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Alfred Russel Wallace La erosión del Suelo y el Antropoceno

Fuente: Colaje imágenes Google
Los más asiduos a nuestra bitácora ya conocen de sobra que Darwin no es precisamente uno de mis héroes científicos, considerando que se encuentra muy sobrevalorado. Ya os explicamos las razones, como podéis constatar en la relación de post anteriores que os dejo abajo. La entradilla de hoy muestra con tibieza el papel desempeñado en la propuesta en la defensa de la Teoría de la Evolución por “Alfred Russel Wallace”, que de hecho terminó siendo más Darwinista que el propio Darwin. Eso sí uno era capitalista (Carlos) y el otro activista contra el capitalismo (Alfredo). Nadie duda que tuvo un papel esencial en el desarrollo de la biogeografía. Posiblemente si el rigor y la objetividad científica se impusieran antaño y hoy, Don Alfredo debería encontrarse en el mismo peldaño que Don Carlos, aunque ninguno llevara toda la razón, como os he explicado en los posts cuyos enlaces os proporciono al final de este. Sin embargo, hoy no vamos a abordar tal tema, sino que comenzaremos tan solo con un fragmento de texto que extraigo de la siguiente noticia que os reproduzco abajo y que lleva por título: “Alfred Russel Wallace, el naturalista que llevó a Darwin a acelerar la publicación de ‘El origen de las especies”. Más concretamente, en la nota de prensa se “explicita”: “Wallace denunció ya entonces que en Ceilán (hoy Sri Lanka) los suelos estaban sufriendo una erosión irreparable a causa de la deforestación y los cultivos de café. El poder de nuestra especie para intervenir sobre el medio se ha multiplicado exponencialmente en los últimos 150 años”.
No obstante, buscando en suajili, es decir la lengua del imperio, existe bastante más material en Internet. Abajo os reproduzco pues con más detalle sus atinadas observaciones acerca de la insustentabilidad de nuestra civilización y la erosión del suelo.
Dicho de otro modo, Don Alfredo reparó el daño sobre la edafosfera y el ambiente que acaecía en el siglo XIX tras siglos de degradación. Él se lamentaba, ¿y nosotros? Todo ello viene a cuento que desde aquella época el impacto humano era ya devastador, cambiando la faz de la Tierra y degradando los suelos sin piedad, antes incluso de que fuera aceptada la Teoría de la Evolución. Y volvemos pues al tema del Antropoceno, cuya fecha de nacimiento sigue sin estar clara, generando espurias polémicas que no llevan a ningún lado. Ya os he contado los también mis críticos puntos de vista en varios posts, que relaciono abajo, decir que desde que el Homo sapiens emergió en el Planeta arranco tal supuesto periodo geológico.
En cualquier caso, estas facetas debemos tenerlas muy en cuenta todos los expertos en ciencias del suelo, ya que raramente son conocidas, pero se me antojan importantes en la historia de la edafología y más concretamente en lo relacionado con la percepción de la erosión.
Os dejo pues con el material aludido.
Juan José Ibáñez
Continúa………
Alfred Russel Wallace, el naturalista que llevó a Darwin a acelerar la publicación de ‘El origen de las especies’
La historia suele situar a Wallace en un lugar secundario en la teoría de la evolución, aunque suele concederle más protagonismo en el nacimiento de la biogeografía, la distribución espacial de la vida
Los antiguos griegos y romanos pensaban que en las latitudes ecuatoriales, las llamadas zonas tórridas o tropicales, era difícil la vida, si no imposible. Sus referentes eran los veranos cálidos y secos del Mediterráneo y los desiertos africanos. Para su sorpresa, tras la emergencia del Nuevo Mundo y la penetración en las Indias Orientales, los europeos comprobaron que en los trópicos la vida no sólo era posible, sino que allí se desplegaba en toda su energía, variedad y riqueza.
Hoy día la mayoría de los hotspots de la biodiversidad se encuentran en esas regiones que los sabios de la antigüedad consideraban inhabitables.
Equivocarse es cuestión de tiempo. Y tener razón guarda relación con el lugar desde donde se enuncia una teoría o el sitio que ocupa quien la enuncia. De manera que el tiempo y el espacio importan para la vida y también para la ciencia.
De todo ello dan cuenta los trabajos y los días de Alfred Russel Wallace (1823-1913), uno de esos científicos portentosos e injustamente postergados al que el Museo Nacional de Ciencias Naturales de España le dedica una maravillosa exposición que podrá visitarse hasta el 1 de septiembre de 2024.
Una carta a Darwin aceleró la publicación de El origen de las especies
Cuando en la primavera de 1858 Charles Darwin recibió en su mansión de Down House una carta (con un pequeño ensayo manuscrito) desde las islas Molucas describiendo la selección natural, aceleró la publicación de El origen de las especies (1859).
Su teoría coincidía en lo sustantivo con la de aquel lejano corresponsal, un naturalista viajero que había estado anteriormente en el Amazonas recogiendo insectos y estudiando las especies de primates y que ahora estaba explorando esa región del mundo llena de islas, volcanes, especias y especies que inmortalizó en El archipiélago malayo (1869), uno de los mejores libros de viajes de todos los tiempos.
La línea de Wallace y las Galápago
Alfred Russel Wallace dibujó allí la hoy llamada línea de Wallace, la frontera entre la fauna euroasiática y la oceánica. Las especies evolucionaban y se distinguían unas de otras adaptándose al medio, el mismo fenómeno que Darwin había observado en las islas Galápagos con sus distintos pinzones.
Wallace era un agrimensor reconvertido en entomólogo de campo, un autodidacta con inquietudes sociales, ajeno a los círculos eruditos. En varios sentidos, un excéntrico.
Darwin, por el contrario, era un desahogado gent, formado en Cambridge y que vivía apartado en su mansión en el condado de Kent, un naturalista con gran prestigio, medios y contactos entre las élites victorianas y académicas. Su correspondencia, que supera las 14 000 cartas, le situaba en el centro de operaciones de una red global. No en vano, Janet Browne tituló el segundo volumen de su gran biografía del padre del evolucionismo The power of place.
El papel de Wallace en la biogeografía
Esta disciplina también resultó del esfuerzo colectivo y las observaciones de muchos otros protagonistas, como el prusiano Alexander von Humboldt o el neogranadino Francisco José de Caldas, pioneros de la fitogeografía.
Las polémicas sobre la prioridad de los descubrimientos son tan frecuentes en la historia de la ciencia como la distribución social y geográfica del mérito y la capacidad. La latitud también ha sido un factor determinante a la hora de asignar reconocimiento y originalidad.
Pero Wallace no sólo estudió cómo el medio modifica a los seres vivos. También observó cómo los seres vivos alteran el medio, el efecto de las especies invasoras y singularmente la actividad humana sobre el territorio.
La acción del ser humano
Wallace denunció ya entonces que en Ceilán (hoy Sri Lanka) los suelos estaban sufriendo una erosión irreparable a causa de la deforestación y los cultivos de café.
El poder de nuestra especie para intervenir sobre el medio se ha multiplicado exponencialmente en los últimos 150 años.
En honor de aquel explorador intrépido hoy se llama Wallacea a esa región formada por un laberinto de islas que se derrama entre Borneo y Nueva Guinea. Es todo un síntoma que hasta allí hubieran viajado años atrás los argonautas de la primera circunnavegación, los buscadores de las especias, el tesoro de las Molucas.
Resulta que el verdadero tesoro era la biodiversidad.
Los archipiélagos que exploró Wallace poseen una riqueza faunística única en el planeta, los vestigios de especies que no pudieron cruzar las aguas tras la subida del nivel del mar. Aislados por fosas marinas infranqueables, se conservan allí especies endémicas de aspecto prehistórico, como los dragones de Komodo y esos pequeños primates de ojos enormes llamados tarseros. En nuestros días, las plantaciones de palma de aceite y coco están arruinando estas reservas naturales, tal y como ocurre en otros bosques tropicales.
En el espacio leemos el tiempo, un hecho que ha marcado la biología evolutiva, la geología, la paleontología y la paleogeografía, entre otras disciplinas científicas.
De alguna manera, en esos tristes trópicos residen el pasado y el futuro de la vida en este planeta.
Referencia bibliográfica:
Juan Pimentel, Investigador del Departamento de Historia de la Ciencia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Aparte del trabajo científico, fue un activista social crítico de lo que consideraba un sistema social y económico injusto (el capitalismo) en la Gran Bretaña del siglo XIX. Su interés por la historia natural lo llevó a ser uno de los primeros científicos prominentes en plantear preocupaciones sobre el impacto ambiental de la actividad humana.
Wallace: “Estas consideraciones deben llevarnos a considerar todas las obras de la naturaleza, animadas o inanimadas, como investidas de cierta santidad, para ser usadas por nosotros, pero no abusadas, y nunca para ser destruidas o desfiguradas imprudentemente. Contaminar un manantial o un río, exterminar un pájaro o una bestia, deben ser tratados como delitos morales y como delitos sociales; … Sin embargo, durante el siglo pasado, que ha visto esos grandes avances en el conocimiento de la Naturaleza de los que estamos tan orgullosos, no ha habido un desarrollo correspondiente de amor o reverencia por sus obras; de modo que nunca antes ha habido un estragos tan generalizados de la superficie de la tierra por la destrucción de la vegetación nativa y con ella de mucha vida animal, y una desfiguración tan masiva de la tierra por el trabajo de los minerales y por el vertido en nuestros arroyos y ríos de los desperdicios de las fábricas y de las ciudades; Y esto lo han hecho todas las grandes naciones que reclaman el primer lugar para la civilización y la religión ”.
Cuestiones medioambientales
El extenso trabajo de Wallace en biogeografía lo hizo consciente del impacto de las actividades humanas en el mundo natural. En Naturaleza tropical y otros ensayos (1878), advirtió sobre los peligros de la deforestación y la erosión del suelo, especialmente en climas tropicales propensos a fuertes lluvias. Señalando las complejas interacciones entre la vegetación y el clima, advirtió que la extensa tala de bosques tropicales para el cultivo de café en Ceilán (Sri Lanka) y la India tendría un impacto negativo en el clima de esos países y conduciría a su eventual empobrecimiento debido a la erosión del suelo. En Island Life, Wallace volvió a mencionar la deforestación y también el impacto de las especies invasoras. Sobre el impacto de la colonización europea en la isla de Santa Elena, escribió:
… Sin embargo, el aspecto general de la isla es ahora tan estéril e imponente que a algunas personas les resulta difícil creer que alguna vez fue toda verde y fértil. Sin embargo, la causa de este cambio se explica muy fácilmente. El rico suelo formado por roca volcánica descompuesta y depósitos vegetales sólo podía conservarse en las laderas empinadas mientras estuviera protegido por la vegetación a la que debía en gran parte su origen.
Cuando ésta fue destruida, las fuertes lluvias tropicales pronto arrastraron el suelo, y han dejado una vasta extensión de roca desnuda o arcilla estéril. Esta destrucción irreparable fue causada, en primer lugar, por las cabras, que fueron introducidas por los portugueses en 1513, y aumentaron tan rápidamente que en 1588 existían por miles. Estos animales son los mayores enemigos de todos los árboles, porque se comen las plántulas jóvenes y, por lo tanto, impiden la restauración natural del bosque. Sin embargo, fueron ayudados por el despilfarro imprudente del hombre. La Compañía de las Indias Orientales tomó posesión de la isla en 1651, y alrededor del año 1700 comenzó a verse que los bosques estaban disminuyendo rápidamente y requerían cierta protección. Dos de los árboles nativos, la secuoya y el ébano, eran buenos para el curtido y, para evitar problemas, la corteza se despojaba inútilmente de los troncos solamente, dejándose pudrir el resto; mientras que en 1709 una gran cantidad del ébano, que desaparecía rápidamente, se utilizó para quemar cal para la construcción de fortificaciones. [125]