CIENCIA-PODRIDA

Fuente: Colaje Imágenes Google

Tengo la sensación de que debía daros mi opinión sobre estos temas y realmente no sé cómo empezar. Se ha hablado mucho sobre los trasiegos ocultos de la actividad científica desde hace décadas, sin embargo, recientemente ha vuelto a reabrirse un debate por muchos más flancos.  Curiosamente, entre ellos, la prestigiosa revista Nature envía en sus alertas material de este tipo azuzando a la “bicha”. Y por sorprendente que parezca, resulta ser una de esas editoriales en la que los científicos se matan por publicar algunos de sus artículos. Empero cuando eres parte del problema difícilmente lo serás de la solución sino entonas el “mea culpa” y adoptas soluciones revolucionarias. Y tal critica habría que extenderla, por supuesto a otras muchas multinacionales de la edición científica.

Sin embargo, si hablamos de “objetividad científica” debíamos saber como alcanzarla en un mundo en el que nadie es plenamente objetivo. Si los ingenuos consideran que existen soluciones milagrosas que se olviden. El lema de “publica o perece ya lo dice todo”, en una sociedad en donde el exceso de competitividad se nos inculca desde que comienzas la carrera investigadora.

Personalmente me resulta asombroso que nos llevemos las manos a la cabeza, cuando lo que actualmente acaece es el mismo fruto de una cultura en los que la ética y la moral parecen ser más vestigios del pasado.  Los científicos somos humanos condicionados por los valores que impregnan a todos los ámbitos de la sociedad, que no sacerdotes de la ciencia propiamente dichos. Cometemos los mismos errores, incumplimos leyes, hacemos trampas, intentamos hundir a nuestros adversarios, todo nos vale para ascender en “nuestro escalafón social». La ciencia ya no es ciencia, sino esa maldita tecnociencia en la que tan solo somos una parte del engranaje, y no precisamente los que más poder atesoran, sino meros trabajadores, imprescindibles, de los que otros sacarán partido. Todo lo que es válido para las redes sociales lo es aquí por las mismas razones. Cuando una sociedad pierde sus valores, ¿cuál es el motivo por el que científicos deberíamos ser distintos? Cuando algunos colegas se ponen la sotana para pontificar sobre la verdad científica y la ética de la investigación, me los imagino como otro tipo de sacerdotes, aunque por supuesto los hay buenos, malos y mediocres.  Lo que no me vale es el corporativismo gremial, ya que tal hipócrita actitud impide poder mejorar la casi irrespirable atmósfera que padecemos, como casi todos los demás.  ¿fariseos rasgándonos las vestiduras? ¡Efectivamente! De no ser así “se pereces”.

Cuando impartía clases de metodología de la investigación científica y filosofía de la ciencia, los alumnos solían preguntarme “prematuramente”: ¿Cómo se escribe un artículo para una revista indexada? (léase los conocidos papers)? Yo les respondía, leeros las normas de la revista, “aparentemente son muy claras”, ahora bien, ya abordaremos el tema hacia el final del curso, al analizar los aspectos sociológicos. Cuando los alumnos antes de comenzar una carrera científica ya piensan en como publicar los resultados (¿qué resultados?), mal asunto. Es algo así como empezar a construir una casa desde el tejado. El objetivo debería ser siempre progresar en el conocimiento del mundo que no en como lograr publicar los resultados. Hacia el final del curso impartía dos horas sobre el tema con el lema “Como no escribir un paper”. Y cuando terminaba, varios de aquellos jóvenes exclamaban “me están desapareciendo las ganas de hacer ciencia”.  Y francamente no me extraña.  

Ya en el final de mi labor como investigador, es decir jubilado, lo que sí que atesoro es l perspectiva de como se ha ido torciendo el rumbo con el paso del tiempo, en lo que a las publicaciones se refiere. Allá por 1978, cuando era becario predoctoral, los científicos de cada disciplina solíamos publicar en revistas nacionales y en nuestro propio idioma. La mayor parte de las revistas eran editadas por las respectivas sociedades científicas patrias. Estas se intercambiaban ejemplares entre ellas que eran depositados en las bibliotecas de los centros de trabajo. No existía Internet, y en aquel mundo paleolítico con una masa de investigadores abismalmente inferior a la actual, las bibliotecas estaban tan abarrotadas, como revistas conseguían acaparar. No eran muchas y si un artículo estaba en alemán, pues a traducir con diccionario. ¿Y los intercambios de ideas con colegas de otros países?  Simplemente en congresos internacionales y seminarios. Os narro una anécdota que os dejará obnubilados. Gonzalo Almendros y yo éramos juguetones y comenzamos a publicar muy pronto, a menos de dos meses de habernos puesto por primera vez la Inmaculada baya blanca. Y un buen día a Gonzalo se le “escurrió la idea” de remitir un trabajo para su revisión a la revista francesa “Revue d’Ecologie et de Biologie du Sol”, actualmente denominada “European Journal of Soil Biology”, (ya saben “la internacionalización de la ciencia” y luego otro y otro). Tiempo después el director de mi Instituto me increpó en el pasillo aduciendo que nuestra obligación era publicar en revistas nacionales (…) “las nuestras”. ¡Ha llovido mucho desde entonces!, ¿verdad? ¿De qué objetividad científica hacían gala los revisores y editores por aquel entonces? Francamente, yo no he notado muchas diferencias en el transcurso de varias décadas. Los había de todo tipo, calaña y condición, ¡como ahora! Les puedo asegurar que abundan los lobbies o cárteles tras muchos editores, aceptado sin dificultad los manuscritos remitidos por sus colegas y rechazando los enviados por investigadores que les son antipáticos o simplemente no comulgan con las ideas que aglutinan a tales carteles. ¡Si!: ¡los cárteles de la ciencia existen!, y tengo pruebas directas de ello. Hace menos de 10 años uno de estos cárteles de mi especialidad acusó a un científico, también editor de otra revista, de estar creando un cártel.  Curiosamente el debate me llegó a mi debido a que “alguien” incluyo este blog entre los destinatarios. Estudié el tema y aporté datos que demostraban como el verdadero cártel eran ellos mismos, mientras lo que querían era evotar competencia.  Y aquí la cuestión es que muchas editoriales esconden la basura debajo de las alfombras.

Hasta las décadas de los años 70 y 80 del siglo XX, tan solo las ciencias más afamadas y/o de interés mediático como la biomedicina, física fundamental, etc., disponían de revistas internacionales, mientras la mayoría seguíamos el devenir de aquellos tiempos. Eso sí, desde luego repartíamos el tiempo de otra manera, por cuanto la actividad genuinamente científica debía absorber la mayoría de nuestro tiempo, siendo la publicación más marginal, como también la petición de proyectos. Me refiero a las horas gastadas en tales menesteres. Ahora ocurre casi lo contrario: Si eres jefe de equipo olvídate de indagar, ya que casi toda tu dedicación será administrativa, o indirectamente relacionada con la ciencia, más propia de las gerencias, junto con la participación extenuante en congresos, seminarios, consejos de “sabios”, y bla, bla, bla. Si un colega alcanza el puesto de editor de una de esas revistas, atesorará un gran poder por cuanto será el que en última instancia aceptará o rechazará tu trabajo. Como corolario una corte de aduladores y pelotas a tu alrededor.

Empero al menos, aquí en “España”, La ley de la Ciencia de 1986, intentó impulsar la escasa indagación científica del país, lo cual era lógico y necesario. Empero comenzaron a diluviar problemas. Si se quiere ser objetivo a la hora de captar los mayores talentos, y escalar en la literatura internacional, se demandaban criterios claros y concisos aun por “inventar”, o al menos que fueran aceptados por la comunidad científica internacional. Y así llegamos a valorar los méritos haciendo uso de los “factores de impacto”. A Eugene Garfield, se le «escurrió» elaborar una “herramienta” que el mismo consideraba que, por si sola, no debía ser utilizada, sino que se trataba de un criterio más a tener en cuenta en la valoración de la actividad científica. Sin embargo, como era tan sencilla y transparente, terminó transformándose en una biblia envenenada. No se trata ya de valorar la calidad de un investigador, sino sacar una de esas antiguas calculadora de mano. ¡Punto y final!. Y para tal concienzudo trabajo ensamblaban comités de expertos, cuando bien podían haber formado conserjes. Pero claro está, los gobiernos desean maquillar su torpeza con «consejos de sabios».

Nadie me discutirá que dos descubrimientos que den lugar a dos artículos de gran impacto, rompedores, son más valiosos que mil que apenas aportan nada. Empero las ideas o hallazgos novedosos, muy a menudo, tardan años en permear el ideario del establishment de la comunidad científica, por lo que habría que esperar demasiado tiempo (a veces tras fallecer el autor) con vistas a valorar los méritos de un investigador en un tramo de X años (sexenios en España). Este aspecto resulta ser tan trivial como capital. Todo se redujo pues al número de papers y al impacto de la revista y de tus artículos (estimada por el número de citaciones de tus papers en los de otros colegas). En otras ocasiones algunos investigadores han llegado a publicar casi 200 papers por año. ¿Ya se utilizaba la IA con estos fines?.

Y llegamos por tanto al “publica o perece”. El medio (la diseminación de los resultados) se convierte así en el fin, respecto a la genuina tarea que debemos realizar los científicos “investigar”. ¿Os lo repito?: ¡O publicas mucho y en buenas revistas o búscate otro trabajo!, es decir tu carrera investigadora “fallece”.

Se nos olvida a menudo que existen extraordinarios investigadores que no redactan o se explican bien, mientras que otros son mediocremente seductores, redactando maravillosas crónicas que no nos levan a ninguna parte. Del mismo modo, cuando realizas experiencias en las que tienes que recoger datos durante bastantes años; ¿qué se puede hacer? Obviamente siempre hay trucos, muchos de los cuales finalmente se han convertido en trampas. Pero si vamos sumando atajos en cada paso de nuestro quehacer al final, pierdes el norte, como os apunté en “este post”.  

En la era de la tecnociencia cada agente busca afanadamente, por las buenas, pero también por las malas, conseguir sus objetivos. Las editoriales de las revistas científicas, mayoritariamente multinacionales, buscan el dinero, los científicos medrar a cualquier costa, las instituciones ingresar fondos y posicionarse lo mejor posible en los ranquin de mayor prestigio, como el de Shanghái. Y si entran en juego multinacionales, pingues beneficios de patentes exitosas. La farmaindustria no busca salvar vidas, sino vender productos, eliminar competencias, y repartir beneficios entre los accionistas y  sus consejos de administración. Lo mismo ocurre con la agroindustria con sus transgénicos y pesticidas. También algunas prestigiosas universidades ya cotizan en los dominios bursátiles, etc. Las financiaciones gubernamentales se vuelcan más cada día en solicitar a los investigadores crear riqueza, generalmente  mediante incubadoras de empresas, spin-off, y ¡muuuuchooooo! «emprendimiento» (recomendables, dudosos o simplemente fraudulentos).

Como todas las Instituciones y Universidades, no pueden subir en el Rankin de Shanghái, si tienen pasta, la invierten para que colegas de otras instituciones aleguen que  el trabajo ha sido realizado en ellas. Los implicados cobran miles de euros anuales por ello (he leído en la prensa la cifra de 70.000 dólares) Pero también captan a otros para que incurran en la misma tropelía. Es decir, ciertos países con petrodólares invierten más efectivamente en esta truculenta práctica, que en lugar de estimular paulatinamente el progreso de la ciencia en su país.   

Palabros como, coaching, mentoring networking, etc., forman parte importante del nuevo vocabulario tecnocientífico.

Y ante todo esto, los investigadores tienen que tomar posición, ya que sin pasta y papers (….) pereces. Han aparecido nuevas estrategias de negocio, como ciertas redes de investigación con integrantes da varios países que firman conjuntamente decenas de papers, de forma inimaginable hace décadas. Si uno lee los CV de los autores se dará cuenta de que la mayoría no han colaborado y no sabrían ni defender el estudio que firman. A menudo luego lees la nota de prensa y entre líneas te fijas en frases como estas: “Fulatino(a) de tal (…) de cuya tesis forma parte este estudio (¡me autocensuro!).

Existen iniciativas muy interesantes, que, con el tiempo, terminan embarrándose hasta transformarse malignamente en otras diabólicas. Este fue el caso de las revistas en Acceso Abierto iniciada con Plos One. Se pretendía que las multinacionales no se llevaran ni el dinero ni el Copyright de los estudios y que estos fueran accesibles para todos. Los poderes subterráneos de la ciencia y muchos arribistas terminaron liándola y ahora hablamos de revistas depredadoras (si bien las tradicionales ya lo eran, aunque no lo reconozcan) Paradójicamente todo este entramado terminó beneficiando a las editoriales multinacionales.

“Si escribís en el buscador de esta bitácora “anatomía del fraude científico” encontrareis mil ejemplos pasados. Pero con el tiempo surgen en la prensa otros casos nuevos.

Se ha focalizado mucho, demasiado, la atención en el fraude científico, cuando en realidad la gama de acusaciones se amplía a otros muchos ámbitos, como el bullying, acoso sexual, etc.

Somos seres humanos, vivimos en sociedad como el esto de los mortales, atesoramos y padecemos de los mimos problemas, sesgos, prejuicios, valores éticos y morales que los demás. etc. ¿Qué esperan los demás de la comunidad científica?. Seguro que los más desnortados se preguntarán: ¡pues si así están las cosas!, mejor acudir a la IA para que realicen este trabajo! ¡Borricos!

Juan José Ibáñez

Continúa………

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Fraude Científico en la Ciencias Actual: Las Cinco Tesis

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