¿Autorregulación de los mercados? Esa cantinela falaz del neoliberalismo económico que nos vende gato por liebre. Ya sufrimos las consecuencias a escala mundial, con un empobrecimiento de la población en general, pero que oprime sobremanera a  los más desfavorecidos. La privatización  de las tierras a escala global, se realiza de diversas formas. Por un lado los gobiernos y multinacionales de las grandes potencias adquieren enormes extensiones de los que menos tienen atentando contra la seguridad alimentaria de los países pobres. Se trata de un aprovisionamiento de riquezas de otros Estados con vistas a mantener y/o hacer crecer las suyas propias.  Pero nos encontramos con otra modalidad, “aparentemente” no muy sospechosa, pero no por ello menos dañina.   Nos referimos  al denominado  acaparamiento verde”. Nuestro antiguo colaborador Régulo León Arteta nos ha enviado la noticia de la que hablaremos hoy. Y así en un párrafo leerse: grandes extensiones de tierras están siendo apropiadas por la agenda ambiental, un proceso que ha encontrado gran acogida entre influyentes ONG internacionales de conservación. Empero resulta que, mediante tles iniciativas, la vida de muchos seres humanos comienza a valer menos que nada, en comparación con la de otros seres vivos. Se trata de una difusa y torticera concepción de la salud biosférica. Por otro lado, es indudable que el Homo tecnológicos ha heredado del pasado sus pasiones nacionalistas, manteniendo, cuando no fomentando, nuestros innatos impulsos instintivamente territoriales. Nos enfrentamos a un arma enormemente poderosa, a la hora de manipular a sus ciudadanos descontentos, para el provecho de los viles propósitos de una clase política y económica sin escrúpulos. Si alguien tiene derecho a ser nacionalista, son justamente las poblaciones indígenas pisoteadas una y otra vez durante siglos por los colonialismos transformistas (da igual las prendas con las que pretendan disfrazarse).  Dicho de otro modo, resulta que también en aras de la protección de la naturaleza (males como los denominados, mercado del carbono, producción de biocombustibles, etc.) muchas culturas aborígenes que vivian en armonía con la naturaleza mientras las dejaron tranquilas, son expulsadas de sus tierras mediante coaliciones entre ONG de los países capitalistas, sus movimientos conservacionistas, y muchas almas caritativas con tanta sensibilidad como poca cabeza y menos conocimiento de la realidad de este mundo. De uno u otro modo, los países empobrecidos venden sus tierras patrias, asegurando algo de dinero para hoy y más pobreza en el futuro. Y casi siempre a costa de expulsar hacia un destierro incierto a campesinos y pueblos, cuyo único pecado ha consistido nacer en países en los que sus gobiernos y fuerzas fácticas les ignoran y desprecian, cuando no masacran. Si, esos mismos personajes que ensalzan sus nacionalidades henchidos de orgullo, al son de banderitas e himnos.  Sin embargo, en la mayoría de los casos las raíces de sus gobernantes distan mucho de ser autóctonas. Por lo tanto, la brecha ecologista se ahonda entre los Estados más afortunados y los soberanamente desafortunados. Preservar la biosfera es una labor digna de encomio, hasta que se contrapone con los intereses de sus legítimos propietarios. Robar a los pobres para mantener el bienestar de los ricos y la biosfera global es otra forma por la que el capitalismo devora tanto la ética como la razón, convirtiendo las presuntas buenas intenciones en acciones sinsentido, por no llamarlas depredadoras. Hablemos claro, a la luz de esta nueva corriente ¿ecológico-capitalista? los movimientos conservacionistas y humanitarios devienen en adláteres del poder neoliberal. El párrafo con el que comienza la noticia/denuncia no tiene desperdicio. Veámoslo:

Compren tierra pues no se fabrica más!” El irónico comentario de Mark Twain sobre el boom de la adquisición de tierras en América del Norte a finales del siglo XIX sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue entonces. Más de 100 años más tarde, la magnitud de las compras actuales de tierra a nivel global y la apropiación de las tierras de los pobladores locales no tiene precedentes desde las adquisiciones coloniales de tierras del siglo XIX y principios del siglo XX.

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Trabajando para los ladrones de tierra y vida. Fuente: ncr.nl

Juan José Ibáñez

A la una, a las dos… El gran acaparamiento verde de tierras

Por Terry Sunderland
Investigador principal, Centro para la Investigación Forestal Internacional

Compren tierra pues no se fabrica más!” El irónico comentario de Mark Twain sobre el boom de la adquisición de tierras en América del Norte a finales del siglo XIX sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue entonces. Más de 100 años más tarde, la magnitud de las compras actuales de tierra a nivel global y la apropiación de las tierras de los pobladores locales no tiene precedentes desde las adquisiciones coloniales de tierras del siglo XIX y principios del siglo XX.

Estimulados por el repunte global en el precio de los alimentos hacia finales de la primera década de 2000, varios países ricos, que dependen de las importaciones de alimentos, empezaron a comprar grandes extensiones de tierra en el mundo en desarrollo a fin de alcanzar su propia seguridad alimentaria. Además, con el surgimiento del mercado de biocombustibles, las plantaciones para la reforestación y la creciente expansión de los cultivos comerciales como la palma aceitera, el control de grandes extensiones de bosques en el mundo ha sido transferido del Estado a propietarios privados, destruyendo en el proceso valiosos recursos forestales, especialmente la madera.

Los motores económicos de esta conversión de tierras han sido ampliamente documentados. Los gobiernos con grandes extensiones de tierras se verán favorecidos con la expansión de la producción agrícola, a pesar del impacto inmediato sobre sus poblaciones rurales, que con frecuencia no se benefician de este tipo de desarrollo económico y enfrentan más bien la anexión de sus tierras consuetudinarias.

Mientras que el fenómeno del “acaparamiento de tierras”, como se lo ha llegado a conocer, continúa sin parar, un movimiento, crecientemente más sutil y cuestionable desde el punto de vista ético, ha cobrado impulso. A nivel global, grandes extensiones de tierras están siendo apropiadas por la agenda ambiental, un proceso que ha encontrado gran acogida entre influyentes ONG internacionales de conservación. El periodista del diario inglés The Guardian, John Vidal, describió este nuevo enfoque a la conservación como “el acaparamiento verde”.

Esta apropiación de tierras, basada en el medio ambiente, no es un concepto nuevo. A finales de 1980, el entonces fondo Earthlife ofrecía a compradores privados la oportunidad de adquirir un acre del recientemente creado Parque Nacional de Korup en Camerún para garantizar su conservación a largo plazo. El esquema fracasó por diferentes razones, pero a pesar de las limitaciones iniciales que esta iniciativa representaba, la comercialización de la naturaleza se ha ido convirtiendo en el enfoque dominante hacia la conservación.

Un ejemplo claro es la propagación de portales como Ecosystems Marketplace, entre otros, que sostienen que los mercados para los servicios ecosistémicos proporcionados por la naturaleza se integrarán en un futuro completamente a nuestros sistemas económicos actuales. Y, como John Vidal manifestó, la adquisición de tierras con fines de conservación se ha convertido en dominio exclusivo de los adinerados, interesados en inversiones exclusivas y supuestamente éticas.

En un documento de síntesis publicado en una reciente edición especial del Journal of Peasant Studies, James Fairhead y sus colegas muestran el creciente predominio del “acaparamiento verde” y cómo el sector del medio ambiente está influyendo en la forma que percibimos y gestionamos la naturaleza. Estos investigadores presentan un análisis revelador que muestra hasta dónde ha llegado el sector ambiental para aceptar la economía de mercado, ya sea para servicios de carbono, biodiversidad o servicios al ecosistema.

Fairhead y sus colegas argumentan que la mercantilización de la naturaleza ha reflejado una tendencia global hacia el neoliberalismo, en donde el mercado define y supuestamente dicta lo que debemos y no debemos valorar. Por ello, los esquemas de Pagos por Servicios Ambientales (PSE), la Reducción de las Emisiones de Deforestación y Degradación de los Bosques (REDD) y otras iniciativas basadas en el mercado han sido incluidas en la agenda de conservación.

Cada vez más, la naturaleza se ha convertido en una fuente de ganancias económicas, generando inesperadas alianzas entre empresas, gobiernos con grandes extensiones de tierras, la industria bancaria, ONG de conservación internacionales y la comunidad de donantes. A la luz de la reciente pérdida de confianza en la industria financiera global y la resultante recesión global, sorprende quizás que nuestras preocupaciones ambientales se vean influenciadas por la necesidad de integrar mercados para carbono y otros productos naturales a nuestras economías. Todo parece indicar que el dinero habla. ¿Pero es esto cierto?

Lamentablemente, los enfoques basados en las finanzas, por más bien intencionados que sean, tienden a pisotear los derechos de la población local. La apropiación de tierras sin un reconocimiento completo de la tenencia consuetudinaria que los pobladores rurales han disfrutado por siglos tendrá sin lugar a dudas consecuencias negativas sobre los medios de vida. Aunque los enfoques basados en derechos para “infringir el menor daño posible” a la gente local están bastante desarrollados desde el punto de vista conceptual, la realidad en el campo es con frecuencia bastante diferente. De ahí la bien documentada resistencia a las iniciativas PSE/REDD por parte de las poblaciones indígenas que ven sus derechos avasallados y sus medios de vida seriamente afectados.

El principal resultado de Rio +20, donde las “economías verdes” fueron consideradas fundamentales en la agenda de desarrollo sostenible, ha aumentado la percepción de que las soluciones basadas en el mercado son la panacea para los problemas ambientales del mundo. Como resultado, algunos argumentan que el valor intrínseco de la naturaleza y el respeto por los medios de vida y los sistemas de conocimiento locales se han perdido frente a enfoques influenciados cada vez más por enfoques de mercado.

El sistema global enfocado en el mercado ha estado supuestamente encargado de supervisar la transformación de casi todos los ecosistemas y biomas de la tierra. Por ello, buscar en la misma fuente soluciones sostenibles y equitativas a nuestros problemas ambientales podría parecer cuestionable. Las millones de personas que pronto se quedarán sin tierras probablemente estarían de acuerdo.

Más información

For further reading of “green grabbing” please refer to the following link: www.tni.org/interview/green-grabbing

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2 comentarios

  1. Pretender el sometimiento de las leyes de la Naturaleza a las leyes del mercado es ahondar en el mismo pozo en el que cavamos nuestro propio desastre, dar al mercado, verdugo de los ecosistemas, la impunidad para llegar a las últimas consecuencias del saqueo y la destrucción.

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