En nuestros post previos, “Los Nematodos del suelo”  (1) y “Grupos tróficos o Funcionales (2)», os comentamos los aspectos más básicos y ortodoxos relacionados con el estudio de estos pequeños pero abundantes y biodiversos bichitos del suelo. Tratábamos pues de ofrecer una información básica para los principiantes o no iniciados. Sin embargo, hoy profundizaremos un poco más en el tema. No se trata pues de un post divulgativo sino de mostrar los viejos aunque vigentes problemas que aquejan a esta línea de investigación. Vaya por delante que se trata de un ejemplo representativo de las dudas inherentes a las investigaciones concernientes a la ecología del suelo. Otros muchos filos, muy abundantes en el medio edáfico, padecen las mismas o peores dificultades. Dicho de otro modo, no es oro todo lo que reluce.

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Grupos tróficos o funcionales de Nematodos: Fuente KS3 & KS4

Ya os explicamos en el post (1) que los nematodos son uno de los grupos de invertebrados del suelo mejor estudiados, debido a que algunas de sus especies parásitas causan muy serios problemas en la agricultura, generando enormes pérdidas económicas. Ahora bien, una buena parte de los nematodos, no son dañinos, si no más bien beneficiosos, mientras que de otros apenas se sabe nada, dada la escasez de taxónomos dedicados a su estudio. En el post (2) os mostramos como son clasificados en grupos tróficos o funcionales en base a la morfología de su abarato bucal, que denuncia sus “posibles” hábitos alimentarios. Hasta aquí la ortodoxia de la ciencia oficial.

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Nematodos Bacteriófagos. Fuente Universidad de Davis

Ya os comenté que mi primer intento de tesis doctoral  (a la tercera fue la vencida) se centró en el estudio de las comunidades de los nematodos del suelo en loe ecosistemas naturales. Ahora parece una iniciativa normal, pero por aquél entonces se califico de extrafalario. De hecho, mi proyecto de investigación «fin de carrera (tesina)» versó sobre la autoecología de una especie en concreto (antaño denominada “Xenocriconemella macrodora”). En ella demostré como el estudio de un simple bichito podía aportar información muy valiosa sobre el papel de la fauna edáfica como indicadora de la calidad del suelo, cambios de uso y cambios climáticos. Se que tal aserto le generará cierta envidia a un pequeño pero entrañable amigo del que os hable en el post  “Un Colémbolo del Suelo en un Blog (El Terrible Destino de Isotomodes Ibanezi)” pero las cosas son como son.

En el post (2) os mostramos como existen especies de nematodos pertenecientes a casi todos los grupos de la pirámide trófica: bacteriófagos o detritívoros, “algívoros” o consumidores de algas, fungívoros, depredadores, omnívoros, parásitos de plantas (ectoparásitos y ectoparásitos), y de animales (zooparásitos), etc. Sin embargo, habría que matizar mucho sobre esta clasificación, así como la asignación de las especies a cada una de tales categorías. Aquella tesis doctoral comenzó en 1981 terminando, si no recuerdo mal, en 1982 por desavenencias con el director de la misma. Sin embargo, en más o menos un año, realicé una revisión bibliográfica bastante exhaustiva sobre la ecología de los invertebrados mentados en el medio edáfico. Por ciertos avatares, en 1986 retomé el tema, ocurriendo lo mismo a principios del siglo XXI. ¿Qué conclusiones extraje?. Sencillamente, que en 20 años no se había progresado nada de nada: las mismas certezas, tanto como idénticas incertidumbres. Cuando esto ocurre, nos informa que la investigación había entrado en un callejón sin salida. Se encuentra estanca en lo fundamental, tal como he vuelto a comprobar en 2010 utilizándose los mismos esquemas conceptuales.  Es decir 30 años sin progresos conspicuos. Veamos a lo que me refiero.

¿Fitoparásitos, fungívoros, herbívoros, comensales….?

Si nos centramos en los nematodos con estilete, ya comentamos como algunos de ellos son palmariamente fitoparásitos, aunque otros muchos no. De hecho, los que se alimentan de hongos (ya sean formas libres o micorrizas) también lo poseen, encontrándose taxonómicamente emparentados con los primeros. Adicionalmente, existe una tercera categoría: la que incumbe a los nematodos que no consumen hongos, se alimentan de las raíces pero no parecen generar daños a las raíces de las plantas. En este sentido cabe mentar que alcanzan poblaciones de gran tamaño en la mayor parte de los casos ¿Cómo deberían pues clasificarse a nivel trófico? Ya por la década de los años ochenta del siglo pasado, algunos expertos defendían que “posiblemente” una buena parte de estas especies “pudieran ser realmente herbívoras, que no parásitas. Tener estilete y alimentarse de los jugos de las células vegetales no tiene necesariamente que ser interpretado como parasitismo. También atesoran este órgano morfológico los fungívoros y algunos omnívoros, así que (…) la cosa no está clara, excepto que muchos especimenes se alimentan de las raíces sin dañarlas aparentemente.

Leí por aquellas décadas algunos estudios en los que se mostraban cálculos e inferencias (que no datos rotundos) sobre la presunta biomasa invisible que alcanzaría este tipo de nematodos en las praderas norteamericanas. Incluso algunos autores llegaron a insinuar que podía ser equiparable a la de los herbívoros (ganado vacuno, bisontes) de la parte aérea de los ecosistemas. Más aun,  como ya os comentamos en el post (1), ninguna técnica de extracción resulta ser óptima, por lo que su abundancia era necesariamente mayor que la constatada en las investigaciones experimentales. Al igual que el consumo de herbáceas en un pasto o prado por el ganado estimula su rebrote y crecimiento, ¿no ocurriría lo mismo con los “presuntos parásitos” no dañinos? ¿No podría decirse lo mismo de las especies que consumen micorrizas?. Hablariamos pues de herbivoría.

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Nematodos fitoparásitos y su típico estilete. Fuente: Nematodos.Org

De ser cierta la hipótesis arriba esbozada, todo el aparataje conceptual al uso, con vistas a interpretar los ensamblajes de grupos tróficos de nematodos en el suelo, se vendría abajo  ¿Héroes o villanos? ¿Beneficiosos o perniciosos? ¿Parásitos, herbívoros, comensales, mutualistas, simbiontes? Treinta años después tal duda sigue vigente, no habiéndose avanzado nada con vistas a deshacer este nudo gordiano que afecta a la ecología de los nematodos del suelo. Pero la cosa no queda aquí.

Entre tesina y tesis transcurrieron unos tres años (servicio militar por medio). Como era lógico, mi revisión no se centró exclusivamente en la literatura, sino también en la ingente cantidad de material (inventarios por grupos morfológico-tróficos) que mi mentor Antonio Bello y su inseparable colaboradora María Arias (CCMA, CSIC) habían recopilado hasta los 80, luego hasta los 90 y finalmente hasta principios del siglo XXI. Juntando ambas fuentes de información surgían patrones intrigantes. Expongamos tan solo un ejemplo.

Cuando recolectaba muestras del mantillo de los bosques (digamos los primeros 10 o 20 cm. de suelo), una buena parte de la población de nemátodos consistía en los actualmente considerados bacteriófagos y en menor grado fungívoros y ectoparásitos en principio “no dañinos”. Ahora bien, cuando lo hacía en pastos de las dehesas la abundancia de los especímenes pertenecientes al orden Dorylaimida (es decir aquellos supuestamente omnívoros) aumentaba de una forma desorbitada. ¿Por qué? Mientras los primeros poseen ciclos de vida muy cortos, a los segundos les ocurre todo lo contrario.  Sin embargo debemos tener en cuenta que en un pasto denso la cantidad de raíces es enorme, por lo que cabría esperar una abundante presencia de ectoparásitos “no dañinos” o herbívoros.   Personalmente considero que lo más destacado de tal análisis comparativo seguía siendo la abundantísima presencia de presuntos omnívoros en las comunidades herbáceas. En  estudios publicados por otros autores ocurría lo mismo, aunque no en todos. Ahora bien, reiteremos que distintas técnicas de extracción de nematodos da lugar a obtener una imagen de la estructura trófica de la comunidad diferente. Y este hecho dificulta la comparación de resultados, muy a menudo.

Ya os comenté también en un post sobre filosofía de la ciencia, que la indagación científica se encuentra por desgracia repleta de falsos tópicos impregnantes. En otras palabras, existen asertos, dados como válidos por la mayor parte de la comunidad científica, que no han sido debidamente corroborados. Y de hecho muchos de ellos al ser sujetos a análisis más rigurosos demostraron ser absolutamente falsos (recordemos, por ejemplo, el caso de los genes basura, que a la postre se ha reconocido que atesoran una enorme importancia). Bien pudiera ser que nos encontráramos en uno de estos lamentables y numerosos casos. ¿Quiénes serían los responsables? Apuntar con el dedo a los ecólogos del suelo deviene en una ingenuidad insultante. Cierto es que resulta sumamente cómodo acogerse a viejos esquemas sin re-analizarlos debidamente. Ahora bien, si la masa crítica de expertos es muy escasa, la asignación de fondos para tal investigación paupérrima y la valoración de su actividad investigadora denigrante (según los conocidos factores de impacto de las revistas indexadas) ¿Quién tiene la culpa? (…) posiblemente una política científica muy sesgada, por no decir descarriada.

Reiteremos una vez más que lo que aquí dicho también sería, más o menos, válido para otros muchos organismos, tanto del suelo como de otros ambientes. ¡Materia para la reflexión!

Juan José Ibáñez

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