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Fuente: Google imágenes

Ya os hemos comentado en mil y un post precedentes que, cuando los lobbies de presión industriales ven amenazados sus escandalosamente suculentos negocios, reaccionan con virulencia publicando artículos como los tres que vamos a mostrar hoy. En el momento de redactar esta nueva entrega (ha ya un año), las instituciones internacionales y algunos gobiernos luchas por erradicar, en la medida de lo posible, los pesticidas que matan a los insectos polinizadores del mundo (sobre los que se basa gran parte de la producción alimentaria mundial) y en especial los que han demostrado ser cancerígenos. Pues bien, aún siguen saliendo artículos y notas de prensa que cuestionan tal “hecho”, y los juicios contra las industrias que los comercializan, en los tribunales de justicia, se eternizan durante años e incluso décadas. Ahora pagamos la devastación, contaminación y muerte por el incremento de la producción del aceite de palma en las turberas de Indonesia destinados en buena parte a la elaboración de biocombustibles. ¿Biocombustibles?: ¿No es eso una actividad ecológica?.  Pues va a ser que… ni sí, ni no, sino que depende de cómo se lleve a cabo. Y en aquellos territorios entraron multinacionales a saco drenando turberas para poner la puesta en cultivo de la palma, palmita, palmera, generando lo que era previsible, al drenar los Histosoles: hambre, degradación ambiental, pérdida de biodiversidad, y un gravísimo impacto en la salud pública de la población.  Y podríamos seguir ad nauseam, mostrando mil y un ejemplo de sus triquiñuelas/corruptelas, científicas, tecnológicas, políticas, mediáticas y las que sean necesarias.

Pero vayamos directamente contra la argumentación tan retórica como nauseabunda de esta tanda de noticias antiecológicas, ya que los entrevistados que se oponen a tales conclusiones, entran al saco, soslayando lo más evidente: la estupidez lógica de su concatenación ¿ilógica? de razones, como para defender que la agricultura industrial es superior a la ecológica con vistas a hacer frente al abastecimiento de alimentos de la población, que evite hambrunas y garantice la soberanía alimentaria de todos los países y sus moradores.

Pues bien todo su entramado deductivo es fácilmente desmontable. Nadie cuestiona ya que la degradación ambiental de la agricultura industrial ha sido globalmente devastadora. Y no se trata de estudios concretos, o de ecologistas histéricos, sino de aseveraciones de la propia FAO, la UE, y otra plétora de Organismos Internacionales. Más aun la FAO y la UNEP han reconocido públicamente el fracaso de la agronomía intensiva a la hora de resolver los graves problemas alimentarios del planeta, induciendo de paso un aumento de la degradación ambiental, jamás visto hasta la fecha. Y por esta razón, que no por mero capricho, el mundo vuelve la vista a la agricultura ecológica.  Pues bien, ¿Cómo se puede defender ahora aserciones como la que da lugar al titular de la siguiente noticia?:  La agricultura intensiva es tan sostenible como la ecológica ¿¿??.

La conclusión razonada  a su desiderata sería palmaria: ¡No hay solución para nuestros males!. Por mucho que se ha intentado, seguiremos irremisiblemente caminando hacia la destrucción de nuestras civilizaciones y el deterioro irreversible de la biosfera. La respuesta no estribaría pues en esperar sentados a que una debacle tras otra vayan desmoronando unas y otra, ¿o sí?. De la lógica de las argumentaciones de estos tendenciosos o timoratos “expertos” debiera desprenderse que debemos poner freno al crecimiento demográfico y cambiar drásticamente nuestros sistemas socioeconómicos y políticos. Debemos esforzarnos en conseguir una estructura demográfica sostenible (pirámide por edades), entendiendo como tal “estable”, sin aumentos. Si la agricultura intensiva fuera tan sostenible como la ecológica, se desprendería que ninguna lo son en realidad, por lo que debemos seguir contaminando, degradando, matando de hambre, etc…… ¿Lo ven ustedes?. Sus conclusiones son simplemente maquiavélicamente tendenciosas.

Cierto es que se puede contraargumentar cada uno de sus asertos, empero haciéndolo así, los árboles no nos dejarían ver el bosque, ante tal plétora de su cadena de despropósitos lógicos.

Nadie puede negar que aún haga falta tiempo y financiación en materia de investigación y desarrollo, a la hora de lograr los frutos apetecidos de una nueva agricultura y ganadería ecológicas y rentables. La mayor parte de la financiación, hasta el momento, ha ido a parar a los investigadores que trabajan mano a mano del lado de la agricultura industrial. Ahora, reconocido por todos su fracaso, menos por supuesto el de estos cárteles del agronegocio, nos vemos obligados a retroceder sobre nuestros pasos y buscar otros caminos, con vistas a alcanzar una agricultura amigable con el medio ambiente y la salud humana. Defender que agricultura intensiva es tan sostenible como la ecológica, equivale a decirnos que estamos sentenciados, y como corolario: ¡para que nos vamos a molestar en invertir en temas tan exóticos e «intrascendentes» como la agricultura ecológica!.

Tan solo, como comentario adicional, señalar que la agricultura industrial y los hábitos despilfarradores de las sociedades del bienestar, a pesar de sus potentes agroindustrias, se han visto obligados a comprar y arrendar la tierra de los países pobres (el denominado acaparamiento de tierras), con vistas a producir los alimentos que demandan, hundiendo las seguridades alimentarias de los espacios geográficos en donde más la necesitan.  Todo ello ha ocurrido bajo el imperio de la agricultura industrial y sus benefactores lobbies empresariales. ¿Y ahora nos dicen que sin sus modos de proceder empeoraremos la situación?. Jajajajaja. Sobre los cometarios de la primera noticia acerca de los métodos de producción de arroz más de lo mismo, como detallaremos en otro post, o podéis sondear en Internet. Y así se pueden desmontar así todas sus divagaciones. Y me callo ante tanta estupidez, so pena que tuviera que redactar un libro. Os dejo pues con las noticias.

Juan José Ibáñez

Continua…….

La gricultura intensiva es tan sostenible como la ecológica

Usa menos tierra y genera menos emisiones por kilogramo que los sistemas tradicionales u orgánicos.

La agricultura, la producción de alimentos para los humanos, es la principal amenaza para la vida del planeta. La producción agrícola y ganadera para alimentar a los 7.550 millones de personas ocupa ya el 43% de la tierra disponible (sin contar desiertos y regiones heladas). El porcentaje tendrá que aumentar para poder atender a los otros 2.500 millones que se sumarán para 2050. Pero si lo hace con sistemas de producción tradicionales o los llamados ecológicos, que rinden menos, no habrá espacio libre para la biodiversidad. Un amplio estudio sugiere que la agricultura intensiva puede ser la respuesta a este dilema.

Revisando centenares de trabajos previos y entrevistando a decenas de expertos, una treintena de investigadores ha determinado los costes ambientales de la producción de alimentos. Se han centrado en cuatro grandes sectores: el cultivo de trigo en Europa, la producción de carne de vacuno en América Latina, el arrozal asiático o el sector lácteo europeo. Para determinar su impacto relativo solo revisaron trabajos que compararan distintos sistemas de producción, desde los más intensivos y tecnificados hasta los más tradicionales y extensivos, pasando por distintas modalidades de producción orgánica. Los resultados los acaban de publicar en Nature Sustainability.

El trabajo cuestiona varias ideas muy extendidas, como que la llamada agricultura sostenible sea tan sostenible como se vende o que la intensiva sea tan dañina para el medio como se cree. Para determinarlo, la investigación comparó cuatro costes ambientales de la producción de alimentos: las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), uso de agua, filtración de nutrientes (nitrógeno y fósforo) y ocupación de tierra.

Aunque los autores del estudio reconocen que no hay muchas investigaciones que comparen rendimientos y externalidades entre distintos sistemas de producción, encontraron que muchos de los de alto rendimiento tienen un coste ecológico menor y, en especial, necesitan de menos tierra por unidad de producto. De esta manera, el presumible aumento de la producción de alimentos exigiría arrebatarle menos superficie al entorno natural con estos métodos de producción.

«La clave reside en que los sistemas tradicionales pueden tener menos externalidades por hectárea pero, como son mucho menos productivos, necesitan ocupar más tierra. Así que tienes que multiplicar esa externalidad por todas las hectáreas necesarias para obtener una misma cosecha», dice el profesor de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) y coautor del estudio, David Edwards, un estudioso de la conservación de la biodiversidad y el uso de la tierra. Hasta ahora, asegura, la mayoría de los estudios previos medían los costes ambientales por unidad de área y no por unidad de producto, lo que penalizaba a los sistemas de producción intensiva.

Así, en los arrozales asiáticos, el nitrógeno sintético multiplica la producción sin apenas aumentar las emisiones GEI y usa menos agua por tonelada de arroz que los sistemas tradicionales que obtienen el nitrógeno del estiércol y ambos provocan una eutrofización (exceso de nutrientes) de las aguas comparable. En cuanto a la producción lechera, los sistemas orgánicos necesitan al menos el doble de tierra que la convencional para obtener un litro de leche. El profesor de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) Phil Garnsworthy, coautor y coordinador de parte láctea del estudio, sostiene en una nota: «En todos los sistemas de producción lechera vemos que una mayor producción de leche por unidad de tierra conlleva en general una mayor eficiencia económica y biológica».

Incluso la producción de carne de vacuno, la que tiene un mayor coste ambiental junto al marisco de piscifactoría, puede rebajar su impacto en el medio con los métodos de la ganadería intensiva. A diferencia de lo que sucede en Europa, donde la producción ganadera es altamente intensiva (estabulación, alimentación con piensos…) la mayoría de las explotaciones ganaderas de América Latina usan métodos tradicionales, con los animales pastando libremente por amplias extensiones de terreno. Pero esta imagen bucólica esconde una bajísima productividad, con hasta menos de una cabeza de ganado por hectárea y grandes impactos ambientales, en especial, emisiones de metano y ocupación de grandes superficies de tierra.  Para el profesor de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM (México), Juan Heberth Hernández, coautor del estudio, el engorde final «puede ser intensificado si se emplean dietas altas en granos, que reducen la emisión de GEI, reduciendo el tiempo [y el espacio] en el que estos animales de engorde alcanzan el peso requerido».

Sin embargo, investigadores ajenos a este estudio cuestionan algunas de sus conclusiones. Beatriz Arroyo, estudiosa del impacto de la agricultura, en especial el cultivo de cereales en la biodiversidad, es una de ellas. Esta investigadora del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos, organismo conjunto de la Universidad de Castilla-La Mancha y el CSIC, reconoce los elementos novedosos del trabajo, como el poner el foco en «las externalidades por unidad de producto y no por área». También reconoce que, a escala global, la agricultura intensiva es una opción para no robarle más tierras a la Naturaleza. Sin embargo, comenta, «este tipo de agricultura, al ser más homogénea, tiene un gran impacto en la fauna, haciéndola también más homogénea«. Además, crítica que una externalidad de tanto impacto como pueden ser las consecuencias por el uso de pesticidas químicos no haya sido incluida en el estudio.

La investigadora del Instituto de Tecnología de Karlsruhe (Alemania), Verena Seufert, especializada en los cambios en el uso de la tierra, reconoce que, hoy por hoy, la producción orgánica no puede alimentar a todos los humanos sin comprometer la sostenibilidad de todo el planeta, pero quizá sí en el futuro. «Es importante destacar que una de las razones por las que los rendimientos de la orgánica son mucho más bajos es porque esta agricultura solo recibe una pequeña fracción de las inversiones en investigación«, explica. Por ejemplo, en el Quinto Programa Marco de Investigación e Innovación de la Unión Europea, «la agricultura orgánica recibió solo el 0,05% del presupuesto total para la investigación en agricultura, pesca y recursos forestales», recuerda.

Javier Gódar. investigador de SEI, un centro de estudios ambientales con sede en Estocolmo (Suecia), recuerda que no se puede ser dogmático en esta cuestión. «No se puede decir que un sistema de producción orgánico o ecológico es mejor siempre que uno convencional con alta cantidad de insumos, ni tampoco lo contrario. Existen una multitud de dimensiones ambientales, y por supuesto socioeconómicas, que tienen que ser consideradas en cada caso, y a distintas escalas», sostiene. Pero la crítica de Gódar, ajeno a esta investigación, va al corazón de la principal conclusión del trabajo: la que afirma que la intensificación de la producción rebajará la presión sobre las tierras de los espacios naturales que quedan. De hecho, puede suceder lo contrario.

Gódar sostiene: «Hay bastante evidencia (por ejemplo en América del Sur con los cultivos de soja, o en Indonesia con los de palmera aceitera) de que la intensificación lleva a acumulación de capital y expansión rápida de monocultivos de bajo precio, que son más demandados de lo que eran antes por los mercados globales. Es decir, que aunque algunos años atrás alguna gente pudiera pensar que producir más soja por hectárea reduciría la presión por nuevas áreas de cultivo (a menudo en detrimento del bosque) la realidad es que el capital se reinvierte en la misma actividad y crea una economía de aglomeración». La clave podría estar más bien en el lado de la demanda, en reducir la comida que se tira y en una distribución más justa de la que se produce, algo en lo que los autores del estudio están de acuerdo.


Referencia bibliográfica:

Andrew Balmford et al., 2018. The environmental costs and benefits of high-yield farming. Nature Sustainability. DOI: 10.1038/s41893-018-0138-5

Comentario en mi+D

No hay sistema de producción que pueda ser sostenible, por mucho tiempo, en tanto no se incluya la variable cuantitativa «población mundial», más allá de la desigualdad, mayor expectativa de vida y cambio climático. No es ni lejos la única solución pero, en el tiempo, es una condición necesaria el equilibrio y estabilidad de esa variable. Lamentablemente, para la humanidad, sigue siendo un tema tabú.

Enviado por Tomás Loewy (no verificado) el Mar, 25/09/2018 – 22:29

High-yield farming costs the environment less than previously thought
by Staff Writers
Cambridge UK (SPX) Sep 17, 2018

Agriculture that appears to be more eco-friendly but uses more land may actually have greater environmental costs per unit of food than «high-yield» farming that uses less land, a new study has found.

There is mounting evidence that the best way to meet rising food demand while conserving biodiversity is to wring as much food as sustainably possible from the land we do farm, so that more natural habitats can be «spared the plough«.

However, this involves intensive farming techniques thought to create disproportionate levels of pollution, water scarcity and soil erosion. Now, a study published in the journal Nature Sustainability shows this is not necessarily the case.

Scientists have put together measures for some of the major «externalities» – such as greenhouse gas emission, fertiliser and water use – generated by high- and low-yield farming systems, and compared the environmental costs of producing a given amount of food in different ways.

Previous research compared these costs by land area. As high-yield farming needs less land to produce the same quantity of food, the study’s authors say this approach overestimates its environmental impact.

Their results from four major agricultural sectors suggest that, contrary to many people’s perceptions, more intensive agriculture that uses less land may also produce fewer pollutants, cause less soil loss and consume less water.

However, the team behind the study, led by scientists from the University of Cambridge, caution that if higher yields are simply used to increase profit or lower prices, they will only accelerate the extinction crisis we are already seeing.

«Agriculture is the most significant cause of biodiversity loss on the planet,» said study lead author Andrew Balmford, Professor of Conservation Science from Cambridge’s Department of Zoology. «Habitats are continuing to be cleared to make way for farmland, leaving ever less space for wildlife

«Our results suggest that high-yield farming could be harnessed to meet the growing demand for food without destroying more of the natural world. However, if we are to avert mass extinction it is vital that land-efficient agriculture is linked to more wilderness being spared the plough

The Cambridge scientists conducted the study with a research team from 17 organisations across the UK and around the globe, including colleagues from Poland, Brazil, Australia, Mexico and Colombia.

The study analysed information from hundreds of investigations into four vast food sectors, accounting for large percentages of the global output for each product: Asian paddy rice (90%), European wheat (33%), Latin American beef (23%), and European dairy (53%).

Examples of high-yield strategies include enhanced pasture systems and livestock breeds in beef production, use of chemical fertilizer on crops, and keeping dairy cows indoors for longer.

The scientists found data to be limited, and say more research is urgently needed on the environmental cost of different farming systems. Nevertheless, results suggest many high-yield systems are less ecologically damaging and, crucially, use much less land.

For example, in field trials, inorganic nitrogen boosted yields with little to no greenhouse gas «penalty» and lower water use per tonne of rice. Per tonne of beef, the team found greenhouse gas emissions could be halved in some systems where yields are boosted by adding trees to provide shade and forage for cattle.

The study only looked at organic farming in the European dairy sector, but found that – for the same amount of milk – organic systems caused at least one third more soil loss, and take up twice as much land, as conventional dairy farming.

Co-author Professor Phil Garnsworthy from the University of Nottingham, who led the dairy team, said: «Across all dairy systems we find that higher milk yield per unit of land generally leads to greater biological and economic efficiency of production. Dairy farmers should welcome the news that more efficient systems have lower environmental impact.»

Conservation expert and co-author Dr David Edwards, from the University of Sheffield, said: «Organic systems are often considered to be far more environmentally friendly than conventional farming, but our work suggested the opposite. By using more land to produce the same yield, organic may ultimately accrue larger environmental costs.»

The study authors say that high-yield farming must be combined with mechanisms that limit agricultural expansion if they are to have any environmental benefit. These could include strict land-use zoning and restructured rural subsidies.

«These results add to the evidence that sparing natural habitats by using high-yield farming to produce food is the least bad way forward,» added Balmford.

«Where agriculture is heavily subsidised, public payments could be contingent on higher food yields from land already being farmed, while other land is taken out of production and restored as natural habitat, for wildlife and carbon or floodwater storage

Research paper

 

 High-yield farming costs the environment less than previously thought

by Staff Writers; Cambridge UK (SPX) Sep 17, 2018

Agriculture that appears to be more eco-friendly but uses more land may actually have greater environmental costs per unit of food than «high-yield» farming that uses less land, a new study has found.

There is mounting evidence that the best way to meet rising food demand while conserving biodiversity is to wring as much food as sustainably possible from the land we do farm, so that more natural habitats can be «spared the plough«.

However, this involves intensive farming techniques thought to create disproportionate levels of pollution, water scarcity and soil erosion. Now, a study published in the journal Nature Sustainability shows this is not necessarily the case.

Scientists have put together measures for some of the major «externalities» – such as greenhouse gas emission, fertiliser and water use – generated by high- and low-yield farming systems, and compared the environmental costs of producing a given amount of food in different ways.

Previous research compared these costs by land area. As high-yield farming needs less land to produce the same quantity of food, the study’s authors say this approach overestimates its environmental impact.

Their results from four major agricultural sectors suggest that, contrary to many people’s perceptions, more intensive agriculture that uses less land may also produce fewer pollutants, cause less soil loss and consume less water.

However, the team behind the study, led by scientists from the University of Cambridge, caution that if higher yields are simply used to increase profit or lower prices, they will only accelerate the extinction crisis we are already seeing.

«Agriculture is the most significant cause of biodiversity loss on the planet,» said study lead author Andrew Balmford, Professor of Conservation Science from Cambridge’s Department of Zoology. «Habitats are continuing to be cleared to make way for farmland, leaving ever less space for wildlife

«Our results suggest that high-yield farming could be harnessed to meet the growing demand for food without destroying more of the natural world. However, if we are to avert mass extinction it is vital that land-efficient agriculture is linked to more wilderness being spared the plough

The Cambridge scientists conducted the study with a research team from 17 organisations across the UK and around the globe, including colleagues from Poland, Brazil, Australia, Mexico and Colombia.

The study analysed information from hundreds of investigations into four vast food sectors, accounting for large percentages of the global output for each product: Asian paddy rice (90%), European wheat (33%), Latin American beef (23%), and European dairy (53%).

Examples of high-yield strategies include enhanced pasture systems and livestock breeds in beef production, use of chemical fertilizer on crops, and keeping dairy cows indoors for longer.

The scientists found data to be limited, and say more research is urgently needed on the environmental cost of different farming systems. Nevertheless, results suggest many high-yield systems are less ecologically damaging and, crucially, use much less land.

For example, in field trials, inorganic nitrogen boosted yields with little to no greenhouse gas «penalty» and lower water use per tonne of rice. Per tonne of beef, the team found greenhouse gas emissions could be halved in some systems where yields are boosted by adding trees to provide shade and forage for cattle.

The study only looked at organic farming in the European dairy sector, but found that – for the same amount of milk – organic systems caused at least one third more soil loss, and take up twice as much land, as conventional dairy farming.

Co-author Professor Phil Garnsworthy from the University of Nottingham, who led the dairy team, said: «Across all dairy systems we find that higher milk yield per unit of land generally leads to greater biological and economic efficiency of production. Dairy farmers should welcome the news that more efficient systems have lower environmental impact.»

Conservation expert and co-author Dr David Edwards, from the University of Sheffield, said: «Organic systems are often considered to be far more environmentally friendly than conventional farming, but our work suggested the opposite. By using more land to produce the same yield, organic may ultimately accrue larger environmental costs.»

The study authors say that high-yield farming must be combined with mechanisms that limit agricultural expansion if they are to have any environmental benefit. These could include strict land-use zoning and restructured rural subsidies.

«These results add to the evidence that sparing natural habitats by using high-yield farming to produce food is the least bad way forward,» added Balmford.

«Where agriculture is heavily subsidised, public payments could be contingent on higher food yields from land already being farmed, while other land is taken out of production and restored as natural habitat, for wildlife and carbon or floodwater storage

Research paper

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