En ningún país que yo conozca, con un sistema de ciencia y tecnología robusto, se duda de la importancia de la buena divulgación o cultura científica. Incluso la clase política, bastante analfabeta en la materia, así lo recalca una y otra vez. Lo mismo podríamos decir de la mayor parte de la comunidad científica (si bien existe un sector sumamente recalcitrante que alega que lo suyo es dedicarse a la investigación de vanguardia, por lo que es mejor que ¡divulguen otros!). Ahora bien, como en el caso de la financiación de la ciencia en tiempos de crisis (y no hablo exclusivamente de España, ni mucho menos) una cuestión son las proclamas panfletarias y otra bien distinta la praxis.  Y aquí aparecen las miserias de aquellos Estados en los cuales la enorme importancia de la ciencia y tecnología no cuajan en los mentados colectivos, y como corolario en la cualificación del periodismo y por tanto en la instrucción de los ciudadanos. Se trata de un mal que afecta a todos los países hispanoparlantes, aunque también a otros. En este sentido habría que recordar a esos presuntuosos “investigadores de vanguardia” que esta visión pueblerina dista mucho de la apreciación que se tiene de esta actividad en el mundo anglosajón. A la postre, en el seno de la clase científica se blasfema tanto del fariseísmo político como de la paupérrima formación de los “expertos” plumillas que dan cuenta del I+D+i en los medios de comunicación de masas. Más aun, nos desgarramos las vestiduras por la ignorancia supina de los ciudadanos, a los que acusamos de no apreciar la vital importancia de nuestra actividad para el futuro de la humanidad. Todos deberíamos reconocer que el que ¡divulguen otros! no es una más que una desafortunada extensión de aquel pensamiento decimonónico tan nuestro que se ha venido resumiendo en la famosa frase de “que invente otros”. Dicho de otro modo, ¡el que este libre de pecado que tire la primera piedra!, o mejor aun ¡siembra vientos y recoge tempestades! Y cosechando estamos las últimas, cuando nos afecta una vez más (pero con una rotundidad sin precedentes), ante la crisis económica que padecemos. Empero ninguno de los colectivos mentados intenta realmente cambiar la situación. Personalmente, acepto a regañadientes la reacción de los políticos, por cuanto cada vez que la economía se ahoga demuestran su supino desprecio hacia todo lo relacionado con el progreso científico. Más difícil de entender es el caso de los plumillas que, proclamando la necesidad de tal cultura, son capaces de meter en el mismo saco la enésima aplicación  para los cansinos smartphones (léase teléfonos tontos y saca perras) que el descubrimiento del bosón de higgs.  Sin embargo, cuando los investigadores acusamos a los restantes colectivos de su ignominiosa incomprensión acerca del vital papel de nuestra sacrosanta profesión, reaccionamos peor que a los que acusamos de nuestras desdichas. Uno debe bajarse del pedestal y promover la cultura científica, que tañe tanto a los ciudadanos, periodistas y políticos. Dicho de otro modo, somos los mayores responsables de nuestra propia impotencia cuando las situaciones viran hacia el negro. Y es que ser científico no significa entender la ciencia, al igual que Ronaldo o Messi, con toda seguridad, fracasarían como entrenadores en un banquillo (a día de hoy al menos). Por esta razón iniciamos un nuestro blog un curso sobre filosofía y sociología de la ciencia que se indigestó a algunos colegas y compañeros de este sistema de bitácoras, que consideran que la divulgación se ciñe a ser voceros de los que sustentan el poder en sus respectivas disciplinas e instituciones. Por esa razón, en nuestro blog, tiempo después, editamos otro curso sobre periodismo científico.  Por eta razón, baso mis clases sobre metodología de la ciencia en un master de la UPM, en base a estos materiales, alcanzando una gran aceptación entre los alumnos (al menos de momento).  Del mismo modo, les exijo que ellos me examinen a mi (anónimamente, por supuesto). La divulgación científica, en cualquiera de sus modalidades, no consiste exclusivamente en (…)

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Juan José Ibáñez impartiendo una conferencia en Pereira, Colombia

La divulgación científica, en cualquiera de sus modalidades, no es solo un deber de todos aquellos investigadores que vivimos de los fondos públicos, sino una necesidad social. Obviamente, no hay nadie más ciego que él no quiere ver. Y aquí muchos colegas caminan blasfemando en las penumbras de su ignorancia. Casi todos lo investigadores que se atreven a llevar a cabo actividades divulgativas con seriedad, suelen terminar entendiendo que tal iniciativa cambia su mentalidad, aprendiendo tanto o más de lo que ellos mismos enseñan. Es decir, nos enriquecemos enriqueciendo, al unirnos con los ciudadanos y al bajar de nuestras torres de marfil, observando la realidad desde otras perspectivas.

Sin embargo, vivimos (mejor dicho sufrimos) sometidos a unos criterios de valoración de la actividad científica bajo los cuales un ISI paper es más apreciado (por mediocre que sea; aunque jamás lo citen nuestros ¿iguales?) que  un buen libro de divulgación. Incluso algunos colegas desprecian a los que no pensamos así. Mientras tales criterios permanezcan serán muy pocos los valientes que se atrevan a la divulgación científica. Permitirme que os sorprenda con dos hechos dignos de ser compartidos con vosotros: uno se basa en la experiencia de un gran divulgador estadounidense y el otro acerca de mi modesta persona. Y cuando mento el vocablo sorprender va en serio. Sino me creéis (…) continuar leyendo.

Douglas Hofstadter consideraba como un gran logro en su libro “Yo soy un extraño bucle”, que tras recibir Premio Pulitzer por su anterior obra divulgativa  “Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle”, sus autoridades académicas le dejaran de presionar con el lema de publica o perece (publish or perish). Y así tuvo el tiempo y tranquilidad necesarios para escribir la primera obra mentada. Tal hecho constata el valor que se otorga en EE.UU. a los libros de divulgación científica con el que acaece en otros. Sin embargo, este caso no tiene parangón con el gran legado que dejo a la ciencia y ciudadanos Stephen Jay Gould. Este mundialmente reconocido científico-divulgador se saltó a la torera la mentada exigencia del “publish or perish” (artículos sí escribió pero pocos, en comparación con su prolífica obra literaria) explicando sus pensamientos en obras que calaron tanto en los ciudadanos como en el seno de una buena parte de la comunidad científica. No debe soslatarse como también numerosos colegas suyos le achacaron no filtras sus ideas mediante el sistema de valoración por ¿iguales?. ¡Hablamos de la Santa inquisición! Los rectores de su universidad, jamás le pudieron reprochar nada. Más aun se convirtió en orgullo y estandarte de la misma. Empero además debo suponer que “best seller” atrás “best seller” obtuvo de paso suculentos beneficios personales, lo cual debió irritar aun más a sus críticos.

Obviamente, mi caso no puede compararse con los aquí aludidos. Ya he comentado como algunos bloggers de nuestro sistema de bitácoras han sido invitados a impartir conferencias en Latinoamérica y España por llamar la atención con los post que redactaban. Este es también mi caso, a veces. Resulta difícil de narrar como en un par de ocasiones no podía entrar en el auditorio para impartir una conferencia, debido a que no paraba de firmar autógrafos entre los jóneces universitarios. Ni yo mismo me lo creía.  Del mismo modo, un colega Latinoamericano me comentó también, no hace mucho tiempo, si yo, “edafólogo” era el mismo del que hablaban “al perecer para bien” los investigadores que asistían a un congreso de agricultura ecológica.  No me dedico profesionalmente a esta interesante disciplina, empero ya he sido invitado a varios eventos por los post que escribo en el blog. Dicho de otro modo, no es necesario publicar en una revista indexada para despertar la atención de los investigadores en una determinada disciplina. Pero la repercusión de un blog puede ir mucho más allá.

Como otros muchos compañeros he recibido invitaciones de editoriales del tipo Cambridge University Press, Taylor and Francis, Sringer, Elsevier, etc., para escribir algún libro. Sin embargo, estas han aumentado en los últimos tiempos.  En algunas ocasiones, me sugerían redactar, o ser editor, de libros sobre los temas en los que investigo en profundidad. Empero me ha llamado la atención de que ciertas editoriales, consideradas “prestigiosas” de “habla inglesa” me propusieran temas ajenos a la misma pero más mediáticas, en las cuales la lectura de mi CV no podía ser la razón de su interés. No fue que reconocieran que la audiencia del blog fuera la razón desencadenante de su interés. Empero tras un tira y afloja, al final un par de ellas así me lo terminaron por constatar. Supongo que su razonamiento fue simple pero contundente: “numerosa audiencia = buen divulgador”.  Sin embargo, no he aceptado hasta el momento más que libros que conciernen directamente a mi línea de investigación.  Parte de las razones ya las explique en un post antiguo “¿Hacer Buena Ciencia o Publicar?: Entre la Espada y la Pared ”. Empero sospecho que mi opinión debería cambiar por el bien de mi especialidad científica.

Ya os he comentado en varias ocasiones que la edafología atraviesa una gran crisis y que los propios expertos somos parte del problema, al no explicar nuestra disciplina desde nuevas perspectivas y en términos fácilmente comprensibles y sugerentes para los expertos de otras disciplinas, y porqué no, del ciudadano en general. Me refiero apelar al atrevimiento del que hizo gala Stephen Jay Gould. Empero con la experiencia de escribir en el blog “presiento” que he topado con una de las claves con vistas a romper tal barrera y ofrecer un discurso completamente nuevo de lo que es el suelo y su importancia en la biosfera. Una “afamadísima editorial multinacional europea es receptiva”. No obstante debería dedicar mucho tiempo, por cuanto se trata de una apuesta muy fuerte y de alto riesgo. ¿Lo entenderían las autoridades de mi Institución? ¿Me darían permiso?. ¿Comprenderían los colegas que valoran la actividad científica en España que de alcanzar el objetivo tal esfuerzo tendría el valor de muchos papers?. Francamente lo dudo. Eso sí, sigamos hablando del valor de la divulgación científica, pero sin olvidarse la investigación de vanguardia. ¿No es investigación de vanguardia ofrecer una nueva perspectiva de un recurso natural y más aun que cale en propios y extraños?. Podéis estar seguros que a día de hoy, para los “sacerdotes de la ciencia” en este país ¡NO! Y yo preguntaría a los autores de otros buenos blogs del sistema mi+d que también defienden al valor de la cultura científica, como son los casos de Ciencia Marina y otros asuntos o Matemáticas y sus fronteras ¿Y vosotros que pensáis?.

Lógicamente la iniciativa que he narrado no garantiza su éxito. Ahora bien si en la comunidad de científicos hispanoparlantes existiera suficiente masa crítica de colegas que adoptaran decisiones similares, seguro que algunos lo conseguirían, dando un mayor prestigio internacional a nuestra cultura. En caso contrario seguiremos siendo, en el mejor de los casos, parte de lo que en denominé mediocridad cualificada. La cantidad, jamás sustituye a la calidad y/o la potencialidad heurística de actividades audaces.

Juan José Ibáñez

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Un comentario

  1. El conocimiento científico es hoy por hoy, no sé si alguna vez a dejado de serlo, un instrumento del poder por y para el poder, ya sea éste económico, mediático, político o militar.
    Aborrezco los blogs de ciencia, de tipos que con la autoridad de alguna titulación técnica, se dedican a la persecución de magufos, se ejercitan su «pensamiento crítico» mediante la descalificación y criminalización de lo que se aparte de las actuales costumbres y hechos socialmente aceptados.
    Confundimos ciencia con tecnología y olvidamos que la teleología se aparta de la ciencia porque condiciona las respuestas. Si buscamos solo las verdades que nos hacen mas ricos apartamos de nuestro foco, aquellas otras verdades que nos muestran los límites de hasta donde podemos llegar con nuestro modelo económico.

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