace mucho tiempo se presumía que debían ser desiertos de vida. Tal tipo de consideraciones apriorísticas, sin bases empíricas son nefastas para el avance del conocimiento científico.

Aún sabemos muy poco de la biodiversidad en los sedimentos de los mares profundos. Conocemos mejor la superficie de la luna. A partir de los 300 metros no penetra la luz solar y entramos en un mundo de tinieblas. Sin embargo, una lluvia de detritus rico en materia orgánica cae hasta miles de metros de profundidad. Empero comenzamos a vislumbrar que tales fondos están repletos de vida. Vida muy diversa y rica en taxa especialistas, dado la crudeza del ambiente (altas presiones, carencia de luz, temperaturas generalmente bajas, etc.). En una pequeña nota aparecida este mes (febrero de 2006) en la Revista Investigación y Ciencia, Hasemann y Orejas nos hablan de: «microsistemas marcados por un mosaico de alteraciones biogénicas, que determinan la formación de nichos ecológicos». En ellos los nemátodos de vida libre constituyen el grupo de metazoos más abundante. Lo mismo ocurre en muchos suelos emergidos, si bien allí la diversidad de fitoparásitos también es enorme.  Nos dicen ahora los expertos en especular que nos quedan por descubrir y clasificar, en estos ambientes, más de 8.000.0000 de especies nuevas. Ya veremos si son más o menos (si no las extinguimos antes mediante nuestros impactos ambientales).

 

Ahora bien, ¿Debemos considerar como suelos estos sedimentos? Como ya apuntamos al hablar de la WRB, las clasificaciones tradicionales de suelos no han considerado como suelos a los sedimentos sumergidos. Tan solo Kubiena, hace aproximadamente medio siglo, elaboró un bosquejo sobre lo que ahora se denominan «Suelos hídricos«. En los últimos años, debido a la importancia ambiental de los humedales, se han comenzado a contemplar los sedimentos sumergidos como suelos, en diversas clasificaciones nacionales. La nueva WRB se ha hecho eco de ello y también los incluirá. No debe extrañarnos este hecho, por cuanto muchos tipos de turberas están permanentemente saturadas de agua y siempre fueron considerados como edafotaxa dignos de ser clasificados.  Si aceptamos que el suelo forma la interfase entre atmósfera, hidrosfera, biosfera y litosfera, los fondos oceánicos no deberían ser excluidos de ser clasificados por las taxonomías edafológicas.  Al fin y al cabo, un suelo consiste de una matriz de materia mineral y orgánica, cuyos huecos son ocupados por los organismos, el agua y una atmósfera muy rica en CO2. Lo mismo ocurre en tierra que en los pisos abisales. Los horizontes denominados gleycos se encuentran permanentemente (o casi) saturados por agua, al igual que las turberas.

 

Sin embargo existe un dilema que debe resolverse.  A la hora de «clasificar» se impone un límite en profundidad, tanto en los suelos emergidos como sumergidos. Tal frontera no es natural sino artificial. El problema estriba en que la cota mentada termina siendo asumida por los expertos, inconsciente o conscientemente, como un límite que no deben sobrepasarse. Y esto es un grave error. Primero habría que analizar que ocurre en los propios sedimentos, para decidir después, con criterios más objetivos que una frontera arbitraria, si entran en una determinada definición de suelo o no. En cualquier caso siempre habría acotaciones más racionales. Por ejemplo, podemos concebir que los sustratos por encima de las la zonas fóticas (a donde alcanza la luz, y por lo tanto en la que hay capacidad para albergar organismos fotosintéticos en la superficie de los susodichos sedimentos) son suelos y por debajo no. Es mejor criterio, aunque cuestionable también.  Del mismo modo algunos colegas argüirían que tan solo en aguas dulces, como ocurre en las zonas húmedas de los continentes. Empero ¿no hay lagunas salobres en superficie, como también los ya reconocidos, desde antaño, suelos salinos emergidos?

 

La WRB impone un límite no superior a los dos metros: ¿porqué? Simplemente por razones logísticas.  Tal argumento no atesora valor científico alguno. Ya vimos, en las contribuciones que versaban sobre el suelo y el regolito que, la clasificación de uno o los dos metros superficiales, nos han impedido reconocer, analizar y estudiar el sistema suelo-regolito, compartimentando las ciencias con criterios peregrinos. Estos nos han impedido conocer mejor el ciclo hidrológico, los procesos de contaminación de las aguas corrientes y subterráneas, etc.

 

Mal asunto cuando se delimita así el alcance de una ciencia. Lo que debe ser considerado por la edafología y lo que no. Más aún la WRB tan solo ha considerados un taxon para incluir a los suelos sumergidos. Atrocidad en donde las hubiera.  Si no los hemos estudiado, ¿Cómo podemos imponer de antemano un límite a su edafodiversidad? Por decreto ley, claro está, como los dogmas que ataqué en contribuciones anteriores.

 

Una vez más nos topamos con decisiones irracionales y subjetivas que entorpecerán el avance de la disciplina.

 

Juan José Ibáñez

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