Hace ya casi un año os comenté que la IUSS propuso y aprobó la elaboración de  Una Clasificación Mundial de Suelos. Pues bien, pocos meses antes de escribir este post (agosto de 2011) se celebró la primera reunión del grupo de trabajo responsable de llevar a cabo esta difícil misión. Ya os hablaré del tema en profundidad. En la Web, aparecieron las primeras propuestas de los colegas implicados. Francamente, en mi modesta opinión, vuelven a cometer los graves errores que aquejaron a estos constructos en el pasado, aderezados de otros nuevos. Esperemos que, en su momento, una sosegada reflexión les haga recapacitar acerca del camino emprendido.  De no ser así: ¡más de lo mismo!. Todo ello me está haciendo recapacitar sobre el perverso encanto del utilitarismo en la ciencia. Una taxonomía o clasificación (utilizaré ambos términos como sinónimos, aunque bien pudiera discernirse entre ambos) debe entenderse como un lenguaje universal entre la comunidad de expertos que trabajan en una disciplina concreta con vistas a denominar sus objetos de estudios sin ambigüedades. Ahora bien, algunos proponen que tales constructos deben quedar exentos de sesgos utilitaristas, mientras que otros defienden la necesidad de que atesoren criterios que los permitan principalmente aplicarlos para fines prácticos. En primera instancia, supongo que muchos ciudadanos se inclinarían por la segunda opción. Sin embargo, se me antoja un grave error de apreciación, del que también parecen estar aquejados los miembros del grupo de trabajo aludido. Mezclar churras con merinas, miscir el agua con el aceite suele acarrear graves deficiencias en los productos obtenidos.  Veamos de que hablo.

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Fuente: Larioja.com

Al contrario que las clasificaciones biológicas, que nunca cayeron en la trampa del utilitarismo, la mayoría de las de suelos comenzaron con mal pie desde el origen de la edafología. Ahora bien, lo que en su momento “pudo” entenderse como pura necesidad, ahora deviene en mera necedad.

Cuando comenzaron a inventariarse los recursos edáficos, los fines perseguidos consistían esencialmente en la elaboración de mapas que dieran cuenta de las potencialidades de los suelos con vistas a la producción agropecuaria. De este modo, la principal misión de las clasificaciones consistía en servir de leyendas a tales cartografías. En vista de conseguir estos objetivos, no era de extrañar que un buen número criterios clasificatorios recogieran rasgos, propiedades y variables que dieran cuenta de la aptitud de los suelos con vistas a su uso y manejo. Por esta razón, diversos países elaboraron sus propias clasificaciones a la hora de dar cuenta del espacio que debían analizar e inventariar. Y al hacerlo padecieron de sesgos geográficos. Obviamente, si un país no alberga un tipo concreto de suelos, estos suelen ser omitidos o considerados de forma colateral, haciendo hincapié en una minuciosa clasificación de aquellos que más cobertura alcanzaban en sus respectivos espacios geográficos de aplicación, así como de los que atesoraran un mayor potencial productivo.   Estos últimos pueden calificarse de sesgos utilitaristas.  Tal hecho venido siendo la norma, bajo el paraguas del denominado paradigma agronómico que adolece la ciencia del suelo. Sin embargo, desde la década de los años ochenta, la sociedad y otras ramas de la ciencia demandan a los edafólogos una especial atención por los problemas que quejan al medio ambiente, por los que algunos colegas decidieron ponerse manos a la obra a la hora de abordar tal paradigma ambiental.  No obstante, tal desviación no deja de padecer de los mismos males que aquejaron a la comunidad de edafólogos en el pasado. Me refiero a una cierta paranoia utilitarista.  Tan solo basta reconducir los criterios clasificatorios de un lado para el otro, de tal modo que la edafología sigue  sin atesorar una taxonomía propia de cualquier recurso natural, es decir sin sesgos como las biológicas, que también han funcionado durante un par de siglos al margen de los vaivenes de las demandas sociales, pero también de los caprichos de las modas y las veleidades de nuestros políticos. Por tanto, da la impresión de que mis colegas no se percatan que actuar como arrivistas, y ponerse bajo el paraguas que más sobra les cobija deviene en comida para hoy y hambre para mañanaComo “lenguaje de comunicación, una clasificación universal debiera estar exenta de tal tipo de sesgos. Veamos pues algunas de las perversiones que el utilitarismo esconde y hacia los cuales buena parte de mis camaradas se comportan como invidentes.

Si el utilitarismo primigenio podría justificarse parcialmente en sus inicios, no puede alegarse lo mismo del actual. Durante el siglo XX se demandaban tales mapas de suelos con vistas a una adecuada ordenación territorial de índole agropecuaria y en menor grado forestal. Con tal propósito los mapas resultaban ser la mejor herramienta teniendo en mente las disponibilidades tecnológicas de aquellas épocas. Sin embargo, actualmente, esta últimas han progresado de tal forma que permiten soslayar aquellas necesidades atávicas. Hoy pueden elaborarse sistemas de información ambiental (léase aquí de suelos) que incluyan bases de datos georeferenciadas (léase aquí de las propiedades de los suelos en su contexto geográfico), sistemas de información geográfica que permiten yuxtaponer las compilaciones realizadas  de todos los recursos ambientales pertinentes (varios de los cuales coinciden con los factores formadores del suelo), imaginaría satelital, etc., etc.  En consecuencia, no existe necesidad “racional alguna” que nos obligue a elaborar clasificaciones utilitaristas, ya que estas pueden llevarse a cabo “ad hoc”, por potentes sistemas de información de suelos en función de las demandas concretas de los usurarios en un determinado “momento y lugar”. De hecho, diversas necesidades deben dar lugar a diferentes outputs cartográficos que den cuenta de las variables idóneas a incluir a la hora de responder a la pregunta (demanda) en cuestión. Y todo ello puede llevarse a cabo partiendo de un inventario básico del recurso suelo junto, en el peor de los casos, a la estimación de algunas variables nuevas, para lo cual tan solo se necesitan llevar a cabo campañas de campo más limitadas y menos onerosas.

De este modo, la WRB (2006-2007) se antoja más como una clasificación elaborada para implementar bases de datos que como una taxonomía propiamente dicha, al margen de padecer de otros problemas estructurales que soslayaremos en este post.  La taxonomía americana, mejor estructurada que el constructo anterior, adolece de la inclusión de propiedades de diagnóstico “ultra-utilitaristas que debieran erradicarse a la mayor brevedad. Los más conocidos y criticados de estos resultan ser sus regímenes de humedad y temperatura, estimados (o inferidos, como suele ser el caso) sobre una serie temporal de pocos años, cuando la formación de un suelo requiere un lapso mucho mayor. No nos detendremos en analizar tal problema concreto, por cuanto este sí ha sido reconocido y criticado ad neuseam.

Cabría denunciar de paso, que en función del área geográfica y el desarrollo de un país, los criterios utilitaristas cambian necesariamente. Empero como tales constructos son elaborados por los edafólogos de los países desarrollados, estos últimos terminan por imponer globalmente sus criterios, muchos de los cuales carecen de relevancia en otros ambientes territoriales, sujetos a distintos grados de desarrollo socioeconómico.

Y aquí surge un problema adicional. Dado que la demanda de información de suelos cambia con suma rapidez, aparecen nuevos objetivos requeridos por los colegas de otras disciplinas, o que nosotros deseamos abordar con vistas a que nuestra disciplina retorne a alcanzar el prestigio que deseamos, perdido por una inercia recalcitrante y la ausencia de cualquier política preactiva (anticipación), en lugar de reactiva. Veamos pues un ejemplo palmario.

¿Criterios Utilitaristas para el Estudio de los Suelos de Marte?

Mientras que una buena parte de los miembros de este grupo de trabajo persisten en buscar un enfoque utilitarista, otros pretenden incluir también el estudio de los “suelos-regolitos” de otros planetas. Desconozco que “criterios utilitaristas” se contemplan para la dar cuenta de lo que acaece en la superficie de suelos de Marte. Partimos de que un suelo es el resultado de la interacción entre biosfera-litosfera-atmósfera e hidrosfera. Pues bien, aun no disponemos de evidencias científicas que demuestren que la vida surgió alguna vez en el Planeta Rojo. Tampoco se ha corroborado, sin lugar a dudas, la existencia de una hidrosfera, mientras que en el presente no existe como tal. Por lo tanto, o esperamos (quizás por decenios, tal vez en vano) a que tal descubrimiento sea corroborado sin la menor duda, o deberíamos cambiar la propia definición de lo que es un suelo. Tal hecho, obligaría a reordenar toda una taxonomía de arriba a abajo, así como a incluir como tales ciertos cuerpos naturales terrestres que hoy no consideramos como materia de estudio por los edafólogos (las dunas, por citar tan solo un ejemplo). ¿Debiéramos partir de un nivel jerárquico superior entre suelos biogénicos, no biogénicos y “tal vez biogénicos”?. Personalmente no desprecio, sino que aplaudo, la participación de los edafólogos en el estudio de los regolitos marcianos. Ahora bien, ¿cómo vamos a comenzar a clasificarlos con la paupérrima información que atesoramos de los mismos?, ¿Qué criterios de diagnóstico debieran ser utilizados? Me encuentro ansioso por leer las propuestas de mis colegas, que al parecer no reparan en tal multitud de obstáculos de primera magnitud. Empero el desatino no termina aquí.

¿Los regolitos Marcianos sí pero los Fondos Oceánicos no?

Tanto la USDA Soil Taxonomy, como la WRB han terminado por incorporar “algunos suelos sumergidos” en sus esquemas clasificatorios.  Ahora bien, se trata de los más someros, típicos de lagunas, estuarios etc., a escasa profundidad, es decir próximos a su contacto con lo que denominamos arbitrariamente atmósfera terrestre. Sin embargo, de los sedimentos oceánicos  a mayores profundidades, que resultan cubrir la mayor parte de la litosfera, terrestre, parece no acordarse nadie. Cabría recordar una vez más que, al menos “actualmente”, Marte no atesora hidrosfera alguna, por lo que toda la superficie de su litosfera se encuentra en contacto con una débil atmósfera. En cualquier caso, tal hecho no implica que “quizás en el pasado” tales cuerpos de agua, como también lagos y ríos, fueran componentes consustancial de la superficie del planeta rojo. De ser así, “parte de lo que consideramos” hoy objetos potenciales de ser clasificados por los edafólogos, lo serían Marte, aunque no en la Tierra ¿?. Los sedimentos oceánicos rebosan de vida, incluso los más profundos. Allí, en ausencia de luz, escaso contenido de oxígeno, temperaturas frías y especialmente unas presiones altísimas (al contrario que en Marte) una plétora de especies alfombran penetrando los sedimentos y rocas hasta más de dos mil metros de su espesor. Por las propiedades propias de estos ambientes, y en especial la presión, acaecen reacciones y procesos biogeoquímicos inimaginables en los suelos de las tierras emergidas, e incluso en la superficie de Marte, de la que tanto nos interesa su subsuelo, por razones archiconocidas. ¿Saben los miembros de este gripo de expertos lo que son los hidratos de metano? ¿No deberían por tanto ser materia de estudio de los edafólogos? ¿Pero el regolito marciano sí? Francamente, tal modo de proceder carece de lógica alguna, aunque sí muestra un palmario oportunismo.

Finalicemos concluyendo que, por lo que he leído hasta la fecha, los colegas que forman parte de este grupo de expertos deambulan sin rumbo por un bosque en tinieblas.

En lugar de buscar clasificaciones utilitaristas, para después adentrarse en tan complicados vericuetos como los previamente mostrados, que ¡no son los únicos!, cabría recordarles que: (i) las clasificaciones biológicas han funcionado con éxito durante siglos, sin sesgos utilitaristas; (ii) que una taxonomía es un lenguaje de comunicación entre expertos, ante todo y sobre todo y (iii) que actualmente la demanda de información edafológica puede y debe cubrirse mediante bases de dados basadas en buenos inventarios, sin que tengamos que realizar taxonomías que incluyan criterios utilitaristas rápidamente cambiantes. Si lo que se desea es solventar este último problema, la IUSS debería crear un grupo de estándares con vistas a elaborar bases de datos harmonizadas en lugar de adentrarse en la elaboración de una clasificación universal que, por lo visto hasta el momento, adolece de una seria y sensata reflexión. Con todos mis respetos a los miembros de este grupo de expertos, a muchos de los cuales conozco personalmente, se me antoja que deambulan como un rebaño de ovejas (o quizás sea mejor aplicar la metáfora de cabras, sin el menor desprecio, quede bien claro) sin pastor.

Reitero que no estoy en contra, sino a favor, de que nos involucremos tanto en el estudio de los regolitos marcianos, como de los fondos oceánicos. Ahora bien, con vistas a conseguir tales propósitos un grupo de expertos formado exclusivamente por edafólogos, se me antoja a todas luces incompetente. Deberían participar expertos en oceanografía, astrobiología, etc. E Insisto, criterios utilitaristas por un lado, acertar con una taxonomías universal que de cuenta de los “suelos de otros llanetas”, así como de los “suelos de los fondos oceánicos” deviene en un cambio radical de la edafología, aspecto que no parecen haberse planteado y para el cual se demanda ineludiblemente la presencia de colegas de otros ámbitos del saber y muy luminados, dicho nsea de paso ¿Por qué no?. Ahora bien: ¡Así no!.

Juan José Ibáñez

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