Rescato mi polvorienta y casi olvidada Tesina (algo así como un “Proyecto Fin de Carrera”) leída en 1980, y me percato que aun es de vigente actualidad. Si la cambiara de título y actualizara someramente su contenido, con toda seguridad “cuela” en una revista de impacto. Los palabros mutan conforme la ciencia parece progresar, empero los resultados de una buena investigación no.  ¿Arrogante? ¡Pues va a ser que no! La idea procedía de Antonio Bello Pérez, agroecólogo del que hablo últimamente, un día sí y otro también. Se trataba del estudio de la ecología de un nematodo fitoparásito de ciertos ecosistemas naturales. Os narro lo que descubrimos, que como veréis no resulta baladí, por cuanto un simple bichito puede servir con vistas a obtener información muy valiosa, si se conoce su autoecología.

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Xenocriconemella macrodorus. Fuente: Criconematid project

En un descanso durante la jornada me viene a la mente mi primer trabajo de investigación. Este comenzó un mes después de acabar mi titulación en Ciencias Biológicas. Debía realizar la mencionada “tesina”. Mi antiguo y añorado profesor del colegio “Agustín Sánchez” me presentó a Antonio Bello (investigador del CSIC), poco proclive a perder el tiempo. Escasos días después, aun antes de pisar el CSIC, ya nos encontrábamos muestreando.

Por aquel entones, el Dr. Bello se encontraba interesado en la taxonomía de unos nematodos fitoparásitos denominados criconemoides o criconemátidos (ni lo recuerdo). Sin embargo, él había trabajado esencialmente en agroecosistemas, mientras la especie que le intrigaba tan solo aparecía en ecosistemas naturales. Como canario no conocía bien la vegetación peninsular. Tras hablar y mostrarme el tipo de bosques en donde había sido encontrado el bichito, le sugerí un área que parecía idónea con vistas a investigar su ecología cerca de Madrid. Poco después ya comenzamos a discutir acaloradamente en pleno campo ante el estupor de mi padre, que nos acompañaba :). Aquel fue el comienzo de una tierna amistad repleta de amistosos enfrentamientos, que aun continúan, de vez en cuando 🙂

El bichito de marras se denominaba Xenocriconemella macrodora, al parecer (aunque no estoy seguro) ahora se le apela Xenocriconemella macrodorus. Por lo que he visto, este pobre animalito, parece ser que sigue sin interesar a casi nadie (como a casi todos los de su calaña), por cuanto lo primero que he  encontrado en Internet ha resultado ser el estudió que hicimos sobre el mismo, publicado ¡9 años después!, pero actualmente en acceso abierto. Sin embargo, gran parte del estudio podría ser motivo de otro nuevo paper, ya que lo que descubrimos fue francamente interesante. Más aun, hoy podría resultar más que útil aun que en aquellos tiempos paleolíticos. Intentaré explicároslo brevemente.

Los criconemoides (hablando coloquialmente) son unos nematodos fitoparásitos muy singulares, por cuanto son los únicos de su tipo que atesoran una forma anillada. Nuestro amigo es aun más especial, debido a la anómala y extraordinaria longitud del estilete, con que perfora las raíces de sus huéspedes, como podéis observar en la foto. Por aquél entonces era la única especie reconocida del género Xenocriconemella. Por lo visto se le han encontrado algunos parientes.

Cuando Antonio Bello me mostró los datos, este nematodo fitoparásito apenas había sido encontrado en unas pocas decenas de localizaciones, casi siempre bajo bosques de clima templado. El Macizo de Ayllón, a pocas decenas de kilómetros de la Ciudad de Madrid, parecía ser un espacio geográfico óptimo para su estudio (si lo encontrábamos), en vista que alberga diversos tipos de bosques bajo el tipo climático mencionado (robledales, hayedos, abedulares, acebos, etc.), junto a otros propios de los ambientes mediterráneos (encinares, quejigales, sabinares, etc.). Recolectamos varias muestras de suelos en distintas estaciones o localidades de cada una de estas formaciones. Antonio se fue a un Instituto de Escocia (ver autores del mencionado artículo en acceso abierto), por lo que tuve que realizar solo gran parte de la tarea (incluido análisis de varias variables del suelo). No se trataba de un trabajo difícil, ya a pesar de ser novato, el amigo “Xeno” se distingue fácilmente con una mera lupa binocular.

Los resultados fueron claros y rotundos (algo inmejorable cuanto te enfrentas por primera al quehacer científico). Si bien en la literatura, parecía asociado a robledales, hayedos, etc. etc., en la mayor parte de los casos se detectó en los primeros (género Quercus). Y efectivamente constatamos la misma tendencia, pero (….). Cuando “Xeno” habitaba en hayedos u otros bosques distintos de los Quercus, siempre se encontraba el roble en el cortejo florístico de las comunidad forestal muestreada, y no muy lejos de ellos. De no ser así, no había forma de detectarlo. Por tanto, era fácil inferir que debía ser específico de tal género de árboles y matorrales. Sin embargo, también lo encontramos por primera vez en encinares (ambientes mediterráneos), hecho que retaba la hipótesis de su asociación con los biomas templados, como sugerían los datos previos.

Por aquél entonces comenzaban a hacer furor los análisis multivariantes (otra historia digna de narrar). Y a ello me puse con la paleocomputación de fichas perforadas (ni PC, ni e-mail ni nada de eso, padecíamos en los albores de la ciencia moderna :). Lo que nos sorprendió fue que, al margen de robledales o bosques mixtos de estos con otras especies arbóreas de clima templado,  su presencia en los encinares se asociaban a condiciones fisiográficas muy concretas: altitudes superiores a los 1.200 metros, y suelos con alto contenido de carbono orgánico y ricos en arcillas. Es decir en nuestro caso, a elevaciones más típicas de los robledales, y suelos cuyas propiedades favorecían una elevada retención de humedad en el suelo.  Estábamos pues en el límite entre el mundo templado y mediterráneo.

Meses después, hablando con ecólogos vegetales (fitosociólogos, para ser más precisos), coincidimos en que “Xeno” no bajaba del piso bioclimático denominado por Rivas Martínez “supramediterráneo” y  “ombrófilo” (elevadas precipitaciones). Años después, nuestro amigo José Luis González Rebollar constató que los encinares de estas características tan solo acaecen por erosión, cambio climático, o cuando los paisanos seleccionan las encinas (recordemos que también pertenecen al género Quercus) frente a los robles (menor utilidad tradicional), dejando aparentemente un bosque de las primeras cuando en realidad era mixto, aunque no aparecieran aparentes vestigios de los caducifolios que aquí llamamos marcescentes. Dicho de otro modo, la presencia de “Xeno” en encinares, nos informaba de que allí debía haber existido un bosque de robles o de robles y encinas, aunque no quedara rastro.

Jose Luis demostró, tiempo después, mediante modelos de simulación fitoclimática, que el calentamiento climático o la erosión del suelo, inducen a que la vegetación mediterránea esclerófila y perennifolia desplace altitudinalmente a la de caducifolios mesófilos. No existen problemas en reconocer la existencia previa de procesos erosivos conspicuos (desarrollo/ ausencia de horizontes edafogenéticos, profundidad del suelo), ni de las precipitaciones (estaciones meteorológicas), por lo que si ninguna de tales condiciones eran detectadas, la razón debía ser la extracción selectiva de los melojos para leña, adquiriendo el bosque el aspecto de encinar. Hablamos pues de cambios de uso, o de perturbación antrópica, según se mire.          

Dicho de otro modo, nuestro amigo “Xeno” podía ser utilizado como indicador ecológico de bosques fantasma primigenios, o lo que es lo mismo, ofrecía información a la que denomino “espectros del pasado”, como ya os explicaré algún día con un ejemplo más epatante.

La lección que debemos extraer es que conociendo la autoecología de algunos de esas miles de especies de “animalitos” que habitan en el suelo, podemos obtener indicadores ecológicos de gran valor. El problema estriba en que raramente nuestras autoridades se muestran dispuestas a financiar tales bagatelas. Así nos va.

Juan José Ibáñez

Una vez más nos volvemos a encontrar viejo amigo ¿Qué tal te va?

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4 comentarios

  1. Muy bueno y de gran ayuda para mi, que actualmente estoy iniciando un proyecto referente a ácaros como marcadores de calidad de suelo en agrosistemas ;).
    Ojalá encuentre más cosas interesante en este blog ;D.

  2. Los comentarios, artículos e información sobre temas tan actuales me parecen muy interesantes.
    Me gustaría preguntarle si podría mandarme una relación bibliográfica sobre los setos; tengo que hacer un trabajo y me gustaría hablar sobre este tema y su relación con la erosión del suelo, biodiversidad, agricultura sostenible, etc.
    Por favor, si pudiera hacerme llegar esta información o una fuente a la cual acudir le estaría muy agradecida.
    Un cordial saludo.

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