Antaño, la formación de los científicos e ingenieros mostraba grandes diferencias. A los primeros se les intentaba instruir en la indagación, mientras que a los segundos en lo concerniente a la aplicación práctica de conocimientos bien consolidados. De hecho, la mentalidad, tanto social como la de muchos docentes, mantiene tales pautas. Ahora bien, ¿Se trata de una distinción válida en la actualidad? Francamente, albergo serias dudas. En un mundo en donde la ciencia y tecnología intentan ser el motor de la mal denominada sociedad del conocimiento, el ritmo al que se pretende que surjan las innovaciones tecnológicas resulta ser vertiginoso, tornando en obsoleto lo que pocos años antes era de rabiosa actualidad. En tal atmósfera de pretensiones innovadoras, la carrera de unos y otros por la innovación tiende a hacer converger lo que con anterioridad resultaba notablemente dispar. Francamente no veo acusadas diferencias entre la “actividad de un biotecnólogo” (por ejemplo) y la de un ingeniero. Estos últimos necesitan estar permanentemente actualizados en lo concerniente a las innovaciones científicas y tecnológicas, si desean poder ser competitivos y no quedarse obsoletos en pocos años. Obviamente, existen excepciones. Ahora bien estas últimas pueden cambiar abruptamente con los vaivenes económicos, como hoy mostraremos. Pero hay más.

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ETSI Topografía, Geodesia y Cartografía – UPM

Fuente: Panoramio-Geoester

Los propios criterios de valoración en la actividad científica, en las Universidades convencionales y las politécnicas convergen a un ritmo vertiginoso. Hace no mucho tiempo, en muchas ramas de la ingeniería, un profesor impartía sus clases y, con harta frecuencia, dedicaba su tiempo restante  a asesorías, empresas de consultarías, etc. Sin embargo, si lo que desea actualmente es promocionarse en el escalafón de una Escuela Politécnica, el implicado debe publicar en revistas de prestigio, alcanzar proyectos competitivos de I+D, etc. etc. Y tal transformación del papel de un ingiero en muchas actividades tecnológicas  permanecerá o se incrementará en el futuro. Del mismo modo, intentar innovar bajo la batuta de la denominada investigación trasnacional, deviene en que una buena parte de los científicos comiencen a adquirir, por su parte, hábitos que hace pocas décadas eran más propios de los ingenieros. Lamentablemente, la investigación básica, pilar de la ciencia y tecnología, pierde relevancia entre los gestores de nuestra política científica, al compás de la tan sempiterna como estúpida pregunta de ¿Y esto para que vale?.

Antaño los conocimientos adquiridos en muchas ingenierías eran sólidos, robustos y vigentes durante décadas. Empero ya no es así, al menos en muchos casos (léase por ejemplo informática). O el ingeniero se encuentra en una voraz formación permanente o puede quedar fuera de juego con suma facilidad.

Recuerdo que antes de la crisis económica que sufrimos, léase en 2007, en las escuelas de topografía se instruía a los alumnos con vistas a adquirir los conocimientos adecuados y suficientes como para ponerse a trabajar inmediatamente tras finalizar sus estudios (soslayemos la titulación y años de instrucción, que van cambiando según se aplica el acuerdo de Bolonia en Europa). Buena parte de ellos encontraban su ubicación laboral en la construcción de infraestructuras o al amparo de la burbuja inmobiliaria. Empero la mencionada crisis cambió abruptamente el panorama. Con anterioridad a la mencionada fecha, gran parte de los jóvenes ingenieros rechazaban realizar proyectos fin de carrera sobre aplicaciones de la tecnología a la actividad científica, por cuantos otros docentes rápidamente les proponían trabajos en los sectores ¿productivos? Aludidos madiente bsus consultoras etc. Debo pensar que algo semejante paso en otras escuelas de ingeniería hace décadas, como por ejemplo, en el boom de la construcción de presas hidroeléctricas y embalses a mediados del siglo XX en España. Empero llegó un día en que el espacio geográfico a penas permitía la construcción de una más.

Por el lado de las ciencias experimentales se dio el proceso inverso al aludido en el párrafo anterior. A los jóvenes investigadores recién licenciados les resultará muy difícil buscar un hueco con vistas a llevar a cabo una tesis doctoral en investigación básica.  La mayor parte de las becas y contratos se ofrecen con “cargo a proyecto”, es decir, con vistas a investigar en una iniciativa ya  financiada por alguna institución y en el seno de un equipo, lo cual dificulta que manifiesten todas sus potencialidades. No obstante, dado que el escudo de la  investigación trasnacional, prima la consecución de novedades tecnológicas, o estudios que rápidamente den lugar a ellas (….)

El principal problema de tales cambios radica en que las instituciones académicas, ya se trate de Facultades, Escuelas Politécnicas o Institutos de Investigación, sufren una enorme inercia al cambio, cuyas razones no trataremos aquí.  Debido a este hecho, la adecuación de la oferta a la demanda (O/F) resulta recalcitrantemente lenta.  Sin embargo, el ejemplo de los topógrafos, viene a poner en solfa la idoneidad y viabilidad de unos rápidos ajustes O/F. No resulta nada fácil, incluso para un sistema de I+D+i, menos inerte que el español,  verse obligado a voltear la formación de sus profesorados a ritmos vertiginosos, base para que cambien a la misma velocidad la formación del alumnado. Incluso puede ser contraproducente, si las demandas sociales siguen cambiando al ritmo de los últimos años.

En consecuencia, hoy por hoy, podríamos resumir que existen razones encontradas con vistas a buscar un camino, es decir un plan de estudios con una base de conocimientos estable durante algunos decenios. Nos encontramos pues ante una situación de equilibrio inestable. Si en la denominada época de la innovación todo se acelera, tanto empresarios, como docentes e investigadores se encuentran sujetos al mismo dilema. ¿Cómo pasar del equilibro inestable a otro metaestable?. ¿Tiene alguien la respuesta?.

Juan José Ibáñez

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